Título: Anterograde Tomorrow
Pairing: kaisoo, broken!lukai
Fic original:
changvasionRating: PG-13
Género: Romance, Tragedia, slight!angst
Resumen: Kyungsoo está atrapado en las horas mientras que Jongin ruega a los segundos, porque el tiempo se detiene para los que no pueden recordar y vuela para los que no pueden perder el último tren.
/no repostear, no adaptar, no a todo.
[parte dos: muros invisibles]
[antes de leer, sería conveniente que vieseis
esto y tal vez
esto también, no dudo que el 99% de vosotr@s lo habrá visto ya pero aviso]
-Soy Jongin, y estoy aquí para...
-Escribir.
Jongin se queda boquiabierto, la sorpresa se refleja lentamente en sus cejas arqueadas. Los segundos vienen y van, escabulléndose a lo largo de una delgada línea de vacilación. En el exterior, la hierba se difumina con el cielo, colores romos y brillante caos. Kyungsoo espera.
Y no es hasta que Jongin ve el libro de recortes que está abierto sobre la encimera de la cocina que se relaja y se apoya contra el marco de la puerta.
-Oh. ¿Así que ya has leído tus notas?
-Síp -asiente Kyungsoo, y no se da cuenta del fugaz destello de decepción en la expresión de Jongin.
Hoy, la conversación se reanuda en el apartamento de al lado, el de Jongin. Es una caja encalada llena de papeles hechos una bola, latas de cerveza medio vacías, una miríada de formas acromáticas. Sábanas frágiles y arrugadas sobre el colchón desnudo, cortinas que cuelgan flácidas, como banderas de rendición. Hay pequeñas colillas y unas pastillas amarillas organizadas sobre la mesa, formando una palabra: «KYUNGSOC». Todo ello con un revestimiento de blanca fragilidad, que apenas consigue alejar el amianto post-moderno. Kyungsoo se siente aislado, pero asimila todo lo que tiene que ver con Jongin, acoge con entusiasmo cada uno de sus pasos letárgicos y sus largas pestañas.
Kyungsoo cree que Jongin es la viva imagen de todo lo que hay en la habitación. Tirado en el sofá, Jongin es el tipo de tío que pertenece a esta clase de lugar con toda probabilidad, o el tipo de hombre que ya se ha acostumbrado a la superficialidad de la clase alta. Una especie de hombre relleno y aún así hueco, con sombras que caen entre la emoción y la reacción.
-No te gusta este lugar, ¿verdad?
-Es todo blanco y negro. No parece el hogar de una pers...
-Toma -dice Jongin, de repente.
A Kyungsoo casi no le da tiempo a girarse lo suficientemente rápido como para coger el paquete aún precintado de post-its amarillos que le tira Jongin.
-¿Qué es esto?
-Venga, vamos. Tienes que reconocer lo que son.
-No, quiero decir, ¿para qué me los das?
-Tú eres el que ha dicho que mi habitación es toda en blanco y negro -Jongin se encoge de hombros, y se reclina en el sofá hasta que la base de su cuello está completamente expuesta, y de repente es todo bordes afilados de la barbilla, cartílago, codos, nudillos, uñas-. Así que coloréala. Apuesto lo que quieras a que lo estás deseando. Y mira, son del color del sol. Te hacen sentirte vivo, ¿a que sí?
-Eres horrible.
-Tu mirada de reprobación -comienza Jongin con una sonrisa- es mi favorita.
Así que Kyungsoo se rinde, aunque sólo después de darle una orden a Jongin.
-De ahora en adelante, llámame hyung. Es hasta ridículo lo maleducado que eres.
Jongin se echa a reír, quitándole importancia, el humo explota como nubes de purpurina sobre su cabeza, su sonrisa amplia de júbilo. Kyungsoo acerca una silla a la pared más cercana y se sube en ella, tambaleándose un poco a la vez que abre el primer paquete y desliza el pulgar bajo el primer post-it. Lo alinea en un ángulo perfectamente perpendicular, y pasa su pulgar sobre los bordes, estirando las esquinas. La pared está cálida por el sol que entra y la voz de Jongin le llega como un murmullo tranquilizador desde atrás, una neblina de pequeñas e insignificantes palabras que flota sobre muecas melancólicas.
-¿Alguna vez te has preguntado cuántas veces has hecho precisamente lo mismo, a la misma hora, con la misma pistola de cola y el mismo cubo de ojos de cristal y el juguete del día anterior al día anterior al día anterior de todos los ayeres? ¿Cuántas veces te has sentado a la mesa para cenar solo y te has preguntado si mañana recordarás lo que ha pasado hoy?
Con el tiempo, Kyungsoo se da cuenta de que Jongin no está haciendo preguntas realmente. Las está contestando. Siguiendo las huellas que Kyungsoo ha ido dejando atrás. Suaves y fascinantes, las consonantes, puntos finales rotos y las vocales reducidas a infinito. Su vista se hunde lejos, muy lejos, perdida en algún punto de la de Kyungsoo mientras éste deja en llamas sus paredes con un campo de dorada conflagración.
-¿Alguna vez te has planteado si no puedes recordar porque, en realidad, no hay nada que recordar? Si haces lo mismo cada día de la semana, cada semana del mes, los doce meses del año, la memoria pierde su propósito, ¿no te parece? ¿Qué crees que pasaría si empezaras a romper esa rutina?
Se pasan la noche así. Kyungsoo no va al bar y no canta, sólo escucha el curso de los susurros de Jongin y los murmullos del pergamino bajo su piel, los latidos de su pulso que se derraman en las grietas invisibles de la blanca habitación. El proceso de dejar que Jongin acabe con su rutina es casi demasiado fácil.
En algún momento, Kyungsoo termina con los post-its y Jongin con sus preguntas. Están en el mismo sitio en el que estaban antes, en el sofá y en el sillón, disfrutando del atardecer, cuando una melodía se establece entre ellos. Crece, fluida y sin esfuerzo, empieza con el final y termina en el principio, y crea un hilo invisible que va desde la lengua de Kyungsoo hasta los dedos de Jongin, y los levanta como si fueran marionetas sobre su regazo.
Antes de quedarse dormidos, Kyungsoo moldea esas líneas melódicas, el la bemol, el si sostenido, el mira Jongin tus manos están bailando, el Jongin me gustas mucho; Jongin define el compás, el cuatro por cuatro, el tres por cuatro, el hyung ¿estás feliz?, el hyung fosilízame en tu tiempo.
La última pregunta de Jongin es en voz baja, la murmura mientras los ojos de Kyungsoo se rinden al sueño.
-¿Cuántas veces has abandonado algo que es muy importante?
Julio es el mes más cruel, y su último día, el más amargo.
-La gente -dice Kyungsoo, y hoy está exhausto. Le duelen los huesos y las costillas se le clavan en los pulmones y no puede respirar y todo duele, gira, duele, gira-. La gente se ha ido. Todos se han ido.
Jongin le mira fijamente. Kyungsoo tiembla y se aferra a su libro de recortes como si de él dependiera su vida, el papel se desgarra bajo sus uñas pero tal vez es que él quiere desgarrarlo. Tal vez no quiere recordar, en realidad. Tal vez podría tener otro accidente y acabar con todo esto.
-Baekhyun… yo… intenté encontrarle… eso dice aquí -abre el libro y señala una página gastada, la cara que hay en la foto apenas discernible después de haberla tocado demasiadas veces-. Dice que se mudó. Mira, dice que su número ya no está en uso, pero Baekhyun era mi amigo del instituto. Mi mejor amigo. Yo sólo… sólo quería saber por qué se mudó. A dónde se mudó. Sólo quería arreglar las cosas con él en caso de que hubiéramos tenido una pelea. Así que llamé a su madre, y puedo recordar cómo me abrazó durante nuestra graduación y que me dijo que era como un hijo para ella, y que me portaba mucho mejor que Baekhyun, y que si algún día necesitaba un consejo materno, que podría acudir a ella… y Baekhyun me dio un puñetazo en el hombro y todo el mundo se reía y… Pero cuando he llamado hoy, ella… aún era ella, pero sonaba… como… cansada. Frustrada. Jongin, estaba harta de mí.
-No. -Jongin palidece-. No le habrás preguntado por Baekhyun, ¿verdad?
-Y se puso a gritarme, me dijo que no la volviera a llamar nunca, y después pidió perdón. A mí. Porque ni siquiera podía culparme por llamarla para recordarle que Byun Baekhyun está muerto. Que murió en el mismo accidente que tuve yo. Que yo sobreviví en lugar de él.
-Hyung, escúchame, no es culpa tuya...
-¿Cuántas veces he hecho esto ya, Jongin? ¿Cuántas veces la he llamado para preguntarle adónde se ha ido su hijo muerto? Jongin, ¿qué es lo que he estado haciendo? Por qué nadie… ¿Por qué no lo tengo apuntado? ¿Por qué?
Jongin no contesta. Se mueve, un poco apenas, y se hace un ovillo contra la barandilla de la escalera.
-¿Tú sabías esto? -pregunta Kyungsoo, al fin, después de que los segundos se hayan convertido en minutos, y sus nervios entran en erupción y se vuelven un grito desesperado cuando Jongin vuelve a quedarse en silencio-. Lo sabías, ¿verdad? ¿Cómo has podido dejarme hacer esto?
Con un suspiro, Jongin le quita el libro de recortes a Kyungsoo de las manos.
-No planeabas anotarlo hoy, ¿verdad, hyung? Estás molesto pero eso no quiere decir que vayas a hacerlo, ¿no es así? ¿Crees que todo esto desaparecerá cuando vuelvas a despertarte?
Aunque Kyungsoo hace un sonido de protesta, la verdad es que no tiene nada que decir. Probablemente Jongin tiene razón. El peso de la culpa, y quizá un poco de rabia, se precipitan de la humedad que hay en sus palmas.
-Miedo. Tienes miedo. Es mejor reabrir las heridas de otra persona que correr el riesgo de abrir las tuyas, porque el tiempo cura un dolor como el de ella, pero desde luego que no curará el tuyo. Mientras que el resto de nosotros seguimos adelante, tú te quedarás aquí, atascado y solo, llorando por lo mismo todos los días. Lo sabes. Y te odias por saberlo y… -Jongin atrapa la muñeca de Kyungsoo, baja el tono de voz hasta que es apenas un murmullo-. No es culpa tuya. Intentar protegerte no es algo malo.
Kyungsoo aspira de forma irregular, y antes de que Jongin pueda volver a empezar, libera su muñeca y recupera su libro de recortes. Se traga el ardor que siente en la nariz y escribe: «murió hace cuatro años (31 de julio de 2012)» sobre la alegre sonrisa de Baekhyun. Tal vez la caligrafía está un poco borrosa, algo temblorosa, empañada con pequeñas gotas de líquido salino. Tal vez Jongin está negando con la cabeza. Tal vez se va a arrepentir de esto todas y cada una de las mañanas que le quedan por delante.
Pero al menos, no se quedará atrás.
Jongin entra en la primera mañana de agosto con dos bolsas de papel marrón manchadas de aceite, las tira descuidadamente sobre la diminuta mesa de la cocina de Kyungsoo y se gira para explicarse.
-Me diste una copia de las llaves de tu apartamento ayer.
-Lo sé -dice Kyungsoo, y señala un post-it de la pared, aunque piensa que podría haberlo sabido incluso sin la nota. Todo sobre Jongin es nuevo, pero familiar, abrupto en cierto sentido, como algo evasivo para su mente pero que está fosilizado en la savia de su alma.
-¿Qué más sabes? -pregunta Jongin, sacando unas tostadas francesas de las bolsas y sirviéndose con total confianza en la cocina.
-Te llamas Jongin, eres mi vecino -Kyungsoo sigue el recorrido que Jongin hace desde los armarios de la cocina hasta el comedor-. Solías bailar, pero lo dejaste para ser novelista, tienes una sonrisa triste y siempre estás fumando porque… porque te estás mu...
El sonido del papel arrancado del metal, cuando Jongin agarra el libro de la encimera de la cocina, lo abre por la última página y la arranca, es casi demasiado duro para el oído. Kyungsoo se queda callado y ve cómo Jongin saca un zippo y prende con su llama la esquina de la página.
-No necesitas saber todo eso. Yo soy una de las páginas que quedará abandonada un día de estos. Ni siquiera seré una página bonita. Será sangre y lágrimas sobre pulpa y papel y, sinceramente, es mejor que no tengas una página de mí en absoluto.
-Pero…
-Olvídalo.
Cuando Jongin se va, Kyungsoo reescribe la página a escondidas, barre las cenizas y las pone en un frasco. Hace esto no porque quiera recordar al Jongin de hoy, sino porque quiere que el Kyungsoo de mañana conozca al chico que hay detrás de las sonrisas reservadas del Jongin de hoy. Quiero que el Kyungsoo de mañana sepa que, tras el Jongin que deambula entre colillas, que se traga las pastillas con vasos de leche, hay un Jongin que puede reírse con toda su cara y su cuerpo. Un Jongin que se pone las gorras con la visera hacia atrás y que hincha las mejillas en los momentos menos esperados. Es un niño con las cicatrices de un hombre mayor, el romántico más dulce escondido tras un escudo de duro cinismo.
Aunque Kyungsoo no tiene foto esta vez, cree que en realidad, no la necesita. Las palabras salen solas, deseos al final de cada pasada del bolígrafo sobre el papel, y Kyungsoo piensa que son mucho más representativos de ese extraño encanto que brilla en los ojos de Jongin de lo que cualquier fotografía podría serlo. De la manera en que lo llama hyung. De la manera en que coge las gorras de ambos y les pone las viseras hacia atrás, señalando después lo mucho que pegan el uno con el otro.
No escribe que Jongin se está muriendo.
El hombre que hay en la última página de su libro de recortes es Jongin algunos días, un escritor en otros, y un extraño durante sus breves subidas y bajadas en el ascensor. Los días buenos tiene un rostro oliváceo y suave; los días malos, lleva el color amarillento sobre la piel como si fuera un castigo. A veces es un chico que está sentado en el balcón contiguo, con las piernas colgando de la cornisa y un cigarro pendido de sus labios secos, sus brazos sobresalen por las vallas oxidadas. A veces es el hombre cansado que está apoyado contra la pared, empapado por la lluvia con el pelo húmedo y la espalda encorvada. A veces comparten un instante silencioso en el pasillo, otras, incontables horas en las que hablan con ojos entrecerrados, entre gruesos jirones de humo índigo y tonos de blues. A veces duele verlo, hace que el pecho de Kyungsoo palpite con algo más pesado que la compasión; pero la mayor parte del tiempo, ver a ese hombre hace que Kyungsoo se sienta ligero y mareado.
Y aunque Kyungsoo no registra los detalles, siempre hay algo cuando contactan de algún modo. Cada vez que sus ojos se encuentran, cuando están tirados en el suelo bajo el cielo nocturno y sus nudillos se acarician, delatores, entre respiraciones irregulares. Es algo inexplicablemente cálido, ligero, efímero. Un poco como las luciérnagas. Ese tipo de algo que permanece en sus palmas y que desaparece para cuando se da cuenta de que quiere. Ese tipo de algo que le dice que esto ya ha pasado antes, y que la próxima vez también se desvanecerán. Se deslizarán entre sus dedos como escurridizos recuerdos.
Pero probablemente este tipo de algo no es nada romántico. «Te quiero» son dos palabras que nunca pronuncian. Son demasiado definitivas, demasiado abruptas sin motivo, sin pruebas sólidas, sin explicaciones racionales porque al final del día, a veces Jongin es un desconocido, a veces Jongin es un libro, pero nunca es más que un amigo. El tiempo los mantiene a distancia, divididos por un muro invisible pero impenetrable.
Los días vienen y van y Kyungsoo encuentra la frontera entre no te vayas y buenas noches. Por supuesto, Kyungsoo siempre está deseando alargar el brazo y arrastrar a Jongin de vuelta. Piensa que han cabido otras veces, aunque entre ellos no haya roces entre los dedos de sus pies ni laberintos de dedos entrelazados. Sólo el tsunami del texto y la lenta ola de la música. Y quizá eso es todo lo que son.
Con un tic de la segunda manecilla, siempre vuelve al «Buenas noches».
Con Kyungsoo y Jongin probablemente no haya romance, no según la definición habitual de la palabra. Pero quizá sí que haya un poco de otra cosa, entre comodidad y necesidad, entre esperanza y fe, entre la nuca de Kyungsoo y las líneas de la mano de Jongin.
Son dos almas flotando en el tejado de la Torre Samsung, setenta y tres pisos en lo alto de la noche, casi tan alto como para poder soplar y convertir las estrellas en constelaciones, y aún así, demasiado cerca de la Tierra. Kyungsoo cuenta las pastillas que quedan en el bote de plástico naranja de Jongin, mientras que Jongin observa el humo ondear en el aire y disiparse poco a poco.
-¿Qué se siente?
-¿Qué se siente qué?
-Al ser olvidado.
Jongin se pone las manos detrás de la cabeza, y ambos alzan la vista hacia la luna semioculta y las estrellas engastadas en las nubes. Aprieta y afloja la mandíbula en silencio durante un par de segundos hasta que la respuesta sale, al fin, como un graznido.
-Es como si te mataran. Como si te borraran, te eliminaran en contra de tu voluntad. ¿Y qué se siente al olvidar?
Kyungsoo deja que su mirada se pierda en el cielo.
-También es como morir -y nunca antes ha deseado tanto poder vivir un poco más. Sus rodillas se tocan. Kyungsoo inhala el humo que Jongin exhala. Esta noche, huelen a tinta y a lluvia y a algodón y a comida rápida de la que venden en la calle, a otoño metálico, huelen el uno como el otro.
-Sabes -Jongin se gira, con un brillo de ausencia en su expresión- hyung, cuando bailaba, me gustaba el ayudante. Era chino. Lu Han. Mi primer amor, supongo. Lo respetaba, seguí sus pasos y él cuidó de mí. Y entonces, un día, estallé. Me derrumbé bajo la presión y el dolor y estaba harto de todo. Lo pagué con él. Él intentó repararme, todos lo intentaron. Pero ya sabes, reparar a una persona no es como reparar un juguete. Cuando reparas a una persona, te arriesgas a que te rompan a ti también.
Uno de los dos traga saliva, y suena más alto que los susurros de Jongin.
-Y yo lo rompí en demasiados trozos. Mi editor, Oh Sehun, es un gilipollas. Pero es eficiente. Consigue recomponerme aunque sea de mala manera, como si me pegara la cabeza del revés. El caso es que reconstruye todos mis trozos para que no pierda nada. Nos mantenemos unidos. Me cuida como a un perro abandonado, supongo, es bueno para mí. Y entonces, un día me dice que está saliendo con alguien de una compañía de ballet. Yo digo, bueno, guay, pero los bailarines pueden ser muy melodramáticos. Y él dice, no, éste es genial, se llama Lu Han, deberíais conoceros, ¿no me dijiste que tú antes bailabas?
- Oh...
-Así que nos conocimos. Era inevitable. ¿Pero sabes qué? Aún recuerda qué clase de café bebía yo. Ocho años, y ni siquiera había intentado olvidarme. Está hecho una mierda aunque esté enamorado de Sehun, ¿y sabes por qué? Es por los recuerdos. Lo están matando. Yo no puedo salvarlo de ellos, y tampoco Sehun -Jongin hace una mueca, y de repente, el humo ya no fluye, sino que sale a borbotones de entre sus dientes-. Nadie puede salvar a otra persona de sus recuerdos.
Está claro adónde quiere llegar Jongin. Kyungsoo intenta luchar contra las palabras que vendrían a continuación, pero es básicamente imposible.
-Es genial que no vayas a recordarme, de verdad, porque así es como puedo salvarte. Así, cuando la cague, no tendrás que aguantarlo. Que te olviden no es algo insoportable si lo comparas con que te recuerden. Puedo soportar morir al final de cada día, hyung, está bien que me olvides.
Kyungsoo no oye el sonoro «voy a morirme de todas formas» de Jongin, que de algún modo se pierde entre las estrellas; en su lugar oye el mudo «no me dejes morir» que hay en los dedos que Jongin entrelaza con los suyos. Así que se inclina y presiona su nariz contra la de Jongin, le da su oxígeno y el aroma de Tic-Tacs que hay en su lengua, y le quita una bocanada de sombras de nicotina y de analgésicos molidos y de opiáceos amargos.
-¿Sabes por qué siempre pareces tan mayor? Porque piensas que no merece la pena recordar nada, porque nada es ideal, y tienes razón… nada es ideal. Pero cada momento merece ser recordado, Jongin. Cada vez que la cagues podré ver a un humano, cada vez que te hundas podré ver el amor arrastrándote hasta la orilla… y no me importa si en ocho años yo mismo estoy hecho una mierda. Podría ser porque no tengo recuerdos, y porque nada puede hacerme daño realmente, pero… para mí… amar, sentir dolor, y romperme en pedazos por alguien que lo merece…
Jongin coge la cara de Kyungsoo entre sus manos e inclina su barbilla, y su primer recuerdo es de uno de ellos borrando con un beso el desasosiego del otro. Y extrañamente, es un recuerdo que Kyungsoo no consigue registrar.
-Escucha, una vez te dije que quería escribir sobre ti -dice Jongin. La arena se mueve bajo los dedos de sus pies, los murmullos distantes del mar se llevan su voz-. El caso es que, en realidad, no quería escribir sobre ti. Quiero decir, que no estaba intentando escribir en absoluto. Escribir es observar, pero lo que yo estaba intentando era persuadir y… esta vez quiero observar de verdad. Quiero saber cosas sobre ti.
Kyungsoo espera a que Jongin termine de toser para responder.
-Pero he estado contándote cosas sobre mí. Toda la tarde. Y si he estado hablándote de mí durante dos meses, no estoy seguro de qué otras cosas podría...
Su frase se detiene en un verbo cuando Jongin le pone una mano en el cuello. Jongin la retoma con una conjunción cuando Kyungsoo mira hacia arriba, sorprendido. Una sonrisa ilumina su cara entera, no es muy amplia y aún así es de oreja a oreja, sin dientes, pero más brillante que la luna y que todas las estrellas, mientras Jongin habla.
-Pero aún hay un montón de cosas que no me has contado. Me has contado cosas sobre el Kyungsoo que tenía 20 años. Kimchi spaghetti, chistes irónicos, almuerzos bajo un árbol. El que murió. Sin embargo, no me has hablado de mi hyung, del que vive, que canta canciones perfectamente desafinadas en un bar, que vive todos y cada uno de sus días como si fuera el primero y el último.
- Yo… -comienza Kyungsoo, y es cuando se da cuenta de que no tiene nada que decir. La mano de Jongin es cálida y pesada y perfecta sobre su cuello.
-Quiero aprender cosas sobre ti, hyung. No del tú de ayer, ni del tú de mañana. Del de hoy. Quiero saber cómo te sientes, por qué no has ido al bar hoy, cuál ha sido tu primer pensamiento al despertarte, si tienes cosquillas…
-Sí.
-¿Qué?
-Tengo cosquillas. -Y Kyungsoo no tiene ni idea de lo que está haciendo cuando pone su mano sobre la de Jongin, y siente el flujo de calidez en su palma-. Y me gusta que tu mano esté aquí. Es horrible. En el buen sentido.
Probablemente lo que Jongin quería era reírse, pero en algún punto su risa se descompone en toses que hace que los dos se doblen sobre sí mismos. Y mientras se tumban con los brazos en cruz en la playa, el uno junto al otro, con arena en el pelo y el océano entre los dedos, Kyungsoo acaricia el cuello de Jongin, siente cómo el aire entra y sale, silbante, y cierra los ojos.
-Yo también quiero saber cosas sobre ti. Hoy no quiero olvidarte.
Así que Jongin lo ayuda a recordar, traza todas las líneas, ángulos, pasados y futuros de Kim Jongin sobre la piel de Kyungsoo con labios y pestañas. El sueño es como cera, poliéster, poliestireno, lana, grafito, y lo envuelve antes de que pueda extender la mano e intentar aferrar las puntas de los dedos de Jongin.
-Mañana -dice Kyungsoo, en la periferia del sueño y la realidad. La mano de Jongin roza sus clavículas, sosegando sus plegarias- quiero verte bailar.
-¿Por qué?
-Cuando hablas sobre eso, es como si te iluminaras un poco… Quiero ver cómo te iluminas del todo. Brillando. Inundado de luz. ¿Como las luciérnagas?
Cuando Kyungsoo vuelve a despertarse, tiene arena entre los dedos de los pies, el océano en las puntas de su pelo, y hay luciérnagas en su habitación. Docenas de pequeñas luciérnagas en la oscuridad antes del amanecer, resplandeciendo como estrellas sobre el agua, brillando en su pequeña habitación con el techo demasiado bajo y las paredes demasiado estrechas. Las mira, perplejo por su presencia, pero aún más por la extraña necesidad que siente de volver a hundir la cabeza en su almohada y echarse a reír.
-He venido a recogerte -dice el hombre que hay en la puerta. Se llama Jongin, piensa Kyungsoo, pero no puede recordar dónde ha oído ese nombre antes. Y cuando frunce el ceño y se pone a comprobar sus notas, Jongin lo atrae hacia sí y le da un breve beso en los labios-. Creo que eso debería ser un mejor recordatorio.
Antes de que Kyungsoo tenga la oportunidad de apartarlo, aunque no se sabe si realmente lo habría apartado o no, Jongin echa el brazo sobre sus hombros y lo arrastra fuera del apartamento.
-Venga, vámonos.
-¿Pero dónde… -se queja Kyungsoo cuando Jongin prácticamente lo tira por encima de la ventanilla de un descapotable de apariencia asquerosamente cara, una cosa traicionera aparcada junto al bordillo, todo exteriores negros e interiores blancos acolchados, sin molestarse ni en abrir la puerta- …vamos?
-A ver luciérnagas -dice Jongin, escondiendo las toses en sus mangas, y sólo cuando Kyungsoo alza la vista se da cuenta de que el chico tiene una sonrisa de oreja a oreja-. Luciérnagas de verdad.
-¿Pero dónde? ¿Hay algún campo por aquí cerca? -pregunta, pero Jongin no le dice mucho, sólo enciende la radio y pone música pop a todo volumen para llenar el aire, y quizá para disimular su sonrisa de obscena satisfacción.
El coche pasa a toda velocidad por callejones maltrechos, bajo la sombra de los rascacielos y por los suburbios llenos de hierba, cada vez era más de noche. En un momento dado, Kyungsoo se da cuenta de que Jongin saca el brazo por la ventanilla y lo deja colgando, y reúne el valor para hacer lo mismo. El viento acaricia los nervios de su piel, sopla chispas en sus cabellos. Es una emoción pequeña, pero lo suficientemente grande como para hacer que su corazón lata un poquito más rápido. Kyungsoo empieza a cantar, con la voz excitada y perceptible sobre el sonido de la radio, y sabe que Jongin está mirando cómo las corrientes invisibles se arremolinan tras sus dedos. Altibajos del color de sus melodías errantes.
Salvo porque en lugar de ir a un campo, o a un parque, Jongin detiene el coche frente a un almacén abandonado. Kyungsoo se gira hacia él, mirándolo boquiabierto.
-Creía que habías dicho que íbamos a ver luciérn...
-Espera -lo interrumpe Jongin, y Kyungsoo entiende que no le va a decir nada de todo esto hasta que haya pasado, así que deja que Jongin lo saque del coche con sus dedos entrelazados casi demasiado fácilmente con los suyos, haciéndole promesas de humo colorido y luz y magia que parecen tener muy poco que ver con luciérnagas reales.
De hecho, no tiene prácticamente nada que ver con insectos, y mucho más con un par de guantes transparentes y una explosión de llamas a su alrededor, y una sonrisa traviesa e irregular en los labios de Jongin cuando le pide a Kyungsoo que preste atención. La puerta se cierra de golpe, la luz de la luna se minimiza y Kyungsoo se queda sin aliento.
Jongin es un atisbo fugaz de músculos en tensión y gracia fluida deslizándose por el espacio, pero por encima de todo eso, hay verdaderas líneas de luz saliendo de sus manos. Ríos de verde y azul y amarillo brillante que se derraman de sus manos y flotan como humo color neón y agua. Pinta sus dedos con una precisión milimétrica y deslumbrante.
No hay música, sólo la melodía susurrante de sus pulmones: las inhalaciones infinitas de Kyungsoo, largos diminuendos (y eso cuando se acuerda de respirar); las rápidas exhalaciones de Jongin, crescendos agudos cuando sus talones húmedos se deslizan sobre el cemento mojado y sus palmas cortan la fluorescencia líquida de la noche.
Y entonces Jongin le hace un gesto a Kyungsoo para que se acerque, un simple movimiento de su dedo índice en realidad, pero Kyungsoo siente su corazón latiendo furiosamente mientras se acerca torpemente, y casi se le sale del pecho cuando de repente, Jongin recorre con una mano la parte delantera de su camiseta, un barrido desde su cuello hasta su pecho con las palmas abiertas. Aunque los colores son etéreos y se desvanecen en el aire, el tacto de Jongin permanece sobre él, cálido e inolvidable.
-Las luciérnagas de verdad -dice Jongin con una amplia sonrisa- iluminan a la gente desde dentro.
-¿Pero qué estás diciendo? -ríe Kyungsoo, y aún se ríe más cuando ve que Jongin empieza a sonrojarse.
La respuesta de Jongin empieza como un tartamudeo, pero desaparece bajo un ataque de tos intermitente y entre sus hombros inclinados y temblorosos. Hay gotas de sudor en su frente.
De alguna manera, no parece nada bueno.
Hay ciento veintidós kilómetros que separan la mansión en el aire de Jongin del ruinoso bar de Kyungsoo, y en algún punto intermedio Kyungsoo agarra la mano que Jongin tiene sobre el volante y lleva el coche hacia un lado.
-¿Estás bien?
-¿Qué quieres decir?
-Las pastillas… Perlas de benzonatato, Phenergan, Codeína... ¿y cómo se pronuncia este otro? Y tus toses, ¿y qué…? -Kyungsoo señala un objeto pequeño, de plástico y con forma de media luna que hay en la guantera-. Tú… ¿Esto es… para el vómito?
Jongin palidece.
-No. No lo es.
-Estás enfermo, ¿verdad?
El silencio que sigue a la pregunta es lo más ruidoso que ha escuchado Kyungsoo en su vida. Finalmente, Jongin mira hacia otro lado, en la distancia. Kyungsoo observa cómo su nuez sube, vacila un momento y vuelve a bajar; y de repente, se arrepiente de haber preguntado. Todo se desmorona, se desgarra por las costuras cuando musita débilmente.
-¿Qué es? No es terminal, ¿n...
-Mis pulmones.
No hay nada más en el aire que respiraciones pesadas, y tal vez el sonido de un sollozo en la garganta de Kyungsoo.
-Cuántos… ¿Cuántos meses… días…? -pregunta, sin energías, está más cansado que las cenizas que se derrumban al final del cigarro de Jongin. Encendiéndose, y desvaneciéndose hasta que quedan grises. Encendiéndose y desvaneciéndose. Desvaneciéndose.
-El médico dijo que dos años -y Jongin intenta sonreír, con el cigarro entre los labios, colgando entre la broma y la tristeza-. Es bastante tiempo, considerando que sólo he estado vivo durante veint...
-No. Deja de fumar.
Jongin parpadea lentamente, y su voz se vuelve un hilo de risillas disimuladas. La incomodidad es palpable.
-¿Y qué vas a hacer al respecto? Me voy a morir de todas formas. Dos años, dos años y medio, ¿cuál es la diferencia? Es cuestión de tiempo, y tampoco es que te vaya a importar tanto, al fin y al cabo, no puedes recordar lo que hicimos...
Su mandíbula es cortante y dura contra los nudillos de Kyungsoo, y Kyungsoo casi no puede creerse que le acabe de pegar un puñetazo a Jongin mientras que la cabeza de éste choca contra el reposacabezas. Se le cae el cigarro, y aterriza en el asiento.
-Esto -temblando, con los dientes castañeteando unos contra otros, Kyungsoo coge el cigarro y ve cómo el humo sale de él- es lo que voy a hacer al respecto -dicho esto, se lo mete en la boca. Aún está encendido, y el dolor cuando quema el interior de su boca no es abrasador, sino punzante. La clase de dolor que desgarra la carne de Kyungsoo, del tipo que rebana todos los nervios y duele, duele muchísimo.
Los ojos de Jongin miran impasibles cómo Kyungsoo mastica y se traga el cigarro, las hebras de tabaco, el papel y el filtro duelen como cuchillos contra las quemaduras. El humo desciende por su garganta y Kyungsoo tose un poco, frías lágrimas se acumulan en sus ojos. El tabaco sabe a basura y a medicina, y sabe aún peor bajo la mirada inexpresiva de Jongin.
-La próxima vez que te vea fumando, -Kyungsoo se lo traga todo, su lengua grita de agonía al presionarse contra su paladar- haré esto otra vez. Porque sí, sí, el tiempo no tiene importancia para mí. La verdad es que daría lo mismo si me muero hoy o mañana, ¿no es así? Si crees que tienes el derecho de distanciarte así de mí, ¿por qué no podría hacerlo yo?
-Eres un puto idiota, hyung.
Kyungsoo siente demasiado dolor como para responder, pero en cierto modo está de acuerdo.
-Qué raro, el escritor ese ya no fuma nunca -señala Minseok la primera noche que Kyungsoo aparece por el bar en semanas, al parecer. Toma un rápido trago de agua y mira a los músicos antes de volverse hacia Kyungsoo-. Antes se fumaba los cigarros a puñados, te lo juro. Y luego están los trajes caros que solía llevar, no sé, parece que es un tío completamente diferente.
Kyungsoo retuerce la lengua distraídamente para acariciar con ella la quemadura que se había hecho hacía un tiempo, y sigue la mirada de Minseok hasta un hombre que está disimulando una amplia sonrisa condescendiente, sentado al otro lado de la habitación. Son las doce y media, y el bar está a rebosar de gente que charla animadamente, pero en el segundo en que sus ojos se cruzan lo único que Kyungsoo puede ver es a ese hombre y la forma de sus labios, el brillo oscuro que hay bajo sus pestañas. La habitación entera se vacía en un abrir y cerrar de ojos hasta que lo único que queda es Kyungsoo y el hombre de la chaqueta de cuero. Silencioso, incoloro, surrealista.
En algún momento, la música empieza a sonar y Minseok mantiene un tono melodioso. Kyungsoo mueve su mandíbula arriba y abajo instintivamente, porque sabe que es la señal de que tiene que unirse a la canción. El micrófono pesa en sus manos y espera a su voz, pero no sale nada. Graznidos secos y parpadeos veloces y entra en pánico, aún más cuando escucha cómo Minseok da golpecitos con el pie en el suelo en señal de impaciencia.
El hombre al otro lado de la sala arquea las cejas, mueve los labios formando unas palabras que Kyungsoo no llega a entender, y levanta una mano con indecisión. Perplejo, Kyungsoo ve cómo sus dedos bailan en el aire, y entonces el sonido de un piano aparece de ninguna parte, brilla alto y claro y todo se arregla, ya lo entiende todo. La melodía viaja a través del cuerpo del hombre, guiándola hasta que forma curvas por todas las esquinas y Kyungsoo cree que es el hombre más hermoso, el artista más hermoso del planeta. Las notas fluyen de las puntas de los dedos del hombre hasta su corazón como si ese fuera el único propósito de su existencia.
Es una noche de un mes de septiembre, o tal vez de octubre, cuando Kyungsoo realiza su mejor actuación para un bailarín con una chaqueta de cuero. Y después, mientras Kyungsoo espera que Minseok reparta las propinas, el bailarín se abre paso hacia él por entre las mesas con una sonrisa tímida.
-No tengo paraguas.
Kyungsoo parpadea, acaba de darse cuenta de que la lluvia está golpeteando contra la ventana. Minseok le da un suave codazo.
-Dice que no tiene paraguas.
Kyungsoo sigue parpadeando, hasta que al final el bailarín suspira y pasa su brazo alrededor del cuello de Kyungsoo despreocupadamente, un gesto claro de que lo ha hecho más de una vez antes, y empieza a arrastrarlo hacia el exterior.
-Vamos, vamos. Acompáñame a casa, hyung.
Cuando oye la palabra hyung, Kyungsoo piensa inmediatamente en la última página de su libro de recortes, la que no tiene foto, la que habla de un hombre que en realidad es un chico, un escritor que en realidad es bailarín, un vecino que en realidad es mucho más. Kim Jongin. En un lado de la página había una nota que decía que tenía que fingir no haberla leído nunca, porque Kim Jongin no quería ser recordado.
Así que Kyungsoo finge que no sabe que Jongin es su vecino.
-¿Dónde vives?
-Sé que lo sabes.
-Te juro que no lo sé.
-En tu apartamento.
-No es así.
-Sí es así.
Kyungsoo gruñe, Jongin sonríe, y Kyungsoo sabe que no le queda más opción que llevarlo allí.
Seúl a la una de la madrugada huele a tierra húmeda, a abrigos empapados y al suavizante de Jongin. Kyungsoo se ofrece a sostener el paraguas, quizá para que sus nudillos puedan rozar el hombro de Jongin cuando las líneas no paralelas que forman sus caminos se acercan demasiado. Su relación puede resumirse en dos siluetas esbeltas, hombros que apenas se tocan, pisadas en la acera húmeda en algún punto entre el anochecer y el amanecer. Es una imagen llena de ingenuidad adolescente, sonrojos adolescentes y frases repentinas como me gustas y pero qué dices, y voy a besarte y labios ásperos, caricias suaves, bocas que sonríen y se mueven a tientas entre nudillos y muñecas.
-¿No es un poco aburrido utilizar siempre el mismo color? -señala Jongin mientras Kyungsoo va de un lado de la habitación a otro, arreglando y reorganizando y quitando motas de polvo de todo lo que ve porque todo parece un desastre cuando hay un invitado.
-Sería un quebradero de cabeza si lo hiciera de otra manera -responde Kyungsoo, alisando con las manos las últimas arrugas de su edredón.
-Sí, pero así no puedes distinguir lo que es importante de lo que no. Todo es verde, como la hierba. Tienes césped en la pared -Jongin se ríe incómodamente de su propio chiste, mientras que Kyungsoo abandona la limpieza y se sienta en la alfombra-. Ah, hoy no pillas el humor, ¿eh?
-Así que… ¿qué… eres? -Kyungsoo no sabe exactamente cómo abordar el tema, porque ya sabe la respuesta y en realidad todo esto son formalidades, fingir que no conoce a Jongin cuando siente que sí que lo conoce y cuando ha memorizado cada línea que hay escrita en el libro de recortes sobre él.
-Soy escritor.
-¿Pero no eras bailarín?
-Antes lo era -Jongin camina a través de la habitación, inclinando el cuello ligeramente porque el techo es demasiado, y se deja caer junto a Kyungsoo. Sus pies pegan perfectamente juntos, sus dedos apenas se tocan y todo son líneas rectas-. Cuando era joven, hice algo de ballet.
Kyungsoo le pide a Jongin que le explique cómo es el ballet, porque nunca lo ha visto antes, y Jongin decide hacerle una demostración en vivo con sus dedos.
-Aquí está la cabeza y esto son las piernas; uno, dos, y tres -un arabesque, lo llama- y cuando saltan así, se llama grand jeté, y… dame tu palma -un giro de la muñeca, sus uñas giran y arrancan una risa de la palma de Kyungsoo-, fouetté en tournant -y su sonrisa desaparece y se convierte en una curiosa fijación cuando los dedos de Jongin se escabullen por el borde de su palma y van hacia el dorso-, aquí un sissonne, uno, y dos, y… -los dos dejan de respirar momentáneamente, cuando sus dedos cruzan la muñeca de Kyungsoo y suben por su antebrazo, su brazo, hombro, clavícula, cuello, labio inferior, y se detienen.
Jongin saca una amplia sonrisa de la boca de Kyungsoo con su pulgar, y se inclina para borrarla con la suya propia y es un beso dulce y casto al que Kyungsoo se entrega.
Pero cuando la mano de Jongin se desliza por su cintura para atraerlo aún más cerca, Kyungsoo se separa de él jadeando.
-Espera. No.
Aún aturdido, Jongin mantiene la mirada fija en la boca de Kyungsoo mientras éste se levanta rápidamente y se apoya en el borde de su escritorio, incómodo.
-Yo ni siquiera… No te conozco. Quiero decir… Quiero decir, la verdad es que no recuerdo… -y pierde el hilo de lo que dice cuando Jongin se levanta, lo agarra de la mano y la pone sobre su pecho. Siente los atronadores latidos del corazón de Jongin, el débil pulso de Jongin, y los susurros de Jongin sobre el lóbulo de su oreja.
- Escucha -dice Jongin-. Este soy yo, enamorado de ti -y lleva sus manos al pecho de Kyungsoo, y de repente éste se da cuenta de lo rápido y lo fuertemente que le está latiendo el corazón en su pecho, y del repentino calor que siente en las mejillas-. Y esto… suena como algo conocido, ¿verdad?
Hay un juego en los ojos de Jongin, y un reto en la leve separación entre sus labios y Kyungsoo no tiene ni idea de lo que está haciendo, pero en el momento en que Jongin pone la mano sobre su rodilla todo se prende, se convierte en dedos que se hunden en nucas y un enredo de lenguas y falta de aliento y rodillas que chocan contra caderas. Es casi natural cómo se derrumban todos los muros invisibles que hay entre ellos, cómo extienden las manos para tocar la realidad en la piel del otro. Manos que se guían sobre manos y labios sobre labios y encajan de manera tan perfecta, líneas rectas contra curvas y rapidez contra vacilación. Caen el uno en el otro infinitamente hasta que tocan fondo, hasta que Jongin lo tiene levantado contra la pared, y sus piernas chocan contra las costuras internas de sus muslos y su aliento arde sobre la base de su cuello.
A Kyungsoo se le olvida respirar cuando Jongin rompe el silencio, abriendo la cremallera de su pantalón de golpe y bajándole los vaqueros y la ropa interior de una sola vez. No sabe a dónde mirar, la verdad, porque nunca ha hecho esto antes, y Jongin parece conocer perfectamente el procedimiento cuando envuelve su miembro con una mano, acariciándolo con unos dedos cálidos hasta que Kyungsoo está tan duro que casi duele. Mueve las caderas instintivamente, y parece que Jongin se da cuenta de cómo se está conteniendo y estudia a Kyungsoo por debajo de sus pestañas.
-Está bien, iremos despacio.
Aunque la definición de despacio puede ser subjetiva, Kyungsoo está absolutamente seguro de que Jongin está sobrepasando los límites cuando abre la boca y después la cierra en torno a su miembro para inmediatamente deslizarse hacia abajo, sus labios furiosos y ardientes y embriagadores, su lengua se mueve rápidamente sobre la punta y presiona de forma impaciente la parte inferior de su miembro. Inclinando la cabeza hacia atrás, Kyungsoo embiste en la boca de Jongin, vacilante, aunque la vacilación se esfuma en el momento en que Jongin gime y el nudo de placer se desata en su interior. A partir de ahí, todo es calor y gemidos, uñas arañando nucas, suspiros prefijos de jadeantes y agudos «Jongin, Jongin», y gemidos graves sufijos de estremecimientos silenciosos entre dientes apretados.
Cuando Kyungsoo está a punto de eyacular, Jongin se retira y lo estampa contra la pared, su boca ferviente susurra veloces instrucciones de «quítame los pantalones» entre, «ahora mismo» corrientes de, «con los» electricidad, «dientes». Mientras Kyungsoo sigue sus instrucciones sílaba por sílaba, Jongin se quita la camiseta y la tira a un lado antes de premiar a Kyungsoo con una hilera de besos desde su boca hasta su mandíbula, y más abajo, bajando por su cuello hasta llegar a su hombro y desde ahí desciende a lo largo de su brazo hasta que encuentra la unión de sus dedos. Lentamente, con los ojos fijos en los de Kyungsoo, lame sus dedos unidos. Mientras Kyungsoo se abandona a la calidez de la lengua de Jongin, éste lo empuja sobre la cama.
El primer dedo que Jongin introduce dentro de Kyungsoo duele, el segundo es una agonía ciega, y Kyungsoo espera que Jongin le quite el dolor a besos, pequeños mordisquitos que lo distraen por todo su cuello. Se relaja cuando Jongin empuja aún más adentro, y entonces es cuando sus caderas se mueven solas para sentirlo mejor. Una fuerte ola de placer lo deja atontado, abre la boca pero no sale ningún sonido. Jongin recuerda dónde está ese punto, y cuando sustituye sus dedos por su miembro es ese mismo punto el que toca, el mismo punto que hace que Kyungsoo pierda el control. Un sonido entre un gruñido y un grito sale de su garganta, y Jongin le aprieta el muslo antes de embestir otra vez, más fuerte y más rápido, y sigue y sigue hasta que Kyungsoo eyacula sobre su estómago, y continúa hasta que de repente, él mismo suelta un intenso gemido.
Ambos caen juntos sobre la cama, y Kyungsoo se preocupa por si debería levantarse a plegar las prendas que Jongin ha ido tirando por todas partes, y Jongin por envolver la cintura de Kyungsoo con sus brazos de la manera más perfecta. El borde de la camisa de Kyungsoo, impregnada con el olor a humo de tabaco y con la húmeda transición entre el otoño y el invierno, se arruga en el lugar donde sus caderas se juntan. Jongin desliza lentamente su mano por los botones, desabrochando cada uno de ellos, tomándose su tiempo y con el zumbido sordo del placer en su garganta.
-Sabes, no te he dicho en ningún momento que me llamo Jongin. ¿Cómo lo has recordado?
Kyungsoo se sonroja, su cara pasa de ser rosa a rojo e intenta hundir su rostro en la almohada.
-Lo sabías, ¿verdad? Que tengo una página sobre ti en mi libro.
-Por supuesto que lo sabía -murmura Jongin, y Kyungsoo se pregunta por qué parece que está resollando… como si hubiera estado respirando así, con dificultad, tal vez desde el principio-. Tengo una llave de tu apartamento, y ni una pizca de sentido de la intimidad o de la obediencia. Pero parece que tú tampoco lo tienes, puesto que has escrito sobre nosotros aunque te pedí que no lo hicieras.
-Pero lo habría seguido escribiendo -dice Kyungsoo-. Quiero recordar esto. De verdad, yo… Quiero tener… Sólo quiero… una relación. Quiero tener una relación real contigo, en la que podamos hablar de lo que hicimos ayer o antes de ayer…
Jongin no dice nada, sólo oculta su nariz en la nuca de Kyungsoo, aún respira pesadamente.
-Mañana, mañana, por favor, no dejes que te olvide, Jongin. Quiero recordar esto, quiero recordar lo que somos.
-No te preocupes, hyung. Soy escritor. Me gano la vida recordando cosas.
Se mantienen despiertos toda la noche. Jongin prepara tazas de té aguado y se las toman en el balcón de Kyungsoo, con las piernas extendidas y cruzadas con las del otro, los dedos de sus pies se tocan. Kyungsoo intenta hablar de todo lo que se le ocurre, cualquier cosa para mantenerse despierto porque cuando se quede dormido, todo se acabará; las hermosas estrellas y esa sensación cálida que hay en su interior y la increíble suavidad de la piel de Jongin deslizándose sobre la suya, los tremendos contrastes. Divaga sobre lo genial que se veía Jongin mientras bailaba en el bar de esa manera, sobre lo perfectamente que encajaban sus voces y movimientos, sobre lo claro que estaba el cielo y sobre que el hombre del tiempo había dicho que mañana llovería.
Pero finalmente, los párpados de Kyungsoo se vuelven insoportablemente pesados y se acurruca junto a Jongin, consciente sólo a medias de la fría brisa que envuelve su piel y de las líneas que Jongin dibuja sobre su cuello. Jongin coloca su cabeza en su regazo, y le acaricia el pelo, continuando con las palabras de Kyungsoo como si nunca se hubieran detenido, porque quizá las cosas no tienen por qué acabar tan pronto. Porque él también tiene esperanza.
Pero el sueño se lleva a Kyungsoo, al fin y al cabo.
En los últimos segundos del verano, las horas siempre son demasiado cortas y los segundos demasiado largos. Los días cada vez duran menos y aunque Kyungsoo no puede decir que tiene prueba alguna, la inquietud lo atenaza con cada puesta de sol y puede sentir cómo permanece en el aire en torno a él. Rellenando las arrugas de su piel, deslizándose por su columna, derramándose por los dedos de sus pies. Un anhelo. Un temor. El frío del invierno, la lluvia sin comienzo, las mismas horas que sabe que ya han pasado antes. Y entonces llega la noche y lo pinta todo de blanco.
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