Soy una fanática perdida e irredimible de la filosofía y eso se nota en cada cosa que hago, pienso siempre en escala de grises, las generalizaciones me parecen lo más odioso del mundo y creo que todo es a su vez complejo y simple, depende de la perspectiva.
Quería compartir con ustedes una pequeña ponencia que escribí para un congreso de filosofía, reflexiones sobre lo que somos y lo que nos representa más: El lenguaje.
_______
Toda lengua es un templo
En el que está encerrada
El alma del que habla.
Oliver Wendell
El lenguaje: Una paradoja de la racionalidad humana
Cuando recorremos vertientes tan extensas como las que atañen el estudio de la naturaleza humana hemos de encontrarnos siempre con una curiosa paradoja: El sólo hecho de plantear una incógnita sobre cualquier fenómeno humano lo hace ya un enigma de un enigma. En efecto, el ser hombre, aquello que nos hace “especiales” entre comillas, está enmarcado aún en un gran interrogante y se encuentra rodeado por un halo de misterio, ideas planteadas y contradicciones aparentes, nos hemos convertido a nosotros mismos en seres tan complejos que hemos acabado por sucumbir ante nuestra propia incapacidad de conocernos, impulsados, además por cierto egocentrismo del que siempre hemos sido víctimas, el ser humano se ha visto incapaz de reconocerse como animal, se ha visto incapaz de reconocerse como algo concreto, de reconocer sus alcances o su destino y hemos terminado por caer en el error de no reconocernos en absoluto. ¿Cómo podemos entonces definir los rasgos que hacen propio nuestro lenguaje, que lo convierten en algo distintivamente humano, cuando siquiera hemos logrado establecer las características específicas que nos representan a nosotros mismos?
Frente a este interrogante, se hace necesario analizar algunas corrientes de pensamiento ya establecidas y que nos pueden ayudar en la resolución de esta cuestión. Podríamos comenzar afirmando, que el ser humano no es más que un primate excelsamente desarrollado, un mamífero de enorme éxito evolutivo que por selección natural, ha llegado a tener las características de las que hoy goza, en cuyo caso la evolución del lenguaje - el logro más grande de nuestra especie - se reduciría fácilmente a ser explicado como una cooperación exitosa entre genes que hizo del hombre el organismo dominante. Sin embargo, esta respuesta resulta vana y pretenciosa al mismo tiempo, vana, porque cientos de pensadores a través de la historia han creído ver en el hombre, en el pensamiento del hombre, mucho más que simple ADN; y pretenciosa, porque una proposición que resulta tan simple, deja de lado una concepción social, moral y cultural, y es posible, que no exista idea más ligada al ser humano que la de cultura.
En efecto, ser o no descendientes de los primates, y como lo establece Darwin, encarnar un éxito evolutivo de la selección natural, no le confiere al ser humano en absoluto un carácter distintivo semejante al de un animal biológica y psicológicamente más desarrollado; no es el hecho de un cerebro más complejo lo que nos convierte en la especie dominante. Sino la idea de que el ser humano, en tanto concepto y en tanto realidad psicofísica, implica un halo de indeterminación que a simple vista es difícil dilucidar. Cada opinión o intento de comprensión sobre el asunto, no constituye otra cosa que una visión particular, y es por lo tanto, una manifestación subjetiva o una subjetividad que pugna por alcanzar un carácter totalizador. Entonces, si hasta el momento ha sido imposible llegar a un acuerdo y los datos arrojados por la experiencia han sido insuficientes para explicar la naturaleza del ser humano ¿Qué somos?
Múltiples respuestas han sido planteadas a semejante incógnita desde la ciencia - entendida esta como la aplicada y dirigida - y desde la filosofía. En ambos casos, no se han escatimado los intentos por alcanzar la rigurosidad y exactitud de las definiciones. Para comprobar esto, basta con evocar algunos postulados que ilustres pensadores han dejado como una herencia a la memoria sobre el conocimiento del hombre y en general de la humanidad: Por ejemplo, desde la ciencia física, el ser humano es una manifestación de la energía de fondo, un punto en el vacío cuántico, existimos como parte cósmica de un universo paralelo con otros, articulado en nueve dimensiones; somos energía concentrada en átomos. En tanto que la Química, propone desde la especificidad de su saber, un concepto de ser humano equiparado al de estructuras formadas por elementos y sustancias, o también denominados, compuestos de compuestos, en los cuales cada minúsculo resquicio de nuestro comportamiento está encadenado y regulado por reacciones que responden a las leyes fisco - químicas. De la misma forma, las ciencias naturales, hija legitima de las dos anteriores, las toma como referencia y las recrea en la síntesis y el estudio de una sola sustancia, aquella que potencia la vida y que define los organismos: El ADN, la información genética, todo lo que fuimos, somos y llegaremos a ser se reduce a una serie de bases nitrogenadas denominadas nucleótidos.
Y no obstante, disciplinas como la filosofía siguen poniendo de manifiesto que, tal vez, nuestra naturaleza abarca mucho más que ininteligibles realidades matemáticas y ecuaciones vectoriales. Somos, quizá, todo lo anterior y nada a la vez. Porque, justamente, y a pesar de su carácter sistemático y exacto, cada una de esas ciencias nos convierte en variables, en figuras planas y en operaciones predecibles, que hacen abstracción de un componente de carácter inmaterial o no comprobable, difícilmente explicable, subjetivo en extremo, pero que en definitiva existe, al menos dentro de lo que es el ser humano. En efecto, la Física nos priva de carácter y razón, la Química nos arrebata la voluntad, y las ciencias naturales apartan de nosotros el azar y la casualidad.
No en vano Pascal se interroga a sí mismo cuando pregunta <<¿Qué es el ser humano en la naturaleza? - y se responde - Nada comparado con el infinito y todo comparado con la nada, un eslabón entre la nada y el todo, pero incapaz de ver la nada de donde es sacado ni el infinito hacia el que es atraído>> Semejante definición denota el carácter de insuficiencia por parte nuestra al momento de establecer con rigurosidad una concepto que reúna los elementos esenciales que componen la naturaleza humana, especialmente si aceptamos la infinitud propia que nos constituye - aun cuando nuestra corporeidad es contingente - reivindicando la postura de Chardin, sobre la infinitud de nuestra naturaleza, pues en últimas, la existencia del hombre es cortada transversalmente por tres infinitos: Lo infinitamente grande, lo infinitamente pequeño y lo infinitamente complejo.
Es necesario, entonces, abstenerse de las afirmaciones absolutas y huir de los juicios apresurados cuando se intenta ahondar en la definición propia de algo que surge - el lenguaje - y de lo que aún se desconoce - el hombre -. Atendiendo a la naturaleza enmarañada del ser humano y constituida como una madeja interminable de recovecos sin claridad, pretendemos poner el lenguaje al mismo nivel. Partamos de un hecho comprobable: El hombre en términos aristotélicos, es un animal político y por ende, es un ser de relaciones, por lo cual es innegable que se autopone como sujeto de una relación consigo mismo, con su entorno y con sus semejantes, todo lo cual nos permite concluir que el ser humano es fundamentalmente comunicación y relación. Y la comunicación, en este orden de ideas, vista como un factor esencial para la interacción humana, no sólo puede ser considerada como la necesidad causal, sino como el referente necesario para la emergencia del lenguaje.
El lenguaje descrito formalmente, es considerado como “la facultad de expresarse”, o de modo más riguroso como "el conjunto sistemático de signos que permiten la comunicación"; no obstante, ni una ni otra definición describe propiamente una característica humana dentro del lenguaje. Si analizamos en detalle esta idea, es posible concluir que la primera alude a una capacidad, que dicho sea de paso, no es garante exclusivo de la naturaleza humana, pues, en cierto sentido, los animales también gozan de la capacidad de comunicarse entre ellos; la segunda idea hace referencia a un medio o vía a través del cual se lleva a cabo la comunicación, ese conjunto de símbolos implica complejidad, y sabemos que desde la perspectiva racionalista, a mayor grado de complejidad mayor existencia de razón, y la razón es hasta ahora la bandera con más ahínco enarbolada, que representa nuestro gran orgullo y nuestra gran particularidad, pues aun cuando nuestra naturaleza es integral, poseemos en parte un fuerte componente racional.
Por otro lado, y atendiendo a la segunda definición, este conjunto de símbolos no es único en su totalidad, pues tal como lo advirtió Wittgenstein en su obra Investigaciones Filosóficas, es imposible que exista un lenguaje privado, dado que para él, el lenguaje es un conglomerado de juegos, cada uno con sus propias reglas, y puesto que estas reglas no pueden ser privadas, existen tantos” juegos” como interpretaciones de un mismo problema puedan haber; los “juegos del lenguaje”, además, pertenecen a una colectividad y nunca a un individuo sólo. En este orden de ideas, el lenguaje no es entonces, una única y distinguible característica, capacidad o conjunto, sino una serie de “posibilidades” que permiten la salida - adviértase el énfasis - de una parte del individuo para transmitirla a otro.
Martin Heidegger, en la abultada riqueza y extensión de sus reflexiones, también abarcó el problema del lenguaje y la relación con el ser, desde una perspectiva diferente. Heidegger partió desde la concepción del lenguaje como medio o expresión. Esta idea ampliamente explicada y defendida por Aristóteles en la Antigua Grecia, apunta hacia la significación del lenguaje, es decir, en primera instancia que el lenguaje es artificial, y en segundo lugar que es una interpretación o una expresión comunicativa del pensamiento. El lenguaje desde esta perspectiva puede ser entendido como la consecuencia de la capacidad de simbolizar. A su vez la función simbolizadora mora en el grupo de los rasgos característicos y únicos del ser humano, ya que sólo él puede expresar la realidad bajo formas representativas, signos convencionales afines únicamente a su mundo y entendimiento, es nuestro pensamiento y nuestra razón lo que nos permite crear y entender dicho sistema (el simbólico) que raya en el límite de lo abstracto. El lenguaje entonces, según Aristóteles es un sistema compuesto de símbolos y signos, el mismo potencia el pensamiento, pues es vía para expresarlo y exteriorizarlo. Heidegger, sin embargo, si bien no considera inexacta, menos incorrecta esta concepción, la contrapone como ajena a la verdadera esencia del lenguaje. La innovación real en el pensamiento de Heidegger, estriba en la propuesta ser - lenguaje, Heidegger le otorga al lenguaje un sentido profundamente ontológico, pues para él la verdad del ser se devela en el lenguaje:
<
Heidegger encara entonces la concepción tradicional que juzga el lenguaje como “la exteriorización de un organismo o la expresión de un viviente.” (Carta sobre el humanismo, p. 22.), y propone una vuelta hacia una visión menos funcional y más sustancial. Para Heidegger el lenguaje es en esencia advenimiento iluminador -velador del ser mismo. Además, considera que el lenguaje es un fenómeno histórico y la cara representativa de cada época, en este punto podríamos suponer que el hombre como ente cambiante a través de su historia ha modificado junto con él, los atributos de su naturaleza, permitiendo, por tanto, que el lenguaje se desarrolle y se despliegue.
La evolución del lenguaje, no obstante fue una idea ya antes planteada por Darwin, desde una postura, empero, un tanto más científica y menos ideal. Darwin lo explicó de manera simple, corroborando que la selección natural, no se constituía en fuerza impulsora únicamente de organismos materiales, pues - y hagamos una pequeña acotación en este punto - el lenguaje además puede ser visto como un organismo, un ente abstracto con todas las particularidades propias de un ser vivo, cambiante, diferenciable y evolutivo. Bien lo señaló Max Müller al afirmar que <
> Y subrayó Darwin, aludiendo a esta misma explicación que <> (Charles Darwin Notebooks, 1838 -1839)
El lenguaje, por consiguiente, ha sido siempre parte constitutiva de la naturaleza humana, no como invento desdeñoso del hombre que aprendió a utilizar sus cuerdas vocales y su cerebro en concordancia para dar como resultado una expresión coherente, sino como parte ligada a nuestra propia existencia. Retomando a Heidegger quien afirma que “la vida humana es esencialmente actividad intencional enmarcada por un contexto social”, (aquí hacemos referencia - hay que aclararlo para no caer en contradicción - no a la esencia del lenguaje en sí, sino a la instrumentalización del mismo), nos expresa, de hecho, que el lenguaje es el medio fundamental de la mente-expresiva. Es, además, la práctica social por excelencia, pues no se concibe sociedad sin comunicación e interacción, por lo cual se constituye en una respuesta genial del hombre a través de la historia.
Historia, es necesario decirlo, que comenzó a gestarse cuando el hombre tomó conciencia de sí mismo, al reconocerse como un individuo irrepetible, a pesar de los rasgos físicos que lo diferencian de manera particular pero que lo circunscriben como un ser perteneciente a la misma especie, y que lo condujeron a reconocer al otro como una manifestación psicofísica perteneciente a la misma categoría. La evolución de los instintos básicos hacia una respuesta capaz de ser direccionada según la situación y la voluntad, nos transformó en seres capaces de pensar, de reflexionar, de razonar, facultad que paulatinamente le permitió al ser humano fundar las bases de una sociedad menos desigual y más justa.
El advenimiento del lenguaje como facultad y acción de comunicarse, nació mucho antes que la existencia humana; en tanto que como medio o vía alternativa, brotó aferrado a la necesidad de expresión, de relación, incluso de memoria y legado pues los símbolos y su significado, además de constituirse en formas escritas, están ligados a la idea de permanencia, al después de, a la trascendencia en su sentido más básico. Pero el lenguaje como rasgo ontológico, como casa del ser prorrumpe en el mismo inicio de la historia del hombre, y es aquí cuando toma sentido la esencia del lenguaje, defendida tanto por Heidegger, al situarlo en el advenimiento iluminador-velador del ser mismo. No es que el pensamiento permita o propicie el desarrollo del lenguaje, es el lenguaje como la verdad a la que Heidegger deseaba llegar, el que permite pensar.
Esta nueva óptica, convierte en primera instancia al lenguaje en la base de nuestro pensamiento, una suerte de morada que propicia su salida. No es ya un invento, no es ya artificial, se transforma en algo intrínseco a la naturaleza del ser humano, sustancial, vital, connatural a su esencia y cooperativo con la existencia.
Y es, justamente, eso lo que podríamos asegurar que hace verdaderamente propio el lenguaje e inherente al ser humano; se trata pues de una nueva comprensión del mismo en relación analógica con la naturaleza humana comprendida esta relación desde una perspectiva metafísica, abstracta, relativa, enigmática, cambiante, y sobre todo compleja, que establece límites entre lo real y lo fantasioso, o para decirlo en términos del mismo Wittgenstein, que “impone límites al mundo obligándonos a callar sobre algo de lo que no es posible hablar”