De:
hoomygothPara:
trivialidades Título: All my heroes are weirdos.
Personajes/Pairings: Ensemble | Carter/Serena, otras parejas canon. ¿Subtexto de absolutamente todos los colores?
Longitud: 5.800
Rating/Advertencias: T | Palabrotas. AU, un poco de crack.
Sinopsis: Algunos lo consideran un don, otros una maldición, pero ni siquiera la élite de Nueva York es ajena al fenómeno que recorre el resto del planeta. ¿Cómo conviven con ello los jóvenes más poderosos del mundo? Lo descubriremos aquí, en Reality TV.
Nota de autor: No creo que esto sea lo que esperabas, pero espero que te guste de todos modos ^^. Este fic bebe de lo poco que sé de X-Men, de No Heroics (la serie británica) y de los muchos realities que me he tragado a lo largo de mi vida.
Es sólo la primera parte (y espero que sólo sean dos), porque se me alargó la cosa y no me iba a dar tiempo a hacerlo como me hubiera gustado si tenía que meter toda la historia. No tardará el resto.
Gracias a
riatha por sus grandes ideas y a
eve_malfoy y
raintofall por el apoyo moral durante todo el proceso. Esto es casi un trabajo en grupo.
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Suena música pop mientras se suceden imágenes de la cuidad en Navidad, desde el árbol gigante del Rockefeller Center hasta el puente de Brooklyn cubierto de nieve. En las escaleras del Met la cámara hace zoom sobre un grupo de jóvenes que charlan animadamente, mientras la canción sube de intensidad para alcanzar el estribillo. Fuman cigarrillos y visten abrigos de alta costura, ríen con dientes blanquísimos y se tapan la boca modestamente con manos de uñas pintadas de intenso color rojo. La música disminuye de volumen para dejar paso a una melodiosa voz en off de mujer, cuando la imagen comienza a posarse en cada uno de los integrantes del apuesto grupo de postadolescentes.
-Son guapos, delgados y ricos, van a las mejores escuelas de Manhattan y beben cócteles en los clubes más selectos. Tienen la vida que todos queremos tener -recita con voz aguda pero de alguna manera melódica, mientras la cámara se recrea en los mechones de pelo dorado de Serena, que bailan con el viento-. También son mutantes. Algunos lo consideran un don, otros una maldición, pero ni siquiera la élite de Nueva York es ajena al fenómeno que recorre el resto del planeta. ¿Cómo conviven con ello los jóvenes más poderosos del mundo? Lo descubriremos aquí, en Reality TV.
Fundido a negro. Unas letras blancas y elegantes:
“Mutantes en Manhattan”
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-¿Es esta mi cámara?
-No mires directamente a la cámara, Blair. Haz que parezca natural -le contesta uno de los realizadores-. Olvídate de que estamos grabando.
Blair se mira en el pequeño espejo que guarda en su bolso de Jimmy Choo y repasa su carmín. Serena está al fondo, bromeando con Nate y Dan, con el pelo un poco revuelto y dando esa imagen de descuidada sofisticación que la hace tan atractiva. Dan juega con un bolígrafo entre sus dedos, como hace siempre, y Nate da pequeños sorbos a su cerveza apoyado perezosamente en el muro de piedra del museo, y su aliento se convierte en vaho al abandonar sus labios.
-¿Dónde está mi guión? -reclama Blair al mismo realizador.
-No hay guión, esto es telerealidad. La magia de esto está en ser tú misma.
-¿De verdad?
-Waldorf -se oye desde algún punto detrás de ella. No se molesta en darse la vuelta hasta que está a centímetros de su espalda.
-¿Estás grabando? -susurra el realizador a un cámara.
-¿Qué quieres, Chuck? -contesta ella, con una estudiada caída de ojos.
-Hace frío hoy, y ese abrigo de Marc Jacobs no parece muy caliente, aunque he de reconocer que complementa maravillosamente tu figura -dice, arrastrando las palabras y mirándola fijamente con media sonrisa-. Me preguntaba si necesitarías entrar en calor.
-Procura no prenderme fuego, Bass -contesta ella, evitando el impulso de desabrocharse la ropa y abanicarse, porque de repente parece que la temperatura ha ascendido diez grados-. Es de la nueva colección.
-Lo sé.
-Te voy a pedir que te marches.
-¿Acaso esperas a alguien?
-Te lo pediré por las buenas, y si no funciona, tendré que hacerlo por las malas.
-Oh, no. ¿Usarás tus habilidades contra mí, Blair? Sabes que va contra las reglas.
-¿Las reglas que tú estás incumpliendo?
-Yo no haría tal cosa -replica en una burla de sinceridad, sin romper el contacto visual-. Sabes que soy un hombre honorable.
-Ni siquiera estoy segura de que seas un hombre, mucho menos uno honorable.
-Eres deliciosa cuando te enfadas.
-Esto es oro puro -murmura el realizador.
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-Háblame de tu relación con Chuck -dice la misma voz en off de antes a una Blair sentada en un amplio sillón de cuero blanco, en una habitación aséptica e impersonal.
-¿Qué relación?
-Mantuvisteis una acalorada conversación la otra noche en las escaleras del Met.
-Todas las conversaciones son acaloradas con Chuck Bass -contesta ella examinándose las uñas y asegurándose de que su lado bueno queda de frente a la cámara.
-Nuestros espectadores quieren saber si hay algo entre vosotros.
-Hay algo entre él y cualquier cosa que se mueva a este lado de Central Park.
-¿Es esa su habilidad?
-¿Vamos a hablar de Chuck o de mí? Porque tengo cita para un peeling en veinte minutos.
-De acuerdo -replica la voz, conciliadora-. Háblame de tu don.
-La persuasión. -Blair suspira, como si estuviera harta de tener que repetirlo una y otra vez, y se recoloca la falda azul innecesariamente. -Puedo obligar a hacer cualquier cosa a cualquier persona que oiga mi voz.
-¿Podrías hacernos una demostración?
Su rostro se ilumina, y con una voz mucho más dulce y más lenta, dice:
-Vas a apagar la cámara y vas a llamarme un taxi, porque tengo un peeling en veinte minutos.
Fundido a negro.
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-Carter ya debería estar aquí -musita Serena para sí misma, algo preocupada.
-Carter… -repite Nate negando con la cabeza, y da otro sorbo a su cerveza. Serena decide ignorarle. Dan está demasiado ocupado observando la escena de Chuck y Blair frente a las cámaras.
-Por supuesto que lo convierten en una novela rosa con superpoderes -dice, airado, girando el bolígrafo furiosamente entre sus dedos-. ¿Por qué aprovechar la oportunidad para hacer una verdadera labor de investigación sobre los efectos sociales de la mutación en los adolescentes, cuando lo pueden convertir en un culebrón por entregas? Es insultante.
-No los llamamos superpoderes, Dan -replica Serena-. No lo olvides.
Dan saca del bolsillo trasero de su pantalón una pequeña libreta negra y la abre con un movimiento seco de su muñeca. Garabatea algo en ella y, acto seguido, uno del equipo aparece con un humeante café solo en un vaso de papel.
-Gracias -musita, evitando las miradas furibundas de sus amigos-. ¿Qué? Hace frío aquí, joder.
-No usamos nuestras habilidades para nuestro propio beneficio -le dice Nate, como repitiendo una cantinela que tiene aprendida de memoria.
-Sé cuales son las normas, y sé que os las saltáis siempre que podéis, cabrones. No creáis que me engañáis.
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-Si hay algo que me fascina sobre la manera en la que convivís con vuestras habilidades -dice la voz-, es el código ético que os habéis autoimpuesto en vuestro pequeño grupo.
Nate sonríe, y se reclina un poco más en el sillón de cuero.
-No nos quedó otro remedio. Estábamos hartos de salir ardiendo cada vez que peleábamos con Chuck.
-Háblame de las normas.
-Bueno, hay básicamente tres. Uno, no uses tus habilidades para hacer nada ilegal -enumera, contando con los dedos-, dos, no uses tus habilidades para tu propio beneficio, y tres, no las uses contra otra persona del grupo.
-¿Y las cumplís?
-La primera, al menos -confiesa, y le guiña un ojo pícaramente.
-Supongo que es necesario poner límites a lo que sois capaces de hacer. Al fin y al cabo tenéis habilidades que pueden afectar al planeta a escala masiva.
Nate sólo vuelve a sonreír.
-¿Por qué no nos hablas de tu habilidad?
-Yo paro el tiempo -contesta afablemente.
-¿Puedes explicarlo?
-La verdad es que no congelo el tiempo, sólo las cosas y las personas. Freno los aviones en el aire, paro una habitación entera llena de gente… ese tipo de cosas.
-¿Y cómo ha cambiado tu habilidad tu vida diaria?
-Bueno, ahora nadie apuesta contra mí al póker, y mis clases de historia parecen siempre quince minutos más cortas -sonríe inocentemente.
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El plan esa noche es una simple fiesta en el club de moda. La audiencia necesita ese tipo de cosas en el primer episodio. Necesita interacción, necesita conocer a los personajes -a las personas- y elegir a su favorito, al que seguirán durante toda la temporada. Esa es la mayor baza de los reality shows, que el espectador se proyecta a sí mismo en una persona mucho más fabulosa, más rica, más guapa y con un pelo más lustroso y que, a diferencia de las películas y las series y los libros, es prácticamente real.
-Otro Martini -dice Blair, gesticulando hacia el camarero-. Y que no paren.
La música suena atronadora y distorsionada en la sala VIP mientras ellos se emborrachan tratando de poner su mejor cara frente a las cámaras.
-Es absurdo que tenga que fingir que Dan Humphrey es una compañía aceptable. Me da igual quién sea su padre. Puede que sea muy importante entre los frikis mutantes, pero aquí no pinta nada.
Serena le quita importancia con una encantadora sonrisa.
-Es mi amigo. Y los amigos de tus amigas deberían de ser tus amigos, Blair.
-Eso no es aplicable en ningún universo en el que Humphrey sea amigo tuyo, S. ¿Y qué se cree, jugando con ese bolígrafo constantemente? ¿Batman?
Serena ríe y apura su Martini de vodka, antes de ver a Carter entrar a través de la pared de la sala VIP. Deja a Blair con la palabra en la boca y sale corriendo emocionada hacia él para besarle con devoción, como si no se vieran desde hace meses. Carter hunde los dedos entre su pelo, y con la otra mano la toma de la cintura, haciendo que se le suba la falda mucho más de lo debido si quieren mantener un rating para todos los públicos. Las cámaras les siguen, captando el momento álgido de lo que está siendo una noche aburrida y extrañamente incómoda.
Al otro lado de la sala, Chuck, Nate y Dan observan la escena, a cada cual más asqueado.
-No me gusta ese tipo -dice Nate, y los otros dos asienten antes de darse cuenta de que acaban de darse la razón el uno al otro y proceder a retractarse.
-Confío en que Serena haya aprendido la lección y no la cague con este tipo -dice Dan a nadie en particular.
-¿Aprendido la lección después de acostarse contigo, quieres decir? -replica Chuck, mordaz.
-Al menos no ha caído tan bajo como para hacerlo contigo -le gruñe de vuelta. Le mira con desprecio y Chuck le devuelve una mirada gélida, literalmente.
-Ya vale -dice Nate, demasiado acostumbrado a que sus dos mejores amigos se desprecien sin razón aparente-. ¿Creéis que podremos fumarnos un porro por televisión?
-¿Las cámaras seguirán grabando si paras el tiempo cinco minutos? -sugiere Dan.
-Podemos probar.
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-Tengo sitios en los que estar -dice Chuck antes de desabrocharse la chaqueta y sentarse en el sillón blanco, cruzando una pierna con desdén-. Acabemos rápido con esto.
-Acláranos cuál es tu habilidad.
-El calor y el frío. Soy capaz de crear fuego y hielo -contesta en un susurro apenas audible-. Con la mirada.
-Es una habilidad mucho más útil que la de algunos de tus compañeros, a priori. ¿La usas muy a menudo?
-Oficialmente, no.
-¿Y extraoficialmente?
-No creo que deba contestar a esa pregunta.
-¿Por qué no?
Chuck suspira y se examina los puños de la camisa, y durante una décima de segundo parece preguntarse si realmente quiere abordar el tema.
-Los mutantes vivimos en la alegalidad -dice por fin-. No se nos prohíbe hacer uso de nuestros dones, pero tampoco está exactamente permitido. Por eso tenemos normas, por eso acabamos encerrándonos en guetos.
-¿Te refieres con eso a tu grupo de amigos? -pregunta la voz, sabiendo que ha encontrado un filón.
-Me refiero a la sociedad mutante en general -le corrige, con voz monótona-. Puede que los que son capaces de controlar las emociones humanas con música o las que transforman el aluminio en oro estén bien vistos por el ojo público, pero los lanzallamas humanos tendemos a ser tratados como bichos raros, como bromas macabras de la naturaleza.
-¿Es así como te sientes tú?
-No. Siguiente pregunta -replica con brusquedad.
La voz carraspea elegantemente antes de seguir.
-A diferencia de la mayoría de tus compañeros, ninguno de tus padres manifestó habilidades en su momento. Supongo que fue complicado aceptar tu condición de mutante en una familia normal.
-No hablaré de mi familia.
-Comprendo que…
-Hace veinte años que se viene redefiniendo el término ‘normal’ -interrumpe una vez más-. Dentro de otros veinte lo normal será tener cuatro brazos o ser de color azul. Es puro darwinismo. -Para, se humedece los labios y mira su reloj de muñeca sin disimulo. -Ahora, dame esa cinta y comienza de nuevo la entrevista -dice, extendiendo la mano-, y esta vez no trates de fingir ser periodista. Esto es un reality, si quieres que conteste algo pregúntame con quién me acosté ayer.
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Dan sorbe café de su taza de loza mientras lee una aburridísima biografía de su padre. Es la quinta que se publica en tres años. Rufus se convirtió en un héroe nacional cuando desarmó a un terrorista con unos acordes de guitarra, y desde entonces los mutantes empezaron a ser aceptados en una sociedad que hasta entonces les trataba como a una bomba de relojería gestándose en el interior de sus propias fronteras. Es el primer gran superhéroe americano, y Dan se prepara para ser el siguiente. Sabe que tiene la capacidad, y que lo único que necesita es tiempo y paciencia. No es fácil escribir la historia que cambiará el mundo.
Un equipo de televisión le sigue de cerca, aburrido hasta la desesperación, maldiciéndose por no estar asignados a cualquier otro mutante que no se pase las horas sentado en silencio. Seguro que Blair o Chuck o incluso Nate tienen miles de cosas más interesantes que hacer a lo largo del día.
Jenny sale por la puerta de su habitación, y Dan apenas levanta la vista un segundo.
-Bonito corte de pelo, Jen.
-Muy gracioso -contesta ella, buscando algo con lo que recoger su melena asimétrica, parte rubia y parte de color verde musgo. Apenas acaba de manifestarse su habilidad, y aún no la tiene dominada. No es como si fuera la habilidad más notable de la historia; de momento sólo es capaz de cambiar el color y la longitud de su cabello, y no demasiado satisfactoriamente, pero con dieciséis años ya no esperaban que hubiera heredado los genes de su padre. Aparentemente, Dan se llevó todos los buenos-. ¿Seguís grabando? -pregunta, dirigiéndose a uno de los técnicos de sonido-. Admirable.
-¿Has hablado con Vanessa últimamente?
-Iba a ir a la perrera a tratar de buscar a los dueños de los perros perdidos. ¿Veis, ella sí utiliza sus habilidades? -les dice al equipo de televisión burlonamente-. Es una Doctora Doolitle bohemia, habla con los animales salvajes. ¿Por qué no sale ella en el programa? -le pregunta a Dan.
-Porque es mucho más inteligente que yo y rechazó la oferta. Voy a darme una ducha. ¿Eso también lo vais a grabar?
El cámara mira al técnico de sonido y los dos se encogen de hombros.
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-Nos sorprendió gratamente descubrir tu relación con Carter Baizen, Serena.
Ella sonríe, con una de esas sonrisas infantiles suyas que iluminan una habitación. Cruza las piernas bajo su corta falda metalizada y el cámara se queda embobado un segundo, con la mirada fija en sus muslos bronceados.
-Llevamos poco tiempo, pero se siente como si fuera de verdad, ¿sabes? -contesta con ingenua sinceridad-. Como si él fuera el único.
-¿Qué lleva a La Chica Dorada a los brazos de uno de los villanos de la película?
-Haces que suene como una historia de superhéroes -contesta con buen humor-. Él no es un villano, todo el mundo tiene un pasado que preferiría olvidar, pero Carter ha dejado todo eso atrás.
-Eres una de las mutantes más conocidas de esta nueva generación, hija de la mítica Lily Van der Woodsen, La Alquimista.
-No nos gusta usar alias -interrumpe a la voz con una sonrisa-. No somos héroes enmascarados.
-Pero tú eres conocida como La Chica Dorada, en una clara referencia a tu habilidad para transformar tu piel en oro.
-Yo prefiero pensar que es por mi pelo -bromea-. No creo que lo que hago pueda ser visto como una habilidad. No sirve para nada.
-Pero fuiste de las primeras en admitir tu condición públicamente. ¿Cómo es la vida de una mutante constantemente en el candelero?
-Pues creo que bastante normal. No es distinta de la de cualquier otra chica del Upper East Side, al menos -admite-. Fiestas, clases, galas benéficas, haute couture… Creo que la vida de todos mis compañeros es bastante tranquila, aunque algunos tienen habilidades mucho más importantes.
-Tus amigos tienen dones con efectos más activos, digamos. ¿Para qué usas tú el tuyo?
-Bueno, es todo un éxito en las alfombras rojas -ríe.
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Al otro lado del río, en Manhattan, Nate sale por la puerta de su casa de tres pisos en Park Avenue y busca su teléfono móvil en el bolsillo de su chaqueta. Marca un número y trata de ignorar la cámara que le sigue a menos de medio metro.
Algo más al Sur, en el Downtown, Chuck Bass contesta su teléfono.
-Hola, Nathaniel.
-Ven a ayudarme a quitar la nieve de la entrada de mi casa, Chuck. Mi madre no puede sacar el coche.
-Que llame a un taxi, tengo cosas que hacer.
-Venga, tío.
-No devalúes mi habilidad obligándome a usarla para algo tan banal -replica desinteresadamente, mientras sigue a una mujer pelirroja que le arrastra a través de las aceras repletas de hombres trajeados.
-No es como si la usaras en algo más que encender velas y enfriar champagne para tratar de llevarte a gente a la cama.
-Lo dices como si fuera algo malo. Te aseguro que funciona casi siempre.
-Hazme el favor -suplica Nate, tratando de evitar que la nieve moje sus botas nuevas.
-Llama a Daniel y que lo escriba en su libreta -dice, parándose en seco-. Alguien reclama mi atención inmediata.
-¡Chuck! -exclama, antes de que le cuelgue el teléfono-. Será cabrón…
Él se guarda el móvil en el bolsillo y se despide de la pelirroja con un gesto despectivo, dejándola plantada antes de entrar en el bar en el que ha visto a la persona a la que lleva buscando una semana.
Carter se sienta en la barra y pide un whiskey solo.
-Que sean dos -dice Chuck al ocupar la banqueta a su izquierda.
-Creo que me va a sentar mal al estómago si tengo que tomarlo contigo.
-Es sentimiento es mutuo, pero lo superaremos.
-¿A qué debo el placer de tu compañía? -pregunta Carter, humedeciéndose los labios con anticipación.
-Podría preguntarte lo mismo.
-Has sido tú el que me has seguido hasta aquí, Bass.
-Fue un gran día aquél en el que desapareciste de la faz de la Tierra. Simplemente estoy sorprendido por tu regreso tan -pausa, sonrisa teñida de desagrado-… oportuno.
-Puedes estar tranquilo, porque no he vuelto por ti. Todavía me inspiras un profundo desprecio.
-Una vez más, el sentimiento es mutuo, Baizen.
-No acabo de decidirme -dice divertido-. ¿Estás preocupado por Serena, o sólo estás terriblemente celoso?
-¿Por qué debería estarlo?
-¿De verdad quieres que te haga pasar ese mal rato?
Chuck no contesta, sólo vacía su vaso de un trago con una mueca, y lo vuelve a dejar en la barra con un golpe seco.
-Sé que lo único que buscas es el dinero. No sé si es el de Serena o el del maldito reality show -le recrimina, mirando de reojo las cámaras que no han dejado de grabarle en todo el día-, pero te conozco demasiado como para pensar otra cosa de ti.
-¿Y si lo hago?
-Pensé que ahora que te ganas la vida robando como un triste pedazo de basura blanca…
-Vuelve a acusarme de algo así y te hundiré la mano en el pecho, Chuck -le corta, forzando una sonrisa siniestra.
-¿No es eso lo que haces? ¿No te detuvieron por robar un banco en Austin? Qué falta de clase… -se burla, chasqueando la lengua.
-Te lo advierto…
-Sí, ya lo he oído -dice Chuck fingiendo hastío-. Me vas a arrancar el corazón de cuajo como si esto fuera una película de Tarantino.
-Está bien, ¿qué quieres? -espeta Carter, perdiendo la paciencia.
-Quiero que desaparezcas -susurra él-. Sin despedirte de nadie, sin decir a dónde. Te proporcionaré el billete de avión y la cuenta en el paraíso fiscal de tu elección. No sería la primera vez -añade con mordacidad-, nadie se sorprendería demasiado.
-Eres despreciable.
-Nunca he dicho lo contrario.
-¿Por qué haces esto?
-Porque no me gustas, Carter. Porque dinamitas todo lo que yo estoy tratando de hacer por la gente como nosotros.
-¿Qué gente como nosotros? -gruñe-. No hay un ‘nosotros’. Los mutantes estamos solos. Nuestra habilidad nos hace únicos...
-Ese discurso panfletario te funcionaría con Serena -le vuelve a interrumpir, rodando los ojos exageradamente-, pero a mí tendrás que darme razones menos absurdas para justificar tu comportamiento de sociópata. Así que dime, ¿a dónde quieres volar esta vez?
-Guárdate tu dinero. -Carter se ríe amargamente antes de levantarse de la banqueta. -¿Sabes lo más triste de esto, Bass? Que tú y yo deberíamos estar en el mismo barco.
-¿Qué barco? -replica él, casi ofendido-. Yo no viajo con escoria.
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-Hemos oído críticas muy duras hacia ti en esta sala, Carter.
-¿Ah, sí? ¿De quién?
-Chuck, Dan, Nate… prácticamente todo el mundo.
-No conozco a Dan Humphrey y no sé con qué derecho habla de mí, pero sé dos cosas de él -dice, desinteresadamente-; que es un presuntuoso y que se cree alguien importante cuando no ha hecho nada en su vida. Nate es tonto como una oveja, y ni siquiera voy a molestarme en hablar de él. -Se encoge de hombros- ¿Ya tenéis vuestra dosis de polémica? ¿Puedo marcharme ya?
-Nos gustaría conocerte más a fondo -insiste la voz-. Tu conflicto con Chuck parece que viene de largo.
Carter se ríe roncamente.
-Es el tipo de idiota que se cree demasiado importante como para hacer el trabajo sucio, y que acusa de ‘abusar de las habilidades’ al que lo hace por él. Bass es un Nazi -espeta-. Supremacista mutante, si lo prefieres. No le culpo por eso, porque saber que si juntas a un par de amigos puedes parar un ejército te hace sentir un poco soberbio -confiesa, con una sonrisa torcida-. Pero él es de los aburridos, los que quieren tener asientos en el Senado y quedar a cenar con Obama a discutir su estatus de súper-humanos.
-¿Así que tú eres de los otros?
-¿De quienes?
-De los que se toman la justicia por su mano.
-No, no lo soy. Me acusan de ello porque no me avergüenzo de ser esto. Porque lo aprovecho -añade tras pensarlo un momento-. Hacéis que esto de ser mutante suene muy bonito, pero esto no es Smallville. En Manhattan los padres repudian a sus hijos mutantes, les desheredan y les mandan a un internado en Rhode Island hasta que son mayores de edad y pueden desentenderse de ellos legalmente. Y luego se sorprenden cuando roban diez mil dólares en un banco.
-¿Estás diciendo…?
-No estoy diciendo nada -interrumpe bruscamente-. Pero… ¿sabes qué? Podría haberlo hecho, y creo que habría estado en mi derecho.
-No sé si estoy entendiendo…
-Si quieres seguir por este camino, tendré que llamar a mi abogado.
Si la voz tuviera cara, sonreiría cortésmente y se relamería pensando en las audiencias. Sin embargo, por el altavoz blanco sólo hubo una disculpa poco sentida y un:
-Eso es lo que quieren saber los espectadores, Carter. Es lo que te crea tantos enemigos.
-¿Tú crees? -ironiza, y se pasa la mano por el pelo pensativamente-. Yo no robé ese banco. Podría haberlo hecho, y no me arrepentiría ni un segundo, pero no lo hice. Claro que no es una postura con la que estén de acuerdo todos los mutantes. Ni los Dan Humphreys de este mundo, demasiado ocupados en arreglarles la vida a los humanos, ni los Chuck Bass, demasiado enredados en la diplomacia. Pero no soy el único que se siente con derecho a usar sus dones -dice, y lo acompaña de un silencio muy significativo.
-¿Qué papel tiene Serena en todo esto?
-¿Qué papel tiene? -repite-. No lo sé. Puede que sólo la use como distracción, como piensan todos. Al fin y al cabo, es la mutante que más sale en las revistas, la más adorada. No hay mejor publicidad que esa, ¿no? O puede que esté realmente loco por ella, y que no tenga nada que ver con nada de esto. Sea como sea, no es de tu incumbencia, y mucho menos de la de ningún gilipollas que esté viendo esta farsa en su salón.
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-¿Sabes lo que necesitamos? -pregunta Blair sin venir a cuento, mientras elige medias de colores en Wolford.
-Nu-huh -contesta Serena, más ocupada en tratar de recordar si ya tiene un body negro como el que está pensando en comprarse.
-Unos días en Europa. Una semana, nada más, en algún sitio donde no haga mucho frío.
-No creo que esta gente nos vaya a dejar -susurra ella, y para arreglarlo les pone a los cámaras su mejor sonrisa, que viene a ser la mejor sonrisa del mundo.
-Oh, S… Se lo pediremos por favor -dice con malicia-. ¿No estás cansada de la cuidad?
-Esto es Manhattan. Nadie se cansa de Manhattan.
-Nadie se cansa de Venecia -le corrige Blair.
-No sé. Iba a pasar las Navidades con mi madre y Eric y, bueno…
-Carter.
-Sí.
Blair no dice nada, sólo se hunde un poco más entre los panties en distintos tonos de azul.
-Vamos, B, no me obligues a elegir.
-Llevas con él… ¿qué? ¿Tres semanas?
-No me des la charla tú también.
-No es ninguna charla, pero estamos un poco preocupados.
-¿Vais a hacerme una intervención?
-Serena, es un delincuente -dice, dramáticamente-. Sé que crees que es el amor de tu vida, pero eso te pasa con cualquiera que te sonríe en un bar.
-No me lo puedo creer…
-No te hagas la ofendida, porque es verdad.
-¿Sabes, Blair? No me encuentro muy bien, me voy a ir a casa.
-No me mientas.
-De acuerdo -estalla-, me voy para no tener que escucharte más. No conoces a Carter, nadie le conoce como yo.
-Doy gracias a Dios por no conocerle tan en profundidad como tú.
Serena bufa y deja todas las cosas que estaba pensando en comprarse sobre un perchero, hechas un lío.
-Ni te molestes en llamarme, a menos que sea para disculparte.
-No voy a disculparme por decirte lo que todos estamos pensando.
-¡Yo te apoyé durante aquellos horribles meses que pasaste con Chuck! -le echa en cara, y un ligero rubor dorado le sube por el escote, como le pasa siempre que pierde los nervios.
-El hecho de que compares a tu novio con Chuck Bass dice mucho de él -contesta Blair con tozudez.
-En serio -replica ella, dándose la vuelta y haciendo que el aire a su alrededor se llene con el olor de su champú-. Ni me llames.
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-Dan, se te considera uno de los mutantes con más futuro de América -dice la voz en off-. ¿Cómo convives con ello?
-Como dijo Truman Capote, "cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse" -contesta, sonriendo para tratar de ocultar su pánico escénico-. Es complicado saber que puedes cambiar el mundo, pero que también puedes destruirlo con la misma facilidad. Llevo unos meses tratando de curar el cáncer, sin ir más lejos, pero dadas las limitaciones de mi habilidad es una labor más complicada de lo que parecía al principio. "Los que pueden actúan, y los que no pueden, y sufren por ello, escriben" -cita, dando vueltas a un bolígrafo entre sus dedos a una velocidad imposible-. William Faulkner dijo eso.
-¿Incluso tú tienes limitaciones?
-Por supuesto. Absolutamente todo lo que escribo se convierte en realidad, pero no puedo crear cosas de la nada -explica, muy pedagógicamente-. No puedo crear una cura para el resfriado común, pero puedo modificar las propiedades de la sopa de pollo para que elimine todos los síntomas, ¿comprendes?
-¿Es eso lo que tratas de hacer con el cáncer?
-Grosso modo. Es bastante más complicado que eso, pero creo que esto ya es tema para otro tipo de programa televisivo -contesta, sonriendo con incomodidad, revolviéndose nervioso en el sillón de cuero.
-Se rumorea que descubriste tu habilidad al escribir un cuento en el que Serena Van der Woodsen se enamoraba de ti. ¿Qué hay de cierto en eso?
-Bueno… -musita- nosotros preferimos llamarlo una bella casualidad. Ahora sólo somos buenos amigos.
-Actualmente está involucrada con Carter Baizen y, como bien saben nuestros espectadores, al resto del grupo no os merece demasiada confianza.
-Como dijo, Abraham Lincoln, "si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder."
-¿Sugieres que Carter abusa de sus poderes?
-No lo sé, ¿lo hago? -bromea-. El problema no es tanto abusar como usarlos erróneamente. Una gran mujer dijo que "son nuestras decisiones las que muestran lo que podemos llegar a ser. Mucho más que nuestras propias habilidades".
-¿A quién citas ahora?
-A JK Rowling -contesta-, pero podría citar Spiderman y decir aquello de "un gran poder conlleva una gran responsabilidad", si no estuviera tan manido. Sólo diré que por el bien de Serena espero que Carter realmente haya cambiado. Y por el bien de toda la sociedad mutante, porque él es el tipo de persona que nos crea una imagen de monstruos todopoderosos.
-¿Qué imagen te gustaría transmitir? ¿La de héroes, quizás?
-"Desgraciado el país que necesita héroes". Bertolt Brecht.
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-Décimo y último (esta vez de verdad) mensaje que te dejo en el contestador, Serena -dice Blair, andando tan furiosamente por la acera de Park Avenue que podría hacer saltar el cemento de las aceras con sus tacones-. Estás comportándote como una niña pequeña. Haz el favor de llamarme en cuanto oigas este mensaje. -Y cambiando el tono, haciéndolo más dulce y extrañamente convincente-: Llámame, Serena.
Cuelga el teléfono y se lo vuelve a guardar en su bolso de Hermès, sólo para sacarlo de nuevo a los tres segundos y buscar otro número en la agenda.
-Mmm, ¿Blair? -contestan al otro lado-. Creo que te has equivocado de número.
-Me encantaría darte la razón, Humphrey, pero lo cierto es que necesito tu ayuda.
-Oh -exclama Dan, obviamente sorprendido-. Bien. Dispara.
-¿Has hablado últimamente con Serena?
-Define ‘últimamente’.
-En los últimos tres días.
-Pues, yo diría que… ¿sí?
-Si me dieras alguna respuesta haríamos un gran avance -le gruñe.
-Vale, déjame pensar. La última vez que la vi fue el… ¿jueves? Sí, el jueves.
-¿Y después de eso has sabido algo de ella?
-No.
Blair arrugó la frente.
-Gracias por nada -le espeta, antes de disponerse a colgar.
-Espera -grita Dan-. ¿Qué pasa? ¿Hay algún problema?
-No lo sé. Maldita sea, como ese despojo que tiene por novio le haya hecho algo… -dice, hablando para sí misma.
-Llamaré a Nate -dice Dan con resolución-. Tú llama a Chuck. La encontraremos.
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Esas llamadas resultan ser igual de infructuosas, y la tensión crece de tal manera que acaban los cuatro a la puerta del edificio de Serena. Chuck está al teléfono con algún jefecillo de la cadena de televisión, tratando de entender por qué llevan tres días sin saber nada de ella.
-¿Cómo que la perdisteis al subir a su apartamento? ¿Cómo se puede ser tan incompetente? Haré que os despidan a todos. ¿Con qué autoridad? ¡¿Cómo que con qué autoridad?! ¿Sabes acaso con quién estás hablando, pedazo de mierda? ¡Soy Chuck Bass!
-Relájate -le dice Nate, poniendo una mano sobre su hombro, a la vez que trata de separar a Blair de Vanya, el portero, al que está zarandeando para que les deje subir a hablar con Lily.
-La señora Van der Woodsen no está en casa. Está de viaje -dice por enésima vez.
-¡Tenemos que hablar con ella! -repite Dan, también por enésima vez.
-Los de la tele dicen que el jueves entró y no volvió a salir -les informa Chuck, cerrando la tapa del teléfono con un golpe seco.
-Tiene que estar arriba -dice Nate, que es el único que trata de mantener la calma. Blair vuelve a lanzarse al cuello de Vanya.
-¡Por amor de Dios, tenéis superpoderes! -grita Chuck para hacerse oír sobre las exigencias de Blair y los aullidos histéricos de Dan-. Haced que os deje subir.
-Tú también los tienes, y no te veo hacer nada -replica Dan, con las mejillas encendidas.
-¿Quieres que le criogenice, genio?
-Está bien -interviene Nate, y todo se queda en silencio durante un segundo, como si todos se hubieran convertido en muñecos de cera. Suspira, cierra los ojos y trata de concentrarse, sacando la lengua por la comisura de sus labios. Blair, Chuck y Dan vuelven a la vida, y el portero sigue estando congelado en el tiempo. Nate trabaja mucho mejor bajo presión-. Ahora, que alguien llame al ascensor.
Vanya despierta un minuto más tarde, cuando los cuatro ya están de camino al ático de los Van der Woodsen.
-Creo que estamos perdiendo la calma innecesariamente -dice Blair, atusándose el pelo-. Puede que sólo esté en una de sus curas de sueño.
-Una de cuatro días -apunta Chuck, refugiándose en el sarcasmo-. De la que no ha informado a nadie.
Dan trata de buscarle sentido.
-Contigo está enfadada, con Nate apenas habla y con Chuck… bueno -dice girándose para mirarle-, a ti nadie te soporta. Lo que no entiendo es por qué no me ha avisado a mí.
-Puede que sea porque eres un petulante insoportable.
-Chuck… -dice Nate, como quien regaña a un niño pequeño.
Las puertas del ascensor se abren, y la visión es desoladora. El apartamento está vacío, las luces encendidas y el bolso de Serena sobre la mesita de la entrada, con el móvil repleto de mensajes sin leer. Hay un jarrón roto en el suelo, y el agua que contenía se ha secado sobre la madera, dejando un feo cerco. Es obvio que nadie pasa por allí desde hace días, y la situación va calando en ellos demasiado lentamente.
Chuck es el primero en hablar, sin poder apartar la mirada de las flores blancas pudriéndose en el suelo.
-¿A alguien se le ocurrió llamar a Carter Baizen?
-Yo… no…
Blair saca su teléfono rápidamente, y las manos le tiemblan tanto que no es capaz de buscar el número en la agenda. Nate le arrebata el móvil y lo hace por ella, con una extraña determinación pintada en la cara.
-¿Está Serena contigo? -pregunta en cuanto descuelga el teléfono.
-No -contesta Carter sin pensar.
-¿Sabes dónde está?
Una pausa.
-No.
-Está mintiendo -dice Nate levantando la mirada.
Chuck le arranca el teléfono de las manos.
-Di la verdad, puta escoria.
-Estoy diciendo la verdad, Bass -replica sin fuerza para sentirse ofendido.
-No sé por qué no te creo -replica ácidamente.
-El jueves fue la última vez que hablé con ella.
-Sabes algo más.
-No.
-No era una puta pregunta. Blair -dice, tendiéndole el teléfono-. Oblígale a hablar.
Ella lo levanta hasta su oído lentamente.
-Dime todo lo que sepas de Serena, Carter.
Él parece dudar un momento, como si tratara de resistirse al impulso irrefrenable que le ha provocado la voz de Blair.
-Serena Van der Woodsen es hija de Lily Van der Woodsen, de soltera Rhodes, y el doctor Keith Van der…
-¡Joder! -le corta, y hasta Chuck siente un pequeño escalofrío al oírla decir esa palabra-. Dime todo lo que sepas sobre el paradero actual de Serena -reformula.
-No lo conozco.
-Dime si sabes con quién está.
-No lo sé -contesta, y parece luchar por mantener las palabras en su boca, pero se le escapan sin saber cómo pararlas-. Parecían dos hombres, puede que tres.
-¿Qué significa eso? -pregunta, y Carter se mantiene en silencio-. ¡Contéstame!
-Los que la tienen retenida -dice al fin, incapaz de resistir la habilidad de Blair-. Me llamaron para pedirme un rescate.
-¿Qué? -exclama ella, palideciendo.
-Quieren veinte millones de dólares -dice él, y ya no está muy seguro si está siendo obligado a hablar o lo está haciendo por voluntad propia-. Quieren que les robe un puto banco. Dicen que la matarán si no lo hago.
Continuará…