Placer Primero (ASOIAF) (1/3)

Oct 22, 2012 12:52




Pues traigo ésto que escribí hace un tiempo y que no había vuelto a revisar.

Nombre: Placer Primero
Fandom: ASOIAF/Game of Thrones
Categoría: Fic Multi-chapter.
Palabras: 8949
Género: Romance super fluff, porque éstos dos me superan. Y angst y dolor porque viene con el paquete.
Personajes: Jaime Lannister/Brienne de Tarth. Porque ellos lo valen y son mis bebés.
Notas: Ésto fue escrito para mullu en el intercambio de fanworks de invernalia, y aunque me costó sacarlo, disfruté muchísimo escribiendolo, espero que tanto como lo disfrutarán ustedes :). Para todos los capítulos del fic robé inspiración de los poemas de Emily Dickinson. El fic comienza justo después de que dejamos a Jaime y a Brienne en Danza con Dragones.
Advertencias: SPOILERS DE DANZA CON DRAGONES. Futuras escenas fuertes, primera vez que escribo algo subidito de tono desde hace mucho tiempo. Mucho mucho sufrimiento jajajaja.



My life closed twice before its close;
   It yet remains to see
If Immortality unveil
   A third event to me,
So huge, so hopeless to conceive,
   As these that twice befell.
Parting is all we know of heaven,
   And all we need of hell.

Mi vida se apagó dos veces antes de su final.
Todavía queda por ver
 si la inmortalidad me revelará
un tercer suceso
tan colosal, tan inútil de concebir
 como los dos que acontecieron. 
La despedida es todo lo que conocemos del cielo,
y todo lo quenecesitamos del infierno

Habían estado cabalgando por medio día cuando la ventisca los había alcanzado.

El pobre diablo de Ned Stark habría estado feliz, el invierno había venido, y con él los gemidos fantasmagóricos del viento, el frío glacial y los dedos congelados. Después de un par de horas de cabalgar sin descanso, con las ropas mojadas y los miembros congelados, Jaime Lannister había reído entre dientes. Tal vez si los norteños hubiesen llegado a ver el invierno habrían ganado la guerra, los leones no tenían resistencia al hielo.

Tyrion probablemente habría sabido el último año en el que las tierras de los Ríos habrían presenciado nieve, pero Jaime sólo sabía que había sido muchos siglos atrás, tantos siglos atrás que todo Westeros lo había creído siempre un mito.

Ahora ellos eran testigos, probablemente los únicos, del milagro escarchado que era morirse de frío. Que viniesen los escépticos a decirle que aquello sólo pasaba en cuentos, en pesadillas y en leyendas de la Antigua Valyria, ya estaría él listo para partirles la cara.

-¿Sabe donde estamos, mi lady?

Brienne asintió en silencio, de aquella manera brusca y familiar que Jaime había aprendido a asociar con pocas ganas de hablar.

-Estoy completamente seguro que nos encontramos en uno de los siete infiernos. El peor de todos de seguro. Me vendrían bien unas cuantas llamas.

Sin embargo, de infiernos él no sabía mucho. Sólo podía esperar que su acompañante supiese más de geografía que él de teología.

-Deberíamos de parar.

Sus palabras lo tomaron por sorpresa. Nunca había considerado a la moza una persona especialemente habladora (Jaime sabía que no podía esperarse los coqueteos y cortesías típicos de su género de parte de ella), pero había estado especialmente hosca y silenciosa durante todo el camino.

Nunca se habría podido decir que era la mejor compañera de viajes, tampoco, pero eso ya lo había descubierto en lo que parecían siglos atrás.

-¿Por qué haríamos éso? Es de día y los caballos todavía no se han congelado. Diría que sólo se va a poner peor.  Consideraría que mientras menos espacio haya entre Lady Stark y nosotros cuando nos agarre la tormenta, mejor. Te habría pensado más testaruda que eso, moza.

Brienne no contestó, centrada hoscamente en el camino. Lo poco que se podía ver del sendero se estaba rápidamente cubriendo de blanco y el viento helado arreciaba cada vez más. Muy pronto se verían atrapados en una ventisca. Aún así, si algo de aquel cuento disparatado que le había contado era mínimamente cierto, la Brienne de Tarth que había conocido en el pasado no se habría dado por vencido tan fácilmente.

¿Qué era morir congelado para el deber idealista de la moza?

-La testarudez no es un rasgo del que convendría estar orgulloso, Ser.-Gruñó.

Jaime intentó ignorar el escalofrío que corría por su espalda. No era el primero. Había algo decididamente bizarro en aquella situación y él sabía que su instinto raramente se equivocaba.

-Creo recordar una aldea a un par de leguas de aquí.-Brienne paró el caballo y sus ojos entrecerrados oteaban el horizonte.

La nieve les estaba haciendo difícil ver más allá de tres metros, era inútil intentar ver algo en aquel infierno blanco. Jaime intentó aligerar el ambiente.

-Vamos, ¿qué es un poco de nieve? Hay que acostumbrarse a ella. El invierno ha llegado, moza.

Ella ni se dignó a responderle.

-Y estoy bastante seguro de que eres demasiado joven para recordar el último malo, pero, aquí entre nosotros,-Intentó no tiritar.- No es la gran cosa.

-

Habían encontrado la aldea al final. Desierta y carente de vida como todas las de la región.

La guerra había destruído a la gente de los Ríos y el frío a las cosechas. Los pueblerinos habían huído todos a tierras sureñas, ciudades de paso o fortalezas que no fueran muy amenazantes. Aquel país sin dueño se había convertido en el hogar de foragidos, bestias salvajes y según lo que se oía en las cocinas de Aguasdulces, fantasmas. No era como si un hombre como él creyese en eso, porsupuesto, pero la moza parecía extraordinariamente alerta. “Como si alguien la estuviese espiando.” “Como si alguien la estuviese siguiendo.”

Se habían refugiado en la única casa del pueblo que parecía haber sobrevivido a la tragedia. No era más que una choza miserable con cuatro paredes y un techo. Pero tenía al menos un sitio para prender un fuego y restos de paja acumulada para pasar la noche. Habían decidido prender un fuego al final, corriendo el riesgo de ser encontrados pero con la esperanza de no perder ningún pie ante el frío.

Habían comido entonces unos pedazos de carne y unas hogazas de pan que Pia le había dado antes de partir, y Jaime estaba seguro por la manera en la que devoró rápidamente su comida semi-congelada, que hacía mucho tiempo que Brienne de Tarth no probaba bocado.

Había algo extraño en ella, él lo sabía.

Intentaba convencerse de que no podía saberlo a ciencia cierta porque le gustaba pensar que una persona como él no conocía a una moza como ella de aquella manera, tan íntimamente, tan familiarmente. Y sin embargo, desde los primeros minutos de haberla visto él había intuído que algo estaba mal. Y aquella inquietante sensación en el estómago (ligado de alguna manera a una sorprendente preocupación por su bienestar) necesitaba saber qué.

-Ya que no piensas hablar creo que yo seré el que empiece la conversación.

Brienne de Tarth ni siquiera lo miró, tan abstraída estaba por el calor del fuego y el estómago lleno, por primera vez en mucho tiempo, Jaime suponía.

-Conocí a tu enamorado.

Eso habría tenido que captar su atención. “Sutil, Jaime. Sutil.” Efectivamente, Brienne pareció despertar de un sueño.

-¿Cuál de ellos?-Susurró con brusquedad.

Jaime estuvo a punto de dejar escapar una carcajada, pero se dio cuenta que no había ironía en su respuesta, sólo la más tranquila de las franquezas.

-A decir verdad, nunca habría pensado que eras toda una rompecorazones, moza. Me sorprendes.

Ella lo miró con aquellos ojos vacíos que hicieron que su corazón se helase por un segundo.

-Connington.-Continuó, diciendo el nombre como un insulto.- Tampoco me habías contado que habías estado prometida.

-Nunca pensé que le interesaría, Ser.-La moza se encogió de hombros.

Y no le interesaba, desde luego. Pero ver la cara sorprendida de Connington después de su golpe había valido la pena. El que ese imbécil hubiese descubierto que su antigua prometida era alguien por quien valía la pena luchar no tenía precio. Pero tampoco pensaba contarle aquello a ella, porsupuesto.

-¿Qué pasó con éso? Parece muy mala suerte incluso para tí.

Jaime no supo si lo que había en sus ojos era dolor o indignación, pero de todas maneras agradeció el que fuese algo más que la frialdad de esta nueva Brienne.

-Le hice prometer a mi padre que no me casaría con un hombre que no me pudiese derrotar en batalla.-Respondió entre dientes.
Jaime no pudo evitar soltar una risa.

-¿Y dónde deja eso a gente como yo?-Fingió estar dolido.- Eres cruel, moza.

La Brienne de antes se habría ruborizado. Aquella nueva persona, sin embargo, optó por enterrar de nuevo la vista en el fuego. Jaime volvió a sentir un escalofrío. Eran las cosas de ser un hombre con historia, de vez en cuando veía un gesto, una mirada, y se veía transportado a lugares insospechados. Aerys también había mirado el fuego de aquella manera. Como si quisiera ser absorbido, como si quisiera detenerse, como si de pronto el mundo hubiese perdido el sentido. Y aquello sembró un sentimiento frío en su pecho.

-No me contaste qué le pasó a tu cara.-Dijo entonces, intentándolo de nuevo.

Brienne entornó entonces la cabeza, sepultando su cara en sombras.

-Te dije.-Musitó.- Mordiscos.

-¿De quién? ¿Otro pretendiente?

Había intentado eliminar aquel ceño fruncido de su cara, por lo menos. Pero sus palabras tuvieron un efecto inesperado. Lo miró con esos ojos profundamente azules y la sintió dudar si decirle la verdad.

-No...-Masculló.-La Compañía Audaz.

-¿Los titiriteros sangrientos?

Por un segundo Jaime volvió a sentir el dolor fantasmal de su mano ausente.

Todavía la simple mención de los foragidos que los habían mantenido cautivos tanto tiempo atrás hacía su sangre hervir y le causaba escalofríos.

Procesó por unos momentos la información y pronto le halló mayor sentido a las heridas de Brienne y a su aspecto cansado. Desde que la había visto le había parecido una persona rota, tan distinta a la moza que alguna vez había conocido. Sus ojos muertos y su voz fría pertenecían más a un cadáver que a una persona, era como si el sufrimiento la hubiese destrozado, y Jaime sabía que los Titiriteros eran expertos en lograr aquello.

Sintió un peso terrible en el estómago y se imaginó lo peor.

Jaime se tomó un tiempo para formular la siguiente pregunta de una manera más delicada a lo que estaba acostumbrado.

-¿Te...-Murmuró con un nudo en la garganta.- Hicieron algo?

Buscó los ojos de Brienne, temiendo su posible respuesta, pero ella no lo miró, parecía infinitamente concentrada en las llamas de la hoguera. Él sabía que ella era una mujer fuerte, sabía que ella no era de las que se daba por vencido con facilidad pero a pesar de eso su creciente preocupación por ella lo tomó por sorpresa.

-No.-Replicó entonces. No era más que un susurro, pero Jaime estaba lo suficientemente cerca como para oírlo y se sintió extrañamente aliviado.

-Luché contra ellos y tenían ventaja.-Brienne se mordió el labio.

-¿Los mataste?-Preguntó, mientras sentía una ola de orgullo crecer al suponer la respuesta.

-Sólo algunos.

-Siempre tan modesta.-Bromeó.

La moza volteó a mirarle entonces, por primera vez sus ojos brillando a la luz de la hoguera. Pudo ver también de cerca aquellas nuevas lesiones que marcaban su cara, cráteres rosados entre un mar de pecas. Y entonces, sin poder evitarlo Jaime alzó la mano lentamente.

Las yemas de sus dedos rozaron suavemente aquella herida cicatrizada que ahora formaba parte de su cara, cautivado momentáneamente por aquellos pedazos de carne robada. Brienne sintió un escalofrío cuando se percató de la calidez que emanaba su cuerpo contrastado con el aire frío y cortante de la noche.  Sus mejillas se colorearon y rezó porque Jaime no se diese cuenta.

Ella no estaba habituada a que la mirasen de aquella manera.

Con simpatía, con una sonrisa bailando en los ojos, y sin embargo esa era la única manera que tenía Jaime de poder mirarla. Lo había descubierto mucho tiempo atrás, había intentado esconderlo por mucho más. Pero él no era dado a detener impulsos. Jaime una vez había dicho que no existían hombres como él, se había convencido hacía muchos años de aquello. Pero había descubierto que tampoco existían mujeres como Brienne.

Y allí estaban, los dos sólos. Animales similares, nunca acostumbrados a la compañía. Acostumbrados a vivir en la oscuridad, donde los deseos contradecían las reglas, donde los nombres herían, donde nadie se molestaba en ver más allá de un rostro, de la agudeza de una espada, de la leyenda, de la difamación que los envolvía a los dos.

Brienne no estaba acostumbrada a que alguien la mirase como si la entendiese, y por eso se ruborizaba. Jaime Lannister había sido el único.

-Brienne la bella.-Declaró él sonriente, saboreando el nombre y Brienne sintió un escalofrío.

Lo había dicho como si lo creyese, lo había dicho como si pudiera ver a través de ella, detrás de la mentira, detrás del honor perdido y la hubiese visto sola y asustada.

-No me llames así.-Prostestó automáticamente.

-Me has hecho un hombre nuevo.-Se divirtió él de nuevo, siempre bufoneando.- Sin mano, pero un poco más decente y por eso te lo agradezco.

Brienne sintió el calor extendiéndose por sus mejillas.

-No me merezco ni uno solo de esos pensamientos ni si quiera en broma, Ser.

Y fue allí que ella pudo ver el primer destello de culpabilidad en sus ojos.

-Ah...-Suspiró.- Pero sí que te las mereces.

Brienne le miró hoscamente, dispuesta a discutir una vez más.

-Pensé que te gustaban los hombres honestos, pero cuando digo la verdad discutes, no hay manera de ganar contigo, ¿verdad?

-No sabía que estábamos luchando.-Respondió la moza simplemente, sintiendo el corazón en la palma de su mano.

Pero sí que lo estaban. Eso era lo que hacían. Era la única manera que tenían de entender el mundo que les rodeaba. Porque en eso ellos dos eran parecidos, eran luchadores.

Y en aquel momento Jaime se dio cuenta de la verdad. Él era el culpable de aquellas heridas, el era la causa de aquellos ojos muertos. La había convertido sin querer en su arma letal. Le había dado su espada y una misión de recuperar su honor. Como si todavía existiese, como si todavía fuese posible. Había tenido miedo y había contado con ella para luchar por él, para luchar por su nombre. Había sido demasiado.

Y lo veía en ella. Su propia esperanza muerta, sus ideales marchitos. Veía en ella el peso de su labor, una responsabilidad de la que no se había hecho cargo. Ella era demasiado valiente, demasiado estúpida, demasiado honorable. Habría podido matarla, porque ella habría ido hasta el fin del mundo con tal de cumplir aquella misión.

Él lo había sabido y aún así se lo había encargado. Si algo malo le hubiese pasado, algo peor, habría sido demasiado tarde y Jaime lo sabía. Y aquella sabiduría le asfixiaba de repente, al momento de ver su cara taciturna, al momento de despertar y darse cuenta que la había convertido en su mano perdida desde que se habían separado en Desembarco del Rey tanto tiempo atrás.

-Te libero de tu carga, moza.

-¿Qué?-Balbuceó ahogándose entre su propia sorpresa.

-No es justo para tí que tuvieses que sacrificarte por el honor de un hombre como yo.-Jaime se encogió de hombros.-Aunque aprecie sin lugar a dudas que seas la única persona que no me considera una causa perdida.

Aquello pareció hacerla reaccionar. Y se opuso con toda la fuerza y toda la tozudez de la moza de antaño.

-Eso no es verdad.-Exclamó indignada.- Y tu te has sacrificado por mí más de una vez...

Jaime suspiró.

-No fue noble de mi parte pedirte buscar a las Stark por mí.

Sabía que Brienne contra eso no podía luchar. Sabía que si comenzaban con semánticas de honor y nobleza, ya tendría la batalla ganada. Incluso ella podía admitir que lo que le había pedido no era de ninguna manera noble, sino una herramienta de cobardes.

-Lo habría hecho de todas maneras.-Dijo Brienne defensivamente.

Por supuesto que lo habría hecho. Aquella moza suya tenía debilidad por las causas perdidas.

-Un caballero habría recuperado su honor con su propia espada, sin importar lo muy lisiado que estuviese.-Jaime sonrió agitando su mano de oro.-Fue injusto para tí el encargarte de esa labor, por muy bien que lo hayas hecho.

-Nunca pensé que fueras esa clase de caballero.-Murmuró Brienne en un hilillo de voz, aparentemente aturdida.

-No lo soy y nunca quise serlo.-Le sonrió.- Pero las malas costumbres se contagian, moza.

Ella le miró estupefacta, sin saber todavía qué pensar o qué creer y el silencio se sembró entre ellos.

Un silencio preñado de palabras sin decir, en los que la mirada de Brienne cambió. Hubiese querido saber lo que se agitaba detrás de su semblante solemne pero ella se mantuvo callada, su figura encorvándose, su cara escondiéndose entre las sombras. Y el supo que había sido testigo de algo fatal.

Entonces pasó algo. Por las mejillas de la muchacha comenzaron a correr lágrimas silenciosas.

Nunca la había visto llorar, ni siquiera en los momentos tan terribles que habían pasado juntos.

Ni cuando la habían amenazado con violarla, ni frente al oso en Harrenhal.

Había visto el dolor cuando se había enterado de la muerte de Catelyn Stark y su hijo, había visto un resquicio de tristeza cada vez que mencionaba a Renly. Pero nunca había visto a Brienne de Tarth llorar, y el sólo pensarlo hacía que su corazón se arrugase.

No supo qué hacer por un momento, no supo si burlarse de ella o besarla. No supo si se tomaría como una ofensa el que ofreciese su hombro o acariciase su cabello como había sido su primer impulso. No pensó en si se sentiría humillada, o si se sentiría feliz, si lo haría todo mejor o peor, pero aún así lo hizo. Porque ver lágrimas en aquellos ojos azules que habían pasado por tanto, así fueran de felicidad o alivio en el mejor de los casos, hacía que un sentimiento inestable se posase en su pecho. El verla llorar le hacía querer sostenerla y el hecho de que él fuese el causante no hacía más que incrementar sus ganas de esfumar la tristeza de su semblante.

La sintió agitarse contra su pecho y llorar silenciosamente contra su cuello. Él acarició su espalda con un nudo en la garganta, sabiendo que después ella se sentiría terriblemente avergonzada por aquello.

-Perdóname.- Susurró mientras besaba su cuero cabelludo y la sintió temblar de la sorpresa.

Quería que ella lo perdonase por las heridas, por los momentos de deshonor que habían definido su vida. Quería que ella lo perdonase por la carga que había puesto en su alma, por haberla hecho ser el daño colateral. Quería que ella lo perdonase porque de alguna manera obtener el perdón de Brienne era obtener el perdón del mundo que una vez se había imaginado. Era su manera de ser el caballero de las canciones que había cantado cuando niño, antes de Aerys, antes del fuego, antes de las miradas aterrorizadas de un mundo que le daba la espalda.

Pedía perdón a sí mismo, le pedía perdón a ella aunque le tomase por sorpresa, porque había sido cobarde, porque había vivido sin cuestionárselo. Le pedía perdón por las burlas, por las palabras, por las heridas. Le pedía perdón porque en aquel momento no era Jaime Lannister, el matarreyes, el que hablaba. Sólamente Jaime. Porque con ella siempre era así, porque de alguna manera, todo lo que le importaba se había reducido a aquello. Una palabra de perdón en una habitación oscura en el fin del mundo.

-No hay nada que perdonar.

-

Cuando Brienne sintió los labios de Jaime sobre los suyos no supo cómo responder. No sólo porque nunca había sido besada de aquella manera, sino por la sorpresa que le hizo cerrar su mandíbula con rigidez.

Abrió los ojos sólo para ver la enorme sonrisa satisfecha de Jaime y muy pronto aquel sentimiento cálido que se extendió por su estómago fue sustituido por una sensación de pánico apremiante.

A su cabeza llegaron las ideas más alocadas. Mientras sus cara se tornaba roja y sentía un chillido creciéndolo en la garganta, recordó el calor de sus labios sobre los suyos y le pareció irreal.

No sabía si sentirse indignada, ofendida o feliz, porque el sentimiento en su estómago era exactamente el mismo: unas nauseas impenetrables y un deseo muy bien escondido de que el beso hubiese durado un poco más. Debía de verse completamente estúpida con palabras tartamudas saliendo de su boca, sería algo que de seguro él recalcaría, pero no le importó.

-¿Q...qué haces?

Jaime arqueó las cejas. Todavía tan cerca de su cara que Brienne podía sentir su aliento y ver la exasperación fingida en sus ojos verdes.

-¿Qué parece que hago?- Sus labios susurraron.

Pero Brienne no sabía cómo contestar.

Había sido sólo un segundo, había sido sólo un roce. Seguramente un juego, un reto, una aventura. Quería ver cuánto la podía hacer enojar, quería ver cuánto podría aguantar creyendo que sus intenciones eran sinceras. Y sin embargo había sido gentil, tierno incluso, como si no hubiese podido evitarlo, como si se hubiese negado a resistirse a sus impulsos, como si lo hubiese practicado por mucho tiempo, como si en verdad tuviese significado.

Él sonrió de nuevo. De aquella manera que Brienne sabía significaba millones de comentarios impertinentes gestándose en su mente.

-Cierto,-Murmuró.- Ésto se llama besar.

-P...pues para.

Brienne se agarró las manos nerviosamente, lo que sólo causó que Jaime Lannister estallase en risotadas. Sintió entonces enfado encrustándose en su pecho, que no había dejado de latir con violencia. Él no tenía ningún derecho. No tenía por qué hacerle eso, no tenía por qué reirse ni tenía por qué andar repartiendo caridades o bromas crueles a diestra y siniestra.

Había llegado a pensar unos momentos antes que el Matarreyes había cambiado, pero había sido una falsedad, desde luego, y aquello no era sino otra demostración de su espíritu ruin y lo equivocaba que había estado.

-Ser... Si ésto es su idea de chiste...

Pudo ver un reflejo de irritación en los ojos de Jaime  y pudo intuír que se hallaba increíblemente ofendido.

-¿Para qué malgastaría chistes con una mujer que no tiene sentido del humor?-Dijo con voz ronca.- Sabes que soy más sensato que éso...

-No estaría tan segura.-Brienne bajó la mirada, incapaz de sostenerse de nuevo ante su sonrisa incipiente.

-No, moza,-Susurró entonces, su mano buscando de nuevo su cara, poniéndose a su nivel una vez más.- Éste soy yo siendo honesto.

Ella sintió cómo todo en ella se daba por vencido de pronto, cómo su estómago quería saltar de los nervios, cómo sus piernas temblaban.

-Brienne.-Le corrigió rápidamente.

Y quiso creerle.

Él podía ser un hombre sincero, ella lo sabía. Podía traicionar, podía matar, podía darle la espalda a todo lo que era moral y de ideales caballerescos,  pero si había algo que ella podía admirar era la manera que tenía de enfrentarse a la verdad, con su encanto y con una sonrisa a la mano, regodeándose con su sinceridad.

-Ya lo sé.-Rió, besándola de nuevo.

Se sorprendió a sí misma sabiendo qué hacer, sabiendo dejarse llevar, porque de alguna manera todo en él sabía a lo correcto. Se sorprendió de que aquello viniese con naturalidad hacia ella, que por un momento pudiese dejar los pesares pasados de lado, que por un instante se diese a sí misma una oportunidad.

Había algo que la horrorizaba, la idea de olvidar el color de sus ojos, el contorno de su boca, la manera en la que su sonrisa se torcía y su voz se arrastraba entre chistes y desafíos. Así que lo besó de vuelta, rezando por poder aunque sea acordarse del sabor de sus labios en sus momentos finales, sabiendo que el corazón le iba a fallar como siempre lo hacía.

Lo besó lo mejor que pudo, entre segundos incómodos, con sus manos temblando, porque su mundo se estaba acabando y sabía que nunca se lo perdonaría si dejaba escapar ese momento de recordarlo.

Debió de haberlo detenido, debió de haberse alejado, debió de haber hecho lo correcto y decirle la verdad de una vez, debió de haberle dejado juzgarla, llamarla mentirosa, llamarla traidora. Debió de haberlo hecho odiarla, porque se lo merecía, porque ella no era digna y nunca lo había sido. Porque todavía, después de tanto tiempo, su interior se agitaba con su cercanía y no podía creer el haber aceptado llevarle a la boca del lobo.

Porque por una vez ella sintió el calor de corresponder, porque todo en sus ojos se lo decía.

Habría tenido que detenerlo cuando besó su cuello o cuando su mano hurgó bajo su ropa. Habría tenido que decirle lo que en verdad estaba pasando, que aquel era el último chance, que había pensado en traicionarle hasta aquel momento y que ahora no podía decidirse entre la vida y la muerte. Habría debido de decirle que lo había llegado cual oveja a matadero y que ahora era la desesperación de aferrarse a él y la parte de ella que lo amaba lo que le daba energía a sus besos y sus caricias. Y lo sentía, porque a pesar de todo, lo amaba sin nunca haberlo deseado.

Pero aún así no dijo nada.

Nunca habría podido encontrar palabras en el abismo que habían dejado sus lágrimas secas. Aún así, se dejó llevar por el ritmo que su corazón marcaba. Aún así reprimió el llanto que se asfixiaba en su garganta. Se tragó la culpa, se rebosó en dolor y lágrimas afloraron en sus ojos, pero se dijo a sí misma que quería tenerlo entre sus brazos, como nunca había tenido a nadie. Se dijo a sí misma, unos momentos antes de la nieve, que las canciones podían ser reales.

Cuando lo besó de vuelta, de pronto nada importó.

Segunda Parte

fanfiction: asoiaf

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