None but Some Fallen Rain (Downton Abbey)

Oct 16, 2012 15:16




Vale, pues en honor al último episodio de Downton Abbey he decidido publicar este fic que tenía guardado desde hace muuuuucho tiempo. Escribí ésto después de ver el primer capítulo de l;a segunda temporada el año pasado... así que obviamente no tiene spoilers xD,
[Spoilers de 3x05 de DA]
sólo tiene ese sentimiento triste de lo que habría podido ser y de alguna manera termina siendo una oda a Sybil, que fue uno de mis personajes favoritos un tiempo atrás. Espero que guste y que ayude para superar la depresión :).

Debo decir que me pegó mucho la muerte de Sybil, pero me dejó con una confianza renovada en Fellowes. Vaya, que fue drama puro y duro, pero aún así... creo que era necesario porque Sybil era probablemente la única persona que todo el mundo de Downton quería, era la Suiza de su familia. Y su desaparición por más que duela, sirve para revivir todas esas personalidades y tengo la impresión de que el conflicto era muy necesitado para darle a DA ese toque que tenía en la primera temporada. 
Ya todo se estaba poniendo muy fácil. Y muero porque Mary y Matthew se pongan del lado de Branson y comience la separación de vieja escuela vs. nueva escuela.

En definitiva, pienso que la muerte de Sybil fue un experimento en sadoquismo... pero que era muy necesitada. Y no puedo esperar a ver qué tramas van a surgir más adelante con Branson y el bebé. Pero esa soy yo siendo panglossiana y pensando que no hay mal que por bien no venga. :)


En fin... aquí se los dejo:

Nombre: None But Some Fallen Rain (Inspirado por la siempre hermosísima In My Lady's House de Iron & Wine, la canción Sybil/Branson por excelencia)
Fandom: Downton Abbey
Categoría: One-shot.
Palabras: 1371.
Género: Drama.
Personajes: Centrado en Sybil Crawley, un poco de Sybil/Branson.
Advertencias: Spoilers de la primera temporada y muy leves de la segunda. Probablemente situado en un detrás de escenas de 2x02 y 2x03.



Una de las cosas que más le gustaba de Downton era el olor de la lluvia en el campo, el sonido de las gotas sobre la grava de la entrada y la manera en la que la casa de pronto absorbía toda la humedad, sacando a relucir viejas reliquias de vidas pasadas a las que normalmente no se sentía conectadas.

Ahora se pregunta si la lluvia volvería a ser la misma, si los sabores, después de dos meses fuera de su hogar, la reconocerían como la Sybil de siempre o si verían en ella algo nuevo.

Nunca pensó que no fuesen a haber riesgos. Eso lo había sabido desde el primer momento en el que un rumor de guerra había disuelto aquellos aires tranquilos y templados. Siempre había sabido que le tocaría crecer, que le tocaría salir y aprender, porque a ella la guerra le había dado un lugar entre las mujeres del nuevo siglo. Porque a ella le sería difícil volver a ser la misma. Las gotas repiqueteaban y limpiaban la superficie inmunda de las ventanas. Hacía frío. Allí siempre hacía frío, pero a ella le parecía imposible concebirlo de otra manera.

Todas las noches tiene el privilegio de imaginarse vida.

No se ha cansado de la muerte, todavía no.

Es joven, es guapa, conocía el olor de la sangre, el sabor de una herida mal amputada. Conoce el tacto de las vendas y la textura de las sábanas recién lavadas. Reconoce sus manos ásperas, su frente sudorosa, sus piesdormidos. Se ha habituado a vivir entre fantasmas, entre agonías. Sábanas negras, almohadas manchadas y noches frías.

Entre horas mal dormidas y habitaciones compartidas, entre gemidos histéricos y el sonido de la lluvia en el hospital, Sybil se redescubre a sí misma todas las noches.

Por eso sólo puede imaginarse las épocas pasadas en Downton con aquella claridad que le resulta insufriblemente viva. La cháchara de las criadas en la cocina, las risas disfrazadas de su padre, sus hermanas discutiendo, el césped siempre verde, las alfombras desempolvadas, los escondrijos entre páginas de un libro de amores fugados.

Había conocido de segunda mano la guerra, ha llorado muertos y desconocidos. Nunca suyos, nunca propios, pero ahora todos eran hermanos. En una era lejana había pensado en bailes y pretendientes, nunca había sido testigo de la miseria. Había pensado que el entrenamiento sería más de lo mismo, más libros de texto, maestras regañonas. Pero en aquellos momentos de guerra las cosas no funcionaban así, se necesitaba toda la ayuda que se pudiera conseguir, así fuese para agarrar manos en los momentos finales y tartamudear palabras de aliento por donde se colaba el miedo que por primera vez sentía a flor de piel.

Había pensado que se aprendería huesos y recovecos, remedios caseros, brebajes desesperados, pero más bien había aprendido a llorar por madres, llorar por hijos. Por la noche, en las escasas horas en las que la luna le ilumina la cara, en las que no siente sus piernas de tanto correr, sabe que ha llorado por décadas, por balas, por palabras y se ha olvidado de llorar por sí misma. ¿Cómo podría ahora pensar en ella? ¿Cómo podría ahora dejar de correr?

Sabe que ya no podía volver, sabe que jamás podría, sus ojos no se cerrarían nunca, vagaría por habitaciones vacías de lujos innecesarios, mastodontes en el hielo, pasillos fúnebres. Miraría detrás de los ojos de un sirviente y vería algo más que un humano, vería una oportunidad borrada por el peso de la costumbre, vería un potencial oculto detrás de vestieres y ollas, fogones y plumeros.

Pero más que todo, se vería a sí misma en el espejo, sus ojos sanos y azules, sus mejillas sonrosadas, vería collares y vestidos cubriendo brazos y caderas, vería disfraces donde alguna vez hubiera carne recién descubierta. Vería el valor de una vida privilegiada y no se conformaría con quedarse sentada.

Sabe, en aquellas noches lluviosas, que ya no queda mucho para volver y teme. Teme por ella, teme por su espíritu, teme ver sentimientos superficiales en caras conocidas, teme darse cuenta de la hipocresía en donde una vez pensó que había amor. Teme tener que verse a sí misma y todo lo que ella simbolizaba.

Teme hasta el momento en el que la mañana llega y por primera vez en lo que parece mucho tiempo se viste de color púrpura. Las cosas que una vez le habían parecido indispensables ya no lo son, la textura de los guantes contra su piel se siente ajena, se siente incómoda, se siente nerviosa, como nunca lo ha estado. Se siente ajena a su propia vida, como una desconocida, confiando en que todo regrese de pronto.

Recuerda la última vez en que le vio, las declaraciones, los silencios incómodos y sabe que no va a hacer fácil. Durante esos minutos, esperando en la puerta con su equipaje, llegan a su mente conversaciones y recuerdos que había relegado siempre a segundo plano. Mientras se despide de sus compañeras recuerda aquella última despedida y se siente extraña.
Recuerda declaraciones y respuestas vagas.

No puede decir que se arrepiente, no todavía. No puede estar segura de la diferencia entre razón y corazón en aquellos momentos, no puede darle coherencia a todo aquello que había sentido y que todavía sentía, a todo ese mundo de posibilidades.

Han pasado un par de meses y de pronto recuerda su corazón batiéndose de esa manera confusa contra sus costillas. Se ha vuelto otra persona, y por eso mismo ahora duda de si las cosas seguirán siendo iguales. Ha perdido su infancia, ha perdido su perspectiva, ha perdido Downton en noches lluviosas y la dulce ilusión de querer casarse y llevar una vida ajena al sufrimiento. Se ha encontrado a sí misma diciéndose que aquello no sería suficiente. Ha perdido demasiadas cosas en tan poco tiempo, que en un acto de desesperación, se encuentra a sí misma rezando por no haberlo perdido a él también.

Los minutos se alargan como horas y ella se asusta, porque incluso de aquella manera, todo pasa demasiado rápido y no cree poder mantenerse serena por mucho más tiempo.

Lo sabe en el momento en que lo ve de nuevo. Todo parecía distinto excepto sus ojos, contiene el impulso de descubrir su cara, el ángulo de sus hombros, el calor de sus manos. Intenta decir algo pero no le salen las palabras, sólo sonríe.

-Un placer verla de nuevo, Lady Sybil.-Dice, de una manera muy profesional, le sonríe de vuelta y sus ojos brillan.

Borrón y cuenta nueva. Sabe que hay algo dentro de él que se agita, ha debido de ser tonta para no haberse dado cuenta mucho antes, piensa y se recrimina.

-Espero que haya encontrado de su gusto su entrenamiento.-Continúa, y ella sabe que no piensa decir nada. Intenta no reír, intenta no llorar, porque aquello sería incómodo y sabe que todavía queda mucho que descubrir, mucho que pensar. Muchos cabos sueltos que atar y muchos momentos que explorar. Eso es lo que lo hace tan especial: que él haya decidido esperar.

-Desde luego.-Murmura entonces, ruborizándose,- Gracias, Branson.

Cuando entra en el carro, no mira hacia atrás, no se despide con la mirada, no deja ninguna parte de sí en aquel edificio, porque ha salido limpia. Ha salido nueva y ha encontrado aquellos segundos de silencio en los que todo se vuelve claro. Él es el vínculo, entre la vida y la muerte, entre la oscuridad y la luz. Él lo ha sido siempre, mucho antes de que ella lo descubriese, ha sido sus pies en la tierra, su camino de letras, su vínculo con el mundo escondido.

Así que cuanto todo se desmorona, cuando la guerra y el mundo se despiden de la Belle Epoque, él es lo único que le queda.

Y sabe, por un momento, que siempre será así.

Poco a poco, el sonido de gotas de agua cayendo crece y la envuelve. A ella, a sus párpados cansados, a su corazón palpitante. Abre los ojos un segundo antes de quedarse dormida y ve la nuca de Branson, sonríe entre sueños, recordando aquella mirada que sostuvieron unos segundos cuando se vieron después de tanto tiempo. Se apoya contra el respaldar y huele la lluvia.

fanfiction: downton abbey

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