Tabla Básica (II)
Fandom: Community
Claim: Study Group (aka, Troy, Abed, Annie, Shirley, Pierce, Jeff, Britta. Puede que Chang. Y Annie's Boobs)
Notas: Slash. Bah, ya ni merece la pena mencionarlo.
1. Inicio
Empieza como empiezan todas estas cosas, entre ellos dos. Empieza con una película alucinante y absolutamente terrible -peor que Kickpuncher VII, y ya es decir- y Abed haciendo comentarios decididamente ingeniosos y Troy sin tener muy claro qué añadir, porque ya lo dice él todo. Empieza con Annie, en realidad, que ha cambiado los sillones por un sofá porque dice que es más cómodo, y porque, según ella, en el momento en que se les empiezan a caer las patas los muebles están oficialmente viejos. Y puede que tenga razón, claro, pero, entonces, ¿cómo se sabe cuándo está viejo un refugio hecho con sábanas?
Empieza con Troy diciendo que, hey, podrían hacer una repetición de esa escena final, que es la única buena de toda la película -y sólo porque anuncia que se acaba, desde luego- en el Dreamatorium; Abed asiente, dice que claro, por qué no. Cool.
Troy quiere hacer de chico, obviamente. Troy es mucho más masculino que Abed, decide, y, de todas formas, no le queda bien la peluca pelirroja que usa Annie para estas cosas. Así que los papeles están repartidos, y Troy hará del alucinante agente secreto mientras Abed imita a la chica en apuros. Y lo hace bien. Lo sabía antes de que empezaran, claro, porque no es la primera vez, pero siempre es bueno reconocerlo.
Así que empieza cuando los dos están allí, en el Dreamatorium, como tantas otras veces. Abed dice “¿Volveremos a encontrarnos, Mr. Diamond?” con voz aflautada; a Troy le cuesta no echarse a reír, porque de pronto no está metido en su papel, y es raro. Normalmente, el Dreamatorium funciona como una realidad virtual; hoy hay algo que no encaja, sin embargo. Pero lo hace lo mejor que puede, y se inclina y acerca los labios al oído de su mejor amigo, dice la frase de rigor -“Nunca pierdas la esperanza, Candice”-, y se le ocurre que quizás deberían parar ahí, justo ahí, porque lo que queda es un beso y, bueno, él sigue sin sentirse Mr. Diamond, así que sería un “Troy besa a Abed”, no un “Troy y Abed imitan la escena de una película”, y, bueno, eso es raro. Muy raro, supone.
Pero no paran. Puede que sea porque, oye, Abed sí que está metido en esto, y Troy no es quién para negarle un final; una parte de él, sin embargo, decide que no esto no tiene nada que ver con Mr. Diamond y Candice, y que mucho mejor así, gracias. Y se acuerda de que, bueno, es mucho más agradable sentarse en el sofá, con Abed al lado, que en esos sillones individuales. Se pregunta si será cómodo apoyar la cabeza en su hombro; tiene la estatura exacta.
Cuando la simulación termina, Abed se quita la peluca. Le mira durante unos segundos, le examina a conciencia. Parece entender algo que el mismo Troy no comprende, pero no es que eso sea inusual, cuando se trata de ellos dos. Y sonríe -esa sonrisa de verdad, suya, esa que reserva para tan poca gente- y abre la puerta.
Antes de que Troy pueda salir, sin embargo, le coge de un brazo. Y el beso que sigue no es simulado.
3. Reglas
Antes de llegar a Greendale, Jeff Winger tenía una serie de reglas, una especie de decálogo para vivir la vida perfecta. Incluía, recuerda, hacer ejercicio, no fumar demasiado a menudo. Incluía también otras cosas, un millón de veces más importantes, mucho más fáciles de hacer. Hasta ahora, al menos.
No te dejes arrastrar, no permitas que otros decidan por ti, que influyan siquiera en tus decisiones.
Y era sencillo, era tan sencillo, entonces. En ningún momento se le pasó por la cabeza que pudiera ser de alguna otra forma, claro, porque la gente que conocía era convincente, desde luego, pero él lo era más.
Ahora es distinto, claro. Ahora su vida es una lucha constante contra la mirada de Annie, los pucheros de Troy; contra las potestas de Pierce, incluso. Ahora es mucho más difícil seguir siendo el de antes, el tipo duro que hacía lo que venía en gana y se salía con la suya y nunca miraba atrás. Lo intenta, claro, lo sigue intentando, porque es difícil dejar atrás todas esas reglas, esa filosofía vital. Pero a veces, sólo a veces, se sorprende a sí mismo esperando con impaciencia una de las chorradas del decano, sonriendo con anticipación al pensar en alguna de las aburridísimas salidas con el grupo de estudios. A veces se encuentra a sí mismo diciendo que sí a cualquiera de las ideas de Annie, porque su boca sencillamente se niega a llevarle la contraria, y cada vez es más difícil asustarse, alarmarse, reprocharse el no haber seguido las reglas. Cada vez es más y más difícil querer volver a esa vida de antes, y hay mañanas en las que Jeff Winger casi desea que no acabe nunca, esto de Greendale.
Eso es sólo a veces, por supuesto.
6. Escape
La ve de lejos, pero no se le ocurre dar la vuelta hasta que el encuentro es inevitable, hasta que los buenos modales prácticamente la obligan a saludarla con un abrazo. No lo hace, claro, porque sería pedir demasiado -de las dos, en realidad-, pero sí que le dirige una sonrisita perfectamente falsa y un movimiento de cabeza, y Katherine Neumeyer, segunda en la cola de aspirantes a Reina del Baile, se la devuelve. La suya es más burlona, por supuesto, y, en cierto sentido, más sincera. A Annie le revuelve el estómago.
Por supuesto, Troy se para a hablar con ella. Eran amigos o algo así, cree Annie; al menos, él se molestó en aprender su nombre, en lugar de llamarla por un apelativo estúpido y doloroso que se repetía en los labios de todos. Ya es más de lo que hizo por ella.
Así que aprieta los puños, encaja perfectamente la mueca predeterminada para estos casos, y aguarda. Y, cuando Troy Barnes decide que ya ha tenido suficiente y se despide -con, nada menos, un “ven a vernos un día si quieres, Kat”-, a Annie Edison se le saltan las lágrimas. Un poco.
Obviamente, Troy no se da cuenta de nada. Es peor que Abed, muchísimo peor, con estas cosas. Es como el primer año, piensa Annie, cuando ella estuvo dispuesta a hacer cualquier cosa con él y él le pidió que le ayudara con un cita. La cita perfecta. Con otra chica.
Y es sólo cuando llegan a casa que Annie se permite dejar escapar un poco la tensión. Cierra de un portazo -Abed se vuelve a mirarla, aparta la vista del televisor, y frunce el ceño pero no dice nada- y se encierra en su habitación. Y llora. En voz baja y con la cabeza hundida en la almohada, y cuando salga se asegurará de que ninguno de los dos está fuera para que no vean sus ojos hinchados, para que no pregunten ni lo hagan todo peor, un poco más patético.
Por supuesto, la puerta se abre. Y Annie no levanta la cabeza, porque no quiere verlo, porque reconoce la respiración de Troy -hace unos años habría hecho que su corazón se acelerara, al fin y al cabo- y sabe que ha hablado con Abed y que ha habido un intercambio de opiniones y una conversación centrada en ella en la que de ninguna manera se ha mencionado su nombre. Y que algún personaje de película pasó por lo mismo, seguramente, y Abed le ha dicho a su mejor amigo qué es lo que tiene que hacer, qué haría un buen guionista. A Annie no le gusta eso. No le gusta, porque ni siquiera sale de él, ni siquiera le importa lo bastante como para saber responder a tiempo.
Hey, le dice Troy. Se sienta en la cama, muy en el borde, y le apoya una mano en el hombro. A veces es peor que Abed con estas cosas, desde luego.
Oye, Annie, lo siento, murmura, y cómo va ella a explicarle que no tiene que sentirlo, que él no tiene la culpa de que Annie Adderall fuera una marginada en el instituto ni de que las chicas como Kat se metieran con ella. Que él no tiene la culpa de haber sido popular y no dirigirle una segunda mirada, de no acordarse de su nombre de no ser por el ataque psicótico del último curso, de no saber siquiera de su existencia.
Si te sirve de consuelo, le dice él, después de un silencio, nunca le pondría a mi mono el nombre de sus tetas. Y Annie sonríe entre lágrimas. Se le escapa una carcajada, levanta la cabeza. Él la abraza.