Tabla Leyes de MurphyFandom: Being Human (UK)
Claim: Mitchell/George/Annie
Uno debería preferir siempre lo imposible probable que lo improbable posible.
Hay veces en que todo sale mal. Hay veces en que necesitas un amigo y descubres que no está, que ha desaparecido. Se ha ido, definitivamente, esta vez -y todavía puedes sentir la estaca en tu mano, áspera, y te preguntas cómo es que puedes seguir, después de eso-, y de pronto la casa está vacía, y todo se hace más duro, todo es más difícil. Hay veces en que te dejas caer al suelo y escondes la cabeza entre las rodillas, y quieres llorar -siempre has sido de lágrima fácil- pero has llorado tanto y tantas veces, estos últimos meses que no puedes hacerlo. Así que sólo esperas. Por si acaso. Por si alguien se diese cuenta, ahora mismo, de que todo esto no es más que un maldito error, por si alguien decidiese dar marcha atrás y devolverte todo lo que has perdido -y por una vez no te refieres a una novia incapaz de recordar el nombre de tu plato favorito, por una vez no te refieres a ese futuro brillante que te esperó una vez, en lo que parece otra vida-.
La única que viene es ella.
Y puede que no la sientas, no realmente, puede que el abrazo no sea más que una ilusión, que sea más transparente cada día, que esté fría y muerta, puede que nada de esto sea más que un pequeño consuelo, pero está ahí. Y dice tranquilo, dice no habrías podido salvarla, y tú sabes que te está leyendo, como si fueses un libro abierto, confiado, sabes que conoce todas las preguntas, todas las respuestas, todo lo que ronda por tu cabeza y te ahoga, te asfixia. Sabes que lo que dice es verdad, también, aunque no quieras creerla. Si sólo hubiera sido un poco más rápido, y se te rompe la voz.
Tienes que quedarte aquí, George, susurra Annie. Conmigo. Con tu niña. Y te ayuda a levantarte, y abre la puerta y prácticamente te empuja, y ese es el momento en el que te preguntas qué sería de ti sin ella, qué sería de ella sin ti. Y casi agradeces no haber llegado a tiempo -ahora estarías muerto, y tienes un bebé que cuidar y un fantasma que cuidar y una casa que no termina de ser vuestra-, y casi te odias por eso.
Y George, dice Annie, George, nada de esto es culpa tuya. Y es como si el peso desapareciese, de pronto, como si todo fuese más soportable. Un poco. Como si ella tuviese todas las respuestas, como si pudiera calmar el dolor, con una sonrisa.
Ojalá volviera, susurras; los dos sabéis de quién hablas. De Nina, de Mitchell. De esa casa rosa donde lo más horrible eran las cortinas, donde podíais pelear por la televisión y por quién dejaba tiradas más tazas de té. A ella se le escapa algo así como un sollozo, pero aguanta. Mira hacia delante, George, parece decir. Ojalá podamos seguir sin ellos.
No sabes qué es más difícil.
El único día que uno vendería su alma por cualquier cosa, sobran las almas.
Fue esa primera noche, supone. Fue el verle cambiar, escuchar los gritos y mirar desde la cocina, fue el verle retorcerse en el suelo y no poder hacer nada por evitarlo, por aliviar un poco ese dolor que -y eso lo dijo después, George, eso no lo supo ella hasta mucho después, y quizás lo agradece- sólo para cuando es demasiado fuerte, cuando has deseado morir tantas veces seguidas y has gritado pidiendo ayuda y el cuerpo no soporta más, cuando dejas de registrarlo todo y el mundo se convierte en una nada inmensa que te engulle. Cuando llega el lobo.
Es probable que fuese entonces, desde luego. Recuerda que antes -antes de esa noche, antes de la luna llena y de esperar con Mitchell fuera de la casa, y de las lágrimas que no terminaban de caer porque era imposible, porque algo así no podía pasar y no, no a George, a George menos que a nadie- su relación había sido tensa. O algo así. Recuerda que se gritaban por cualquier cosa y que a él le molestaban las tazas -y que después de la luna llena no quedaron demasiadas que llenar-, y que ella quería estallar, a veces, y chillarle y mandarle a la mierda, porque cómo se podía ser así, tan imbécil y tan... tan él. Recuerda todo eso, desde luego, pero parece muy lejano, casi como la vida con Owen y esa Annie tan estúpida y las escaleras y el estar viva. O quizás más.
Puede que fuese esa noche, desde luego, la que lo cambió todo. La que la cambió a ella, por lo menos -y puede que un poco a él, también,y a Mitchell, que nunca antes había escuchado los gritos- y le hizo darse cuenta de lo que tenía delante. De que George no era sólo George, ese tipo maniático y un poco demasiado histérico para el gusto de nadie; de que tenía algo más, dentro. Una parte de ella pensó en el lobo, a la mañana siguiente, pero fue una parte pequeña, minúscula; en general, lo único que Annie recordaba eran los gritos. Y deseó haber podido ayudarle, deseó haberle quitado algo -ojalá le hubiese dolido a ella- y no haberle visto doblado en dos, ojos cerrados en mitad del cambio.
Se lo dijo muchas veces, después de esa noche. Podría quedarme contigo. No sé si te ayuda. Y quizás él sabía algo -quizás él sabía lo que pensaba-, porque nunca le dejó mirar, después de eso. Con una vez basta, Annie, y en esos momentos ella pensaba en los gritos y en las muecas, en cómo se encogía de dolor, y lo agradecía. No poder quedarse, no querer quedarse.
Han pasado años, y sigue sin poder hacerlo.
Y escucha desde fuera, desde la puerta. Ha visto cambiar a Nina y a Tom, y casi no ha importado. Gritan y se encogen, también, pero no es lo mismo -no son George-. Y cuando se encierran sujeta al bebé y se aprieta contra ella, como intentando taparle los oídos, los ojos, el cerebro, como intentando que esa noche deje de existir, que la luna nunca esté llena. Y se escuchan aullidos desde dentro, pero -para qué engañarse- ella no los oye. No todos, al menos; sólo a George.
Y es como esa primera noche, y ojalá pudiera hacer algo, vender su alma, su vida -su muerte-. Sólo queda esperar.
El infierno son los demás.
No hay mucho más que decir, después de eso. Probablemente estaría bien que te tranquilizaras un poco, Annie, suena tan fuera de lugar que ni siquiera él se atreve a decirlo -y es un vampiro, joder, y un vampiro tendría que atreverse a casi cualquier cosa-, así que se limita a callar y a mirarla, y a rezar porque George sea un poco mejor que él con estas cosas.
(Y obviamente no lo es. Es George, por favor; sería como pedirle a un niño de cinco años que ayude a montar una lavadora. O quizás peor.)
Annie no llora. No mucho, por lo menos, teniendo en cuenta que acaba de descubrir que su novio... su marido la asesinó. Y que se quedó bastante tranquilo, y que quizás ella no le importaba tanto. Que esa vida que tuvo no fue más que lo que ella quería ver, que no fue nada. Así que no, teniendo en cuenta todo eso, Annie no llora demasiado, quizás porque sabe que no sirve de nada. Que él sigue vivo y ella está muerta, y el maravilloso Owen será el maravilloso Owen una vez más, y se saldrá con la suya. Ojalá le atropelle un coche, suelta en un momento dado; luego parece encogerse en el suelo. Y Mitchell quiere ayudarla, de verdad que quiere, pero no sabe cómo hacerlo.
Y entonces llega George.
Puede que no sea especialmente sensible, no con los demás, y mucho menos con Annie, de normal. Puede que no tenga tacto alguno, o que a veces -por no decir siempre- sea más un incordio que otra cosa, cuando intenta ayudar. Pero sigue siendo George, y, al menos a él, hace sentir bien simplemente estando ahí. Como si fueses un poco menos miserable por tenerle al lado.
Y en el momento en que se sienta junto a Annie, Mitchell sabe que todo va a estar bien. Mejor, al menos. Y se pregunta qué puede hacer él, aparte de quedarse con ellos. Cuidarles, que es lo que mejor se le da.
Hey, Annie, murmura. No te preocupes; acabará pagando. Al fin y al cabo, sabemos donde vive. El infierno puede estar más cerca de él de lo que parece.
Y en ese instante, como si sólo hubiese estado esperando eso, Annie sonríe. Y todo es un poco mejor.