Tabla Leyes de Murphy
Fandom: Being Human
Claim: George/Annie/Mitchell
Nada se va para siempre.
Oh, vamos, dice George. No puede ser.
Pero es. Joder, claro que es -justo él, los mismos ojos y el pelo rubio, aunque está más calvo y parece más viejo, aunque parece más inofensivo que antes. Es él, es William Herrick en persona, y George no sabe si gritar o correr o matarle de nuevo porque, oye, quizás con un par de veces valga.
Mierda, susurra después. Mierda mierda mierda. Qué vamos a hacer. Qué voy a hacer.
Desde que entró en este mundo, desde que, bueno, desde que le atacaron y le jodieron la vida -sólo que no se la jodieron, sólo se la cambiaron, porque quién sabe qué habría sido de él de seguir en su casa con su novia y sin tener nada de esto-, George Sands ha visto cosas. Cosas buenas, cosas malas, cosas sencillamente raras. Como esto. Bueno, no exactamente como esto, pero quién puede decir que es imposible cuando tiene un amigo vampiro y una fantasma, cuando él mismo es un hombre-lobo y su novia está embarazada y qué coño hacemos ahora, George. Piensa. Piensa.
Su primer impulso, después de el salir corriendo o pellizcarse porque tiene que ser un sueño, es llamar a Mitchell. Mitchell sabrá qué hacer, Mitchell siempre sabe qué hacer, Mitchell lo arreglará todo. Es sólo que Nina llega antes, y no les da tiempo a pensarlo demasiado, y de pronto Herrick es el tío Billy, y es absurdo, es totalmente absurdo, y cuándo va el maldito karma a devolverle todas las que le debe, a ver. No es posible que todo esto le pase a él -se entiende que, una vez que te han convertido en hombre-lobo, lo demás tiene que venir rodado. Nada de enemigos mortales, y mucho menos de enemigos mortales muertos, valga la redundancia, volviendo a la vida nadie sabe por qué.
Le hice pedazos, le dice a Nina. Ella sacude la cabeza, dice hablamos luego. Y, mierda, no necesita hablar luego. No necesita hablar en absoluto; sólo necesita echar a Herrick de su vida. Ya me lo cargué una vez, ¿por qué narices tiene que volver?
Y es obvio que alguien, algo, está jugando con él -llámalo destino, poder superior, lo que sea-, y que, por lo visto, le cae mal. Deben de ser las gafas. O las camisas que lleva, de vez en cuando. A lo mejor debería escuchar a Annie más a menudo, sobre todo cuando es de ropa de lo que hablan.
¿Quieres tranquilizarte de una vez?, casi le ordena Nina, y, claro está, George se tranquiliza. Por fuera. Durante diez segundos. Luego vuelve a estar histérico porque, oye, la histeria es su terreno, su estado natural, y si consigue que casi le dé un ataque de ansiedad cuando va de compras lo lógico es que, bueno, que sea un poco más grave cuando un enemigo mortal vuelve de la tumba, ¿no? Sobre todo siendo Herrick. Admitámoslo, siempre le puso un poco los pelos de punta.
Sólo espera a que venga Mitchell, le dice a Nina, y ella resopla y George casi puede oír la protesta -¿por qué es siempre todo acerca de Mitchell?-, pero no hay tiempo para eso. Y no es siquiera el vampiro quien les interrumpe; es Annie.
¿Qué es lo que...? Y el grito que sigue puede oírse a tres kilómetros. Bueno, podría oírse, claro, si Annie no fuese un fantasma.
Annie, dice George, en ese tono tan suyo, agudo, indignado y nervioso y asustado y mil otras cosas, Annie, te presento al tío Billy, y ahí se le escapa una risa.
Ella se pone blanca. Si no fuera un fantasma, probablemente le habría dado un infarto.
¿Herrick?, pregunta. George y Nina asienten.
Hay cosas que no terminan de irse, por mucho que lo intentes.
El que ronca es el primero en quedarse dormido
Es siempre George, claro. Annie lo sabe, más que nada porque, bueno, ser un fantasma tiene sus ventajas -como lo de aparecerse sin ruido, por detrás, como lo de estar sin que ninguno se dé cuenta, como lo de... nah, no tiene más ventajas, en realidad-. Así que sí, lo sabe. No oficialmente, claro, porque oficialmente no tendría por qué saberlo, porque esas cosas se quedan entre ellos, o deberían quedarse entre ellos, por lo menos. Pero lo sabe, y hay veces en que le cuesta aguantarse la risa cuando actúan tan dignos, frente a ella, tan en plan de somos colegas, nos damos consejos con las chicas y en ningún momento, en ninguna ocasión, hemos pensado en follar entre nosotros.
Así que hay veces en que a Annie se le sale la sonrisita, sobre todo cuando está hablando con George mientras Mitchell ve cualquier película que sólo él soporta y que, por supuesto, no tiene efectos especiales. El hombre-lobo hace algún gesto extraño y después intenta fingir porque, hey, se supone que ella no lo sabe, y es tan absolutamente malo en ello que a Annie se le escapa el aire en una risa contenida, y la cara de George se pone muy roja y él muy digno, y Mitchell acaba por mirarles como quien no quiere la cosa, como si todo eso no fuera con él, y es entonces cuando ella tiene que ofrecer una taza de té, porque, si no, acabará por revolcarse por el suelo justo ahí, delante de ellos.
¿Qué te parece tan gracioso?, pregunta George, un buen día. Y, en serio, Annie podría decírselo. Comentarle algo como adelante, podéis besaros o abrazaros o pegaros el lote delante de mí, total, soy un fantasma y, a menos que me dé por el sexo telefónico, es todo lo que voy a vivir en toda la eternidad. Podría decir eso, claro, pero, ¿dónde estaría la gracia?
Así que dice nada. Sólo que roncas.
¿Qué? ¿A qué viene eso?, y lo pregunta en ese tono indignado que le hace parecer tan absolutamente adorable -y ojalá él no se entere nunca de que ha pensado eso-, y ahí sí que Annie no puede contener la risa.
¿Qué os pasa, niños?, interviene Mitchell, tono supuestamente serio, como si fuese el adulto de la habitación -y, bueno, en cierto modo lo es. En comparación con ellos, al menos-. Y Annie se ríe aún más fuerte.
Eso quisiera saber yo. Dice que ronco, Mitchell. Que yo ronco, ¿tú...?
Bueno, es verdad, suelta el vampiro, y ahí es donde se da cuenta de que, hey, Annie sigue ahí. Y, se supone, ella no sabe...
¡Mitchell!, se queja George. ¡Te has puesto de su parte! Como si esto fuese una pelea de chavales, doce o trece años y toda la razón está conmigo, obviamente. A veces le entran ganas de pegarse cabezazos contra la pared, en serio.
Bueno, George, dice Annie, para rematar, es que es verdad. Roncas. Y si no te oyera, durmiendo como dormís a tres centímetros, tendría un problema. Uno grande. Y se ríe.
George, claro está, se calla en ese instante. Al fin y al cabo, cuando uno tiene 156 puntos de coeficiente intelectual, algo pilla en estas cosas. Más o menos.
A Mitchell se le abre la boca de una forma muy cómica.
¿Tú... Tú...? ¿Lo sabías?
Bueno, George, suelta Annie, con una sonrisa traviesa, roncas fuerte, pero, entre tú y yo, gritas más.
Siempre que las cosas parecen fáciles es porque no oímos todas las instrucciones.
¡Oh, vamos, eso no puede ir ahí! ¡Mitchell!
Y en ese momento es cuando John Mitchell decide que ha tenido bastante. Que está harto. Hasta las narices. Que, ahora mismo, preferiría lidiar con Herrick.
Bueno, quizás no tanto.
¡Hazlo tú, entonces!, grita. Annie, obviamente, se echa un poco para atrás. El vampiro puede ser bastante aterrador cuando quiere. ¡Joder!
Y se levanta, lanza el destornillador por los aires, y se tira en el sofá. Annie se queda en el mismo sitio, claro, mirando la estantería a medio montar y sujetando un martillo que, por lo visto, no sabe cómo utilizar.
Exactamente igual que Mitchell. Y George. Quién narices inventaría Ikea.
Muy bien, vamos a tranquilizarnos, y que eso lo diga el licántropo más histérico del universo aclara bastante la situación. Han llegado a un punto sin retorno, desde luego. Han tocado fondo.
¡Tranquilízate tú!, chilla Annie, de pronto. ¡Yo estoy perfectamente! Acto seguido, para demostrar lo tranquila que está, le lanza el martillo a la cabeza. Suerte que la puntería nunca ha sido su punto fuerte.
¡Es una maldita estantería!, se queja el hombre-lobo, una vez recuperado del shock. No puede ser tan difícil de montar, ¿no?
Cuando empieza a martillear los tornillos, John Mitchell descubre que, en realidad, él sí que tiene talento para el bricolaje. Comparado con el de algunos, claro.
George, empieza. George, en serio, creo que eso no...
¿Veis? ¡Terminado!, exclama el licántropo, y, sinceramente, habría que ser un verdadero tirano para decirle que, bueno, que intentan montar una estantería, no una obra de arte moderno. En serio; el tono de su voz hace que Mitchell se lo piense, por un momento. Total, siempre pueden comprar otra, ¿no?, y dejar esa...
Por suerte, Annie sí que tiene el corazón de piedra.
Eso no es una estantería, George, dice. A menos que las estanterías tengan cinco patas y ninguna balda, y que se sujeten del techo.
Ah. Claro. Por supuesto.
(Maldito Ikea)