Tabla 30 Días
Fandom: Supernatural
Claim: Sam, Dean, John Winchester
16. Última palabra
Se miran en silencio, ojos clavados en los del otro, y se retan -llevan tiempo haciéndolo. Di algo, papá, di algo de una puta vez, piensa Dean, di que no puede irse, que no puede dejarnos.
Si te vas, dice su padre -el padre de los dos, ese John Winchester que les ha criado en el asiento de atrás de un coche y que no aguanta del todo la mirada de su hijo menor, que no puede convencerle porque son a cuál más cabezota, quién podría parecerse más que ellos, por qué no podéis poneros de acuerdo, por favor-, si te vas, no vuelvas. No sueñes con volver. Nunca.
Y es algo así como vamos, Sammy, es algo así como Dean rogando con los ojos y Sam ni siquiera le mira, sólo frunce el ceño y aprieta los puños y su hermano mayor sabe que está cabreado, y que un Sam cabreado nunca trae nada bueno -la última vez trajo un portazo que llamó la atención de todos los vecinos, trajo el tener que largarse echando leches de un pueblecito cualquiera de California porque la policía podría revisar las tarjetas y los carnés. No, un Sam cabreado nunca trae nada bueno, pero a Dean no le importa seguir soñando, esperar que, quizás, esta vez sea distinta.
¿Es tu última palabra?, pregunta el menor de los Winchester, que por algún motivo parece el mayor de todos ellos, el único que sabe, el único que entiende. El único que ve un poco más allá, y es verdad que él siempre ha sido el listo, siempre ha sido el que valía para algo, pero Dean lo maldice en ese momento. Podría gustarte esto, hermano. Lo de cazar y vivir en la carretera, podríamos gustarte nosotros. Un poco.
Es mi última palabra.
Y vamos, Sammy, no puedes, no puedes irte, no puedes dejarme, pero Sammy aprieta los labios sólo un segundo antes de decir que bien, bien, me lo esperaba. Qué otra cosa ibas a decir. Sólo un padre de mierda como tú puede anteponer su venganza -no, no lo niegues; puedes decir lo que te dé la gana, pero esto sigue siendo venganza-, sólo un padre de mierda antepondría su venganza a su hijo, y, ¿sabes?, ya me lo esperaba. Y no pienso volver.
Y en el momento en que da un portazo, en el momento en que Dean se da cuenta de que se lo ha llevado todo -de que no había mucho que llevarse, en primer lugar-, es cuando queda claro que era su última palabra.
17. Equipaje
Cuando John Winchester emprendió su viaje, la primera vez -ese viaje en busca de respuestas y venganza, ese viaje que tenía que devolverle a Mary pero no lo hizo-, sólo llevaba una maleta. Ropa de calle, un chándal desastroso para dormir, las cosas de los niños. Sammy iba en el asiento de atrás, en una de esas sillitas cutres de bebé que venden para los coches; Dean le agarraba la mano, como asustado -aterrado-, como si temiera que fuese a desvanecerse si le soltaba en algún momento.
Quizás lo hiciera.
Por aquel entonces, John Winchester no era más que un ex marine y viudo reciente, un hombre solo en el mundo con dos niños a los que cuidar, demasiadas dudas y un miedo terrible. Qué era aquello, por qué iba a por él. Cómo vamos a sobrevivir, cómo voy a daros un futuro si apenas puedo mantenerme a mí mismo.
Con el tiempo, John Winchester aprendió cosas. Cosas como que no es tan difícil falsificar tarjetas, que los bancos atenderán sin dudar un segundo a un tal Mr. G. Harrison que quiere conseguir un crédito para ampliar su casa, por ejemplo. Que si lleva a un niño de seis años como Dean no llama nunca la atención de los dependientes, que en los bolsillos del abrigo no cabe tanto como necesitan.
Con el tiempo, John Winchester olvidó otras cosas. Como el llegar a casa después del trabajo -ya no había casa a la que llegar-, o cómo sabían los besos de una mujer a la que no hubiese que pagar por la mañana, o lo que era que tu niño trajese a la cocina uno de esos dibujos estúpidos que les obligan a hacer en clase y sentir cómo se te escapa una sonrisa. Mira, hasta he dibujado a Sammy, y señalaba la tripa gorda de mamá. Muy bien, cariño, muy bien.
Cuando John Winchester emprendió su viaje por primera vez llevaba sólo una maleta y un par de bultos más, y dos niños en el asiento trasero. Ahora, veintidós años después, lleva un arsenal y ropa mal doblada, lleva dos maletas y un diario y un tarjetero lleno; ahora, veintidós años más tarde, ha perdido a esos niños, y no sabe cómo, ni cuándo.
18. Después de
Después de todo, Dean, qué otra cosa podrías haber hecho.
Hay veces, cuando duermen en uno de esos moteles de mala muerte, en camas que chirrían con cada movimiento y habitaciones llenas de polvo y bichos muertos, en las que se arrepiente un poco, de todo esto. De haber visitado a Sam y haber pedido -exigido- su ayuda, de querer a su familia unida. Quizás, Dean Winchester, quizás eras tú el que se equivocaba, y no ellos. Quizás lo de alejarse era buena idea; cada uno necesitaba su vida, al fin y al cabo. Especialmente Sam.
Hey, Sammy, le pregunta una mañana. Su hermano está medio dormido, pero responde igual. Un murmullo confuso y un poco molesto -sigue sin gustarle madrugar, qué vamos a hacerle-, hey, Sammy, ¿crees que hice bien? Y el otro no le contesta, porque quizás no ha querido entender la pregunta. Qué quieres que te diga, Dean. Quizás.
De haber estado allí, esa noche -de haber estado en su propio piso, con Jessica, preparándose para la estúpida entrevista-, de haber estado allí esa noche podría haberlo cambiado todo. Para bien o para mal; quizás habría muerto en el fuego. Quizás la habría salvado. Quién sabe. Dean no, desde luego; después de todo, él nunca ha sido el listo. Pensar no se le da bien precisamente por estas cosas, porque si piensas puedes llegar a conclusiones, puedes encontrar respuestas, y a veces es mejor no saber.
Hey, Sammy, querría decirle a su hermano, mientras están en el coche. Hey, Sammy, ¿crees que te jodí la vida? Llamándote y eso. Tendría que haber ido solo. Tendría que haberte dejado marchar -no ahora, no ahora con Jessica y todo eso; me refiero a antes, a mucho antes. A cuando te cabreaste con papá y decidiste que querías vivir tu vida, que no querías ser un Winchester si eso implicaba... ser nosotros. Como nosotros. Como papá -o, lo que es peor, como el propio Dean. Soldado perfecto, leal y cabezota y siempre tan solo.
Aunque ahora no. Ahora es distinto; ahora son dos.
Hey, Sammy, le dice, en el coche. ¿Te apetece que paremos un rato? No tenemos prisa, ¿no?
19. En una sola noche
El mundo puede dar una vuelta completa, en una sola noche. El mundo puede dejar de ser lo que era, convertirse en algo peligroso y hostil -convertirse en lo que siempre fue, lo que no quiso ver nunca. Vives entre monstruos desde niño, Dean Winchester; deberías saberlo.
Con cuatro años uno no entiende muchas cosas. Con cuatro años están papá y mamá y ese bulto de ropa que es Sammy; con cuatro años papá te empuja y grita saca a Sam, y tú obedeces. Es papá. Con cuatro años cambia todo, pero no te das cuenta.
Es más adelante. Cuando hay otros chicos, otros niños con padres y madres y una dirección concreta, una dirección definitiva. Niños que pueden enfadarse con sus hermanos, y sabe que eso es algo nuevo, algo raro, porque él no puede. Papá dice que cuide de él, y Sammy es molesto a veces y se termina esos cereales que les gustan a los dos, pero no puede cuidarle si está enfadado, así que no se enfada -se lo guarda todo y hace una bolita, igual que con papá, porque papá es una especie de héroe y uno tampoco se enfada con los héroes, Dean Winchester. Sería egoísta. Muy egoísta; él es quien les cuida, al fin y al cabo, el que les da de comer. O algo así.
Es cuando hay otros niños y hay padres que discuten y hay regalos de cumpleaños que no se parecen a pistolas -un balón de fútbol, pero no vas a pedir un balón de fútbol, Dean, porque eso no sirve para proteger a Sammy de los monstruos-, y aún más adelante, cuando hay adolescentes furiosos y él es uno de ellos. Dean Winchester está igual de furioso con el mundo que todo el resto de sus compañeros, pero nunca contesta a su padre ni desobedece, y sólo se mete en líos si no pueden salpicar a Sammy. El mundo puede cambiar en una noche, y eso Dean no lo registra del todo hasta que cumple los diecisiete y esa chica le sonríe como si fuese lo único en el mundo, como si no importasen papá ni Sam ni los demonios que acechan, como si toda la vida no fuese vengar a mamá. Como si de verdad valieses algo, Dean, como si... como si le importaras.
Y es el momento en el que se enamora, o algo parecido, es el instante en que comprende que hay muchos cambios, hay tantas y tantas cosas que vivir, pero sólo algunas merecen la pena. El primer beso de la chica -no tan guapa como otras, no demasiado mona, en general, pero qué importa-, el escuchar su nombre entre sus labios.
Y es la primera vez que Dean no quiere marcharse, la primera vez en que no quiere pasar página y terminar un trabajo. Podríamos quedarnos unos días, papá, comenta -no se atreve a pedirlo-, pero entonces hay un vampiro trescientos kilómetros al oeste y la chica se queda atrás, y el mundo cambia de nuevo, vuelve atrás.
20. En llamas
Mary Winchester arde. Mary Winchester arde en sus sueños, y Sam sabe que no es real, sabe que ni siquiera la recuerda, pero casi puede sentir el calor. Mary Winchester es su madre, y está en llamas, y le mira desde el techo -y de repente no es ella, aunque sigue siendo rubia, preciosa, de repente no es ella, es Jess, su Jessica, su chica, que grita y le mira, y hay sangre y huele a humo y Sam se despierta.
¿Estás bien? Asiente, claro. Sólo ha sido una pesadilla, dice, y se le olvida mencionar que no es la primera, que van tres veces, que siempre apareces muerta, Jess, clavada al techo, en llamas. La besa.
Te quiero, cariño, dice, y es ahí cuando ella se preocupa. ¿Seguro que estás bien?, pregunta, medio en broma, porque Sam puede ser muchas cosas, pero no es lo bastante romántico para andar diciendo esas cosas a cualquier hora, ni está lo bastante borracho. ¿No habrás bebido demasiado?
Sam niega con la cabeza. ¿Por qué lo dices? ¿Es que no puedo...?
Bueno, la verdad es que no voy a pegarte por ello, si es lo que te asusta, le dice ella, medio riendo. Aunque podrías dejarte de palabrería y demostrármelo, ¿eh?, y pueden ser las cuatro de la mañana, pero el cuerpo de Jess es una tentación demasiado grande y, en realidad, Sam no quiere volver a dormir. Para qué hacerlo, si va a volver a soñar -fuego en el techo y los gritos de Jess y la sangre cayéndole en la cara, y...
¿Estás listo?, pregunta su novia, a la mañana siguiente. Brad dijo que nos llevaría a uno de esos sitios pijos, ya sabes, de los que le gustan a él, y que no...
Que no me preocupe, que invita él, ya, termina Sam. Ambos se ríen. Se conocen bien, tan bien que a veces da miedo. Se conocen bien, sólo que no se conocen en absoluto -que ella no le conoce en absoluto. No sabes lo de mis sueños, Jess, no sabes que mi padre es un puñetero cazador y que mi hermano puede estar muerto, puede que un licántropo le haya desgarrado el cuello, quién sabe. No sabes que vi morir a mi madre cuando solo tenía seis meses, que vi cómo se retorcía en el techo, clavada, cómo gritaba y agonizaba, cómo ardía. No sabes que sueño con ella, a veces, aunque no lo recuerdo; no sabes que te he visto morir, a ti también. Envuelta en llamas.