Tabla 30 Días
Fandom: Supernatural
Claim: Sam, Dean, John Winchester
11. Pecado
Los hijos pagan los pecados de los padres, supone; el del suyo fue grande, muy grande, el del suyo fue el traicionarse a sí mismo y seguir al corazón y no a la cabeza. El pecado de John Winchester fue vender su alma al diablo, condenarse al infierno, y él lleva sus genes y ya se sabe, de tal palo tal astilla, dicen.
Y es todo lo que odia, es justo lo que no debería hacer, pero qué otra cosa le queda. Sammy tiene que despertarse, Sammy tiene que vivir, Sammy es lo único que le mantiene de pie. Es egoísta, lo sabe, es egoísta y él mismo odió a su padre por hacer esto, y puede que ahora entienda a John un poco más, puede que ahora sepa lo que sintió, por qué lo hizo. Lo siento, Sam, piensa. Lo siento de verdad.
Así que la invoca. El demonio de la encrucijada ha cambiado de cuerpo, pero aún le recuerda. Dean Winchester, dice, y luego habla y habla y habla un poco más, le susurra cosas al oído que él no quiere oír, se ríe de ti, Dean, se ríe de ti y qué puedes hacer, salvo esperar, dejarla hablar. Escuchar, aunque no quieras. Y regatear.
Diez años son pocos, supone. Una vida bastante corta, si se para a pensarlo -morir con treinta y siete no es como morir a los ochenta-, pero está dispuesto a aceptarlo. Diez años y tener a su hermano a su lado, todo ese tiempo, tener a Sammy con él y, después, después dejarle solo -y eso le hace pensárselo un poco, pero no demasiado; Sam es fuerte, Sam es mejor que él, Sam sabrá cuidarse bien. No le necesita, no tanto como Dean le necesita a él.
Pero el demonio se ríe. Dice esto no es como el resto de tratos. No eres como los demás, Dean Winchester, y lo sabes, y yo lo sé también, y esto que me pides -esto va a costarte mucho más. Diez años son muchos años; tu alma estará vieja y manchada, quizás no pueda jugar con ella. No, Dean, tendrás que darme algo más.
Y diez años son poco tiempo, pero un año -un año no es nada. Un año, es todo lo que tendrás, cuando sellemos el pacto; Sam tendrá el resto de su vida. Piénsalo, Dean; es mejor trato que el que tuvo tu padre, ¿no?
Dean la besa. Un beso largo y doloroso, y es como si se le marcara a fuego, y el contrato se cierra -no hay marcha atrás. Los hijos pagan los pecados de los padres; Dean sólo está devolviendo el mundo a su orden natural. Él no tendría que estar vivo, al fin y al cabo. Él sólo -él sólo quiere a Sam.
12. Encanto
Cuando paran en un pueblo, no importa dónde ni cuándo, los hermanos Winchester hacen algo así como causa común. Van juntos a todas partes, al colegio o al supermercado, no se alejan en ningún momento, no se pierden de vista. Dean sabe que tiene que cuidar de Sammy, y Sammy, que si Dean se queda solo puede pasar algo malo. Son niños, pero entienden las cosas -y saben que juntos son más grandes, que juntos el mundo es más fácil de enfrentar.
Con el paso de los años, claro, empieza el problema de las edades. El tener que separarse para ir al colegio, el que a Dean le saluden las chicas y Sammy se sienta un poco intruso cuando hay tanta gente alrededor.
¿Es tu hermano pequeño?, pregunta una, y le murmura algo a la de al lado. Se ríen, y Sam tiene la sospecha de que, si su hermano no fuese su hermano -si fuese uno de esos chicos más bajitos, uno de esos sin esos músculos que empiezan a formarse, producto de la caza y de cargar con un peso que ningún chico debería cargar-, probablemente le habrían ignorado. Al fin y al cabo, Sammy no es lo bastante pequeño para ser mono, y un hermanito siempre es un poco un estorbo.
Dean contesta que sí. Le presenta. Este es Sammy, chicas. Y Sammy le corrige, dice que es sólo Sam, y las muchachas se ríen.
Qué simpático, dice una, la misma que habló antes -probablemente a la que más le gusta Dean-, y le revuelve el pelo. Sam quiere golpearla, en ese momento, pero supone que, si lo hace, su hermano no ligará demasiado.
Hey, que no tiene tres años, protesta Dean, y Sam le sonríe. La chica se disculpa; todo está bien. Sobre todo porque es guapa, claro, y Dean tiene quince años y dos ojos en la cara, joder, Sammy, le cuenta después, es que tiene tetas, ¿has visto?, son grandes de cojones, y le sienta bien la falda, ¿no crees? Y Sammy no cree, después, no cree nada ni ve nada. Sólo que Dean tiene encanto, que a Dean le siguen las chicas, que Dean lo tiene muy claro. Que Dean, a pesar de todo -los quince años y los pechos enormes y esa falda tan corta y los ojitos que le hacen- no le ha dejado solo ni un momento. Que siguen siendo hermanos.
13. Un empujón
Se llama Alice, o Julia, o algo así. Es morena y bajita, pero parece maja -o eso cree Dean, que supone que Sammy no es de los que se fijan, como él, en el pecho y lo larga que sea la falda en un primer momento.
Así que, bueno, no está mal. Alice o Julia o quizás Martha, quién sabe; se acerca bastante a Sam, le ríe todas las gracias -aunque no lo sean, no de verdad-, mantienen conversaciones de esas profundas o intelectuales, de esas que Dean no pilla porque no quiere pillarlas. Son monos, juntos, son una parejita curiosa y, además, Sam se largará del pueblo en dos semanas, o quizás menos -aún no le han preguntado a papá, pero John Winchester ya les ha avisado un par de veces, así que no puede quedar mucho más tiempo-. Estaría bien que, bueno, que se liaran y esas cosas, que Sammy probase de una vez lo que es estar con una chica.
El mayor problema es que Sammy, siendo como es, no se acercará a ella ni en mil quinientos años. No de esa forma, por lo menos, y, si Dean está leyendo bien los signos -y seguro que lo hace bien, porque puede ser un absoluto inútil para cosas como la física o los años en que gobernó tal o cual presidente, pero entiende a las chicas como si hubiese nacido sabiendo-, Alice o Martha o Jessica está un poco hasta las narices de tanta actitud de chico bueno. Así que sí, Sammy necesita un empujón.
Así que, esa amiga tuya, ¿cómo se llama?, pregunta inocentemente mientras prepara la cena. Sam se sonroja -no puede mirarle, está de espaldas, pero es Sam, así que se sonroja. Seguro-, y murmura algo. Un nombre; sinceramente, a Dean le importa una mierda. Pues es bastante mona, ¿no crees?, deja caer, y a partir de ahí la conversación cambia, y hablan de la televisión y de qué es lo que busca papá en este pueblo, pero la parte A del plan ya está en marcha.
La parte B es más sencilla, si es que eso era posible. La parte B es hablar con la chica en cuestión -Anna, se llama; ahora Dean está seguro-, y Dean es bueno hablando con las chicas.
Bueno, entonces tú eres amiga de Sammy, ¿no?, comenta, dejándose caer a su lado en la biblioteca -un sitio donde, por lo visto, no se puede hablar en voz alta, si no quieres que te chisten por todas partes. A Dean, por supuesto, le da igual; es sólo una biblioteca de instituto, por favor; seguro que ninguno de esos tipos está descubriendo, quién sabe, una nueva forma de matar demonios sin tener que exorcizarlos. Algo importante, vamos.
Ehm, ¿tú eres su hermano? Él asiente; le susurra al oído no te gires, pero Sam está entrando por la puerta. ¿Quieres que te haga caso o no?
La chica se ríe, en una imitación perfecta de mujer seducida. Risita tonta y baja, y Dean sabe que lo han conseguido cuando Sam aprieta los dientes y se acerca a ellos con paso decidido, cabreado, hasta las narices de su hermano mayor.
Dean, esta es la biblioteca del instituto. No puedes...
Sólo estaba hablando con Anna, ¿verdad? Y ella asiente, con una sonrisa que, sinceramente, la hace parecer bastante más atractiva de lo que es. Puede que Sammy no tenga mal gusto, al fin y al cabo. Pero ya me voy, ¿vienes?
Y, por supuesto, ella hace ademán de seguirle, y Sam se desespera, y le susurra, un poco más alto de lo que permiten las normas de la biblioteca, pensé que teníamos cosas que hacer.
Me apetece un helado, dice ella.
Y Dean sabe que es el momento de dejarles a solas. Ha cumplido con su parte de hermano mayor, desde luego. Ha sido un buen empujón.
14. Ambivalencia
Cuando Sam aprendió a leer, con cuatro años recién cumplidos, no había mucho con lo que entretenerse. Leía, entonces, las cajas de cereales, y preguntaba a cada momento, y no está especialmente orgulloso de que kilocalorías fuese una de las primeras palabras de las que aprendió el significado.
Más tarde, cuando cumplió seis años y empezó el colegio, Sammy aprendió a leer libros infantiles, descubrió que Tom el Ratón paseaba por la ciudad o iba al zoo -y el muy estúpido nunca llevaba sal ni plata consigo, por cierto- y que, en general, tenía una vida soberanamente aburrida. Y enredó un poco más, buscando algo que le llenase, algo que le demostrase que la lectura no era una total pérdida de tiempo.
Por supuesto, lo encontró. Aunque Dean le mirase raro, aunque papá protestase porque no tenían tiempo para ese tipo de tonterías, Sam Winchester descubrió que sí que podía leer cosas interesantes, cosas que no incluían fantasmas de mentira ni amores increíbles ni niños perdiéndose en el bosque y convirtiéndose en héroes. También había otras cosas. Cosas que se parecían a las que leía papá, pero en distintos campos y de distintas materias. Medicina, por ejemplo -y así fue como Sammy descubrió que no era tan difícil, coser una herida, o que podía cuidar de Dean si se ponía enfermo, porque venía todo en esa especie de manual de instrucciones-, o derecho. Se enteró de que era ilegal cambiar de nombre en cada ciudad -pero, de todas formas, eso ya se lo imaginaba antes, así que qué sorpresa, de verdad-. Psicología -era su favorita. La de vueltas que puede dar la mente humana, se decía, con dieciséis, diecisiete años. Con dieciocho descubrió cómo se llamaba lo que sentía por ellos, por papá y por Dean.
Ambivalencia.
Ambivalencia, psicol., “Estado de ánimo, transitorio o permanente, en el que coexisten dos emociones o sentimientos opuestos, como el amor y el odio.”
Con dieciocho años descubrió que les odiaba tanto como les quería, que le desesperaba que Dean no pudiese pensar por sí mismo y adoraba que papá se preocupase tanto por ellos, a veces. Con dieciocho años se dio cuenta de que tenía una oportunidad de marcharse y de que, a lo mejor -sólo a lo mejor-, no quería hacerlo.
15. Vuelta atrás
Si alguien le hubiese preguntado habría dicho que nunca. Si alguien le hubiese preguntado, hey, Sam, ¿cuándo vas a volver a cazar y a sacrificar lo que has conseguido y a dejar de ser normal?, él habría dicho que nunca jamás, que ya se fue una vez, que no hay vuelta atrás.
Pero entonces llega Dean, y cómo decirle que no. Papá podría estar en peligro, le dice, le ruega. Ven conmigo. Y a Sammy siempre le ha costado tanto negarle algo, y piensa en todas las veces que Dean aceptó los castigos o le dejó los últimos cereales o, en general, fue el mejor hermano del mundo. Y cómo quedarse en casa, cómo esperar a que todo acabe cuando, quizás, pueda ayudar en algo. De vuelta a la caza, supone, aunque sólo sea un par de días, aunque estemos intentando cazar a nuestro padre y no a un fantasma loco -hay veces en que no tiene muy claro cuál es la diferencia.
Jessica se preocupa. Jessica se preocupa, porque nunca me hablas de tu familia y ahora, de pronto, te largas con tu hermano en mitad de la noche. Con un tipo al que no conozco y del que siempre te has quejado, con gente que no te envía una puñetera postal de navidad desde hace cuatro años. Cómo quieres que me quede tranquila, cariño. Pero él le dice que no pasa nada, que estará de vuelta el lunes porque tiene esa entrevista y todo va a salir bien, sólo tengo que encontrar a mi padre, puede que esté en un lío.
Se despiden, claro. Con un beso no muy largo y un hasta el domingo por la noche. Y, si alguien le preguntara ahora, a Sam, diría que hay algo raro. Que no hay vuelta atrás, después de esto -que ha tenido sueños, pesadillas que no son exactamente eso, que son mucho más y que no quiere tener, no quiero ver, no quiero saber. Si alguien le preguntara, Sam diría que no tiene que marcharse, que no puede marcharse ahora. Jessica, te quiero.
Nadie lo hace.