Kids Aren't Allright (Adrièn, Alphonse & Elianne) [RPG Beauxbatons Academie]

Sep 10, 2009 14:43

 

Era un día de verano. Hacía sol, apenas corría la brisa, y el calor en el Norte de Francia no apretaba tanto como podría hacerlo por ejemplo en el sur. Pero ese verano tocaba Cherbourg.

Llevaban tres semanas pegados como con cola. Desde bien pequeños solían pasarse los veranos juntos los tres. Todo había empezado el verano en que Elianne cumplía cuatro años. El primer verano que pasó sin su madre. Gabrielle decidió llevársela a Cherbourg con ellos los meses de vacaciones. Para que estuviese con sus primos, que se le acercaban en edad lo suficiente como para poder jugar los tres. O bueno, los dos, porque Alphonse por aquel entonces, con dos años no jugaba mucho. Pero Adrièn lo compensaba con creces, tirándole de los tirabuzones rubios y persiguiéndola por todo el enorme jardín de los Fronsac para pegarle chicle en el pelo.

Y ese verano era el primero en el que Adrièn y Alphonse no tenían a su madre con ellos. Y habían pasado cinco años desde aquel primer mes de julio en el que Elianne había llegado con un ajado gato de peluche bajo el brazo y una maleta minúscula a sus pies. Y había cosas que habían cambiado, como por ejemplo que Alphonse ya jugaba con ella y con su hermano, o que Adrièn ya no le tiraba del pelo, si no que ahora se limitaba a acorralarla de forma que no pudiese escapar y le hacía cosquillas hasta que ella se quedaba sin aliento. Pero había cosas que seguían igual. Elianne seguía llevando consigo el gato de peluche, sólo que dentro de la maleta, y ahora era Alphonse el que la perseguía para pegarle chicle en el pelo.

Pero ese verano… cambiaron mucho las cosas. Tal vez porque era el último antes de que le mandasen a Adrièn la carta para Beauxbatons. Tal vez porque Gustave ya no reía como antes si no que miraba a Elianne en silencio, pensativo. O tal vez simplemente porque la gente cambia.

Aquella mañana, Alphonse abrió un ojo, antes que el resto de la casa. Tenía esa tendencia. Se despertaba más temprano que nadie y entonces casi se creía el rey del mundo.

Salió con cuidado de la cama de Adrièn, porque sí, desde que su madre había muerto, se dormía abrazado a su hermano mayor todas las noches. Así se sentía a salvo. Y el pequeño daría cualquier cosa por sentirse a salvo.

Y, de puntillas, salió de la habitación para cruzar el pasillo, hasta la habitación donde dormía Elianne. Entró, intentando no hacer ruido, mientras metía una mano en el bolsillo del pijama y sacaba una bola de chicle usado. Le dio calor con las manos, ablandándola, mientras se acercaba a la cama de su prima. Ella dormía abrazada a la almohada y al viejo gato de peluche a la vez.

Alphonse esperó hasta que el chicle estuvo pegajoso y con un movimiento rápido, lo pegó a la coronilla de Elianne, dejando un amasijo pringoso de color rosa en el pelo de su prima.

La niña abrió los ojos al instante. Desde chiquitina tenía el sueño ligero y no hacía falta prácticamente nada para despertarla.

Miró a Alphonse, un tanto somnolienta, antes de sentarse en la cama, confusa.

-¿Al… qué pasa? -preguntó, con voz suave.

Alphonse frunció los labios, intentando contener la risa.

-Nada… vine a darte los buenos días-dijo, componiendo su mejor sonrisa de niño bueno.

-Ah…-ahogó un bostezo con una mano, mientras con la otra se rascaba la cabeza.

De repente sus ojos se abrieron de par en par, al notar algo pegajoso en su pelo. Tiró, y se miró las manos, cubiertas de restos rosas de chicle. Sus ojos se abrieron un poco más, mientras miraba a Alphonse.

Apartó las mantas de una patada y salto de la cama, agarrando una zapatilla en cada mano.

Alphonse no esperó ni a que su prima tuviese los pies en el suelo. Salió corriendo como alma que se la lleva el diablo. Y Elianne salió corriendo detrás de él.

-¡Ven aquí, maldito mequetrefe! -chilló, arrojándole una zapatilla a lo largo del pasillo.

Alphonse dobló la esquina justo a tiempo, porque la zapatilla pasó zumbando por donde segundos antes él tenía la cabeza. Se asomó, sólo la frente y los ojos.

-¡Ñaña! ¡No me pillas! -dijo, saliendo disparado de nuevo, cuando Elianne echó a correr hacia él.

Por la cabeza de la niña se pasaban cosas que no deberían pasarse por la cabeza de una niña de su edad. O tal vez no deberían pasarse por la cabeza de nadie, porque implicaban la muerte de otra persona, exterminio, abominaciones varias y como consecuencia inmediata, la cárcel.

Se agachó en plena carrera para recuperar su zapatilla del suelo. No podía andar desaprovechando proyectiles. Corrió escaleras abajo tras Alphonse, y al llegar al salón lo vio doblar la esquina del pasillo que llevaba a la cocina.

Corrió tras él, hasta que se lo encontró, en la cocina, subido a la repisa del fregadero, intentando abrir la ventana que daba al jardín para poder escapar.

-¿A dónde vas, Al? -preguntó con voz suave, acercándose a él, zapatillas en mano.

Alphonse se pegó lo máximo posible a la pared, metiendo los pies en la pila del fregadero. Miraba alternativamente a Elianne y a la mesa, buscando alguna posible vía de escape. Pero de repente, su prima se subió de un salto a la repisa del fregadero y lo acorraló contra la pared.

-Abre la boca, Alphonse-susurró la niña, acercando la zapatilla a su primo. Porque estaba decidida a hacer que se la tragase. Él le había llenado el pelo de chicle. Ojo por ojo decían por ahí.

Alphonse frunció los labios e hinchó los mofletes, antes de negar testarudamente con la cabeza. Vale, puede que se hubiese pasado un poco con el chicle, teniendo en cuenta que el pelo de su prima era bonito. Pero ahora no podía deshacer lo que había hecho.

-Abre la boca, Fronsac-repitió la niña, con la voz a punto de romperse. A punto de echarse a llorar.

Porque no sólo le había fastidiado el pelo si no que no se había asustado. Y se sentía muy vencible. Por mucho que fuese capaz de tirar piedras más lejos y con mejor puntería que cualquier chico de Roscoff, sus primos estaban hechos de otra pasta. Una pasta que resistía bien a la suya.

-Vale, tú ganas-masculló furiosa, antes de saltar de la repisa y abalanzarse sobre un cajón en el que sabía que había cuchillos y tijeras.

Alphonse abrió mucho los ojos cuando vio que Elianne sacaba unas tijeras enormes, de cortar pescado, con una punta que se le antojaba mortífera.

-Eh… Ely, lo siento. Lo siento de verdad. Lo siento mucho-murmuró el chiquillo, atropelladamente, casi al borde de las lágrimas.

Elianne soltó un bufido enfadado antes de dedicarle una mirada fulminante. No era lo mismo querer asustarlo un poco con una zapatilla que querer hacerle daño de verdad. Se dejó caer al suelo y se sentó con las piernas cruzadas al estilo indio.

Agarró sus rizos con una mano, y, cerrando los ojos, pegó un tijeretazo. Cuando volvió a abrirlos, tenía el regazo lleno de rizos rubios desperdigados. Se palpó la cabeza con cuidado y encontró todavía más restos de chicle, así que agarrándolos, fue quitándolos todos a fuerza de tijeras.

Veía borroso, porque tenía los ojos llenos de lágrimas. Su pelo. El pelo que tanto le gustaba a su padre cuando lo veía. El pelo en el que enredaba los dedos para quedarse dormida…

Respiró hondo y recopiló todo el pelo que se había cortado para tirarlo a la basura.

Alphonse se acercó a ella, inseguro, y la niña le dedicó una mirada amenazadora. Estaba más enfadada de lo que había estado nunca.

Se miró en la puerta del horno, que transparentaba, y tuvo que aguantarse para no echarse a llorar. Estaba calva. O casi. Tenía mechones disparados en todas las direcciones. Pero su pelo estaba en el cubo de la basura.

-Oh, Ely… ¡pareces más un chico que mi hermano! -dijo Adrièn a modo de saludo.

Alphonse salió corriendo en dirección a su hermano, y se las arregló para colocarlo en medio entre Elianne y él. Sólo por si acaso.

-¿Qué te ha pasado para que quieras parecer un hombre? -preguntó el chico, con una sonrisa traviesa, mientras abría la nevera para sacar un cartón de leche, con su hermano convertido en su sombra.

Elianne compuso un puchero. Quiso gritarle que seguramente sería mejor chico que ellos dos juntos. Pero se aguantó. Porque recordó que ellos tampoco tenían mamá, y recordó lo triste que había estado ella al principio. Y sabía que habría hecho cualquier cosa para llamar la atención de quienes tenía alrededor. Así que miró al suelo y dejó las tijeras en la encimera.

-Que te lo explique tu hermano…-murmuró, intentando no llorar. Porque no tenía pelo. Ya no volvería a ser guapa nunca más. Y todo por culpa de su primo.

Adrièn se giró para mirar a su hermano, que había compuesto un puchero y miraba al suelo en lugar de mirarlo a él.

-Al… ¿qué has hecho? -preguntó con voz suave, agachándose para quedar a la altura de su hermano.

Alphonse miró al suelo y después miró a su hermano. Su puchero se hizo un poco más grande. Aunque sabía que su hermano no le reñiría. Su hermano siempre lo defendía delante de su padre. Era el mejor.

-Yo… pegué un chicle en el pelo de Ely cuando estaba dormida y… ahora ella parece más un chico que yo y jo… lo siento-susurró casi a punto de llorar.

Adrièn respiró hondo, abrazando a su hermano con un solo brazo. Miró a Elianne.

-Lo siento, Ely, en serio…

Ella negó con la cabeza.

-No pasa nada…-susurró ella, viendo como Gustave entraba en la cocina.

Tragó en seco. Si Gustave se enteraba de lo que Alphonse había hecho seguramente lo castigaría. Y a ella no le importaría que su padre la castigase de vez en cuando, porque eso significaría que le hacía caso. Pero no quería que nadie le hiciese nada malo a Alphonse. Porque en el fondo era un niño muy bueno.

El episodio de lanzamiento de zapatilla al blanco móvil quedó olvidado cuando la mirada de Gustave se posó sobre ella.

-¡Por el amor de Merlín! Elianne… ¿qué te ha pasado en el pelo? -preguntó acercándose a ella.

La niña notó las miradas de sus primos clavadas sobre ella. Miró al suelo. Ella era una niña buena. Ella no decía mentiras. Pero sobre todo, ella era leal. Y por la memoria de sus mamás, tenía que cuidar de sus primos.

Alzó la mirada y se mordió el labio inferior, mirando a Gustave con consternación.

-Yo… me quedé dormida con un chicle en la boca y…-se detuvo, consternada. ¿Y si notaba la mentira? Ella no decía mentiras. Estaba siendo mala-… cuando me desperté lo tenía pegado en el pelo y…

Agachó la cabeza.

-Oh… vaya…-Gustave soltó un suspiro-… deberías haber esperado a que yo me levantase, pequeña. Quitar un chicle con un hechizo es la cosa más sencilla del mundo… hacer que te crezca el pelo…-esbozó una pequeña sonrisa-… bueno, existir existen los hechizos, pero para ser sincero nunca los he dominado-reconoció acariciándole el pelo desigual.

Elianne esbozó una pequeña sonrisa.

-Lo siento-susurró agachando la cabeza.

-No, no tienes que disculparte-dijo Gustave con una sonrisa-ahora pareces un chiquillo, eso es todo-añadió con suavidad.

Se puso de pie, y pasando al lado de sus hijos, a quienes les revolvió el pelo en el camino, antes de salir de la cocina.

Adrièn y Alphonse la miraron atónitos. Nunca nadie había mentido a su padre así y salido sin un castigo.

-Ely…-empezó Adrièn en voz baja.

-¡Bueno, chicos! -lo interrumpió ella, intentando no pensar en que había sido una mala chica y acababa de mentir-ya que parezco un chico… ¡a ver quién trepa más alto en el roble del jardín! -dijo antes de salir disparada de la cocina.

Alphonse echó a correr tras ella, derrapando en el vestíbulo y adelantándola de un salto por las escaleras, y Adrièn, soltando un suspiro resignado, salió corriendo tras ellos. Porque… ¿quedarse él atrás? ¿En serio? A Adrièn Fronsac no lo vencía ninguna chica. Ni siquiera en miniatura. Ni siquiera, y eso le hizo soltar una carcajada, aunque pareciese un chico.

~

Era de noche, y la luna casi llena brillaba alta en el cielo. Hacía frío, como suele hacerlo en el norte a finales del verano. Pero era un frío agradable, creaba contraste con el calor que hacía durante el día.

Adrièn estaba sentado en el gran sofá columpio que tenían en la terraza, jugueteando distraído con los cordones de la capucha de su sudadera. Entonces oyó a su hermano y a su prima abriendo la puerta de corredera que daba del pasillo a donde él estaba. Alphonse traía una botella de leche que casi era tan grande como él y Elianne tenía tres vasos en equilibrio sobre tres tabletas de chocolate apiladas.

-¿Dónde has conseguido el chocolate? -preguntó con una sonrisa un tanto traviesa. Porque adoraba el chocolate pero su padre, no sabía bien por qué, no les dejaba comerlo.

Elianne esbozó una sonrisa de niña buena, de niña que jamás rompería un plato, la sonrisa de la niña buena que había sido siempre hasta que le mintió a Gustave.

-Digamos que… mi maleta tiene un doble fondo en el que guardar cosas… divertidas-dijo, colocándole un vaso en la mano a su primo antes de sentarse con las piernas cruzadas en el sofá.

Se balancearon ligeramente por el cambio de peso, y Alphonse tuvo que saltar encima de ellos para poder subirse, así que el columpio se balanceó todavía más.

-Alphonse, creo que eso en lo que tienes clavada la rodilla alguna vez fue mi tripa-dijo Elianne divertida, empujando a su primo para que se le quitase de encima.

Alphonse esbozó una sonrisa traviesa y se sentó acurrucado contra su hermano, tirando de Elianne para que quedase acurrucada contra él. Adrièn soltó una risita y estiró los brazos en toda su longitud, para abrazarlos a ambos, mientras se movía de forma que el columpio se balancease más. Mucho más.

-¿Tú crees que si nos balanceamos mucho, mucho, mucho llegaremos a las estrellas? -preguntó Alphonse en voz baja, mirando a su prima.

Elianne se incorporó y ladeó la cabeza, como haría un gato en plena reflexión.

-Mmmmmmmm…-se recostó contra el otro lado del columpio y abrió una tableta de chocolate, antes de pasarles las otras dos a sus primos-en realidad no, ten en cuenta que las estrellas están muy altas-explicó, rascándose la cabeza. Se le hacía raro no tener rizos-pero… probablemente si somos buenos y no hacemos gamberradas, como pegarle chicle en el pelo a la prima Ely-dijo, clavándole el pie en la tripa a Alphonse, con una pequeña sonrisa-las estrellas bajarán a dormir con nosotros.

La sonrisa de Alphonse se iluminó un tanto cuando ella dijo eso. Con movimientos ceremoniosos, como cuando su padre descorchaba champán en las Navidades, abrió la botella de leche y sirvió a su hermano, a su prima y a él.

-¿Y tú como lo sabes? -preguntó después, mientras cerraba la rosca del tapón de la botella.

Elianne se mordió el labio inferior. Ella lo sabía. Simplemente porque sí. Porque a veces las estrellas bajaban a dormir con ella y casi podía sentir como si su madre la estuviese abrazando. Pero si decía eso en voz alta se sentiría muy tonta.

-Ely… ¿por qué no te chivaste de lo que te hizo Al? -preguntó Adrièn, mientras acariciaba distraídamente el pelo de su hermano.

La niña suspiró, jugueteando con el envoltorio del chocolate. La verdad es que no lo sabía. Tal vez porque no le parecía correcto hacerlo.

-Porque no soy una chivata-dijo, con sencillez.

Alphonse se incorporó y tiró de Elianne para que quedase otra vez contra él, de forma que él quedaba entre su hermano y su prima, y se sentía rodeado. A salvo.

-¿Por qué bajarán a dormir con nosotros, Ely? -preguntó, mirando confuso a la luna y después a ella.

Elianne suspiró, acurrucándose contra su primo y colando los pies bajo el acolchado del sofá, porque estaba descalza y tenía frío.

-Supongo que… bajarán a dormir con nosotros porque la gente que más nos quiere en el mundo vive ahora en las estrellas, Al-explicó con suavidad.

Alphonse la miró un tanto confuso. Pero Adrièn le dedicó una sonrisa, por encima de la cabeza de su hermano.

-Si, Al. Mamá está ahora en las estrellas, y desde allí cuida de ti-aseguró, estrechando un poco más el abrazo a su hermano.

-Pero está muy lejos y tiene que sentirse tan… sola-dijo el niño, con la voz ahogada, como si estuviese a punto de echarse a llorar.

-No, Al… no está sola-dijo Elianne con suavidad-Está con mi madre y se hacen compañía la una a la otra mientras nos ven crecer.

-¿Entonces como va a bajar a dormir conmigo si está tan lejos? -preguntó Alphonse, mirando alternativamente a su hermano y a su prima.

-Tienes que creer en ello, Al-susurró Elianne estirándose levemente y besando la mejilla de su primo-… y después, deséalo con todas tus fuerzas, y cuando no puedas dormir, sentirás como tu madre te abraza desde el cielo y te dice que te quiere aunque haya tenido que irse-añadió con suavidad, antes de rodear al niño con los brazos.

Y a veces era difícil creer en estrellas. Pero cuando su padre no estaba (siempre, vaya) y ella no podía dormir, creer en cuentos de hadas le ayudaba a conciliar el sueño.

Adrién cerró los ojos, estirando la mano para acariciar los mechones disparados de su prima. Ya no sólo por su hermano, si no por él mismo. Creer en algo inmenso como las estrellas y el amor de su madre era una buena forma de mantenerse en pie.

De no dejar a su hermano caer. Ni de caer él mismo.

~

Los primeros rayos de sol de la mañana cayeron sobre tres niños dormidos, amontonados encima de un sofá columpio.

Había una botella de leche en el suelo, y chocolate derretido entre sus ropas.

Pero había algo más.

Un rastro mágico e invisible, que olía a amor. Al amor de dos estrellas que, en silencio habían bajado a abrazarlos esa noche.

personaje: alphonse fronsac, fandom: rpg (beauxbatons academie), personaje: adrièn fronsac, personaje: elianne noire, longitud: one-shoot, ~ escrito: rpg

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