William Odergand - 9# Amor

Apr 07, 2008 22:30

Tema: 9# Amor
Autor:lia-kon-neia
Personaje: William Odergand.
Rating:G
Tabla: Segunda tabla
Notas de autor: No estoy muy convencida de esto, francamente, pero me he cansado de intentar escribir este tema. Esta no es la mejor versión que hice e_eu en realidad me gustó más la anterior, pero la borré sin querer. En fin. Poco después de que muriese la madre de Loren y Yaotzin y las chicas se fuesen a vivir a casa de William.


No es la reacción esperada, esa risa que se le antoja burlona y cruel, que se escapa de labios de Yaotzin y fluye como un pequeño río que desemboca en él y le hace daño. Él, permanece serio, sentado en el borde de la cama, buscando sostener la mano de la chica que tarda en detener la risa. Yaotzin le mira como si todo fuese una broma.

- … Creo que te amo - Y William repite las palabras, con la misma voz que aparenta calma, con la vista tratando de no dejarse caer y Yaotzin sonríe, divertida y de pronto ya no, porque va entendiendo, poco a poco, que eso no es una mentira.

Ella desvía la vista cuando está consciente de la situación y la mano entre la de Will se desliza fuera, alejándose, así como lo hace ella. El lenguaje corporal lo dice todo, él lo sabe, conoce las palabras que vendrán, las que le herirán, las que formarán una cicatriz más de tantas y tantas.

- Yo… William, te quiero pero… - No lo digas. William observa la alfombra, su horrible color melón y piensa en que debería cambiarlas. Se evade. Yaotzin sigue hablando.- Lo siento…

No, no lo hagas, por favor…

- Yo te gusto. - Las palabras surgen débiles, susurradas y Yaotzin apenas las escucha, removiéndose en su sitio sobre la cama, mordiéndose ligeramente el labio, controlando sus propias emociones. - Tú lo dijiste.

- Pero no te amo. - Ahí es cuando duele, cuando la oración revienta contra su pecho y la sensación que recorre su cuerpo es desagradable. No lo demuestra, tiene que soportar. - Gustar no es lo mismo que amar, ¿entiendes eso? - Y se fuerza a asentir, aunque le mienta

- Dijiste que podrías amarme - Ya basta, por favor. Su cuerpo reacciona solo, las palabras se dicen sin ser pensadas y William se siente un poco masoca, porque se aferra y se aferra, a sabiendas que no hay nada que pueda hacer. Aferrarse a esa esperanza es aferrarse a un cristal roto, que le hiere, que en algún momento se quebrará más.

- No lo hagas más difícil. - Ella vuelve a morder sus labios, se aleja un poco, se acomoda algunos mechones de su cabello y William cree que es la primera vez que la ve tan nerviosa. Si pudiese hacerlo, sonreiría. - Podría amarte, tienes muchas cualidades, pero…

- ¿Pero? - Insta a seguir, dibuja una sonrisa pequeña, con esfuerzos.

- Dices que me amas - De pronto ella se ve firme, su mirada fuerte, su nerviosismo desapareciendo paulatinamente y la mirada que ella le dirige -directa, serena, jodidamente sincera- le hace temblar. - Pero es mentira, William. Tú no sabes amar.

* * *

Umi era su pequeña hermana, a quien juró cuidar. Desde antes que ella naciera, él lo había decidido, cuando susurró contra la piel de aquel prominente vientre ese “yo te protegeré”. Cuando la tuvo entre sus brazos y acarició el par de mechones rojizos y besó la piel delicada, lo sintió. Más que cariño, más que deber. A Umi la amó, cómo se ama a una hermana, a un bebé, a un ser puro.

Murió. Seis meses después, bajo sus manos. Quedó la herida en el corazón, la culpa sobre su cuerpo, el dolor que no menguó. A veces, William piensa que la herida no ha cerrado.

* * *

- ¿Qué quieres decir con eso? - Alza apenas la voz y Yaotzin frunce el ceño, con un movimiento de su mano instándole a modular la voz. Loren duerme en la habitación contigua, le recuerda. William asiente, obedece, sin chistar.

- No es amor. - Murmura, las manos en el regazo, arreglando sus ropas y William no soporta más, levantándose. A Yaotzin en el fondo le duele lo que dice, lo que hace. Pero es sincera, demasiado sincera y es lo que cree, en lo que piensa.

- Es amor. - La exclamación es queda y Yaotzin niega con la cabeza, sonríe y baja la vista, tomando aire, calmándose, alzando la vista una vez más. - Sé que es amor.

- Lo tuyo es necesidad - Comienza a hablar y él se acerca, tratando de escuchar cada susurro. - Sólo necesidad. Tú no quieres, William. Tú… tú utilizas. ¿Quieres acaso a Mattesa? Te acuestas con ella para satisfacerte, ella no te importa. ¿Y el resto de las mujeres con las que te has acostado? ¿Las vistes como algo más que un polvo? ¿Y a esa primita tuya, la tal Annie? No, ¿cierto?

A él le cuesta un poco hablar, retrocediendo un paso. Si lo piensa, tal vez ella tiene razón, si trata de corroborarlo, encuentra en los hechos la respuesta. Pero no es así, no lo es. No es necesidad. No las necesita, a ninguna, a nadie. Ni Mattesa, ni Annie, ni Fay, ni el resto. Yaotzin es diferente. No es necesidad.

- Contigo es diferente. Yo sólo quería que supieras que te amo, no… no estoy intentando forzar tus sentimientos - Le tiembla la voz y se da cuenta de lo patético que debe verse así, suplicando, pretendiendo estar entero. - Quizá, algún día…

- No pasará.

* * *

Antonella era su madre. La figura alta y serena frente al ventanal, tratando de pintar el amanecer. Él la amaba, como a nadie más. Era su mundo, ella y sus mimos, ella y sus caricias, sus abrazos, sus regaños y castigos. Antonella premiándole con dulces, reprendiéndole con palabras firmes. Con sus sonrisas, sus lágrimas, cada gesto. Antonella y el arte, los viajes, las promesas que no se cumplieron.

Se suicidó. Una tarde de febrero, cuando él no estaba, cortándose las venas en la bañera. Los abandonó, a él, a su padre, en su acción dejando claro el mensaje. No fueron lo suficiente para mantenerla viva, no fueron capaces de retenerla. Él no fue capaz de salvarla. Su muerte dejó una cicatriz, larga, profunda, que en el invierno aún le duele.

* * *
- Pero tal vez…

- ¡Dije que no! - Es un grito pequeño y de inmediato Yaotzin lleva la mano a sus labios y suplica en voz baja que su hermana no se haya despertado.

- Aún queda tiempo. Ahora que estamos viviendo juntos, los tres, posiblemente… - Y la oración de ahoga en su garganta antes de acabar, porque Yaotzin sigue negando, moviendo su cabellera quebrada, sus ojos azules cargándose de algo desconocido.

- No. No va a pasar.

- ¡¿Por qué no?! - Y él apenas se modera lo suficiente para que su voz no sea un grito, sino mera entonación. ¿Por qué? ¿Por qué no? Yaotzin parece pensarlo, mientras toma asiento, cansada, molesta, irritada. - Dímelo. ¿Por qué?

- Simplemente no, Will, idiota. No, no y no - Y lo siguiente son hilillos de voz y el movimiento de sus labios que susurran ‘no’ muchas veces. William no entiende. No quiere entender y sigue aferrándose a su trozo de cristal con todas sus fuerzas.

- ¿Es por eso que, aunque estamos saliendo, sales con otros? - Es una duda que se ha acrecentado con el tiempo, tras dos meses de oficialidad, de aquel intento burdo de William por crear algo formal, algo duradero, algo real. - ¿No soy suficiente para ti?

El silencio le pesa y la pequeña trata de no contestar, de guardarse la respuesta. Le pesa el daño que hará. Pero es necesario, se dice, es necesario herirlo para que él no la hiera.

- No lo eres.
* * *

Keiro le abandonó. Días después de la muerte de Antonella. Keiro no le amó. William recuerda vagamente haber escuchado, sin querer, a su padre hablar con Delilah. No quiero verlo, había dicho; no quería verlo y por eso se iba. William entonces se sintió como un juguete roto, un objeto que es olvidado. Keiro le olvidó, dos años.

Para escapar del dolor, del pensamiento recurrente, del sentimiento que le apretaba la garganta y le estrujaba en el pecho, William olvidó que lo amaba. Si no lo amaba, no dolía aquel rechazo, si Keiro no existía, no existía el dolor. Por su propio bien, William le olvidó, por siempre

* * *

Tal vez no lo merezco. Y se va quebrando, poco a poco, su esperanza. Tal vez no merezco ser amado. Cree que se lo ha ganado. Por los pecados que le marcan la piel, por todo aquello por lo que está condenado, por los errores cometidos y los que vendrán. Tal vez no valgo la pena.

- Lo entiendo. - Con todas sus fuerzas dibuja la sonrisa lánguida que se desvanece pronto, la que Yaotzin ve cuando alza la vista y se arrepiente. - No te preocupes, entiendo. - William siente que algo se ha roto, por completo o casi y su esperanza de cristal se ha despedazado en su mano.

- Lo siento tanto, William… - Yaotzin se sorprende cuando William rechaza el tacto, sonriendo una vez más, aparenta estar bien, Yaotzin sabe que no hay remedio para lo que han causado. - Nunca quise decirlo de esa forma.

- Está bien, de verdad, está bien. - Se dice a sí mismo que no llorará, se dice mil veces que soportará, que no es la primera ni la última vez, que tiene que aguantar. Mira el reloj en la cómoda junto a la cama y retrocede hacia la puerta. - Se hace tarde, debo ir a dormir, mañana tengo que salir con tía Emilie y… - Corta, sin saber qué más decir. Aguantará, pero es cobarde y debe escapar, por esta vez. - Buenas noches.

Yaotzin no alcanza a responder. Sólo lo observa salir de la habitación, la puerta que se cierra y escucha el sonido de pasos en el pasillo. Cuando ella se ha acomodado en la cama, los pasos antes apagados vuelven a sonar, bajando la escalera. Ella se acurruca en la cama, abraza una almohada y susurra un lo siento, antes de dormir.

* * *

Rhett fue su tutor, los dos años en que Keiro no estuvo. Rhett le alimentaba, le vestía, le bañaba, le llevaba al colegio e incluso le sacaba a pasear. Como a una mascota, tal vez. Era lo único que tenía, lo único que le quedaba y se abrazó a él como si nada más existiese. Se permitió sonreír de nuevo, se permitió jugar a ser feliz.

Lo amó, más que a su verdadero padre, casi tanto como a Antonella, mucho más que a sí mismo. Pero era su tío, nada más y él sólo su sobrino político. Su obligación. William pasó horas y horas pensándolo, torturándose con aquellas imágenes de lo que nunca podría alcanzar. Él le alejó, porque no soportaba amarle tanto, sin poder expresarlo, sin poder demostrarlo, odiando al resto por ello. No era justo para los demás.

Tal vez para él tampoco, pero eso, como siempre, no importó.

* * *

Es una linda noche. William la observa a través de la ventana de una de las salas, cerca del estéreo, en aquel sofá de tapiz ya viejo. Es muy hermosa, la luna en cuarto menguante asomando, un par de nubes de contornos difusos, a la lejanía una suave claridad incipiente. Cuatro de la mañana y aún no puede dormir, cuatro de la mañana y Keiro no ha regresado.

Baby you’re all that I want

Acomoda mejor sus audífonos, acurrucándose en el sofá con la canción -Heaven, de Bryan Adam, es lo mejor- en bucle interminable resonando en sus oídos. Es una herida más, una herida menos, sólo palabras y más palabras, nada que el tiempo no pueda curar, que su insistencia no pueda cambiar. Aunque ella tenga razón y aunque él no la merezca. Ni a ella, ni a nadie más, ni deba aspirar a la felicidad.

Él lo entiende. Tiene que entenderlo, resignarse. No del todo, no todavía, porque aún hay entre sus dedos pequeñas agujas de su esperanza que le queman la piel con su filo, pero que están presentes y le dicen que un día, tal vez algún día, sucederá.

Obtendrá su corazón.

* * *

A Yaotzin la amó, con todo su corazón, con su alma, con su cuerpo. Porque Yaotzin era única, era distinta, era lo que él quería, lo que él necesitaba. Aunque doliera, aunque siempre lastimara, era importante. Ella le hizo feliz, más de lo que creía merecer, más de lo que, piensa, volverá a serlo. Y él la lastimó.

De cientos, miles de maneras, la hirió. Con palabras, con acciones y un día pasó. Es eso lo que recuerda, el último encuentro, aquel ‘no te perdono’ a gritos, el golpe en su mejilla, los ‘no vales la pena’, ese ‘te odio’ que le desgarró. Y luego la espera, la angustia, el hospital, la culpa y más culpa y el llanto que nunca acaba y que jamás salió.

Cuando Yaotzin murió, los sueños, la esperanza, el amor, ese deseo estúpido de felicidad quedaron en el fondo de la fosa junto al cuerpo frío, arrastrando con ellos lo que quedaba de los fragmentos de su corazón.

* * *

- Lo conseguiré, ¿verdad? - Cuando abre los ojos, a través de la ventana se presentan los tonos fríos del amanecer, una luz azulada y difusa colándose dentro de la sala, iluminando la piel clara y los ojos azules de Loren.

Ella le cubre con la manta, él apenas la siente, en duermevela, próximo al sueño y ella se ve como sólo una ilusión y no está seguro de que esté ahí, sonriéndole mientras acaricia sus cabellos, inclinándose para besar su frente, como a un niño pequeño.

- Lo harás - Y el susurro se pierde entre la melodía que se escucha ya lejana, él le sonríe. Quiere creerlo, que esta vez, todo terminará bien.

(Tiempo después se daría cuenta que el amor - su amor, en el que creía- sólo triunfa en las novelas)

escritor:lia_kon_neia, personaje:william odergand, amor

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