Tema: 12# Oscuridad
Autor:
JandredPareja: Hicrok Shitta/Harold Sasamine
Rating: PG
Palabras: 1.000
Tabla: Evento:
Erótica.
Advertencias: Slash (hombrexhombre)
Notas del autor: No es la continuación de 25# Cordura, pero me dieron ganas de escribirlo, porque, en serio, surgió la idea y como llevo dos (tres) días de mierda, pues. Estructura circular continua y cambios bruscos del punto de vista, aviso. Considerémoslo un experimento. Lo terminé ayer pero no pude publicar porque internet no me dejó, así que.
Lo primero es un grito ahogado, ese ‘desaparece’ que le sale con demasiada fuerza, lleno todo lo que se ha guardado durante años, todo lo que le está destruyendo lento y desde dentro, agónico, heridas sobre viejas cicatrices, fuego en el corazón. Lo ve, lo siente, casi puede oír su respiración, los latidos en el fondo del pecho. Un brazo alrededor de su cintura y demasiada cercanía, calidez envolviéndolo todo. Y entonces mira, el reflejo deformado sobre el espejo roto. Ve sus propias imágenes, casi congeladas. Le ve a él, alto y manso, abrazándole sólo a medias. Y se ve a sí mismo, pálido, demacrado, la sombra de lo que fue.
Parecen lejanos, figuras muertas, ajenos a su vida.
Hicrok podría haber sido de esos. De esos que felizmente vivirían toda su vida a base de comida chatarra, latas de cerveza y partidos de futbol vía satélite. Un tío normal, básicamente. Y tal vez lo hubiera sido si no se hubiese quedado colgado de ese chico menudo y rubio que iba dos años por debajo de su curso, ese chico que parecía que el viento podría romperlo y del que, de darse la oportunidad, cualquiera se aprovecharía.
Pero Hicrok no es de esos. Se ha pasado toda su puta vida de aquí para allá, tratando de olvidar de eso que ha corroído lentamente su alma, que aún ahora le está destrozando. Tratando de volverse un poco menos humano para, al menos, no sufrir. Ha estado en Estados Unidos, en África, en Australia. Ha vivido en miles de lugares, ha traspasado sus límites tantas veces como ha podido, pero eso no lo ha cambiado. No lo ha vuelto más mortal de lo que ya era. Se ha acostado con cualquier hombre que le ha ofrecido un polvo sin compromiso, algunos rubios como Harold, con esa mirada tan transparente como la suya, traicionándolo a él, traicionándose a sí mismo. Se ha mordido los labios para no gritar su nombre al correrse y se ha arañado la piel en la ducha tratando de borrar cualquier vestigio de su presencia. Pero eso no ha hecho que le olvide.
Es obsesivo, es enfermizo, pero es su modo de vida. Arrastrarse entre las cenizas de lo pasado, de lo que nunca desaparecerá, pero que tampoco volverá.
Hay veces que se pregunta qué está haciendo con sus vidas. Él, Hicrok, los dos. Por qué Hicrok se va y regresa, inconstante, casi ahí pero inalcanzable al final. Y él, esperando, porque realmente es lo que hace, esperar, un cambio, tal vez su vuelta, el límite, el día que se arranque el corazón a tirones porque no lo quiere más. Sólo espera, mientras deja pasar su vida como abandona -demasiado atrás, siempre- los coches que se reflejan en el retrovisor cada vez que conduce lo más lejos posible, dispuesto a dejar que cualquiera le destroce.
No está bien, lo sabe, esa resignación que tiene clavada en la piel. Porque sobrevivir a costa de vivir sin vivir no va a cambiar nada. Tal vez le haga capaz de abrir los ojos al día siguiente, pero nada más. Y seguirá roto, incompleto, porque Hicrok lo ha sido todo y ya no está. Se marcha y regresa, pero nunca se queda y, en el fondo, lo comprende.
Entonces pide que no le molesten, cierra las cortinas y se fuma un cigarrillo a oscuras, reclinando el asiento de su despacho todo lo posible, dejando caer el cenicero al suelo, clavando las uñas en los brazos de cuero. Lo tiene todo, pero eso no le sirve si no lo tiene a él.
Y entonces, cuando se cree curado, cuando piensa que todo podría estar bien, aparece. Sin sonrisa, con una mirada de acero puro que podría helarle la sangre y Harold piensa que debería cambiar el espejo, que ya no recuerda cuándo se rompió. Hicrok se apoya con las manos en la mesa y todo lo que dice se disuelve en el aire. Y una parte de él no quiere escuchar, no quiere sentir ya, una parte está cansada y por eso acaba gritando, con una voz más ronca -más débil- de la que le gustaría. Y podría llorar, pero no se siente con derecho a hacerlo. Piensa estoy perdido, y le permite la cercanía, estoy perdido, Hicrok, lo siento y le rodea con uno de sus brazos, casi real, casi ahí. Por un momento se ahoga, el aire desaparece, como si nunca hubiera existido, y tiembla.
- Eh, Hald. ¿Hasta dónde crees que podríamos llegar?
El mar se dibuja, casi infinito, el sol cerrándose sobre él, tiñiendo de rojo la claridad de un azul inicial. Harold mira a lo lejos, también se hace la pregunta. Hasta dónde. Avanza un par de pasos para ponerse a su altura. A Hicrok no le gusta el mar. No le gusta la playa, la arena, el agua, tampoco las rocas que cortan las olas. Pero hoy está ahí, sobre una roca saliente, a más de un metro de altura del agua y de la arena. Atardece entre rojo y malva, y a Hicrok le da el sol en la cara. No sonríe, casi entrecierra los ojos al mirar. Casi puede decir que lo ve, al verdadero Hicrok. Íntegro, honesto, real. Dispuesto a entregar su alma sólo a aquellos que la merezcan.
Es una corona de luz que les atraviesa, cuando Harold dirige su mirada al mismo punto perdido al final de las aguas. Y entiende.
- Tan lejos como estemos dispuestos.
Y lo mira, se atreve a mirarlo, el reflejo de ellos mismos, lo que pudieron ser, lo que ya no serán. El silencio está lleno de esas cosas que no se dijeron cuando tuvieron oportunidad, que ahora no tienen el valor de decirse, todo eso que probablemente nunca se digan. Le ve a él, alto y manso, abrazándole sólo a medias, tan presente como una ilusión efímera. Y se ve a sí mismo, pálido y ojeroso, casi una imagen fantasmal.
Entonces aprieta un poco el abrazo.