El otro día, desde el que será mi nuevo rincón en esta ciudad, asomado al balcón se oía un vals. Y juraría que era ese Last Waltz de Old Boy. El tema, es que al oirlo, me inundó un cierto desasosiego. Era todo muy disonante: la música era hermosa, y debía transmitir sensaciones hermosas. Y sin embargo ahí estaba yo, sumido en una especie de ciclo
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