Tabla: 30 limones
Fandom: Vicky Cristina Barcelona
Claim: Cristina/María Elena.
Personajes: Idem.
Tema: #9 Sexo y drogas o "Hay un tabaco muy raro en esa pipa, señor oruga"
Extensión: 1528 palabras para el
dekasem .
Advertencias: Femslash. Lemon. Palabras malsonantes.
Cristina nunca se había extrañado por la manera escandalosa en la que María Elena solía fumar.
Solía fumar a la mañana, ni bien se levantaba, incluso antes de tomar el café. Solía fumar al mediodía, antes y después de comer. Solía fumar por la tarde, mientras pintaba, o mientras simplemente se tiraba a observar el cielo, sumergida en sus pensamientos. Solía fumar por la noche, nuevamente antes y después de las comidas. Solía fumar a la madrugada, cuando estaba insomne. Solía fumar después de hacer el amor, y cuando tenía ganas de hacerlo. Solía fumar cuando estaba rabiosa y se acordaba de los malos tiempos vividos con Juan Antonio, y solía fumar cuando estaba enamorada de él hasta las pestañas y aseguraba que él había sido el amor de su vida.
Fumaba cuando acompañaba a Cristina a sacar fotos; fumaba cuando le decía que tenía el cabello más bonito que había visto en su vida.
Pero ese día en particular, Cristina no pudo evitar que le cigarro que María Elena tenía en la boca le llamara la atención. Por supuesto, no era ninguna ingenua, y sabía que ese cigarrillo delgado, alargado y blanco contenía marihuana. Claro que ella también había tenido su época de loca adolescente, durante la cual se había dejado llevar por esa clase de vicios sintéticos, distintos a la clase de vicios que ahora la complacían, vicios de la mente, el vicio de la insatisfacción, que tal vez era el peor defecto que tenía.
- No sabía que fumaras María.- Dijo Cristina como al pasar, mientras se sentaba a horcajadas sobre una silla. Tal vez porque se había olvidado de que llevaba falda, tal vez porque se había olvidado de ella. No le gustaban, simplemente se las ponía porque sabía que excitaban a María Elena.
María Elena se río. Claro, agudo, cristalino. Porque si era un contrabajo cuando hacían el amor, cuando se reía era una flauta.
- Vamos, niñata. ¿Realmente estás hablando en serio? ¿Qué te crees, que una puede vivir a tabaco? Estás muy equivocada. ¿De dónde más podría sacar la inspiración para pintar?
Esta vez fue Cristina la que rió. Se imaginó solo por un instante la clase de fotos que podría sacar con un par de pitadas encima, y sonrió.
- Tienes razón. Además, no dije nada. No te juzgo. Sabes que eres una mujer completamente libre. Especialmente conmigo.
María Elena se levantó del suelo, en donde estaba sentada con las piernas imposiblemente dobladas. La tomó de la nuca y le dio un beso con lengua, profundo, tratando de llegar a la garganta. Cristina sintió el inconfundible sabor de la marihuana en su saliva. Sonrió.
- ¿Quieres un poco?- Le ofreció María Elena.
Cristina ladeó la cabeza, con los ojos azules levemente entrecerrados.
- ¿Por qué no?- Contestó.
Tal vez era eso lo que le estaba faltando a su día, particularmente, o tal vez era eso lo que le estaba faltando a su vida, o a su relación. Cristina se negaba a pensar que les sobraba algo, en lugar de faltarles. Se negaba pensar que esa sana relación de trío, no le estaba haciendo bien a ninguno de los tres, sobre todo a ellas dos. Porque ninguna de las dos estuviera dispuesta jamás admitirlo, estaban comenzando a quererse mucho más entre ellas de lo que nunca habían querido a Juan Antonio.
María Elena le pasó su canuto y Cristina dio un par de pitadas de un modo que rondaba entre tranquilo y familiar. Ya se había olvidado como era. Unos cuantos porros y vasos de vodka después, las dos estaban tiradas en el piso mirando el techo, riéndose como dos tontas, felices y relajadas. María Elena fumaba con parsimonia el último canuto.
- Dame un poco.- Exigió Cristina.
- Que no, niñata, que no. Ya has fumado bastante.
Cristina rió. Tenía la risa algo desentonada. No iba del todo bien con su aspecto.
- Vamos, dame un poco.
- Que no.- Repitió María Elena comenzando a enojarse.
- María Elena, no me trates como si nunca en mi vida hubiera fumado.
María Elena se pasó un brazo por detrás de la cabeza.
- ¿ Y quién dijo que si lo has hecho?
- Pues yo.- Respondió Cristina.
- ¿Cuándo?- Inquirió la otra.
- Ay, si supieras lo que son las universidades americanas…- Volvió a reír Cristina
- Pues no, no lo sé y, sinceramente, no me interesa saberlo. Nunca he necesitado de universidades.
- Bueno, está bien. Pero lo que trataba de decirte es que son el altar del descontrol. Dame un poco más de María.
- No.
- Por favor.
- No. Si quieres, ven a buscarla.
Cristina no necesitó que se lo dijeran dos veces. La obligó a recostarse, se sentó sobre su abdomen y la tomó de las muñecas, estirándole los brazos por encima de la cabeza. María Elena comenzó a retorcerse como una posesa, pero sin perder la firmeza de los labios.
- Dámelo.
- Que no, dije. Que tendrás que quitármelo.
Cristina hizo una complicada maniobra digna de mejor causa, mediante la cual con una sola mano sostenía ambos brazos de María Elena, mientras con la otra trataba de quitarle el porro de los labios. Pero María Elena lo tenía firmemente sujeto con los dientes, y por mucho que forcejeara, no podría quitárselo sin arruinarlo.
- Tendrás que quitármelo de otra manera.- Rió María Elena, evidentemente disfrutando de la situación, mientras Cristina no hacía otra cosa más que enfadarse segundo a segundo.
Meditó sobre aquello unos instantes. María Elena seguramente se estaba refiriendo a que se lo quitara con la boca, ¿pero acaso estaba demente? Por supuesto, el otro extremo del canuto estaba encendido, no podría quitárselo con la boca sin quemárselo. Pero no era nada extraño. María Elena tenía varios intentos de suicidio en su haber, ¿qué podría importarle que Cristina se hiciera un poco de daño? No era del todo consciente de la importancia de su cuerpo; menos iba a serlo de la del de alguien más.
Cristina continuó tratando de imaginar una posible solución, esforzándose por ignorar el pie de María Elena que le acariciaba suavemente la espalda, hasta que repentinamente se dio cuenta de que no debía ignorarlo: que esa era precisamente la solución. Sonrió, con esa sonrisa torcida, un poco de loba, que siempre la había caracterizado. Se bajó del abdomen de María Elena y se sentó en el suelo, a su lado. Bajó la cremallera del pantalón que ella llevaba puesto, y con una mano comenzó a acariciarle el pubis por encima de las bragas.
- No eres ninguna tonta, niñita.
Cristina no se molestó en contestarle. Estaba muy ocupada bajándole el pantalón, para poder meter su mano bajo las bragas. Jugo e hizo bucles con ese vello púbico que conocía tan bien. María Elena cerró los ojos y por un segundo pareció debilitar la presión que ejercía con los labios. Cristina sonrió, pero no hizo amago de quitarle el cigarrillo (¿acaso porque había dejado de interesarle?). Terminó de bajarle el pantalón y luego le bajó las bragas. En ese momento María Elena volvió a abrir los ojos y le dedico una mirada intensa desde sus profundos ojos moros. Cristina- que era tan nórdica como impasible- no se dejó amedrentar en lo más mínimo (aunque la intención de María Elena estaba lejos de tratar de amedrentarla). Por el contrario, sonrió y enterró la cabeza en su pubis.
María Elena gimió levemente- lo suficientemente tenue como para que el cigarrillo no se le escapara de la boca- al sentir la lengua de Cristina abriendo sus labios y acariciando su clítoris. Joder, que si la niñata quería que se distrajera, sabía muy bien como lograrlo. Cristina alzó la cabeza para mirarla con los párpados entornados. Mirada de puta, alcanzó a pensar vagamente María Elena, antes de que Cristina volviera a enterar su boca en su sexo, y no pudiera continuar pensando.
Porque Cristina podía no haber tenido experiencia alguna con una mujer antes de conocerla a ella, pero la verdad era que aprendía con suma celeridad. Y además era válido para ella aquella premisa de que, para el sexo oral, nada mejor que una experiencia homosexual; más allá de su insatisfacción crónica, Cristina, como mujer, podía saber perfectamente que era lo que placía hasta enloquecer a María Elena.
Cristina no paraba de sonreír mientras lamía arriba y abajo el clítoris de María Elena, y producía con sus dedos un sonido cremoso y delicioso en la apertura de sus labios. Y no paró de sonreír- ni de lamer- incluso cuando María Elena tuvo que escupir los restos del porro, que se había ido consumiendo lentamente, antes de que llegara a quemarle los labios. Cristina mordió levemente, lamió, beso y acarició hasta lograr que María Elena arqueara la espalda de placer. Peor justo cuando estaba segura de que la otra estaba por llegar al orgasmo- por el ritmo agitado de su respiración, por el perlado que el sudor le otorgaba a su piel- se apartó.
María Elena se incorporó inmediatamente, mirándola con ojos desorbitados. La sonrisa de Cristina la hacía parecer más loba que nunca.
- Que no, niñata, que no. Ya has gozado bastante.