Mar 18, 2012 23:32
Hubo un día una viajera que se detuvo a contemplar aquella inexpugnable fortaleza que se erguia en lo alto de la colina impasible ante el paso del tiempo. Sintió curiosidad por aquel edificio de piedra lisa y sin fisuras, como hecho de una sola pieza, y trató de encontrar alguna imperfección, algo que permitiese ver que se escondía detrás de aquellos muros. Permaneció muchos días observando desde múltiples ángulos sin conseguir encontrar una grieta, un defecto entre dos piedras mal encajadas a través del que poder asomar su ojo curioso para ver lo que había más allá de aquellas silenciosas paredes, pero nunca consiguió encontrarlo.
Un día, cansada de dar vueltas alrededor de la fortaleza sin encontrar nada que le fuese de utilidad en su propósito, cerró los ojos para dar descanso a su vista. Al hacerlo le pareció escuchar un ténue sonido que salíar de dentro de aquellos muros. Entonces, de forma instintiva y sin saber muy bien porque lo hacía, giró la cabeza como si fuese a mirar de nuevo hacia la cumbre de la colina, pero mantuvo sus ojos cerrados. Teóricamente no podía ver, pero veía, y pudo comprobar que en los lisos muros había dos piedras mal encajadas a través de las que surgía un débil resplandor. Se acercó caminando despacio hacia aquellos muros y cuando estuvo junto a ellos, volvió a cerrar los ojos y comenzo a mirar por aquella rendija hacia el interior. En ese momento contempló la sorprendente actividad que se desarrollaba dentro de la fortaleza, cientos de personajes se movían ágilmente de aquí para allá, ajenos al mundo exterior y absortos en sus tareas. Aquella visión llamó poderosamente su atención y manteniendo los ojos cerrados para poder seguir viendo, permaneció durante horas observando aquella maraña de curiosos e inquietos personajes que bullían en un orden que ella no podía entender.
Pasado tan largo rato, alguien del interior giró la cabeza de forma brusca y se percató de la presencia de un ojo curioso en la hasta entones invisible rendija. Inmediatamente dió la voz de alarma, y todos los personajes salieron huyendo a esconderse en los rincones que escapaban al ángulo de visión que se tenía desde la indiscreta fisura. Pasados unos minutos, el interior de la fortaleza recobró su actividad frenética, pero con una reacción que aquella viajera no esperaba. Brigadas de obreros comenzaron a acarrear ladrillos y mortero que fueron apilando junto a aquella rendija que solo unos ojos no físicos podían ver, y en un instante comenzaron a levantar un nuevo muro que la cubriese para protegerles de las miradas indiscretas. La viajera quiso gritarles y decirles que no siguiesen levantando aquellas hileras de ladrillos, pero los obreros del interior parecían no escucharla, era como si fuesen sordos y trabajasen de una forma automatizada, desconectada de todo aquello que les rodeaba.
Mientras el nuevo muro se iba levantando, el ojo del alma de la viajera pudo ver como los personajes del interior iban recuperando poco a poco su actividad anterior, ajenos también al trabajo de aquellos robóticos albañiles. Se preguntó entonces cuanto tiempo tardarían en levantar aquel muro que le impediría de nuevo ver el interior de aquella enigmática fortaleza, y si en algún rincón habría alguna otra fisura invisible a los ojos convencionales a través de la que continuar mirando hacia el interior.
El viajero sin destino.