Medio perro, medio lobo

Aug 07, 2011 20:30

Si alguna noche de luna llena estás perdido en la espesura de los bosques, tal vez lo puedas ver corriendo sin rumbo, dirigiéndose como siempre hacia ninguna parte. Es un animal medio perro, medio lobo, y cuentan que un solitario viajero se encontró con él una noche, y que aquella noche le acompañó mientras caminaba en la oscuridad. Durante aquel trayecto el animal le contó al viajero que un lejano día, hace muchos años, también había sido humano como él.
Según dicen durante aquella travesía le contó al viajero que, antes de perder su condición humana, le gustaba pasear de noche por lugares que tal vez de día eran transitados, pero que de noche eran oscuros y solitarios como aquel camino que cruzaba el bosque. En una ocasión la luna estaba perezosa y no quería salir de su escondite entre las nubes de tormenta, por lo que la noche era más oscura de lo habitual. La escasa luz hizo que tropezase y se enredase con unas zarzas que había a un lado del camino, y entonces su corazón se quedó enganchado entre las espinosas ramas de la zarza. A duras penas logró salir de entre aquel amasijo de pinchos, arañado y magullado, pero sin darse cuenta de que su corazón se había quedado atrás. Justo en ese momento la luna se asomó entre las nubes y vio aquel corazón enredado en la zarza. A la luna le gustó aquel pequeño y rojo corazón que parecía una manzana latiendo con fuerza en la oscuridad de la noche, así que extendió uno de sus etéreos rayos para agarrarlo y quedarse con él.

Pocos días después de perder su corazón, aquel humano sin corazón fue mutando, y sus brazos y piernas se transformaron en potentes y musculosas patas de perro, que le permitían correr sumamente rápido a cuatro patas. Pero aquella transformación le daba un extraño y terrible aspecto que hacía que ya no pudiese permanecer entre los humanos, así que se ocultó en su casa hasta que cayese la noche y entonces huyó corriendo como un animal hacia los bosques, para esconderse donde nadie pudiese verle.

Aquel ser, con cuerpo de humano y patas de perro siguió corriendo por los bosques cada noche, yendo de aquí para allá buscando su corazón porque sabía que si lo encontraba volvería a ser humano, pero nunca logró encontrarlo. Una noche, tras haber subido y bajado rápido como el viento por los montes plagados de árboles, sintió sed y se paró en una charca para beber. Mientras bebía una hoja cayó de un árbol y le rozó la nariz, momento en el que no pudo evitar estornudar. Al hacerlo sintió como algo pequeño y con forma esférica se deslizaba por su garganta y se le salía por la boca, cayendo en la charca de la que bebía, era su alma que se le había escapado al estornudar. Aquella alma era ligera como una pluma, así que salió a flote rápidamente justo en el punto donde se reflejaba la luna en la charca. Al ver aquella pequeña y reluciente perla de intenso color azul cielo flotando en su propio reflejo, la luna quiso poseerla, así que de nuevo extendió uno de sus alargados rayos blancos para agarrarla y quedarse con ella. La luna se había apropiado de aquella alma con mucha rapidez, aprovechando el momento en que aquel ser con cuerpo humano y patas de perro permanecía con los ojos cerrados mientras estornudaba. Al abrir los ojos de nuevo, el medio perro, medio humano sintió que ya no tenía alma, así que se sumergió en la charca rastreando su oscuro fondo durante toda la noche, pero la búsqueda resultó infructuosa y no logró encontrarla.

Pocos días después de perder su alma, aquel ser sufrió una nueva mutación, y su cuerpo que aún seguía siendo humano, se convirtió en un fuerte cuerpo de lobo gris. Aquella transformación le hizo aún más fuerte y rápido de lo que ya era, pero le obligó a esconderse aún más para que nadie le viese, ya que aún conservaba su cabeza humana y ahora su aspecto resultaba aún más terrible y monstruoso.

El extraño y huidizo ser siguió corriendo por todos los rincones del bosque cada noche, buscando ahora su corazón y su alma, pero sin encontrar el más mínimo rastro de ellos en ninguna parte. Sabía que si no los encontraba jamás recuperaría su condición humana, y eso le animaba a seguir buscando sin descanso un día tras otro. Una calurosa noche de verano, tras correr durante horas zigzagueando entre los pinos de un bosque interminable, se detuvo un instante para recuperar el aliento, respirando con fuerza a través de su boca que permanecía abierta de par en par. En aquel momento vio como mezclada en una de sus profundas exhalaciones salía una pequeña y delicada libélula de color verde, cuyo brillo nocturno asemejaba una esmeralda con alas de cristal. Aquel insecto era su esperanza, que había escapado aprovechando una de las bocanadas de su respiración. Mientras corría tras ella para intentar recuperarla, la luna llena que coronaba aquel cielo de verano vio aquella libélula y quiso poseerla, así que alargó de nuevo uno de sus tenues y mortecinos rayos blancos y la agarró con rapidez, llevándosela con ella, sin que el medio perro, medio lobo, medio humano pudiese hacer nada ya por recuperarla.

Pocos días después aquel ser sufrió la que sería su última metamorfosis, su cabeza, que aún seguía siendo humana, se transformó en una cabeza de perro, por lo que quedó convertido en un híbrido, medio perro, medio lobo, sin corazón, sin alma y sin esperanza, aunque si que conservaba su cerebro humano que jamás perdería ya.

Una vez consumada la última transformación, aquel medio perro, medio lobo ya no tenía que ocultarse porque ahora podía pasar desapercibido entre los animales del bosque, pero eso no significaba que aquellos le aceptasen. Los lobos decían que era un perro loco, porque su cerebro humano hacía que pensase de una forma muy distinta al resto de lobos, y que siempre anduviese pensativo y solitario, añorando su vieja condición humana. Los perros por otro lado decían que era un lobo loco, ya que al contrario que el resto de los perros era muy independiente y no era en absoluto dócil. Tanto unos como otros decían que estaba enlunado, porque todas las noches de luna llena subía al monte más alto del bosque y desde allí aullaba con todas sus fuerzas.
Ningún animal o humano entendía lo que significaban aquellos aullidos que sonaban llenos de melancolía y amargura, solamente la luna sabía que con aquellos aullidos, el medio perro, medio lobo le reclamaba que le devolviese su corazón, su alma y su esperanza para volver a ser el humano que un día fue y que tanto añoraba ser.
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