Título: Fuego Conmemorado
Autora:
oldenuf2nb Clasificación: NC-17
Resumen: Uno cree que el otro está muerto, lo 'vio morir' y se fue justo antes de que un vampiro lo salvara, por lo que ha estado sufriendo su muerte todo este tiempo. Finalmente, el que es vampiro decide que es tiempo de que se vuelvan a ver. Final feliz, EWE.
FUEGO CONMEMORADO
Capítulo 2
Entonces Draco se inclinó hacia delante para guardar la carta en su escondite, haciendo girar la llave justo en el momento en que la puerta de la oficina exterior se abría. Se enderezó y sintió que el corazón se le aceleraba un poco tan pronto como su hijo entró en su oficina cerrando la puerta suavemente detrás de él.
Era tan guapo, pensó y no por primera vez. Más alto que él, el mismo tono de cabello platino, aunque sus rasgos afilados se habían visto suavizados por los genes de su madre. Los ojos de Scorpius eran cafés igual que los de Astoria y su barbilla era cuadrada en vez de afilada. A sus veintidós años era alto, delgado y, pensó Draco, mucho más guapo que él, y con mucho una mejor persona. Iba vestido con un traje azul marino, una camisa de seda gris azulada siguiendo la preferencia de su padre por la ropa muggle. Draco se puso de pie e intentó sonreír conforme su hijo cruzaba la oficina hacia él, pero no engañó a Scorpius; nunca lo había podido hacer. Al tiempo que le extendía la mano, el muchacho estudió los ojos enrojecidos de su padre con una expresión que mediaba entre pesar y entendimiento. Draco se la estrechó, pero Scorpius le puso la otra mano encima y aprisionó la su padre entre las suyas.
“Buenos días, padre,” dijo suavemente apretando la mano que Draco no se había percatado estaba fría hasta que lo envolvió su calidez.
“Buenos días, hijo,” respondió con calidez. “¿Cómo estás?”
“Bien, señor,” contestó su hijo. “Apostaría que mejor que tú.”
Draco se humedeció los labios con la lengua. Otra característica de Scorpius era que era mucho más directo de lo que él mismo había sido jamás. “Estoy bien,” contestó suavemente y Scorpius no discutió con él, pero era obvio que no le creyó.
Scorpius había descubierto la ‘indiscreción’ de su padre cuando tenía quince años. Su madre, que en algún punto había amado a su padre con todo su ser, descubrió la carta que Draco acababa de esconder en su escritorio y él había tenido la fortuna de encontrarla leyéndola, porque de lo contrario estaba seguro de que ella la hubiera quemado. Draco la había mantenido lejos del alcance de ella durante poco más de una década. Ella había tenido sus sospechas, pues él ya no acudía a su cama y emocionalmente guardaba su distancia, pero la noticia de su romance con Harry Potter nunca salió del círculo interno de éste. Ron lo sabía y había odiado a Draco durante tanto tiempo que su reacción no fue inesperada. Odió todo el asunto, odió que Harry engañara a Ginny, pero nunca dejó de ser su amigo. Hermione también se había enterado, pero en su momento casi no pareció sorprenderle la relación que se dio entre los dos Aurores. Después de la muerte de Harry, se volvió una especie de refugio de tranquilidad amigable y compasivo dentro de la existencia destrozada de Draco y todavía seguía siendo una buena amiga. Ginny nunca se lo contó a nadie y se mantuvo ante los ojos del mundo mágico como la viuda trágica de Harry Potter.
Astoria se volvió una furia después de encontrar la carta. Draco logró rescatarla, pero su matrimonio había sufrido un daño irreparable. Astoria le contó pronto a su hijo que su padre era un infiel, pervertido y degenerado. Afortunadamente para Draco, Scorpius no le creyó, pero le hizo unas preguntas muy fuertes.
Draco estaba seguro de que la conversación más difícil que había sostenido durante su vida adulta, fue aquella en la que le contó a su hijo que le había sido infiel a su madre... con otro hombre. Nunca entendería que providencia fue la que le sonrió durante ese tiempo oscuro, porque aunque Scorpius se sintió decepcionado, el amor que sentía por su padre nunca vaciló. Es más, los unió mas. Y nunca sabría que le había dicho Narcissa a su esposa, porque por algún extraño motivo, Astoria no acudió a la prensa, no le contó a sus padres y nunca le volvió a decir algo directamente sobre el asunto. Claro que eso no evitó que se convirtiera en una arpía infeliz que hacía comentarios insidiosos y que gastaba alegremente todo el dinero del que podía echar mano, pero él creía que era un precio bajo a pagar por no ver su nombre en la página frontal del Profeta y porque la memoria de Harry permaneciera intacta.
Scorpius le dio un apretón antes de soltarle la mano y retroceder un paso.
“He venido a platicar contigo acerca de algo,” dijo con una determinación que Draco reconoció y le señaló una de las dos sillas frente a su escritorio antes de sentarse elegantemente en la otra. Nunca se sentaba detrás de su escritorio ni obligaba a su hijo a que permaneciera de pie frente a él, como si fuera un súbdito que había sido convocado ante su trono. A él lo habían criado de esa manera. Las ocasiones en que su padre lo había llamado ante su escritorio, eran ocasiones de terror; él nunca haría que su hijo se sintiera menos de lo que era, nunca.
“¿Qué tienes en mente?” preguntó Draco cruzando sus largas piernas tan elegantemente como se lo permitió la rigidez del muslo derecho.
“Esta mañana vi a la Sra. Weasley,” comenzó Scorpius afilando más el pliegue de sus pantalones oscuros. Draco esperó observando el rostro de su hijo mientras éste parecía escoger sus palabras cuidadosamente. “Me pidió que intercediera contigo en su favor.”
Draco suspiró para sí. Ya sabía de qué se trataba esto y ya le había dicho a Hermione que no estaba interesado.
“Si se trata de los Norteamericanos...”
“Padre,” dijo Scorpius levantando sus ojos cafés hacia los suyos. “Por favor escúchame antes de que digas que no.”
Se veía tan ansioso y se escuchaba tan serio que Draco accedió con una ligera cabezada, aun cuando sintió una leve punzada de molestia contra la Secretaria Suplente Weasley.
“La situación se ha vuelto... más seria,” dijo suavemente. “Definitivamente está pasando algo, algo tenebroso y la gente en el poder teme que puedan tener un problema similar al que tuvimos nosotros hace ya tantos años.”
Draco no necesitaba explicación alguna para las palabras enigmáticas de su hijo para saber a qué se refería.
“¿Creen que tienen un Mago Tenebroso?” preguntó un poco irónico.
“Creen que tienen uno potencial,” aclaró Scorpius. “Y sinceramente se sienten un poco desconcertados. Nunca antes han lidiado con algo así y están desesperados por tener alguien a quien consultar.”
Draco frunció los labios. “¿Y por qué no manda a su esposo?” preguntó suavemente. “Se la pasó años luchando contra el último Mago Tenebroso; fue la mano derecha del hombre que lo venció. Yo fui solamente...”
“Un mortífago,” declaró Scorpius suavemente; no fue grosero, sino firme. “Y un Auror.”
Draco se recargó en su silla y estudió el rostro solemne de su hijo, haciendo un esfuerzo por mantener la suya inexpresiva. Scorpius le sostuvo la mirada, pero Draco pudo ver la ansiedad reflejada en sus ojos; su hijo sabía que éste era un tema prohibido.
“Debes admitir que eso te da una perspectiva única, señor,” continuó el joven cuando su padre permaneció en silencio. “Fuiste el único que fue parte del círculo interno de Tom Riddle y que luego cambió de bando.”
“Yo no fui parte del círculo interno,” comentó Draco con un tono mesurado. “Fui un observador.”
“Tu padre...” Scorpius se interrumpió y Draco supo que había entrecerrado los ojos a modo de advertencia. Los cerró un momento y suspiró buscando tranquilizarse aún cuando tenía los puños apretados sobre los brazos de la silla.
“Lo siento, señor.”
Draco tragó con dificultad, luego sacudió la cabeza antes de volver a abrir los ojos. Su primer pensamiento fue tranquilizar a su hijo cuando vio el sonrojo en las mejillas de Scorpius.
“No, está bien,” dijo pesadamente. “Mi padre estuvo... íntimamente conectado con Riddle. Y yo estuve... cerca. Con frecuencia. Con la frecuencia necesaria para comprender que el hombre era un monstruo y mi padre un tonto.” Hizo una pausa sintiendo todo el peso de sus cuarenta y ocho años al mirar el rostro joven y ansioso de su hijo. “¿Qué es lo que quiere ella que haga, Scorpius?” preguntó y su hijo se inclinó hacia delante con interés.
“Están buscando un especialista,” dijo rápidamente. “Alguien que tenga experiencia previa con magia y hechizos tenebrosos, alguien que pueda reconocer las señales, que sepa cómo desmantelar protecciones tenebrosas...”
Draco levantó la mano. “Sólo sabré cómo desmantelarlas si las reconozco, Scorpius,” dijo llanamente. “Dudo mucho que estos... magos tenebrosos, quienes quiera que sean, estén utilizando una magia similar a la que se utilizó aquí,”
“Pero es que ése precisamente es el asunto, padre,” continuó Scorpius. “Es por eso que la Sra. Weasley quiere que vayas tú. Ellos le enviaron sus reportes, las revisiones de las protecciones, la información de las autopsias de los muertos. Los hechizos son los mismos.” Hizo una pausa significativa. “Exactamente... los mismos.”
Draco sintió que un estremecimiento le recorría la espina como si fuera un cubo de hielo. “¿Los mismos?” susurró. Scorpius asintió.
“Y hay algo más. Anoche llegó información nueva,” continuó cuando Draco permaneció en silencio un momento. Draco no estaba seguro de si quería saber qué era lo siguiente que iba a decir, pero asintió con cautela para que su hijo continuara. “Al... parecer hay un... vigilante también, alguien que está luchando contra esta amenaza tenebrosa, alguien que está actuando como un mercenario.”
Draco frunció el ceño. “Seguramente el Ministerio.”
“No, señor,” lo interrumpió educadamente Scorpius. “No es nadie del Ministerio. Ellos piensan que está siendo financiado por alguna fuente privada...” hizo una pausa y se humedeció los labios como si otra vez estuviera nervioso, bajó la mirada café a las rodillas.
“Continúa, hijo,” lo urgió gentilmente Draco. Scorpius levantó la mirada hacia su rostro viéndose casi arrepentido.
“Pudieron localizar el rastro de la firma mágica que dejó la varita del mercenario.” Ese estremecimiento frío volvió a recorrer la piel de Draco mientras estudiaba el ceño fruncido de su hijo.
“Es la de Potter, señor.”
La sangre le subió inmediatamente a las orejas abandonando su rostro y sintió que el corazón se le iba a las costillas.
“¿Qué... de Potter?” resolló. De pronto tuvo mucho, mucho frío. Scorpius se inclinó hacia delante y le puso una mano sobre la rodilla y en ese momento se dio cuenta de que estaba temblando.
“La varita de Potter. Padre, alguien ha encontrado la varita de Potter y la está utilizando.”
Y Draco supo en ese momento que no había necesidad de seguir discutiendo. Iba a ir a Norteamérica.
**
Draco había descubierto años atrás que los Trasladores internacionales no eran algo que pudiera utilizar cómodamente. El tiempo ‘de vuelo’ era considerablemente más largo que con los trasladores domésticos y para la hora en que aterrizaba siempre tenía la pierna dormida y no soportaba su peso, lo que provocaba que cayera sin gracia alguna con la dignidad hecha jirones. En algún momento, cuando se encontraba en los treintas, permitió que su madre lo convenciera de utilizar los vuelos muggles intercontinentales y descubrió que la primera clase era sorprendentemente relajante.
Pero supo que este vuelo no sería ni cómodo ni relajante mientras se acomodaba en su camarote de primera clase del lujoso jet de British Airways después de que el guapo sobrecargo revisara su abrigo negro de lana y que le hubiera dado la copa de Coñac que le había solicitado. Estaba demasiado nervioso, ansioso y tenso. Si la información que le había dado su hijo era demasiado perturbadora, la que le dio Hermione Granger lo había sido mucho más.
Casi tan pronto como Scorpius se hubo marchado, salió del Edificio Malfoy y caminó las cuatro cuadras que lo separaban del Ministerio y Hermione Weasley lo admitió en su oficina casi inmediatamente. Tenía los ojos cafés enrojecidos por la fatiga y se veían ensombrecidos por las ojeras de demasiadas noches sin dormir. Le ofreció café y una silla y luego le mostró lo que tenía.
Él revisó los reportes del Ministerio Norteamericano, con cada página que pasaba aumentaba su ansiedad; mientras tanto, ella bebía a sorbos su café. Cuando llegó al último reporte levantó la mirada para descubrirla observándolo cuidadosamente.
“Es imposible,” masculló.
Ella había sacudido la cabeza tajantemente.
“No lo es,” había dicho. “Alguien tiene su varita, Draco. No hay duda alguna de ello. Ahora la única pregunta es, ¿de dónde la obtuvieron?”
Uno de los detalles que el público en general no conocía sobre la muerte de Harry Potter era que después de que Weasley llevó a Draco a San Mungo y regresó al lugar de la escena, ya no estaban ni el cuerpo de Harry ni su varita. Habían desaparecido sin dejar rastro. Con el temor de que de alguna forma magos tenebrosos se hubieran llevado el cuerpo para profanarlo o para reanimarlo como un Inferi, habían iniciado una búsqueda frenética pero secreta de sus restos, dicha búsqueda se prolongó durante meses. En el funeral se enterró un ataúd vacío y se le entregó a su viuda una réplica de su varita de acebo de veintiocho centímetros. Draco supo que nunca podría olvidar que en el acto conmemorativo estuvo parado al fondo de la multitud, con su madre a un lado sirviéndole de apoyo y su esposa que en ese momento no sospechaba nada del otro, con el corazón tan vacío como el ataúd marfil que observó descender hacia la tierra. Ese día fue un consuelo el dolor palpitante de su pierna. El dolor lo mantuvo centrado y la mano firme de su madre le permitió mantener la compostura. El sabía que su madre estaba enterada de lo de él y Harry: nunca le había dicho una palabra, pero él pudo verlo en sus tristes ojos gris invernal y ella fue el pilar que necesitó cuando su propia resolución se vio hecha jirones.
Uno se los secretos mejor guardados del Ministerio de Magia era el hecho de que Harry Potter y su varita nunca habían sido encontrados. Cuando pasaron primero meses, y luego años, sin rastro alguno de ambos, finalmente se fue terminando la búsqueda. Nunca se escuchó siquiera un rumor que les hiciera creer que alguien tuviera, o ya fuera el cuerpo o la varita o que supieran algo de su paradero. Era uno de los grandes misterios de la época, conocido solamente por Draco, Hermione, Ron, la viuda de Harry y los miembros superiores del Wizengamot.
Escuchó el suave rugido de los motores del enorme jet mientras éste rodaba por la pista de despegue con la mirada fija en la pista inhóspita y azotada por el viento, pero su mente estaba en aquel día lejano; la multitud vestida de negro y arriba, las nubes oscuras y siniestras. Ginny Weasley junto con sus tres niños pequeños parada valientemente cerca del ataúd; James, pelirrojo, la bebé de cabello cobrizo en sus brazos y el pequeño Albus, de la misma edad que Scorpius con sus ojos verdes muy abiertos por la confusión. Se sintió atraído por la joven réplica de Harry pero se mantuvo lejos de él, de todos ellos. No podía verlos a los ojos, no podía hablar con la viuda, no podía ir hasta la familia para presentar sus condolencias. Quizá Ginny estaba enterrando a su esposo, pero él había perdido su motivo para vivir.
Lo único que lo mantuvo cuerdo fue Scorpius.
Scorpius lo necesitaba. Eso se decía repetidamente todos los días. Scorpius lo necesitaba, su madre lo necesitaba. Y así vivió su vida, o lo que le quedaba de ella. Nunca, nunca en los diecinueve años que transcurrieron desde esa noche, hubo evidencia alguna de que todavía estuvieran en alguna parte Harry y su varita. Hasta el día anterior. Y Hermione sabía que era lo único que lo haría tomar un avión con rumbo a Charleston, Carolina del Sur.
“Draco, por favor,” le había implorado. “Alguien tiene su varita. ¿De verdad podemos... seguir dejando que la utilice así como así? ¿Sin saber quién es y cómo fue que la obtuvieron?” lo había mirado fijamente con sus ojos cafés muy abiertos y el rostro pálido. “Draco, por favor,” le volvió a susurrar. “Quizá sepan en dónde está...” ella rompió a llorar en ese momento y él se perdió.
Por supuesto, ella había tenido razón. No podía ignorarlo. No podría descansar hasta que no lo supiera a ciencia cierta. No hasta que hubiera visto la evidencia con sus propios ojos. De ahí que estuviera sentado en ese camarote de primera clase en el avión. Y conforme el avión se elevó hacia el cielo nublado, bebió de un trago el coñac caro que tenía en la mano deseando que el calor que sintió extenderse por su estómago aliviara un poco su ansiedad. La noche anterior no pudo dormir más que un par de horas y estaba muy cansado...
Finalmente combinaron sus fuerzas el ronroneo de los motores el enorme jet y el alcohol caro y el cuerpo privado de sueño de Draco perdió la batalla con un quejido escaso. Cerró los ojos, la cabeza se le ladeó y no se percató del joven ayudante de sobrecargo que le quitó la copa vacía de entre sus dedos laxos y lo cubrió con una suave manta de cachemira.
Había neblina. Una neblina densa, pesada que olía a humedad y se sentía fría y húmeda contra su piel y estaba muy oscuro, las sombras eran lo único que marcaba su ruta, pero avanzó de cualquier forma, adelantándose, avanzando...
¿Hacia qué? No lo sabía. Lo único que sabía era que tenía que seguir avanzando y que era imperativo que alcanzara su destino, que nunca nada había sido tan importante como el hecho de llegar a donde iba.
Y entonces se vio envuelto en calidez, dulzura, seductora y suavidad contra su rostro, como el cabello de un amante, moviéndose por sus venas como un vino embriagador.
“Draco,” le susurró gentilmente una voz oscura al oído. Su sonido encendió fuegos que había creído extintos para siempre aún cuando su corazón renació casi dolorosamente con alegría.
“Oh,” se escuchó sollozar aún cuando sus manos se cerraron sobre unos hombros fuertes y se sintió atrapado dentro de un fuerte abrazo. “Oh, eres tú. Dios mío...” las lágrimas le picaron los ojos mientras lo depositaban sobre una superficie suave, mientras su cuerpo era explorado por unas manos firmes, seguras, y unos labios y lengua reconocían el arco de su garganta. Arqueó el cuello y envolvió sus largas piernas alrededor de las caderas delgadas.
“Por favor,” suplicó, buscando y cerrando las manos alrededor de una cabellera suave y gruesa. “Por favor. Ha pasado demasiado tiempo...”
“Tienes que estar seguro,” le advirtió la voz oscura al mismo tiempo que sentía primero uno, y después dos dedos deslizarse hábilmente en el calor de su cuerpo. Jadeó y se arqueó conforme se fue desvaneciendo el ardor interno, reemplazado por la maravilla de ser preparado diestramente otra vez. Habían pasado años... “Tienes que estar muy seguro. No hay marcha atrás...”
“Estoy seguro,” jadeó con el cuerpo reaccionando con fiereza ante el placer. “¡Dios, por favor, estoy seguro!”
La mano que aprisionaba su cabello era algo menos que gentil, y sintió cómo le jalaba la cabeza hacia atrás y de lado. “Tócate,” le instruyó la voz sedosa al mismo tiempo que su lengua trazaba el pulso que latía debajo de su barbilla. Lo invadió una dulce languidez, los pezones se le contrajeron tanto y tan rápido que le resultó ligeramente doloroso, el aliento se le atoró en la garganta al mismo tiempo que su erección palpitaba, dejando caer gotas de líquido pre seminal sobre su estómago plano. Una mano se cerró gentil sobre la suya y enroscó los dedos alrededor de su pene que saltó desesperadamente en la palma de Draco.
“Te amo,” susurró la voz contra su garganta. “Te he amado durante tanto tiempo, siempre te amaré. Recuérdalo. Siempre...”
Las palabras enviaron por su cuerpo una oleada de alivio acompañado de una alegría profunda. Las lágrimas cayeron de sus ojos y se mantuvo tranquilo cuando sintió una dureza presionarse contra su estrecha apertura, trató de facilitarle el camino, de obligar a sus músculos a aceptar lo que le había sido negado durante tanto tiempo...
Sintió la quemazón de la penetración justo al mismo tiempo que otro dolor agudo perforó su garganta, jadeó y se arqueó al percatarse de lo que era, de lo que estaba pasando... pero entonces lo acelerado de su pulso y el dolor de la posesión se vieron arrasados por el surgimiento del éxtasis más profundo...
“¡Harry!” sollozó cuando perdió todo pensamiento coherente...
“¿Señor? ¿Señor? Despierte, señor.”
Draco se sobresaltó y parpadeó confundido mirando la cara preocupada arriba de la suya. Durante una fracción de segundo sintió que el pánico lo invadía, pues no recordaba en dónde estaba, o de quién era la cara, y el pulso que ya de por sí tenía acelerado, se sobresaltó mós, incómodo. Pero entonces sintió la vibración sutil del avión, escuchó el rugido sordo de los motores y reconoció el rostro joven que veía el suyo con preocupación. El sobrecargo que anteriormente se había mostrado tan solícito estaba inclinado sobre él con una mano sobre su hombro mientras sus ojos azules le examinaban la cara. Fue en ese momento que Draco se percató de que estaba llorando; que tenía lágrimas en los ojos y en las mejillas y que estaba dolorosamente excitado. Bajó la mirada alarmado y se sintió aliviado al ver que alguien, probablemente el joven que ahora estaba inclinado sobre él, lo había cubierto con una manta suave que escondía efectivamente la evidencia de la reacción de su cuerpo al sueño.
“¿Señor, está bien?”
Draco volvió a parpadear confundido y se limpió las lágrimas de la cara con manos temblorosas. “Estoy bien,” le aseguró rápidamente al sobrecargo. “Tuve... una pesadilla...”
“Por supuesto.” Una mano apareció en su línea visual sosteniendo lo que parecía ser un pañuelo doblado. Lo sujetó, sintiéndolo cálido y húmedo contra su mano. Se limpió la cara rápidamente, entonces le vino a la mente una idea alarmante y levantó la mirada rápidamente.
“No hice... ruido, ¿verdad?” preguntó sintiendo que le subía el color a la cara. El cuerpo robusto del sobrecargo le impedía ver a los otros pasajeros de primera clase, pero también, se percató con una repentina oleada de gratitud, lo escondía a él de los demás.
“No,” le aseguró amablemente el hombre cuyo nombre, Drew, estaba grabado en una plaquita. “Sólo me percaté de que se veía... angustiado. No ocasionó ningún problema.”
Suspiró sintiéndose aliviado nuevamente y se terminó de limpiar las lágrimas del rostro.
“¿Le gustaría beber algo?” preguntó Drew enderezándose en el pasillo, ahora su cara era una máscara cuidadosa de profesionalismo. “¿Vino, quizá? ¿O té?”
“Sólo agua, gracias,” contestó Draco en voz baja. Cuando se alejó el joven, volvió la mirada hacia la ventana oscura del avión, en primera para no tener que encontrarse con ninguna de las miradas curiosas que debían estar mirándolo. La cabeza le dolía aún mas que antes, sentía los ojos arenosos, pero lo más perturbador era que los detalles de su sueño, que le había parecido demasiado vívido e importante, se le estaban desvaneciendo lentamente.
**
Suspirando pesadamente, entró en la elaborada habitación hacia la cama del lugar en donde se estaba hospedando, situado en el corazón del Historic Charleston’s Battery Park District. Justo en la esquina de dos de las calles más antiguas de la ciudad, frente a un hermoso parque y con el océano más allá, en alguna ocasión había sido la residencia citadina de un rico plantador que además había poseído una plantación a lo largo del Ashley River, en las afueras de la ciudad.
Había prestado poca atención a la clase de Historia que recibió por parte del taxista que lo llevó desde el aeropuerto, debido a que la cabeza le punzaba y estaba exhausto. El vuelo procedente de Londres había aterrizado en La Guardia, Nueva York en donde había tenido que esperar dos horas antes de poder tomar el vuelo siguiente, en un avión mucho más chico con rumbo a Charleston. Para el momento en que llegó a Carolina del Sur ya llevaba 14 horas lejos de Londres, la pierna se le había entumecido a tal grado que cojeaba dolorosamente a cada paso y lo último que deseaba era ‘ver las vistas’. Al pasar en el coche por la carretera escénica de Ashley River y ver la campiña ondulada, había pensado que era maravillosa y se había encontrado fascinado con las hileras grises de musgo que colgaban de los árboles meciéndose bajo la brisa como si fueran un lazo delicado. Pero por encima de todo esto, había deseado un trago y una cama al llegar al hostal.
Al llegar había tenido ocasión para sentirse nuevamente agradecido por la eficiencia de Harper. La joven que lo había recibido en lo que alguna vez fue un lujoso salón principal, era la amabilidad en persona, vestía un traje sencillo pero elegante color borgoña y que le había hecho señas a un botones para que llevara su equipaje y lo escoltara a una habitación de la planta baja.
“Bienvenido, Sr. Malfoy. Su asistente, el Sr. Harper,” le había informado la encantadora conserje mientras lo iba guiando, su voz era suave y musical, “nos informó que las escaleras podrían ser un problema. Le hemos proporcionado una suite en la planta baja, lejos del Pórtico Este, puesto que no tenemos elevador. Solía ser la habitación del Amo de la Casa. Regresó de la Guerra Civil con una severa lesión en la pierna y durante sus últimos años jamás subió más allá del primer piso.”
La mujer había abierto una pesada puerta de madera oscura y lo había guiado hasta una magnífica suite. Había inmediatamente una salita con un elaborado suelo de parqué, una chimenea enorme con una asombrosa repisa de caoba rodeada de muebles de época tapizados en terciopelo verde. Ella había seguido avanzando por la habitación señalando diferentes puntos a su paso. “El bar está en el armario, y aquí -” había abierto otra puerta, “- está la recámara.”
La cama ocupaba el lugar prominente en la pared al otro extremo, era una cama con un dosel asombrosamente tallado con cortinas de gasa atadas a cada poste y un cubrecama de seda color borgoña. Las paredes estaban cubiertas con un estampado dorado profundo y el suelo era igual de exquisito que en la otra habitación. La mujer se había dirigido a la pared y había jalado un cordón de terciopelo que hizo que se abrieran las cortinas rojo oscuro revelando así unas puertas francesas que daban directamente a una galería encubierta. “Estas puertas dan hacia la bahía y al parque,” había dicho mientras se volvía hacia él con una sonrisa educada en el rostro. “Si las abre por la tarde, llega una brisa encantadora del puerto. Por favor hágame saber si puedo servirle en algo más.”
“Es encantador, gracias,” le había contestado sincero al mirar a su alrededor. Ella le había asentido al partir dejándolo de pie en el centro de la recámara estudiando lo que sólo podría ser descrito como un tributo a todo lo representativo de Gryffindor. Suspirando, se había quitado el abrigo, lo había dejado sobre una silla cercana, después se había quitado el saco y la corbata, luego los zapatos con los mismos pies, se había abierto el cuello de la camisa y se había recostado sobre la cama saboreando el colchón con un placer hedonista. De lo siguiente que se había enterado era que estaba oscuro y que se había levantado adormilado de la cama. Cuando llegó arrastrando los pies y todo adolorido hasta la salita, encontró una charola con tapa sobre la mesita que había frente a la chimenea.
“Sr. Malfoy,” decía la nota adjunta. “El Sr. Harper dijo que le gusta el queso y la fruta. Por favor, avíseme si necesita algo más sustancioso. Samantha.”
“¿Samantha?” pensó con el ceño ligeramente fruncido y luego recordó vagamente a la joven que lo había recibido. Levantó la cubierta plateada para encontrarse con un elegante surtido de quesos, panecillos y galletas, uvas, fresas y melón. En eso había consistido su cena junto con una botella de Chablis que había encontrado en el bar y antes de retirarse a dormir pensó en que quizá ya era tiempo de aumentarle el suelo a Harper.
Esa mañana desayunó en la salita. Era temporada baja y él era uno de los tres únicos huéspedes. Se quedó en su habitación y desayunó té y pan tostado, y estaba terminando su comida cuando un joven con uniforme de chofer apareció en la puerta.
“Sr. Malfoy,” preguntó gentilmente. Draco levantó los ojos del periódico para encontrarse siendo estudiado educadamente.
“¿Sí?”
“Estoy aquí para llevarlo a su reunión con el Ministro Henry.”
Draco asintió y lo siguió hasta otra limusina.
A partir de ese punto, su viaje se separó de lo que había sido su curso muggle previo. El joven lo condujo hasta lo que alguna vez había sido una estación de tren - eso le informó -, pero que ahora era un centro comercial.
“Entre en la cuarta tienda de la izquierda,” le informó el chofer mientras le mantenía abierta a puerta. “Vaya a la parte trasera de la tienda y entre en el segundo probador de la derecha. Jale el gancho de la derecha.”
Draco asintió y entró en el pequeño centro comercial, encontró la tienda en cuestión, llamada “Tasty Togs” y siguió las instrucciones que se le dieron. Pasó junto a una joven con un arreglo alarmante de perforaciones faciales que le dirigió una cabezada con una sonrisa burlona, entró en el área de vestidores, y encontró el que se le había indicado. El suelo se estremeció un momento cuando bajó el gancho y luego el vestidor completo comenzó a descender como si fuera un elevador rumbo al sótano.
Hizo a un lado la cortina cuando dejó de moverse y se encontró frente a un atrio bastante parecido al del Ministerio de Magia de Londres.
Le sorprendió enterarse años atrás, que el Congreso de Magia Norteamericano (como le llamaban en ese país) no estaba en Nueva York, ni siquiera en Washington DC, al lado del gobierno muggle, sino en Charleston, Carolina del Sur. Y cuando le preguntó a Hermione al respecto, puesto que ella parecía saberlo todo sobre todo, no lo decepcionó.
“Bueno,” le dijo con el aire de un maestro al comenzar la clase, “Charleston es una de las ciudades más viejas de Estados Unidos y los primeros magos que se establecieron en Norteamérica tuvieron la tendencia de dirigirse hacia los estados del sur. Carolina del Sur, Georgia, Louisiana. Había un asentamiento pequeño en Nueva Inglaterra, pero bien sabemos cómo resultó eso para la población mágica, ¿verdad?” Arqueó una ceja irónica. Draco suponía que tenía algo de sentido; si él hubiera sido un mago a finales del siglo diecisiete, también se habría mantenido lo más alejado posible de Salem, Massachussets.
Afuera del elevador había un hervidero de actividad. A todo lo largo de una pared había docenas de chimeneas que periódicamente cobraban vida con el habitual fuego verde de brujas y magos que llegaban por la red flu.
“¿Señor Malfoy?”
Lo sobresaltó la voz ligeramente chillona, y bajó la mirada para encontrarse con un elfo doméstico lleno de arrugas que le sonreía benévolamente, con unas orejas enormes como murciélagos y unos ojos verdes enormes. Pero a diferencia de los elfos de Inglaterra, éste no vestía una toalla o una toga, sino un traje completo, cinturilla y corbata incluidas; en un arreglo de colores verdaderamente alarmante.
Draco asintió y el elfo señaló con la mano a un costado. “Por aquí.”
Siguió a la criaturita hacia un elevador que había al fondo y en el que no había fila de espera. “Este es el elevador privado del Ministro,” dijo el elfo a modo de explicación. “Nos llevará directamente a su oficina.”
Draco se limitó a parpadear desconcertado mientras lo seguía al interior.
Esperamos que les haya gustado... XD