Vikings ha sido la serie revelación del año y la verdad es que, en un periodo de relativa sequía, es uno de los productos más interesantes. Más sorprendente aún por haber sido la primera producción en el campo de la ficción del History channel, más dedicado hasta ahora a documentar la vida en el antiguo Egipto o la reconstrucción de la batalla de las Termópilas. Y a riesgo de ser demasiado simplista, diría que ahí radica alguno de sus puntos a favor y en contra.
A favor, como corresponde a un canal especializado, el rigor histórico no es que sea destacable, es que es la propia esencia de la serie. Se siente, se palpa, de repente nos encontramos inmersos en mitad de un poblado nórdico sufriendo su clima (¡no me extraña que se largaran en busca de otras tierras!) y “creyendo” sus creencias y viviendo sus costumbres. Pero, en contra, llega un momento en que, desde mi humilde punto de vista, el afán documental se apodera demasiado de la historia y el tramo final (con especial mención del viaje a Upsala) va cuesta abajo hasta el remonte cliffhangiano que prepara la segunda temporada. Quizás sea simplemente una cuestión de acabar a tiempo. O sea, creo que esta primera temporada debería haberse centrado en el antagonismo entre Ragnar y el Conde Haraldson. Una vez resuelto esto, aunque nos sigan instruyendo sobre usos y costumbres, alianzas y enfrentamientos nórdicos, la miniserie se alarga un tanto sin rumbo, solo para preparar las bases de una nueva historia que ya no es esta.
Con todo hay que otorgarles el mérito innegable de haber incorporado de forma brillante una época bastante desconocida, apenas tratada hasta ahora en la ficción audiovisual.
Y ahora llega la parte sesuda del comentario: Una gran ventaja de Vikings es que es todo un recreo para la vista. Todos y cada uno de los actores son lo que vienen siendo un armario ropero. Todos lucen unos cuerpazos impresionantes, desde el protagonista, catapultado directamente desde las pasarelas y los anuncios de Calvin Klein hasta su macizorro hermano Rollo, sin olvidarnos de su rubia y aguerrida esposa Ladgertha, para que también los caballeros telespectadores puedan solazarse con una potente mujer a la altura de la mismísima Xena.
Travis Fimmel exhibiendo sus poderosas armas para encarnar a Ragnar Lothbrok
En contra (en mi contra personal. Comprendo que esto no es para nada generalizable) es que no son mi tipo de tío. El físico espectacular por sí mismo no me dice gran cosa. De hecho, incluso me parece más atractivo Floki, que está como una puta cabra, pero tiene un algo más sugerente que los bíceps de los hermanos Lothbrok. Será el kohl. Hasta Athlastan, el fraile esclavizado, en su angustioso proceso de desarraigo, tiene más interés como personaje. Luego está también Gabriel Bryne que queda un tanto chocante ( y pelín grimoso) en esta historia de guerreros y testosterona. Un actor que “no pega” diría yo.
Foto de familia
Pero, vamos, que de todas formas, creo que Vikings se merece un notable alto. Por lo menos por novedoso y digno.
Continuaremos la singladura.