Lucius NO odiaba a su hijo.
Realmente no lo hacía, de hecho hasta a veces podía llegar a caerle bien con sus sonrisitas amplias y sinceras que le calentaban el pecho de manera incomoda y esos ojos grises tan brillantes y tan parecidos a los suyos que se abrían de sobre manera cuando descubría algo nuevo haciendo que quisiera enseñarle todo (curiosamente no tenía tiempo para la mirada Malfoy de hielo impenetrable).
A Lucius no le molestaban tampoco sus manitas diminutas tocando y ensuciando todo, los elfos tenían poco trabajo y alguien tenía que castigarles mientras no estaba, Draco lo hacía muy bien.
No le molestaban sus berrinches porque un Malfoy tenía que salirse con la suya y Draco tenía un carácter tan volátil como fuerte.
Tampoco lo molestaba especialmente que lo siguiera por todas partes y le preguntara “¿y por qué?” Cinco segundos malditos después de que él le contestara esa pregunta mientras intentaba hacer un complicado análisis de un negocio o estaba enfrascado en un ritual tan oscuro como peligroso que podía volar la mansión entera si no prestaba atención.
Draco tenía una curiosidad insaciable y él debía enseñarle todo lo que podía y la verdad es que la vocecita de Draco sonaba muy infantil y a veces, no siempre, parecía que realmente le entendía cuando hablaban. Lucius se sentía muy relajado cuando se ponía a hablar con su único hijo y cuando era Draco quien contestaba las preguntas Lucius podía ver el mundo bajo una mirada más simple y confiada.
Narcissa hace un ruido por la que podría confundirla fácilmente con una adolescente cualquiera mirando un cachorrito perseguir su propia cola.
Lucius se recuerda a si mismo que no odia a su hijo. Que le cae bien. Que cruciar a un niño puede matarlo si se hace con mucha ira.
Draco debe de presentir que la cago porque se encoje bajo su mirada y sus manitas (que Lucius no quiere retorcer hasta romperlas) se abren y se cierran en dirección a su madre y ella lo alza y extiende sus brazos y hace que Draco planee y ríe.
¡Ríe!
-eres el mejor Draco- dice ella apretándolo contra su pecho y Draco se esconde ahí presintiendo lo cerca que esta de dejar de respirar.
Pero Lucius no va a caer en esa mirada cristalina y vidriosa, ni en esa sonrisita nerviosa otra vez.
Draco lo ha destruido todo.
El trabajo de toda la semana, contratos importantes están quemados y llenos de tinta, los libros oscuros están desparramados a la vista de su esposa, su sillón victoriano favorito está llena de fuego y es irrecuperable.
Habían estado hablando y cuando Lucius había dicho “no”, Draco había salido corriendo en medio de un berrinche espectacular hacia su estudio y había firmado su sentencia de muerte con sus manitas rompiendo, destrozando y quemando todo lo que habían encontrado sus ojitos.
-¿No es adorable, Lu? ¡Su primer explosión de magia¡
Una sonrisa germina en el rostro de Lucius y pone una mano en los brillantes cabellos de su hijo. Un jarrón que hace daño a la vista pero que a su mujer le gusta explota y de repente Lucius piensa que su hijo le cae cada día mejor.