El final de temporada de Juego de Tronos nos ha bombardeado un poco con artículos varios sobre la indignación de los fans, por unas cuestiones y otras que se resumen básicamente en una: el exceso de violencia, ya sea sexual o de cualquier otro tipo. Y, aunque no estoy metida en el ajo, porque no sigo la serie, no he podido evitar sentarme a reflexionar sobre este asunto, que parece perseguir al género de fantasía épica en general.
De un tiempo a esta parte, he estado dándole muchas vueltas a la forma en que los escritores presentamos los mundos de nuestras novelas. He tenido la suerte de encontrar obras de ficción, tanto literarias como audiovisuales, que me han ayudado a ahondar en temas que, por regla general, nos pueden pasar más desapercibidos. Es impresionante la cantidad de convenciones que tenemos interiorizadas, hasta el punto de parecernos incuestionables. Pero en literatura nada debería darse por hecho, y más aún dentro del género fantástico. El mundo que estás creando está por completo en tus manos, de modo que eres tú quién toma todas las decisiones. Lo que pasa o deja de pasar es únicamente responsabilidad del autor.
Charlie, que es fan de Canción de Hielo y Fuego desde sus inicios, mucho antes de que se convirtiera en el fenómeno de masas que es hoy en día, me recomendó la saga hace ya bastantes años. Yo incluso me compré el primer tomo, con la firme intención de leerlo en algún momento. Pero nunca terminé de decidirme. ¿Por qué? Porque, aunque leía por todas partes que Martin es el mejor escritor de fantasía que existe ahora mismo (y seguramente lo sea), también fui enterándome de lo que había dentro de sus novelas y me di cuenta de que ése no es el tipo de historia que yo quiero leer. No cuestiono sus virtudes y sé bien que la polémica viene de mano de la serie de televisión, más que del texto original. Pero, desde el primer momento, lo que me echó atrás fueron las propias novelas, no la serie (de la que vi el primer capítulo, y fui sobrada). Porque, a veces, la maestría narrativa no te salva de otro tipo de carencias o de cometer otro tipo de errores. No existen la gente ni las cosas perfectas.
Ayer volví a encontrarme por enésima vez con el típico artículo sobre cómo justifica Martin las violaciones y la violencia general en sus novelas (¿o era en la serie?), y su respuesta fue la misma de siempre: es una historia basada en una época medieval, y en la Edad Media las cosas eran así. Casi le faltó añadir un "yo no tengo la culpa". Pero, como decía uno de los comentaristas, en la Edad Media no existían los dragones y bien que los ha incluido en su historia. Y he ahí el quid de la cuestión. Señor Martin, usted no está escribiendo novela histórica. Si lo hiciera, debería ceñirse a la realidad de nuestro mundo y de la época histórica en la que hubiera decidido ambientarse. Pero sus novelas pertenecen al género fantástico y, que yo sepa, no existe ninguna ley inquebrantable que obligue a los escritores a ambientar la fantasía épica en nuestra Edad Media, ciñéndose a las convenciones del mundo real. Tú que has tenido inventiva suficiente para tejer esa impresionante red argumental, tenías también carta blanca para crear una sociedad diferente, con una idiosincrasia, una cultura y unos valores completamente nuevos. Esconderse tras el argumento de que "en la Edad Media, las cosas eran así" me parece un síntoma de pereza en el worldbuilding. O una prueba de que no eres capaz de imaginar un mundo diferente, en el que las violaciones, por ejemplo, no existan.
Y eso no va concretamente para Martin. Va para los guionistas y para todos los escritores de fantasía épica, que siempre se escudan tras ese razonamiento para justificar sus decisiones.
Lo que pasa o deja de pasar en una novela es únicamente responsabilidad del autor. A los escritores nos encanta decir eso de que las historias se escriben solas; y eso es verdad en parte, sobre todo porque hay detalles en los que no reparas hasta que te pones a escribir, y que te van ayudando a desarrollar la trama, el mundo o los personajes sobre la marcha. Pero, como dijo uno de los tres grandes en el Celsius 232 del año pasado (no recuerdo si Abercrombie o Sanderson), quien toma las decisiones en última instancia es el autor. Los personajes no se descontrolan y hacen lo que quieren, tú estás ahí para manejarlos. Tú eres el que escribe. Así que no valen las excusas. En tu novela hay violaciones, denigración y gore porque tú lo has decidido así, no por culpa de la Edad Media.
Si yo quisiera leer sobre la Edad Media, me buscaría uno de los grandes tratados medievalistas que circulan por ahí, que son magníficos; incluso, para quien no lo sepa, existe una rama de la historiografía dedicada a estudiar esas cuestiones culturales, llamada Historia Económica y Social, que cuenta con tratados bastante interesantes también, sobre cualquier periodo histórico de la humanidad. Pero, cuando leo literatura fantástica, no quiero que me den una clase de historia. De eso ya tuve bastante en la carrera. Quiero que me hablen de fantasía, que me demuestren cuánto puede dar de sí la fantasía humana, qué otros mundos y otras mentalidades podemos imaginar y proyectar, qué podemos hacer por nuestra sociedad ofreciendo a los lectores una perspectiva diferente de las cosas. El corta y pega medievaloide ya me harta hasta el infinito, es una fórmula tan sobreexplotada que pide a gritos una evolución. Y ahora mismo, mientras escribo esto, me doy cuenta de que posiblemente sea ésta la auténtica razón por la que he perdido el gusto por la literatura fantástica, desde hace mucho tiempo. Si la fantasía se reduce únicamente a elfos, enanos, magos y dragones, triste inventiva estamos demostrando.
Otra de las justificaciones que he visto por ahí a las violaciones en Juego de Tronos (la serie) es que la violencia sexual ha sido y sigue siendo un gran lastre de nuestra sociedad, y que ocultándola no ganamos nada. Eso es verdad. Pero no por llenar tu historia de violaciones estás contribuyendo a concienciar a la gente de lo malo que es, y debemos ser conscientes de que la forma en la que se representa algo es tan importante o más que la representación en sí. Violar mujeres sistemáticamente no transmite nada más que regodeo y morbo, hasta el punto de que pierde todo su significado. De hecho, endosar traumas sexuales a mujeres es un recurso tan sobreutilizado en la ficción que casi se ha normalizado, como si fuese una cosa tan típica de nuestro género como parir o menstruar. Cada vez que decimos que "las cosas son así", sin darnos cuenta, estamos mostrando un conformismo tácito hacia esa situación, como si no existiera alternativa posible. El sol sale por el Este, el cielo es azul, las mujeres son violadas. Así es el mundo.
¿No? No. Esto es ficción, señores. ¿Por qué debería ser así?
Lo hablaba hace poco en relación a Outlander: la violación de Jamie ha sido la primera violación ficticia que me ha hecho sentir enferma, asqueada y completamente repelida. Me descompuso el cuerpo y me abrió los ojos sobre el auténtico horror de la violencia sexual, algo que es muy difícil de comprender si no lo has vivido en carne propia. Aquello me hizo sentir que por fin se hacía justicia a las víctimas de violación, porque nada de todo aquel espanto fue gratuito. ¿Pero qué nos hacen sentir las típicas violaciones aleatorias que llenan las series/películas/libros de época? ¿Qué sienten las víctimas cuando ven representada en la pantalla o el papel su pesadilla personal de forma tan insultantemente frívola o superficial? ¿Qué mensaje transmites tú como autor a la sociedad, tratando estos temas de esa manera?
Es demasiado fácil sentarse ante un ordenador, en la tranquilidad de tu casa, y asignar traumas a tus personajes como quien reparte una lotería. Qué divertido. Pero la construcción de personajes requiere la misma documentación que la construcción de un mundo, y tú (yo, nosotros), que nunca has sido violado, que nunca has tenido que dedicarte a la prostitución, que no has tenido que luchar para sobrevivir, que no has tenido que matar nunca a otro ser humano… estás obligado a hacer un ejercicio de empatía brutal para escribir cosas realistas. Y en esa violencia sexual no hay empatía. No hay nada, más que tópicos y pereza.
Hace poco empezó mi sobrina a leer por fin una novela de fantasía épica española a la que ambas teníamos ganas desde hace tiempo, y el otro día le pregunté qué tal. Su respuesta fue: Está muy bien escrita, los personajes son interesantes y la trama no está mal, pero hay tantas violaciones, sexo, violencia y cosas así que se me hace muy cansina. Cansancio. ¿Es eso lo que queremos transmitir al lector? Ya me habéis oído hablar otras veces de la responsabilidad del escritor y de cómo deberíamos utilizar nuestro trabajo para incitar a la reflexión o para ayudar a crear algo bueno. Siempre he pensado que el entretenimiento no debería estar reñido con la profundidad, y todos sabemos perfectamente (lo estamos viendo cada vez más) la importancia que la ficción en cualquiera de sus formas tiene para la sociedad actual. La creciente diversidad en series y libros, representando colectivos o minorías hasta ahora ignorados o menospreciados, nos parecen grandes logros, porque lo son. Y es hora de preguntarse: ¿estamos haciendo suficiente? ¿Qué nuevos pasos podemos dar?
¿Por qué nos parecen tan inconcebibles mundos donde la violencia sexual esté totalmente fuera de la idiosincrasia de la gente? Mundos donde las mujeres no sólo tengan más poder, sino que sean de facto igual de importantes o valiosas que los hombres, en vez de una especie de "segunda opción". Mundos en los que la orientación sexual no coarte tu vida y que no tenga la menor importancia en la sociedad, porque no es lo que define tu valor como persona. Mundos en los que los logros de una mujer vayan mucho más allá de cuestiones sexuales y los de los hombres, de cuestiones de fuerza física. ¿Por qué es imposible? Somos escritores, podemos crear lo que nos venga en gana. Se supone que ése es nuestro trabajo. Como he dicho antes, nada debería darse por supuesto. Cada rasgo de nuestra sociedad y nuestra forma de pensar es susceptible de explorarse, reformarse y enriquecerse.
En Fullmetal Alchemist no se hacía apología de nada. Veíamos a mujeres en el ejército, ocupando incluso cargos altos, y no era necesario que nadie apareciera por ahí diciendo "oh, mirad, una mujer militar, qué impresionante". No, la situación estaba totalmente normalizada, como que Winry fuera mecánica, Lan Fan guardaespaldas o Mei alquimista y guerrera. Ninguna de ellas era menospreciada en su ámbito ni se daba a entender que hubiesen tenido que atravesar una larga lucha para llegar a donde estaban. Simplemente estaban ahí, porque la sociedad tenía interiorizado que mujeres y hombres valen lo mismo. No había una batalla de género por detrás, pero eso no hizo la historia menos feminista, sino todo lo contrario. A las mujeres a veces nos gusta mucho remarcar nuestra lucha contra el mundo, ¿pero no nos colocamos así a nosotras mismas en el papel de víctimas? ¿No es más interesante construir de plano una sociedad verdaderamente paritaria y mostrar al lector que es posible?
Outlander es una saga histórica de verdad (no como Juego de Tronos) y se ha adaptado muy bien a la realidad de su periodo histórico, pero al mismo tiempo se las ingenió para construir una relación igualitaria entre la pareja protagonista. Sin volverse anacrónica en ningún momento, nos ofreció una visión de las cuestiones de género mucho más profunda. Nos enseñó que la violencia sexual es la expresión de los fuertes sometiendo a los débiles, sean hombres o sean mujeres, y que una sociedad predominantemente masculina no impide que las mujeres puedan ser también fuertes, valientes e independientes.
En definitiva… lo que pasa o deja de pasar en una novela es únicamente responsabilidad del autor.
La culpa no es de la Edad Media, señor Martin. La culpa es suya. Es nuestra, de todos los que escribimos sin pensar, sin darnos cuenta de que el mundo puede ser distinto, y optamos por agarrarnos a las normas que ya conocemos, en vez de crear cosas nuevas. A lo mejor una reina puede ser una guerrera temible. A lo mejor un hombre puede ser prostituto o juguete sexual. Tu obra es tuya y, si no estás contento con lo que hay ahora mismo en el mercado, remédialo. Reflexiona, interpélate a ti mismo, ten sentido crítico. Y crea. Porque regodearse en la mierda que ya conocemos no nos mostrará el camino para salir de ella.
El otro día leí la reseña de Tomorrowland que hacían en
Fantífica, y me sorprendió descubrir que es precisamente una oda contra las distopías que tan de moda se han puesto en los últimos tiempos. El futuro que nos espera no tiene por qué ser siempre apocalíptico y horrible; el futuro, a fin de cuentas, está en nuestras manos, y depende de nosotros acabar así o construir un nuevo mundo, brillante y mejor. Ése es el núcleo de este artículo, también. ¿A qué bando quieres tú pertenecer? ¿Al cínico o al optimista? ¿Al conformista o al innovador? Si escribes y quieres crear algo distinto, no te reprimas. Piensa en qué cosas representas y cómo las representas. Piensa en lo que quieres transmitir y por qué, en la sociedad que te gustaría construir. No hay límites, y el valor de lo que hagas puede ser muy importante.
Si todo esto te parece una moñez, tal vez estés apostando por el futuro distópico.