Jan 06, 2008 23:18
[Actualización]
I.
Ojos cerrados, bocas abiertas. Se buscan, se encuentran y todo vuelve a su curso. Fuerte y lento. Entre el deseo y la necesidad se han encontrado.
Ella contaba los minutos para que el muro que había entre ellos se derribara. Sólo una palabra podía hacerlo, aquella palabra que nunca llegaba. Miradas vacías era lo único que había entre ellos, miradas tan lentas y tristes como los días.
El libro de Política Económica Internacional se encontraba en la última estantería del pasillo final de la biblioteca del instituto, casi tocando el suelo, lo que la hacía estar agachada y encorvada para poder cogerlo, 3500 páginas no se podían coger con una mano.
“¡Genial, genial, genial, genial!”. Repetía inconscientemente como un mantra que la ayudaba a apaciguarse- Aquello era la guinda del día. El libro de Mark Onner no quería salir. “¿Por qué el maldito había escrito tanto?”.
Pero la verdad que no era Mark Onner y su libro de 3500 páginas atascado en la última repisa de la biblioteca, ni el hecho de que la sección de Economía no se limpiara desde hace años, (lo que era fatal para su aspecto ya que tenía en 30 minutos una exposición oral sobre las penalizaciones del dumping en China), lo que le hacía hervir la sangre, sino el nivel de petulancia de ÉL.
Sabía que llegaría ese día, y también sabía que no tenía ni voz ni voto, ni derecho a opinar por-que ya no eran amigos ni nada cercano que pudiera parecérsele. Lo que no sabía, era que cuando llegara el día en que él se besara descaradamente en medio del pasillo con una chica de moral distraída le dolería tanto. Tampoco sabía que después de aquel beso indecente él le dedicaría una mirada de intenso regodeo, como si conociera el dolor y la ira que se formaba dentro de ella y la saboreara cada segundo como si fuese ambrosía.
Por fin el maldito libro salió de su escondite.
Blanca, sudada y con lágrimas en los ojos, como si acabara de dar un bostezo particularmente pla-centero se levantó con el libro pidiendo al cielo que allí se encontrara el último dato que le faltaba, solo una cifra, una maldita cifra que hiciera encajar todo su trabajo y esfuerzo para así poder obtener su sobresaliente habitual.
Las páginas pasaban de manera caótica.
25 minutos.
"El dumping en Asia es frecuente y aunque no pasa desapercibido en occidente es lo que mantiene el mercado minorista en países como China..."
Lo sabía. Lo que necesitaba eran cifras.
20 minutos.
Las páginas seguían pasando.
15 minutos....
Fruta y leche, olores que no había olvidado.
“¿Que hace aquí?”.
En un segundo el dumping perdió toda la importancia que había tenido el segundo anterior. Se había convertido en una palabra estúpida carente de significado.
10 minutos.
“¿Habrá venido con ella? Pero si no da Economía, y aquí hay sólo libros de Economía, ¿no?”.
Instintivamente se dio la vuelta para mirar los libros que la rodeaban, y ahí estaba él, solo y cas-taño, alto y petulante, claro y oscuro.
Quería huir, pero su mente decía que tenía que quedarse por algo llamado dumping que no sabía qué demonios significaba. Paralizada utilizando segundos cruciales en mirar aquellos ojos de un verde perturbador, no sabía qué hacer. Así que se decantó por lo más fácil, volvió a su posición original como si nada hubiese pasado, porque en realidad nada había pasado. Debía alegrarse por ello.
Las páginas pasaban...
Miró la esquina superior derecha de la hoja, “1481”, 1481 páginas, y aún no encontraba lo que quería; y sin pensárselo dos veces copió “1481 empresas chinas exportan 81,411 millones de productos al año reportando un beneficio de 4811 millones de euros, alzando la economía china un 1.814%”
Lo escribió lo más rápido que pudo, con esa letra inteligible que sólo ocupaba en clase de historia, para poder transcribir el balbuceo frenético del profesor. “Nadie se dará cuenta, ¡nadie sabe, ni a nadie le interesa los malditos euros que reporta el dumping chino!”.
Pero no fue suficiente, él ya estaba allí.
No quiso mirar, pero no pudo evitar oír como la silla que estaba dos sitios a su izquierda era arrastrada por el suelo, arañando las baldosas que pedían a gritos mudos una limpieza inmediata. Oyó cómo se sentaba, cómo dejaba caer un libro de unas 800 páginas, (cálculo realizado por el sonido del impacto sobre la superficie de madera), y cómo respiraba mientras abría el libro y es-cribía sobre una hoja suelta de papel.
Le habría encantado poder seguir con su magnífico plan de largarse de ahí cuanto antes, pero Daniella Haase se quedó dónde estaba, pasando página, y esperando a que el milagro de la voz se hiciera en aquel pecoso de su izquierda. Mientras, el corazón le volvía a latir de forma desespera-da, como si clamara por un poco de atención de aquellos ojos pardos. “¡Debería haberme metido en ciencias para saber por qué demonios me pasa esto!”. Pero el milagro que esperaba no se hizo, seguía siendo transparente, translucida. “Aggg”. No hacía falta que volviera hablarle, sólo quería dejar de ser algo en lo que ni siquiera posaba la mirada, no quería ser translúcida, ni transparente. Quería, quería... ser opaca, y no parte del vacío o el mobiliario. Así quizás poco a poco...
-¡Luis!
Había olvidado porque lo odiaba, y uno de los motivos acababa de llegar.
- Luis, deja eso que lo de física no es para hoy.
-¿No? Puf qué peso me quitas de encima.
No quiso mirar, pero pudo oír como dos labios chocaban, arañando un poco más su autoestima, que pedía a gritos mudos una limpieza de los trozos que de ella se habían desprendido y caído al suelo de repente.
-Mira que estar aquí, sólo las ratas andan aquí en recreo, aunque a decir verdad, he visto unas fuera, hasta ellas se toman un descanso.
¿He dicho que sólo se habían caído unos trozos de autoestima? Ahora toda ella se compactaba con el polvo del suelo.
La silla volvió a arañar las baldosas, y con pasos rápidos aquellos futuros ingenieros en algo deja-ron la biblioteca. Suspiró, miró a su izquierda, y lo único que quedaba de su antiguo amigo era el libro de 800 páginas y un trozo de papel en blanco. Y volvió a sentirse vacía, tan vacía como la silla que él acababa de dejar.
Denssan©,
frutra y leche