Fandom: Lost
Personaje/Pareja/Trío: Desmond D. Hume
Ley: #9 - El que duda, probablemente tiene razón
[Querida Penny:
Recuerdo perfectamente el rostro del primer hombre que vi después de la muerte de Calvin. Tras más de cuarenta días en el infierno, viviendo sin vivir y muriendo sin poder hacerlo, él vino a mí para darme un poco de esperanza y libertad. Llegó a mi vida buscando algo, un motivo para conservar su fe. Se llamaba John Locke.
Al principio, pensé que estaba allí para sustituirme. El reemplazo que Calvin y yo esperamos durante tres años, el mismo que Calvin y su compañero aguardaron pacientemente antes que nosotros. Pero no. Era otra persona, un hombre caído del cielo. Literalmente.
Yo ignoraba por completo lo que John andaba buscando, pero poco me importó. No lo hizo cuando abandoné la escotilla, ni cuando regresé a ella después de comprobar que, por más que lo intentara, no podía alejarme de esta maldita isla.
¿Sabías que han pasado todo este tiempo apretando el botón por mí? Es extraño. Después de tanto tiempo pensado que estaba haciendo algo importante, llegué a creer que John tuvo razón durante su crisis de fe. Porque tuvo una crisis de fe, Penny. Una crisis de esas que te marcan de por vida y de las que no es nada fácil escapar.
John es un hombre de fe. Me di cuenta de ello la primera vez que lo vi. Es un hombre que cree en el destino, que está convencido de que está en la isla porque tiene una importante misión que llevar a cabo. Pero ahora piensa que estuvo equivocado. Cree que lo de apretar el botón es una estupidez, un cruel experimento de los tipos de Dharma, y quiere acabar con él. De una vez y para siempre.
Posiblemente tenga razón, Penny. Posiblemente lo de ese botón no signifique nada. Posiblemente he pasado tres años encerrado bajo tierra por una estupidez, sin un motivo, y no te imaginas cuanto duele eso. Es frustrante, Penny. No es que vaya a recuperar el tiempo perdido si descubro que mis acciones del pasado sirvieron para algo. Pero. ¿Tanta soledad, tanta locura, para nada? No. No es posible. Una parte de mí se niega a creerlo. La otra, mucho más insistente, anima a John a descubrir si sus dudas son fundadas o no.
Realmente no sé por qué lo hago. Me he preguntado muchas veces si lo de apretar el botón tenía un sentido, pero nunca tuve el valor suficiente para comprobarlo. Sólo una vez dejé de presionar la dichosa tecla, y fue por accidente. El día en que murió Calvin, ya sabes.
Y, ahora, mientras repaso los registros de la estación en busca del día en que el avión de Locke se cayó, no dejo de observar a ese hombre. Es evidente que arrastra muchas emociones encontradas. Es un hombre de mundo, o eso es lo que parece. Ignoro, eso sí, hasta que punto puede ser un hombre de mundo alguien que se dedicaba a hacer cajas. Es irónico. ¿Verdad? Pero John sabe de casi todo. Es un líder nato, pero hay algo que lo mantiene anclado al pasado y, de vez en cuando, lo vuelve loco. Está obsesionado con la isla y su destino. Y, francamente Penny, a veces no me cuesta trabajo imaginármelo recorriendo la selva en busca de algo que nunca logra encontrar, estableciendo su propio y dictatorial orden y negándose a escuchar a gente algo menos insensata. O, tal vez, escuchando a la gente inapropiada.
No sé si John tendrá razón, Penny. Sólo sé que sus dudas sobre la isla le están impulsando a actuar como lo hace. Tengo la sensación de que esto no acabará bien. Ahora toca esperar a ver que pasa. No sabes cuánto me gustaría que no pasara nada, aunque eso supusiera la pérdida inútil de tres años de mi vida.
Te quiero.
Desmond.
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Ley: #10 - No puedes caerte del suelo
[Querida Penny:
Hoy me siento más avergonzado de lo que nunca he estado en mi vida. Como debes suponer, me estoy realmente abochornado, porque nunca he tenido demasiadas cosas de las que sentirme orgulloso.
Supongo que alguien ahí fuera sería capaz de entenderme. No he pasado unos días demasiado agradables, aquí solo, sin poder dormir, volviéndome loco. Tanto que pensé en el suicidio. La muerte como premio a tantos años de estupideces y soledad.
Un antiguo sacerdote pensando en el suicidio. No se puede caer más bajo. ¿Verdad? Y ni siquiera he leído mi precioso último libro de Dickens. Patético, lo sé. Pero es que estaba tan cansado. Tan solo.
No hay mucho que pueda decir en mi defensa, sólo que me rendí. Cobarde o no, me sentía incapaz de seguir adelante, sin saber qué me depara el futuro. Si es que el futuro se digna a depararme algo. Sentí que todo dejó de tener sentido. Sólo veía brumas a mi alrededor y necesitaba imperiosamente disiparlas. Como ya lo había hecho el compañero de Calvin antes de mi llegada. Como lo hubiera hecho el propio Calvin de haberse visto obligado a seguir solo mucho tiempo. Sentí que nada importaba. Ni la tecla, ni mi vida. Ni tú.
No puedo expresar con palabras lo que sentí cuando vi tu caligrafía ante mis ojos. Fue casi como volver a contemplar tu rostro y escuchar tu voz. Sublime y liberador. Y también como una sonora bofetada a mi inconsciente estupidez. Esas breves líneas dedicadas a mí, escritas ni siquiera sé cuando, me llenaron de una esperanza y una fuerza que creí muertas y enterradas. Me dieron valor para levantar la cabeza, tragar aire y soñar con un futuro mejor.
Mientras, destrocé medio búnker, por supuesto. Porque, en cierta forma, te odie por abrirme los ojos. Lo sé, lo siento. No soy digno de quererte, pero tampoco de odiarte. Tú siempre fuiste mucho más fuerte que yo, Penny, y confío en que aún lo seas. Desde aquel día, sueño contigo casi siempre. Te veo aquí, en la Isla, y puedo abrazarte, besarte y hablarte, mientras prometemos no separarnos nunca más.
Incluso yo soy cruel conmigo mismo, llenando mi mente de esos imposibles dolorosos. No creo que pueda abandonar la Isla nunca. ¿Por qué no llegó el sustituto de Calvin? ¿Por qué nadie se ha puesto en contacto con nosotros? ¿Por qué a nadie le importa dónde estoy? Es abrumador pensar en el futuro. No creo que exista nada más allá de esta especie de departamento ochentero y, sin embargo, hoy me siento fuerte. Gracias a ti.
Te quiero.
Desmond.
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Ley: #11 - Cuando necesites abrir una puerta con la única mano libre, la llave estará en el bolsillo opuesto
[Querida Penny:
Esta Isla es un lugar extraño. Constantemente pasan cosas de difícil explicación y casi siempre te sientes perdido aquí, sin saber muy bien cómo llegaste y hacia dónde te dirigen tus pasos. Un día crees que sigues la dirección correcta y, al segundo siguiente te das cuenta de lo equivocado que estabas.
Hace unos días ocurrió muy extraño. Ya te he hablado de la implosión de la escotilla, del alivio que irremediablemente sentí cuando me di cuenta de que nadie estaría atado a ese maldito ordenador nunca más, pero hay cosas que no te he contado. Cosas que aún me resultan muy difíciles de asimilar y que, por supuesto, no entenderé ni aunque pase siglos aquí atrapado.
Cuando comenzó a liberarse toda esa energía electromagnética, creí saber cuál era mi destino en la Isla: la muerte. Ante mis ojos apareció la realidad más clara que nunca. Yo tenía la llave para salvar a toda esa gente, los supervivientes del avión que yo mismo derribé. Pensé que el destino me estaba dando la oportunidad de redimirme y convertirme en lo que siempre quise ser. Un hombre digno de ti, alguien grande a quién la gente pudiera recordar por ser algo más que un mediocre. Estaba tan claro, me sentí tan decidido que no me importaba morir. Únicamente lamentaba ser consciente de que no volvería a verte más. Era amargo, triste y muy doloroso saber que te había perdido para siempre, y mis últimos pensamientos fueron para ti, como siempre. Pero no morí. Y si lo hice, fui al paraíso, Penny, porque, y aunque te parezca una locura, me encontré nuevamente a tu lado. Juntos, felices, como si nunca nos hubiéramos separado.
No sé si fue un sueño o algo real, pero sí que fue maravilloso. Volví a sentirme feliz. Volví a ver tu sonrisa, a escuchar tu voz y a reír contigo como siempre solía hacer. Estábamos juntos y eso era lo único importante para mí. Pero no era perfecto. Las cosas nunca lo fueron entre nosotros. No sé si por mi culpa, por la tuya o por la de los dos, pero no era perfecto porque, una vez más, no terminamos juntos.
Y no me importa, Penny. No ahora, cuando el recuerdo es tan cercano que casi puedo acariciarlo con los dedos. Aún te veo frente a mí, aún puedo aspirar el aroma de tu perfume y aún veo tu sonrisa frente a mí, dándome la oportunidad de volver a estar a tu lado. Durante unos pocos días, tuve a mi alcance la llave de la felicidad. La puerta estaba ahí, frente a mis ojos, esperando a que traspasara el umbral para no dejarte marchar -para no dejarme marchar- pero fracasé. La llave estaba cambiada y mi destino aquí, en la Isla, haciendo la única cosa grandiosa que jamás haré en mi vida. Absurdo y cruelmente real.
Lo único que puedo hacer ahora es preservar estos recuerdos como únicos. Seguiré luchando por ti hasta mi último aliento. Te encontraré -o quizá tú me encuentres a mí- pero te juro que no volveré a dejarte ir nunca más. No ahora, aunque haya visto nuestro pasado y me haya visto obligado a comprender que, efectivamente, no debíamos estar juntos. No entonces, pero espero que sí ahora.
Te quiero, Penny.
Desmond.
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Ley: #12 - Nada es tan temporal como lo que se llama permanente
He decidido romper mis propias reglas y no todos los capítulos serán escritos como cartas a Penny. Si en “Lost” le dan una vuelta de tuerca a la estructura narrativa, ¿por qué no voy a hacerlo yo también? Además, después del maravilloso final de la cuarta temporada (¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyyyy!) no puedo resistirme. Tengo que imaginar el futuro, aunque sea más negro que el furgón del Dioni (perdón por el ¿chiste? Una que se pone a recordar “El Informal”), aunque no me olvidaré del pasado. Todavía quedan muchas viñetas.
[Penny duerme. El barco se mece suavemente sobre las olas y Desmond sólo puede hacer una cosa: mirarla. Hasta hace diez minutos, los ojos azules de ella también han estado fijos en su rostro curtido por el sol, más viejo pero repleto de una esperanza perdida mucho tiempo atrás. Se han acariciado, se han besado y se han susurrado palabras de amor, ajenos al mundo exterior, dedicados únicamente el uno al otro. Ninguno de los dos se sentía tan feliz desde hacía años y, aunque Penny hubiera deseado seguir mirándolo eternamente, el sueño la había vencido. Y Desmond se alegra porque tiene la oportunidad de grabar una a una las facciones femeninas en su mente, porque llevaba tanto tiempo sin verla que se le había olvidado cómo se formaban aquellas encantadoras arruguitas junto a sus ojos al sonreír y no desea que eso vuelva a pasarle.
Penny está preciosa mientras la luz del amanecer acaricia sus cabellos, arrancando destellos dorados y cobrizos. Desmond decide que no puede contenerse y le pasa una mano por el rostro antes de inclinarse y besarle la frente. ¿Cuántas veces soñó con ese instante? ¿Cuántas veces creyó morirse ante la certeza de que no volvería a tenerla a su lado nunca más? ¿Cuántas veces se dio por vencido y pensó en abandonar su lucha?
Pero no lo había hecho y había ganado. Al tiempo, a la Isla y al viejo Widmore. Al menos por el momento. Porque las cosas se habían puesto realmente feas, porque había terminado perdido en un bote salvavidas en mitad del océano, sin agua, sin comida y con muy pocas posibilidades de salir vivo de allí y, sin embargo, ocurrió lo impensable: los encontraron y rescataron. Y, por si eso no fuera poco, fue precisamente Penny la encargada de devolverlo a la vida que abandonó no tres años antes, sino mucho tiempo atrás, cuando se rindió ante Charles Widmore y ante sí mismo y decidió que dejar a Penny fue la mejor decisión que pudo haber tomado.
Los ocho años transcurridos desde entonces le habían quitado la razón. Ochos años encerrado en una cárcel, en una Isla y, ante todo, en su propia conciencia, le hicieron darse cuenta de lo estúpido que había sido y de lo equivocado que había estado. Quizá fuera cierto que no era digno de Penny, pero ya no le importaba en absoluto. Sin Penny él no era nadie y, al parecer, su chica no era nadie sin él.
Desmond no volverá a cometer los mismos errores. Le prometió a Penny que no la dejaría nunca y pensaba cumplirlo. Sólo muerto podrían alejarlo de ella. No le importaba Widmore ni nada de lo que pudiera hacer para separarlos. Si realmente un día fue cobarde, indigno, insignificante, ya había pagado su penitencia por ello y ahora, Desmond David Hume sólo quiere ser feliz. Y está dispuesto a luchar por conseguirlo.
Penny se mueve un poco y apenas un instante después abre los ojos y mira a Desmond. Parece no ser capaz de creerse que él esté allí, junto a ella, y le acaricia el rostro mientras le sonríe. Desmond entiende su temor. Él no ha podido dormir porque le da terror despertar y descubrir que ella, lo único que de verdad le importa en ese maldito mundo, ha vuelto a desaparecer.
-Buenos días -Musita él, y su voz suena ronca, plagada de mil y una emociones que Penny capta al instante y hacen que su sonrisa se amplíe un poco más.
-Sigues aquí -Ella suspira y cierra los ojos cuando el pulgar de Desmond roza su mejilla. Después, siente unos labios suaves posarse en los suyos y se deja besar totalmente encantada de estar allí, con él.
-Siempre estaré contigo -Desmond habla al cabo de unos segundos. Sabe que cuando abandonen ese barco tendrán que luchar contra un montón de cosas. Sabe que la eternidad que le promete a Penny puede ser algo efímero, pero se niega a pensar en ello porque de verdad está decidido. Sólo muerto. Penny lo sabe y afirma quedamente con la cabeza.
-Tenemos muchas cosas de las que hablar...
-Sí -Desmond refunfuña porque eso es verdad y en ese momento no le apetece -Pero no ahora.
-Tus amigos...
-Dejemos que descansen. Ayer fue un día duro. Olvidemos todo. Hagamos como si pudiéramos quedarnos aquí para siempre.
Penny sonríe, traviesa, y le concede ese deseo a Desmond. Después de todo, es temprano aún y a ella le apetece tan poco como a él afrontar el futuro que les espera. No debe ser tan grave robarle media hora al tiempo.
Quizá, mejor una hora o dos.
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