parte 9 Después de su charla con Klaus los días son una locura.
No sabe exactamente lo que pasa, porque Stefan no le ha dicho nada y es prácticamente el único con el que habla, aparte de Hayley, que se marchó a Dios sabe dónde, Camille, que no es más que una humana y no se interesa por los asuntos de los vampiros, el único motivo por el que va a la casa, es para hacerle a Lydia compañía en agradecimiento por haber salvado a su tío de la maldición que se cernía sobre él. Lydia no está segura de cómo lo hizo, pero igual que con el resto de cosas a las que no les ve explicación, simplemente ha aceptado que lo hizo y ha seguido adelante intentando no pensar demasiado en ello. Tiene demasiadas cosas en la cabeza como para ponerse a averiguar cómo ha podido romper el maleficio de una poderosa bruja. Y la joven y misteriosa Davina, la bruja resucitada, que es otro de los muchos misterios de Nueva Orleans y de las criaturas que conviven en ella; pero no es como si hablase mucho con ella ya que vive con Marcel y Rebekkah, donde sea que vivan para escapar de la ira que Klaus les sigue profesando por su traición, y pocas veces la ve.
Así que nadie le dice nada y se pasa los días sola, vagando por la casa hasta que se cansa de ver siempre las mismas paredes y va a sentarse a la enorme biblioteca, leyendo cada uno de los libros que esos vampiros tienen allí, fascinada por todas las historias y secretos ocultos entre las paredes de aquella gran sala, entre los polvorientos libros escritos en cientos de lenguas, de las cuales únicamente es capaz de leer algunas, sentada en uno de los cómodos sillones junto a la ventana. Tampoco es como si tuviera nada más que hacer que leer. Stefan se marcha al alba con Klaus, Elijah, Marcel y Rebekkah, que parece desesperada por compensar a sus hermanos por el daño hecho; y no vuelve hasta bien entrada la noche, cuando se escabulle en la cama junto a ella y se disculpa por haberla dejado sola mientras le hace el amor, como si quisiera recordarse que ella está aquí con él y que es por ella por lo que hace lo que sea que haga, para mantenerla a salvo.
Los días se le hacen eternos y no puede evitar preguntarse si no será hora de marcharse, sino habrá averiguado ya todo lo que tiene que descubrir en esa ciudad y es hora de pasar página. Porque si lo que Klaus dijo es cierto, confirma lo que dijeron los espíritus de aquellas brujas, y le queda poco tiempo de vida, tiempo que no quiere pasar allí lejos de Stefan. Puede que sea hora de aceptar su inminente muerte y marcharse con él algún lugar escondido, donde poder pasar el tiempo en los brazos del otro sin que nadie más irrumpa en su mundo.
Y entonces un día aparece Sophie Deveraux y Lydia no puede evitar preguntarse si todas las brujas tienen la capacidad de resucitar o es algo que sólo pasa en Nueva Orleans
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Klaus y Stefan se han pasado la mañana en el pantano, asegurándose de que Hayley y el hijo que espera, que es de Klaus aunque Stefan no se explique cómo, están sanos y salvos. Cosa que parecen estar, más a salvo de lo que él se siente al menos, rodeado de pantanos y hombres lobo cuya mordedura puede acabar con su vida.
Los días que han pasado en Nueva Orleans, los ha pasado yendo con Klaus de un lado a otro, intentando descubrir lo que las brujas tienen planeado para los vampiros y la ciudad. El híbrido le ha dicho que solían ser viejos amigos, y con el tiempo que han pasado juntos no sabe cómo puede ser eso posible, a no ser que sea en sus tiempos de Reapper, lo cual tendría mucho más sentido. No ve como alguien como Klaus podría ser amigo de alguien como él, en lo que llama su fase de “muermo Stefan”. A veces le cuenta cosas, de cuando se conocieron en Chicago, y Stefan recuerda la foto en el bar de Gloria que vio de él con el híbrido milenario, le habla de las fiestas a las que iban y de los buenos, y algo perturbadores, trucos que aprendió de él.
Sabe que no debería pasar sus días así. Siendo la mano derecha del autonombrado Rey de Nueva Orleans, buscando brujas y escuchando historias de un pasado que no recuerda a la vez que crea nuevos recuerdos, porque por mucho que odiara esas historias viniendo de su hermano y Elena, es distinto cuando las oye de Klaus. Él no espera que mágicamente sus palabras le hagan recordar, él las cuenta como si fueran viejos amigos recordando un momento gracioso o divertido. Y eso es lo peor, que no se siente incomodo escuchándole, sino que añora de vez en cuando, ser capaz de recordar alguno de esos fragmentos, y una parte de él lo siente como una traición a Lydia, lo que es absurdo, porque ella sería la primera que se alegrase por él si sus recuerdos volvieran.
Lo que le devuelve a la razón principal de su malestar. Lydia. Porque en vez de estar con ella investigando, como le prometió que haría, se pasa los días envuelto en una guerra de la que, antes de Boston y de conocerla, habría corrido en dirección contraria. Ahora, sin embargo, las cosas han cambiado. Quiere ayudar a Niklaus a recuperar su ciudad, para que Lydia y él puedan vivir su vida, todos los años que les queden por estar juntos, sin tener que esconder lo que son, en un lugar donde él no tenga que tener miedo de que le descubran si se alimenta de un transeúnte sin nombre y ella pueda gritar si tiene la necesidad de hacerlo.
Así que los días pasan y Elijah aparece un día con una recién resucitada Sophie Deveraux, con su sobrina Monique caminando decidida tras ellos, y la casa Mikaelson de repente es hogar de vampiros y tres poderosas brujas y, por primera vez desde que rescataron a Klaus, Stefan se replantea si ese será el lugar más seguro para Lydia o debería sacarla de allí.
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Esa tarde, como todas las otras que le han precedido, Lydia está sentada en la gran biblioteca de la mansión de los Mikaelson, con un gran tomo de folklore sobre las piernas. Empezó buscando sobre las banshee o cualquier criatura sobrenatural de origen celta, como todas las veces que había estado en esa biblioteca antes; pero el libro resultó ser tan fascinante que acabó abriéndolo por la primera página y empezó a leer sobre la primera criatura que encontró. Hablaba de las criaturas de un modo científico, con un apartado lleno de leyendas, hablaba de sus orígenes, del aspecto que le daban las historias, de su aspecto real, de sus dones y sus puntos débiles… en cierto modo le recuerda al bestiario de los Argent y se pregunta si ese libro pertenecería a algún cazador.
No está sola, Sophie, Monique y Davina, están un poco más alejadas de donde está ella, como todos los días desde que trajeron a las mujeres Deveraux, sentadas en torno a una gran mesa de madera rodeadas de libros de hechizos, de los grimorios que la familia Original había ido almacenando con el paso de los siglos. Se supone que están haciendo eso para ayudarla, para encontrar respuestas para ella y que Stefan y ella puedan irse antes de que las cosas se compliquen más de lo que ya lo están; pero Lydia sospecha que realmente lo único que hacen es buscar la manera de acabar con esa bruja de la que todos hablan y contra la que parecen estar preparándose para la batalla, bebiendo de cada palabra de esos textos mágicos porque saben que probablemente nunca vuelvan a posar los ojos sobre ellos, intentando memorizar hechizos que no se han sido visto en décadas, algunos en siglos… aprendiendo todo lo que pueden de ellos mientras fingen ayudarla, porque saben que una vez que la ayuden todo se habrá acabado, que Klaus se los quitará porque en el fondo no se fía de que no usen lo que hay ahí escrito contra él, y todo ese conocimiento volverá a perderse.
A Lydia le da igual lo que hagan o dejen de hacer. Ha llegado a ese punto en el que está tan cansada de buscar para no encontrar nada que no importa si encuentra respuestas o no. Después de lo que les dijo aquella bruja en Chicago y las palabras del híbrido basadas en su propia experiencia, todo lo que quiere hacer es volver a casa. El único motivo por el que no lo ha hecho es para no quitarle a Stefan la oportunidad de recordar, porque por mucho que diga que no le importa no tener sus recuerdos, ella nota en su voz que no es cierto, que por primera vez desde que los perdió los quiere, que quiere recordar todas esas historias que le susurra en la cama después de que han hecho el amor y que Klaus le ha contado durante el día. No le presiona para que se marchen porque parece feliz cuando él y Klaus hablan, porque aunque no recuerde sus viejos tiempos de amistad, Lydia sabe que en el fondo no los necesita, porque se están volviendo a hacer amigos. Así que entre eso y que aun no sabe si ha hecho todo lo que el universo quería que hiciera cuando la mandó a esa ciudad, se ve incapaz de pedirle a Stefan que hagan las maletas y lo posterga lo máximo posible.
Oye una risa. Intenta ignorarla y seguir leyendo; pero la risa no cesa y cada vez se vuelve más alta hasta que al final no le deja concentrarse en lo que está leyendo sobre los augureys.
-¿Podéis parar de reíros? -les grita a las mujeres levantando la vista y fijándola en ellas con ira. Si no quieren ayudarla vale, que no lo hagan, no piensa decirle a esos vampiros milenarios lo que realmente están haciendo; pero que al menos la dejen leer en paz, es lo mínimo que le deben.
-No nos estamos riendo -le dice Sophie mirándola con el ceño fruncido.
Lydia abre la boca para seguir regañándolas; pero vuelve a oír la misma risa y sabe que no viene de ellas, porque las tres brujas la miran y ninguna de ellas se está riendo. Sabiendo lo que pasa en realidad, suspira con irritación y se pone en pie. El universo se ríe de ella, justo lo que necesitaba.
-Hey -le dice Stefan entrando por la puerta junto con Klaus y Marcel- ¿Habéis terminado ya?
-Por hoy sí -responde Lydia con cansancio.
-¿Qué pasa?
Stefan sabe que algo va mal, por su tono cansado, por como aprieta el libro contra su pecho como si fuera una coraza, por lo caído de los hombros. No tiene que preguntarle si ha encontrado por fin la respuesta a sus preguntas, todo en ella le dice que no, que no lo ha hecho y que está empezando a cansarse.
-El universo se ríe de mí, así que he acabado por hoy.
-¿Por qué no salimos a dar una vuelta? Podemos ir a comer algo al Barrio.
-Sí… creo que tengo que despejarme un poco.
-Venga, venga, no te enfades -dice la voz de un hombre a sus espaldas.
-No me digas como tengo que sentirme -gruñe ella
-¿Lydia? -pregunta Stefan con el ceño fruncido sin saber a quién le habla.
-Tus amiguitos serán vampiros; pero no van a decirme cuando puedo o no enfadarme
-Nadie ha dicho nada.
Lydia le mira fijamente y se gira para ver a los otros dos hombres mirándola con curiosidad.
-Stefan tiene razón, amor. Nadie ha dicho nada.
Lydia les mira antes de volver a fijar la vista en Stefan y de nuevo en ellos. No es posible. Nunca les oye tan claramente como lo acaba de hacer, ni siquiera cuando grita para poder oír, porque lo que escucha suelen ser susurros, no frases tan claras como esa. No puede evitar preguntarse si es eso lo que hace que todas las banshees enloquezcan, el oír las voces tan claramente como si las dijera una persona a su lado y no saber distinguir de qué lado provienen. Quizás esa es la primera señal, lo que hará que acabe compartiendo habitación con Meredith en el manicomio hasta que le explote la cabeza.
-No estás loca, si es eso lo que te estás preguntando.
Lydia gira a su alrededor buscando a la persona que lo ha dicho, sabe que es absurdo porque las palabras no vienen de ningún sitio; pero aun así no puede evitarlo.
-¿Qué quieres? -pregunta ella colocándose el pelo tras la oreja, es una costumbre que ha adquirido con el tiempo, como si hacerlo le permitiera oír mejor lo que el universo tiene que decirle. Como si eso fuera a hacerle falta ahora mismo.
-Sólo ayudarte. Te he visto buscar entre los polvorientos libros de está lugar y, por muy divertido que haya sido verte estar a punto de tirarte de los pelos, estás buscando en la dirección incorrecta.
-Y supongo que tú me dirás cual es la dirección correcta ¿no?
-Por supuesto. Si haces algo por mí.
-¿El universo quiere que le haga favores ahora? -dice a punto de ponerse a reír
-El universo no, querida. Sólo yo.
-¿Y quién eres tu?
-Me llamo Kol. Soy un fantasma. Hace tiempo fui un vampiro. Un Original.
-Pensé que los Originales no podían morir.
-¿Qué has dicho? -dice Elijah entrando por la puerta.
-Está hablando con el universo hermano -dice Klaus haciendo un gesto para que se calle, fascinado por lo que está ocurriendo frente a sus ojos, ni siquiera Margaret era capaz de hacerlo así, lo hacía en susurros como si fuera un secreto-. No la interrumpas.
-No hablo con el universo -dice ella mirándole fijamente-. Sino con alguien que dice llamarse Kol. ¿No era ese el nombre de vuestro hermano?
-Así es ¿Kol está aquí? -pregunta Elijah escaneando la habitación con la mirada, como si fuera a ser capaz de ver a su hermano sentado en el sofá o de pie tras Niklaus.
-Diles que he dicho hola y que se lo advertí. Que les dije lo que pasaría si dejaban que esos idiotas de Mystic Falls liberasen a Silas. Y que les doy las gracias por no matar a Rebekkah porque no sé si habría sido capaz de pasar la eternidad aquí con ella sin querer morir de nuevo.
-¿Qué soy ahora? ¿Jennifer Love Hewitt? Dice que hola y que os advirtió sobre Silas y que os da las gracias de que no mandarais a Rebekkah al otro lado. Ahora podrías decirme que favor quieres que haga por ti.
-Quiero que esas pequeñas brujitas de allí atrás me hagan un cuerpo y luego quiero que tú me des un poco de esa poderosa sangre tuya.
-¿Estás loco? No voy a hacer eso -exclama ella cruzándose de brazos, no piensa darle su sangre a nadie que no sea Stefan, sobre todo cuando no sabe para qué fin, ha leído demasiados de esos libros de hechizos como para saber que no tiene que darle su sangre a nadie.
-Lo harás, porque soy el único que va a darte las respuestas que buscas.
-¿Qué es lo que quiere Lydia? -le pregunta Stefan poniendo la mano sobre su brazo.
-Quiere que le haga un favor. Dice que si lo hago me dirá lo que quiero saber.
-¿Vas a hacerlo?
-No lo sé… tengo, tengo que pensarlo.
-El tiempo corre pelirroja -dice Kol desde todas partes-. Créeme cuando te digo esto. Si no te digo lo que sé, te pasaras décadas buscando por respuestas sin encontrar la correcta.
Lydia baja la cabeza para pensar lo que le ha dicho. Kol tiene razón, lleva casi dos meses en la carretera buscando información, y eso sin contar con el tiempo que empleo antes de que empezara ese viaje, y aun no tiene nada. Pero aun así, darle su sangre no parece una idea muy inteligente, ¿Para que la querría si estaba muerto? ¿Lo estaba realmente? No podía estar segura de ello, de que estuviera realmente fallecido o de que fuera quien proclamaba ser.
-¿Cómo sé que eres quien dices?
-Dile a mis hermanos que me hagan una pregunta. Les dirás mi respuesta y ellos te dirán si soy yo o no.
Lydia asiente con la cabeza y mira a los dos hermanos Mikaelson presentes en la habitación.
-Preguntar algo que sólo vuestro hermano sabría.
Klaus y Elijah se miran durante unos minutos en silencio, pensando en que preguntar, que decir para saber que es realmente el menor de sus hermanos. Es Klaus el que abre la boca y hace la pregunta.
-Cuando te clave la daga. ¿Por qué fue?
-En Paris se descontroló -responde Elijah-. Eso lo sabe mucha gente, no es una buena pregunta.
-Ese no fue el motivo. Kol lo sabe y yo también. Si es él realmente sabrá la respuesta.
-Había conocido a una chica -dice Kol y Lydia repite cada una de sus palabras con la mirada fija en el híbrido-, se llama Theressa. Era una bruja romaní que trabajaba en un burdel. Cuando supo que era un vampiro, un Original y lo de Mikael dijo que huyésemos que haría un hechizo y nadie sería capaz de decir donde estábamos, ni siquiera otras brujas. Uno de los siervos de padre nos encontró y la mató. Klaus llegó justo cuando le arrancaba el corazón del pecho al desgraciado. Después de eso, me volví loco y estaba desesperado por encontrar a padre para hacerle pagar por lo que me había hecho. Klaus me paró antes de que lo hiciera.
-Es él -dice Klaus tras un par de segundos en silencio.
Lydia asiente con la cabeza y mira a Stefan en busca de respuestas, de que él sepa lo que tiene que hacer. Está cansada de buscar y nunca hallar las respuestas que busca. Sería tan fácil aceptar su trato y acabar con todo de una vez.
-¿Qué crees que debería hacer? -le pregunta a Stefan- ¿Debería darle un poco de mi sangre por las respuestas que quiero?
-No lo sé -admite el vampiro pasándole la mano por el pelo con ternura-. No sé si deberías cambiar algo como tu sangre por esas respuestas. Lo que sí sé es que estás cansada de buscar, que te estás frustrando y deprimiendo por no conseguir las respuestas que quieres, que cada vez que te ilusionas pensando que por fin vas a conseguir algo, luego el golpe contra el suelo es peor cuando no lo haces. Este vampiro, Kol, podría acabar con todo eso, podría decirte lo que quieres saber y acabar con todo; pero también podría ser un callejón sin salida, que sus respuestas no sean las que busques y sólo termines más abatida de lo que estas. ¿Merece la pena el riesgo? No lo sé. No puedo decirte que hacer, Lydia. Puedo decirte lo que yo haría, yo aceptaría. Pero elijas lo que elijas, no lo harás sola. Estoy a tu lado y no planeo irme.
-Está bien. Lo haré -dice la pelirroja antes de comenzar a andar hacia las brujas-. Quiere que le hagáis un cuerpo.
Sophie frunce el ceño al oírla. ¿Un cuerpo? Eso no es un hechizo tan fácil de hacer, no es como encender un fuego o localizar a alguien. La creación de materia es magia de alto nivel, magia que una bruja sola no puede hacer, magia de aquelarre, y su aquelarre ahora mismo consta únicamente de tres brujas, dos de ellas brujas de la cosecha, es cierto, pero aun así, sólo tres.
-¿Estás de broma? -le pregunta poniéndose en pie-. ¿Sabes lo que nos estas pidiendo?
-¿Puedes hacerlo o no, Sophie? -le pregunta Elijah situándose junto a su hermano y Marcel.
Sophie mira a los vampiros en la sala uno por uno antes de centrarse en la joven pelirroja. Parece derrotada y que necesita un buen sueño. Por lo que Klaus le ha contado no parece mala persona, sólo una chica como Monique y Davina que está en busca de respuestas. Quiere ayudarla; pero lo que le está pidiendo no es algo fácil de hacer. Ni siquiera está segura de que tengan el poder para hacerlo.
-No es un hechizo sencillo -les dice a los presentes-. Ni siquiera estoy seguro de que exista tal hechizo, no creo que Celeste estuviera en el cuerpo de Sabine todavía si lo conociera, y ella es mucho más poderosa y antigua que yo.
-Está en el grimorio de su derecha -dice Kol como si nada.
Sophie baja la mirada incrédula para centrarla en el libro que Lydia le ha indicado y pasa las páginas hasta dar con él.
-Increíble -murmura al ver que es exactamente el hechizo que no creía que existieras-. Aun así los ingredientes no son sencillos de conseguir. Corazón de caimán, dientes de hombre lobo, sangre de vampiro, un montón de hierbas muy especificas… y lo mejor de todo, algo que perteneciera al cuerpo que queremos rehacer, que en este caso es el de Kol. Supongo que no guardaríais sus dientes de leche o algo así.
-Sus cenizas están en el ataúd del sótano -responde Klaus como si tal cosa, como si fuera lo que cualquiera habría hecho con las cenizas de su hermano, meterlas en un ataúd y dejarlo en el sótano.
-Pues entonces, manos a la obra -responde Sophie intentando parecer confiada-. Nosotras memorizaremos este hechizo y vosotros buscáis los ingredientes.
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Stefan sigue los latidos del corazón del único ser humano de la casa, ahora que Hayley está en el bosque escondida con los otros hombres lobo, y las brujas se han marchado a casa de Marcel para poder dormir y descansar después del extenuante hechizo que han realizado. Los sigue hasta una de las habitaciones del piso superior. Allí está Lydia, sentada en una silla con la vista fija en la cama frente a ella. Se queda un momento observándola, es algo que ha empezado a hacer recientemente, como si una parte de él supiera que no volverá a verla nunca cuando esto acabe, que Nueva Orleans es el final de su camino juntos y necesita aprenderse de memoria como es para recordarla siempre, no que no sea capaz de describirla al detalle hasta la menor de sus pecas, es solo que ahora se ha vuelto un acto más obsesivo.
Da un par de pasos al interior de la habitación hasta otra de las sillas. Cogiéndola y acercándola a la de la joven para poder sentarse a su lado. Le coge la mano entre las suyas y se la aprieta con fuerza, frunciendo el ceño al notar lo frías que las tiene, con el paso de los días, su temperatura corporal ha ido disminuyendo, y no puede evitar preguntarse si ella lo habrá notado siquiera. En todo ese tiempo ella no se mueve, no da ninguna señal de que sea consciente de su presencia en la habitación.
Frente a ellos hay una gran cama de sabanas negras que parece fuera de lugar entre la decoración más colorida del resto de la casa y de la misma ciudad. Sobre ellas hay un cuerpo, un hombre de pelo castaño, con vaqueros y una camiseta negra, con la piel grisácea y agrietada propia de los vampiros muertos, de los que no se van a curar ni a levantar de nuevo. Es el cuerpo que las brujas han hecho, el del Original muerto. El mismo cuerpo al que Lydia debe dar su sangre. El que se ha pasado horas mirando sin moverse.
No hace falta que se lo diga, Stefan está casi seguro de lo que pasa por su mente. No sabe a ciencia cierta si es seguro darle su sangre. Sabe que lo ha prometido y que tiene que hacerlo porque ella siempre cumple su palabra; pero aun así teme no estar haciendo lo correcto porque él otro aun no le ha dicho que usos va a darle.
-No tienes que hacerlo si no quieres. Lo sabes ¿verdad? -le dice mirándola.
-Lo he prometido. Tengo que hacerlo -responde ella bajando la vista y fijándola en sus manos entrelazadas.
Stefan asiente y los dos se quedan en silencio un rato. Stefan no suelta su mano ni intenta que salgan de allí, simplemente la mira y se queda a su lado, para que sepa que no está sola, que él le apoyará haga lo que haga.
-Aun no lo he hecho porque no he vuelto a oírle -dice ella rompiendo el silencio-. No voy a darle mi sangre hasta que no me diga lo que sabe.
-Así que simplemente esperas -Lydia asiente con la cabeza y Stefan vuelve a hablar-. ¿Cuánto tiempo crees que tendrás que esperar?
-No lo sé. Pensé que si me quedaba aquí, el aparecería antes; pero no lo ha hecho. No le he oído desde aquel día. A lo mejor estaba jugando conmigo. A lo mejor sólo quería que las brujas hicieran este cuerpo.
-¿Para qué? Está muerto. Los vampiros no vuelven a la vida, ni siquiera los que tiene un cuerpo al que regresar.
Lydia se encoge de hombros y suspira cansada antes de apoyar la cabeza contra el hombro de Stefan.
-Eso es lo que me da miedo. Que no lo sé.
-No seas tan melodramática, querida -dice la voz divertida de Kol viniendo de todas partes.
Lydia se incorpora y Stefan sabe que está oyendo algo que él no es capaz de oír.
-¿Está aquí? -le pregunta.
Ella asiente con la cabeza y él no puede evitar mirar a su alrededor buscándole. Sabe que es absurdo y que no va a ver nada; pero aun así lo hace.
-Has tardado mucho en aparecer -dice ella.
-Tenía cosas que hacer.
-Estás muerto. Seguro que podían esperar.
-Auch, eso ha dolido. Menuda lengua más afilada tienes. Seguro que has hecho llorar a más de uno.
-Te sorprenderías -añade ella con una pequeña sonrisa recordando a Stiles y esos primeros años de instituto cuando aun salía con Jackson.
Kol suelta una carcajada al oírla y ella amplía su sonrisa. Stefan al verla no puede evitar fruncir un poco el ceño celoso de que se ría por algo que el fantasma Original ha dicho, por algo que él no ha podido oír.
-¿Ha venido ya a decirte lo que te prometió? -pregunta él algo hosco. Quiere que termine pronto toda su interacción, no le gusta no saber lo que el otro le dice a su novia.
-Que impaciente -dice Kol-. Pero tiene razón, centrémonos en los negocios. Dame tu sangre.
-No. Dime primero lo que sabes y luego te la daré.
-Creo que no preciosa.
-Entonces creo que no tengo nada que hacer aquí -dice Lydia poniéndose en pie.
Una cosa es que haya hecho un trato con un fantasma, que incluso haya claudicado y le vaya a dar su sangre; pero no piensa seguir el ritmo que el otro le marque. Si quiere que acaben ese trato y ella le dé parte de su sangre, será cómo y cuando ella lo diga, y si Kol la quiere tanto como parece quererla, entonces se acoplara a sus tiempos. Por un momento no se oye nada y Lydia se teme que el otro se haya marchado. Por lo que parece, en realidad no necesitaba tanto su sangre como había dado a entender. Camina con Stefan a su lado, con las manos aun entrelazadas hacia la puerta de la habitación, pone la mano libre en el pomo lista para salir de allí sin mirar a tras cuando el otro vuelve a hablar deteniéndola.
-Está bien -gruñe Kol sabiendo que la otra tiene todo el control de la situación-. Te lo diré; pero más te vale que cumplas con tu palabra o hare de mi misión en este lado el atormentarte mientras vivas.
-¿Y bien? -pregunta ella ignorando las amenazas proferidas. No tiene que temer a lo que el otro vaya a hacerle porque piensa cumplir su parte del plan.
-Todo lo que sabes es falso. Todo lo que has buscado es inútil. Alguien te ha mentido diciéndote que eres algo que no eres.
-¿Qué quieres decir? -pregunta frunciendo el ceño nada contenta con lo que le está diciendo.
-No eres una banshee.
-Entonces… entonces ¿Qué soy? -pregunta sin saber si quiere oír su respuesta.
-Eres más que eso, mucho más. Un ser más poderoso y letal. Eres una Morrigan. La primera en más de mil años.
Lydia camina hacia la cama en modo automático. Tiene millones de preguntas, quiere gritar, quiere llorar, quiere tumbarse en la cama y no volver a moverse porque ha desperdiciado un verano buscando por algo que no era real…todas las dudas, los comentarios y las preguntas sin respuestas nuevas y antiguas, llenan su mente, hasta que hay tantas que se difuminan sin saber dónde empieza una y acaba la otra, hasta que al final no son más que un batiburrillo de palabras sin coherencia y su mente las bloqueas dejándola libre de todo pensamiento, dejándole la mente en blanco. Levanta el brazo de manera automática y coge el cuchillo de cocina que había dejado allí para esa situación cuando los hermanos Mikaelson dejaron el cuerpo del otro sobre la cama tras ser conjurado por las brujas. Lleva la cuchilla contra su piel lista para hacer el corte; pero Stefan se lo impide. Le mira a los ojos nublados y él le quita el cuchillo. Se acerca su brazo a la boca y le da un suave beso en la muñeca antes de sacar los colmillos y morderla.
No bebe su sangre. No deja que está toque sus labios, sabiendo lo adictiva que es. No ha vuelto a probarla desde aquella noche, ni siquiera a pesar de sus protestas y ofrecimientos. Pero no podía dejar que se cortara.
Lydia extiende el brazo sobre la boca del cuerpo y lo deja allí hasta que cae la suficiente sangre por entre los muertos labios como para considerar cumplida su parte del trato. Mientras tanto Stefan se muerde su propio antebrazo y cuando ella lo retira y lo deja caer muerto a un lado de su cuerpo, él le acerca el suyo a su boca para que sea ella quien beba y sane; preocupado por la forma automática en la que se está comportando, sin disfrutar de la sensación de sus labios en su piel como otras veces ha hecho. La deja que beba hasta que ella se retira con los labios rojizos de su sangre que ya ha empezado a actuar haciendo que el corte no sea más que una fina línea rosada que poco a poco comienza a difuminarse como si nunca hubiera estado ahí. Entonces la coge en brazos como si fuera una princesa y recorre con ella los pasillos hasta llegar a la habitación que Elijah les cedió la noche que llegaron, donde la tumba en la cama con él a su espalda, abrazándola y dándole pequeños besos en la coronilla hasta que se hace de noche y la oye dormir, y luego de día y despierta, aunque aun siga sin moverse. Se pregunta qué es lo que el otro le ha dicho, que ha podido decir para dejarla en ese estado. Maldiciendo no haberlo oído y que el otro sea un fantasma y no poder partirle la cara por romperla como lo ha hecho.
-Morrigan-murmura ella tan bajo, que por un momento él ni siquiera está seguro de haberla oído y que no haya sido su imaginación-. No soy una banshee, soy una Morrigan.
Stefan no sabe qué es eso; pero sospecha que es lo que el otro le ha dicho que es. No puede ni imaginarse cómo debe sentirse ella, se ha pasado todo el verano en busca de respuestas y ni siquiera tenía la pregunta correcta. Mañana o cuando Lydia se sienta con ganas tendrán que empezar de nuevo y él piensa estar allí en cada paso del camino; pero eso no va a ser ahora. Así que hace lo único que sabe que Lydia necesita, aprieta su agarre y acerca su espalda contra su pecho, la besa en la nuca y se queda con ella un poco más.
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Stefan abre los ojos esa mañana y lo primero que nota es que algo ha cambiado respecto a las dos mañanas anteriores, ni siquiera tiene que pensar en que, es fácil, Lydia por fin se ha levantado.
Se incorpora buscándola en la habitación, sabiendo que esta sigue allí porque aun es capaz de percibir su olor. No se equivoca. Está sentada en el suelo, con su pijama de seda blanco aún puesto, trenzándose el pelo mientras lee los cuadernos abiertos a su alrededor que siguen por la misma página en que los dejó antes del día que cambio su mundo, cuando ese fantasma le dijo que no era una banshee, sino una Morrigan.
-Lydia -dice él para llamar su atención, curioso del motivo por el que está sentada en el suelo.
Ella se gira mirándole con una gran sonrisa y todas sus dudas y su curiosidad desaparece. No le importa porque está en el suelo, solo quiere disfrutar de su sonrisa y de lo feliz que parece, de esa sonrisa que le recuerda a los buenos momentos antes de Nueva Orleans y de que su mundo se tambalease, esa que le hace sonreír y que quiera lanzarse hacia ella y llenarla de besos para poder oír su risa; la que hace que piense en mil y una maneras de hacer que nunca deje de sonreírle.
-Ven -dice ella levantando la mano en su dirección y moviendola para que deje la cama y se una a ella.
Stefan no se hace de rogar, sale de la cama con pereza, estirándose para liberar los músculos doloridos de los tres días que se han pasado en la cama sin moverse, pasándose la mano por el pelo, dejándoselo más revuelto de lo que ya lo tenía, y se deja caer en el suelo a su lado. Ella pasa los dedos por su pelo como si quisiera peinárselo sin dejar de sonreír y él no puede evitar inclinarse hacia ella para besarla. La da pequeños besos que la hacen reír y que hacen que él sienta pequeñas mariposas en el estomago. Solo con oír su risa se siente más libre, más relajado, como si nada pudiera ir mal.
-Me alegra que estés mejor -le dice entre beso y beso.
Ella baja las manos de su pelo y le coge de las mejillas, para detenerle y que deje de besarla. Le mira fijamente a los ojos, como si se estuviera perdiendo en ellos, como si los memorizara, como si los hubiera echado de menos… seguramente es así, no recuerda la ultima vez que estuvieron así, solos, disfrutando del placer de la compañía del otro, sin preocuparse por guerras entre seres sobrenaturales o fantasmas que exigían que se les hiciera un cuerpo, sin luchas entre hermanos de más de mil años ni libros escritos en lenguas muertas. Lydia se muerde el labio inferior antes de inclinarse y depositar otro beso sobre sus labios antes de girarse hacia los cuadernos que les rodean.
-Me he dado cuenta de que tenía que dejar de actuar como tonta.
-No actuaste como una tonta.
-No, tienes razón. Mi cerebro simplemente se cortocircuito y decidió dejar de funcionar. Pero ya estoy bien.
-¿Estás segura?
-No puedo pasarme la vida en la cama, solo porque haya descubierto algo que no me ha gustado. El motivo del viaje era descubrir lo que soy y porque lo soy, y eso no ha cambiado. ¿Y que si partí de una falsa premisa? El método científico se basa en hacer suposiciones y comprobarlas y si no es así, cambiar las premisas y volver a empezar. Lo único que tengo que hacer es… volver a empezar. Y ni siquiera será empezar de cero, porque Morrigan es un término que salió muchas veces mientras investigaba, así que lo primero que tengo que hacer es releer los cuadernos para encontrar las referencias.
-Vale -dice él cogiendo uno de los cuadernos y abriéndolo por la primera página-. ¿Qué código estás usando?
-¿Cómo sabes que uso un código?
-Porque te conozco y eres la persona más ordenada que conozco.
-No recuerdas conocer a mucha gente, así que eso no es realmente un cumplido -dice ella interrumpiéndole
-Y tienes un subrayador naranja enganchado en la oreja -dice él como si no le hubiera interrumpido-. Además, ese cuaderno tiene los bordes llenos de post-it.
-Vale, tengo un código, demándame -responde sacándole la lengua-. Pon un post-it en las páginas en las que veas que se menciona a la Morrigan y luego con el subrayado marca los pasajes. Cuando hayamos terminado tendré que ir a alguna tienda para comprarme un par de cuadernos nuevos y organizar en ellos la información.
-Sí, mi capitán.
-No seas tonto -dice ella dándole un ligero empujón en broma.
-Vale, vale… me lo tomaré en serio.
En silencio empieza a leer el cuaderno estando atento a cada palabra, no quiere que se le escape ninguna “Morrigan” escondida entre las páginas y páginas que Lydia ha escrito. Esta a la mitad del primer cuaderno cuando alza la vista para coger un post-it del montón y la ve completamente concentrada, con el ceño fruncido y dándole vueltas al subrayado entre los dedos.
-Me alegra que vuelvas a estar feliz -le dice rompiendo el silencio y haciéndola levantar la mirada-. No vuelvas a dejar que tu cerebro se apague ¿Está claro? No me gustó verte así.
-No lo haré. Te lo prometo.
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”Aunque la Morrigan es conocida por nombres tales como “La Gran reina” y se creía que era la deidad encargada de la muerte, de la guerra y de la fertilidad, también se la consideraba “La Reina de las hadas” y es este aspecto el que, según mis averiguaciones, más facilita el explicar el origen de la misteriosa Keitha.”
Lydia lee absorta el grueso y polvoriento volumen entre sus piernas, un regalo de Elijah, que al parecer lo encontró escondido en uno de los múltiples baúles que habían permanecido siglos cerrados, y con el que dio mientras buscaba algunos de los grimorios más antiguos de su madre para que Sophie, Monique y Davina, pudieran dar con un hechizo con el que evitar que Celeste traspasara su espíritu a otro cuerpo cuando la mataran y este quedase anclado a la tierra. El libro está escrito en un viejo dialecto del latín, lo que hacía que su traducción no fuese del todo exacta pero si lo suficiente como para no temer tergiversar lo que leía. Había sido escrito por un soldado romano, un tribuno que había luchado valientemente y ganado muchas batallas al otro lado del muro de la Britania, que cuando volvía a casa para ser llenado de honra por el Cesar, había caído enfermo a su paso por la Galia y le habían dejado atrás al cuidado de una de las tribus celtas cuando sus curanderos dijeron que no viviría para ver el sol. Lo hizo, sobrevivió y volvió a Roma, donde el Cesar le concedió el ascenso a legado.
”Pero no nos adelantemos.
Keitha, a simple vista, era una joven como otra cualquiera de una pequeña tribu que residía al oeste del Senna, en la Galia. No parecía provenir de una familia influyente de su tribu, su padre había perecido antes de que ella naciera contra una de las tribus bárbaras del norte, mientras que su madre era una simple dama del hogar, ella era su única hija y sin duda la mujer más hermosa que había visto en mi vida y que vería jamás. Tenía el pelo negro como la noche y los ojos azules como el agua del lago que está en calma y parece imperturbable. Sus caderas anchas atraían los ojos de los hombres con cada paso que daba y sus senos, llenos y hermosos eran suaves al tacto, como más tarde comprobé.
A pesar de su origen humilde, toda la tribu parecía tenerla en alta estima y todos los hombres buscaban su atención y ser los destinatarios de sus favores. No sabía a qué se debía esto cuando la conocí. No lo supe hasta tiempo después, pues los druidas no son dados a revelar sus secretos.
La primera vez que atisbe que algo no era como debería fue la noche de Samheim. Cuando los sacrificios se tendían ante ella como si los miembros de la tribu buscaran su aprobación antes de llevarlos a cabo. Recuerdo su cuerpo moviéndose en torno a la hoguera, seduciendo a los hombres, liberando las mentes de todos como si de alguna clase de magia se tratase, dejando que hombres y mujeres la tocaran por igual. Más tarde le echaría la culpa al vino, aun hoy no estoy seguro de que si lo que vi ocurrió de verdad o fueron solo los efectos de haber bebido demasiado vino y de comer las setas cultivadas por los druidas para la ocasión; pero lo que vi fue a Keitha, levantando niebla a su alrededor, cambiando la forma que las llamas de la hoguera hacían de ella, atrayéndome hacia hasta lo que único que podía pensar era en que debía poseerla, en las figuras fantasmagóricas que parecían surgir de su pelo…
Me desperté a su lado, desnudo, rodeado de cuerpos de jóvenes guerreros y de jovencitas por igual, con Keitha abrazado a mí y cuando abrió los ojos y me sonrió sólo podía pensar en ella.
Keitha no era mujer de un solo hombre y a diferencia de las otras jóvenes, nadie esperaba que lo fuera, que se casara y tuviera hijos. Por mucho que a mí eso me extrañase para ellos parecía tener todo el sentido del mundo. No me queje de ello, yacer con ella no era como nada que hubiera experimentado antes. Nunca me cansaba de adorar su cuerpo y ella no parecía disgustada por mis atenciones.
Una de las tribus guerreras del norte había estado invadiendo los pueblos cercanos y hasta el poblado llegó la noticia de que los barbaros se acercaban. Esa fue la primera vez que supe, con toda certeza, que había más en ella de lo que parecía. Los hombres hicieron cola ante su puerta, ataviados con las ropas de batalla esperando su bendición, dejando que les pintara las marcas de la guerra con agua que se convirtió en sangre y cuando los hombres marcharon a la guerra ella se enfundo con unas pieles negras como la noche antes de cerrar la puerta de la casa y de las ventanas salieron cientos de cuervos negros como la noche que partieron con los guerreros. Ni esa noche, ni los días que le siguieron, pude entrar en su casa y para cuando los guerreros regresaron ella iba a la cabeza de la comitiva, con el pelo lleno de sangre y una sonrisa de satisfacción.
Semanas más tarde ella seguía siendo un misterio. Uno que me obsesionaba y me hacía enloquecer, porque no era como ninguna otra y todos parecían saber el secreto que a mí se me escapaba entre los dedos.
Y entonces un día, se apiadó de mi.
Me habló de leyendas místicas y de criaturas de pesadilla, de unos seres capaces de oír a los dioses. Me habló de la primera vez que ella les escuchó, de como fue atacada por una bestia hombre y los dioses la salvaron de convertirse en una de ellos. Al principio pensé que había enloquecido, hombres bestia, mujeres capaces de trasmitir los deseos de sus falsos dioses. Intente convencerla de que lo que decía era una locura; pero ella me sonreía como si no fuera más que un pequeño niño al que su madre le hablaba de los hermanos Rómulo y Remo y de la loba que los amamanto. Ella me calló con sus besos y con su cuerpo y me habló del bosque al que la enviaron a morir, porque las que escuchan a los dioses no viven demasiado tiempo. Al oír eso me aterrorice, no era capaz de concebir un mundo en el que ella no estuviera; pero me tranquilizó entre risas y caricias. Ella ya no era una de las que escuchan, el bosque despertó sus recuerdos, su naturaleza de ser fatuo, la esencia de su verdadero yo, la Diosa Morrigan, Reina de las hadas, Diosa Suprema de la Guerra, la Gran Reina.”
-¿Has encontrado algo? -le pregunta Stefan dejándose caer en el sillón junto a ella.
Lydia alza la cabeza aun poniendo en orden sus pensamientos, intentando alejar la ficción de la realidad, lo que creyó ver ese soldado frente a lo que en verdad vio.
-Bastante -dice finalmente con una pequeña sonrisa-. Conoció a una Morrigan.
-¿En serio?
-Sí. Es el único relato que he leído de alguien que dice que conoció a una -añade emocionada, contra más empieza a hablar, más emocionada se pone, es como volver a tener cinco años y decirle a sus padres todas las cosas geniales que hizo en su primer día de colegio-. Hay mucha fantasía claro, y tengo que investigar más sobre está tal Keitha; pero creo que he desvelado el misterio de la Morrigan. ¿Estás listo?
Stefan asiente con la cabeza, después de todo ese tiempo hasta él tiene un poco de curiosidad, no que vaya a cambiar lo que siente por Lydia; pero después de tanto buscar él también quiere tener las piezas finales del puzle.
-Los celtas creían que era la reencarnación de una Diosa, la Diosa de la guerra, de la muerte y de la fertilidad. ¿Verdad? Pero esas deidades fueron concebidas para que los humanos tuvieran algo que temer, algo que no pudieran controlar para guiar sus actos; por lo que deseché esa idea casi de inmediato. Sin embargo, después de leer esto ¿Sabes lo que creo?
-¿El qué?
-Creo que este ser, la Morrigan, es una especie de banshee.
-¿Te refieres a que son una especie como los vampiros y los hombres lobo?
-Sí. Solo que muy rara. Los vampiros os convertís porque tenéis sangre de vampiro al morir, y los hombres lobo que yo conozco nacen así o por el mordisco de uno, mientras que los que tu conoces se convierten al matar algo y así se desencadena su transformación… Sospecho que es algo parecido, un gen latente que en determinadas personas se activa y hace que se conviertan en banshee, creo que la Morrigan, no es más que su evolución, como Klaus que es un híbrido. Sólo que lo que tiene que pasar es algo mucho más complejo que convertir a un hombre lobo y darle la sangre de la doppelganger.
-Eso no es sencillo. Las doppelganger ocurren cada quinientos años, no es tan simple hacer híbridos o Klaus ya tendría un ejército y habría aplastado a las brujas. Si lo que crees es cierto, entonces para que surja una Morrigan debe pasar algo extraordinario, sino habría muchas de ellas.
-Lo sé. Aun no sé muy bien qué es lo pasa; ni siquiera sé si mis suposiciones son ciertas o no, podría estar equivocándome por completo.
-Pero tienes una teoría -dice Stefan.
Lydia se muerde el labio inferior como si dudara de seguir hablando, después de todo son sólo teorías, podría estarse equivocando completamente. Stefan, la coge de la mano para darle ánimos, como hace siempre que nota que ella está dudando de si misma, es como si tuviera un radar para saber el momento justo en el que necesita de su apoyo, y es eso, el sentir la mano del otro contra la suya, lo que le recuerda que Stefan no la va a juzgar si sus suposiciones son erróneas, que pude contarle lo que cree que está pasando porque él la va a apoyar y a creer cada una de sus palabras.
-Por lo que he leído en el diario -comienza a decir Lydia colocándose un par de mechones detrás de la oreja-, creo que para que surja una Morrigan la banshee tiene que ser atacada por un hombre bestia, lo que supongo que significa un hombre lobo. Eso explicaría que no se conozca ninguna. ¿De cuantas banshees has oído hablar? Aparte de mí y de la historia que contó Klaus de esa chica hace siglos. De ninguna. Y conociéndome como me conoces y lo que puedo hacer, crees que sería tan fácil para un hombre lobo atacarla y tener éxito.
-Si supiera que la chica es una banshee lo dudo.
-Exacto. Así que la pregunta es ¿Cómo se activa el gen de las banshee?
Lydia está a punto de abrir la boca para hablarle de lo que ha estado pensando, de la teoría que se ha formado en su mente y que puede que sólo sea eso, una teoría; pero que una parte de si misma le dice que es la verdad, y esta tan segura de eso como de que sabe que el sol sale por el este o que la energía no se crea ni se destruye. Está a punto de contarle sobre sus sospechas de los seres fatuos, de hadas y niños robados; cuando Klaus aparece por la puerta andando con seguridad y una mirada decidida en su cara.
-Es la hora -dice desde el marco de la puerta.
Stefan se pone de pie y Lydia le sigue. Klaus lo ha dicho, es la hora, la batalla va a comenzar y ella no piensa ser dejada atrás mientras Stefan va solo a la lucha. Ella tiene que estar allí, para poder gritar y apartar el peligro de él, para asegurarse de que está a salvo.
-No. Tú no vienes -le dice él interponiéndose en su camino sabiendo cuáles son sus intenciones.
-Intenta detenerme -le reta ella pasando por su lado y saliendo de la habitación.
No va a quedarse atrás. Si Stefan va a luchar, lo hará con ella a su lado.
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La calle Bourbon parece una locura, brujas y vampiros luchando por todas partes, vampiros de rodillas incapacitados por los hechizos de las brujas, brujas que caen muertas cuando los vampiros son más rápidos que ellas y les parten el cuello o les arrancan el corazón…
Lydia nunca había visto nada igual. Esa matanza indiscriminada y que parece no acabar nunca, ni siquiera con la manada de alfas que no dudaban en matar, ni la señorita Blake con sus sacrificios, ni el nogitsune, ni esos malditos berserkers que parecían incapaces de morir… Lleva una pistola en una mano que Stefan le ha dado por su seguridad, y ahora se alegra de que el señor Argent insistiera en darle clases de tiro después de lo que pasó con Allison. No se aleja mucho de Stefan mientras este se encarga de las brujas que se les acercan.
Ve a una mujer a lo lejos peleando con Klaus, es Celeste, la reconoce de sus sueños. No sabía que era una persona real hasta que la vio frente a ella en medio de la multitud. Corre hacia ella sin poder controlarse, sus piernas se mueven solas como si su cuerpo supiera que es con ella con quien debe tratar, que todos los demás son distracciones y ella es el premio gordo.
-¡Lydia!
Ella se gira al oír el grito de Stefan y ve una estaca de hierro arrancada de una de las verjas de la calle volando hacia ella tan rápido que sabe que no tendrá tiempo de moverse. Ya esta, es el fin, no es lo bastante rápida como para quitarse de su camino.
No tiene que hacerlo.
Cuando está segura de que la barra atravesará su corazón el cuerpo de Stefan se interpone, haciendo que se clave en el de él el arma destinada al de ella. Lydia corre hacia él sin pensar en lo cerca que ha estado de morir, sin que le importe que puedan volver a hacerle daño porque ella no podrá defenderse como ellos si alguien la ataca por error o a propósito, que Stefan no estará allí para volver a interponerse entre la muerte y ella. Lo único en lo que puede pensar es en que no puede haberle pasado nada, que Stefan tiene que estar bien, que estará herido pero que en cualquier momento se pondrá en pie y la guiñará un ojo antes de ir hacia esa bruja pelirroja que sonríe en su dirección con satisfacción y le arrancara el corazón del pecho por haberse atrevido a intentar hacerle daño. Lydia dispara el arma que tiene en la mano, acertándole en la cabeza sin que la bruja pueda evitarlo, tomándola por sorpresa y acabando con su vida al instante. Después deja caer el arma al suelo y se deja caer de rodillas junto a su cabeza, arrastrándose y manchándose las rodillas de los pantalones de polvo. Ve su piel volviéndose grisácea y con aspecto de piedra; pero no le importa porque él está bien. Tiene que estarlo. No es capaz de imaginarse un mundo en el que no lo esté. Así que se niega a llorar y le agita esperando que en cualquier momento abra los ojos. Sólo que no lo hace y su piel se va volviendo cada vez más dura y grisácea.
Mira a su alrededor y ve un trozo de cristal un par de metros más allá de donde está. Se arrastra hacia él y lo coge con fuerza antes de volver junto al cuerpo inmóvil de Stefan. Se hace una larga incisión en el brazo y la sangra empieza a escurrir por la herida.
-Bebe, bebe, bebe -repite ella una y otra vez presionando la herida contra su boca.
Eso es lo único que le hace falta. Beber un poco de su sangre. Si la bebe se curará antes, porque la sangre acelera la curación. Lo único que tiene que hacer es beber y se pondrá bien, entonces los dos podrán montarse en el coche y alejarse de esa maldita ciudad. Sin importar que siga teniendo preguntas que necesiten respuesta, porque ninguna respuesta merece que Stefan muera, que ella pase por la desesperación por la que está pasando.
El problema es que él no bebe, que la sangre escurre por su barbilla y él no reacciona, que por mucha sangre que Lydia deje caer en su boca no se está curando. Y los minutos pasan y nada cambia. La piel de Stefan está dura y fría como el mármol y parece más una estatua que un hombre. Está muerto. Se ha ido y la realidad cae en Lydia como una losa. Se acabo, le ha perdido.
Y entonces grita.
Grita como no ha gritado nunca. Tan alto y tan agudo que rompe todos los cristal y todos los seres sobrenaturales de las inmediaciones de Nueva Orleans lo oyen y tienen que cubrirse los oídos del dolor. Grita hasta que no puede más y deja caer la cabeza como muerta hasta tocar con la barbilla su pecho.
La batalla a su alrededor se ha detenido. Los vampiros y las brujas, los pocos que siguen en pie y no han muerto, tienen las manos en los oídos intentando comprender que ha pasado, desorientados y doloridos. Conforme son conscientes de la fuente del ruido comienzan a mirarla con miedo. No saben como lo ha hecho; pero todos coinciden en que no quiere que lo repita.
Lydia se pone en pie despacio al tiempo que una niebla blanca empieza a emerger de sus pies. Los vampiros y las brujas retroceden por igual, esa niebla no es natural y ninguno de ellos quiere descubrir lo que pasará si les toca. Camina con lentitud hacia el centro de la calle, con la niebla creciendo y expandiéndose en todas las direcciones y su figura parpadeando entre su ropa, una túnica negro que la cubre entera y una armadura negra como la noche.
Klaus la mira extasiado, nunca había visto nada igual. Después de vivir más de un milenio no pensó que nada pudiera sorprenderle; pero esto, esa chica, acaba de hacerlo. Incluso desde donde está puede sentir el poder que irradia y sabe que Celeste a pocos metros de donde está él, también lo siente. Ve el cuerpo inmóvil de Stefan en el suelo y lo que se encuentra es lo que ya se imaginaba que vería. Lo supo en el mismo instante en el que Stefan grito y vio la estaca de acero sobresaliendo de su pecho. Está muerto. Se ha ido. Pocas muertes le han importado; pero está es una de ellas. Las brujas pagarán por lo que han hecho. Su muerte no será olvidada.
Lydia pasa por su lado y le mira unos segundos antes de seguir andando hacia Celeste. No le gusta lo que sus ojos, ahora de color rojo sangre, le han hecho sentir. Ha bastado una mirada para que un escalofrío le recorra el cuerpo y tenga ganas de gritar pidiendo perdón. Una mirada que ha durado apenas un segundo y que le ha hecho recordar de golpe todas las vidas que ha quitado.
Celeste levanta la mano al ver que la otra se acerca hasta ella.
-No des un paso más -le advierte
Lydia ladea ligeramente la cabeza y se detiene. La bruja, pensando que tiene el control de la situación sonríe de lado y Klaus se pregunta como de tonta puede ser. Debería notar el poder que la joven rezuma por cada uno de sus poros, saber que con esa clase de poder no existe ningún ser al que temer, nadie que tenga control sobre ti y te diga lo que tienes que hacer. Celeste es lo suficientemente vieja, ha pasado su alma de cuerpo en cuerpo durante el suficiente tiempo como para que debiera saber que si la joven ha detenido su avance es porque ha querido no por nada que ella haya podido decir y si piensa otra cosa, se está engañando.
La bruma a los pies de Lydia crece y se expande aunque ella haya dejado de moverse. Klaus retrocede un par de pasos y observa curioso como está parece tener vida propia y enroscarse en torno a los pies de la bruja sin que está lo note. Para cuando lo hace, le ha cubierto ya hasta las rodillas. Celeste se mueve intentando alejar la bruma de ella; pero es inútil, está sigue subiendo lentamente sin detenerse.
-¡Detenla! -le grita a Lydia- ¡Haz que pare o haré que te arrepientas!
Pero Lydia no se mueve, sólo la mira con esos ojos rojos y sin mostrar ninguna expresión.
Celeste comienza a recitar hechizos con la esperanza de detener la niebla que parece querer engullirla; pero es inútil. Ninguno de sus hechizos hace efecto.
Entonces es cuando la joven vuelve a moverse. Lydia levanta la mano con pereza y abre la palma en dirección a la bruja. Sus ojos se vuelven negros por un segundo y cuando lo hacen Celeste comienza a gritar aterrorizada. La gente, vampiros y brujas, que hasta ese momento habían presenciado la escena inmóviles, retroceden sin llegar a comprender lo que está pasando. Klaus mira fascinado como Celeste parece encogerse sobre si misma sin dejar de gritar mientras una forma espectral de color azul brillante comienza a salir de su cuerpo poco a poco, como si alguien estuviera tirando de ella, y por la forma en la que la mano de Lydia se ha cerrado en un puño, Klaus sospecha que es exactamente lo que está pasando. Sea lo que sea esa figura, la está sacando del cuerpo de Celeste a la fuerza.
La bruja se derrumba y la niebla parece dejarla expandiéndose por la calle cubriendo ligeramente las piernas de cada uno de los antiguos combatientes. En ninguno de ellos se enrolla como lo hizo con la otra. La bruja alza la mirada y la fija en una representación espectral de ella misma, de color azul brillante y que flota a unos metros de donde está. Lydia cierra con más fuerza el puño y la figura explota en un millón de pequeñas luces que no tardan en desvanecerse, como si hubiera sido un cohete de unos fuegos artificiales.
-Has abusado de tu magia -dice Lydia con un tono de voz tranquilo-. Has herido con ella y has malogrado antiguas tradiciones y rituales de tu gente. No te merecías tu magia y ahora ya no la tienes.
Celeste jadea antes de levantar la mano y moverla con rapidez hacia un lado. Klaus conoce ese movimiento, lo ha visto muchas veces a lo largo del tiempo que ha vivido, una pequeña ráfaga de poder telekinético capaz de lanzar a una persona o a un vampiro por los aires. No pasa nada. Las brujas retroceden aterrorizadas por lo que ha pasado. Ellas, al igual que él, saben que Celeste acaba de perder su magia, que Lydia, de alguna manera se la ha quitado. Todas corren desesperadas por marcharse de allí, ninguna quiere ser la próxima a la que le quiten la magia. No saben como lo ha hecho; pero no piensan quedarse a averiguarlo. Algunos de los vampiros dan un par de pasos hacia ellas para acabar con sus vidas; pero Klaus levanta la mano haciendo que se detengan.
-Dejad que se marchen -les ordena sin apartar la vista de Lydia y Celeste.
La antigua bruja gruñe antes de lanzarse contra Lydia para atacarla con sus manos, lo único que le queda; pero Klaus se adelanta y la agarra del cuello elevándola del suelo. Ella se asfixia, se lo dice la experiencia y la manera en la que patalea y le araña las manos en busca de un poco de aire. Está a punto de aplastarle la tráquea cuando nota la delicada mano de Lydia sobre su brazo antes de sentir el peso de un guantelete de metal y el roce de una tela de seda todo a la vez. Es confuso ver y sentir como la joven cambia antes sus ojos en lo que tarda en parpadear.
-Vivir y saber lo que ha perdido es un castigo peor que la muerte.
Klaus asiente con la cabeza y afloja el agarre de su cuello. La chica tiene razón, la muerte sería un alivio para ella dada su actual situación, algo demasiado rápido y Celeste no se merece algo rápido, se merece sufrir por lo que le ha hecho esas ultimas semanas a él y a todo el Barrio, por lo que le ha hecho a Stefan. Haber perdido su magia, saber que ya no tiene algo que ha sido siempre parte de ella, es un castigo mucho mejor.
Cuando se gira hacia Lydia, la ve agachada junto al cuerpo de piedra de su amigo. La niebla ha desparecido y ha dejado de parpadear; pero la sensación de poder no la ha abandonado.
-¿Lydia? -pregunta con cautela agachándose junto a ella y poniendo una mano sobre su hombro.
Ella alza la mirada con la cara cubierta de lágrimas y los mismos ojos verdes de los que Stefan no dejaba de hablar cuando bebían más de la cuenta desde que llegaron a la ciudad.
-Hay que llevar el cuerpo de Stefan con nosotros -dice ella.
-Lo haremos. Marcel se encargará.
-Bien -murmura ella antes de cerrar los ojos y desmayarse.
”Demasiado poder” piensa Klaus cogiéndola en brazos ”Demasiado poder en este cuerpo tan pequeño”
parte 11 MASTER-POST