[merlin] solo la ilusión de un intento {arthur/gwen} parte (2)

Oct 21, 2009 16:16

Fandom: Merlin
Título: Solo la ilusión de un intento
Advertencias: Spoilers 2x04
Resumen: Imposibles. Intentos inútiles. Perderse y volverse a encontrar; decir adiós. Hay momentos y personas, hay marcas en la piel y más adentro, hay y no hay, cuando todo desaparece. Para Arthur, existe la débil certeza, para Gwen la solitaria desazón, para ambos, la promesa de lo que pudo haber sido y no fue. Queda aprender a vivir con el absurdo. {retoma inmediatamente tras los sucesos del 2x04}

[[ PARTE (1) ]]


Quiere decirle a Morgana que no es buena idea, y se lo dice, pero cuando Morgana le pregunta por qué, las excusas que puede darle no tienen peso, y las que no puede son las que le prohíben ir. Pero su lugar está primero que nada con su Dama, y sin poder convencerla, no tiene más remedio que acatar su pedido.

Te hará bien, había dicho Morgana. El aire fresco, el bosque, el viaje, nos hará bien a todos. Gwen cree que irá de todas formas menos bien, y sus predicciones no están muy lejos de la verdad. Cuando bajan la explanada del Castillo ahí están Merlín y Arthur, esperando. Desvía la mirada, porque sabe que intoxicarse con algo que no puede tener es aún peor. Porque solo tenerle cerca (con lo lejos que han estado) es un recuerdo de todo lo perdido - de él, de Lancelot.

Se acerca a Merlín inconscientemente y deja que Morgana vaya hacia Arthur (ella será reina, ella tendrá lo que Gwen no debería ni soñar, que no quiere en realidad - no ser reina, sueña con todo lo demás). El muchacho la mira con una sonrisa a medias y Gwen no tiene duda de que Merlín sabe porque actúa así. Es esa mirada que se repite cuando están cerca, cuando le saluda en las mañanas, y es esa mirada que ahora acompaña un apretón en su mano.

- Te ayudaré a subir. -le dice y Gwen asiente.

Gwen puede sentir la mirada de Arthur sobre ella aunque le dé la espalda y no sabe cómo sentirse. ¿Culpable, traicionada, triste, cansada? Trata de borrar los pensamientos de su mente y las ganas de repetir que mejor se queda, pero Morgana ya tiene sus ojos en ella, y le está animando con su sonrisa y sus buenas intenciones y Gwen no puede negarse. Merlín se queda a su lado a pesar que Arthur monta a su caballo del lado contrario de Morgana y Gwen lo agradece.

El camino es lento y Morgana intenta generar conversación. Los guardias alrededor de ellos no se inmutan, pero técnicamente tampoco lo hacen ellos. Morgana les habla a todos, a ella, a Arthur, incluso a Merlín, pero recibe poco más que monosílabos (quizás es el último quien más responde - Gwen duda mucho que lo haga mas que para complacer a Morgana, la verdad).

En el silencio, con el andar pausado y mientras Merlín logra distraer a Morgana de fijarse en ellos, Gwen se atreve a robar una mirada al príncipe. Es igual que siempre, prudente, derecho, un caballero acompañando a la dama de la corte, pero hay algo más, algo que se asombra de poder distinguir, el decaimiento de sus hombros, el cansancio en las líneas de su rostro. Se pregunta si es la culpable y se maldice internamente por pensarlo. ¿Cómo podría? Una criada, tiene que recordarse.

Entonces, él la mira. Es un segundo, ojos que se clavan en los de ella, Morgana en medio sin prestarle atención. Es el calor de sus mejillas y la sonrisa triste en los labios de él. Solo un segundo y Gwen se encuentra en sus pesadillas, en sus recuerdos. Se pregunta, inmediatamente a perder el contacto, si alguna vez se detendrá, si será posible, vivir bajo el mismo techo y las mismas paredes e ignorarlo todo. Quiere decirle ‘lo siento,’ solo que no sabe qué debe de sentir. ¿Siente que los haya visto? ¿Siente que haya pasado algo para empezar? ¿Siente que no puedan estar nunca? ¿Siente haber seguido? ¿Siente haber perdido todas las esperanzas? ¿Esperanzas que él robó con una simple mirada? Prefiere suspirar y mirar hacia el lado opuesto el resto del camino.

*

La siguiente vez que Arthur pronuncia su nombre, todo es muy diferente. Demasiado diferente, aunque a veces le cueste encontrar la razón por qué. Posiblemente se trate a que ha crecido, ya no es un niño y el título pesa sobre su cabeza un poco más. Quizás…

Tal vez sea el aire de Ealdor y la sensación de que ha ido a empeorar la pobre vida del pueblo, que ha ido donde no le necesitaban ni le llamaban. Quizás es el fresco de los árboles, quizás son muchas cosas, pero cuando Guinevere se para a su lado y le enfrenta, y le recuerda lo que él es incapaz de recordar, la pequeña imagen de la niña infernal se graba contra sus ojos (como si no la recordara, y ahora está allí, nuevamente delante).

- ¿Por qué está tan segura?
- Porque creo en usted. Quiero decir, todos lo hacemos.

La siguiente vez que pronuncia su nombre, Arthur puede predecir (muy adentro y sin razones) que será la primera vez de muchas.

*

Las observa desde la distancia, no se atreve a acercarse. Ni por ella, ni por Morgana. Se asegura que todos los guardias estén en sus lugares, protegiendo todas las entradas posibles, no puede dejar que les pase nada y se queda en silencio. Estancado en la tierra, Merlín a su lado contemplando el mismo panorama que sus propios ojos.

Los ojos de Guinevere queman contra sus retinas. Esa mirada que dice “Es tu culpa, se ha ido por ti.” Se siente egoísta, como si no fuera capaz de dejarla ir a pesar de que sabe que no puede tenerla. Extraña su sonrisa, su vivacidad, quiere verle alegre. Considera partir de allí, ahora mismo y encontrar a Lancelot, traerlo de vuelta y pedirle que le haga feliz, que le dé todo aquello que él no puede. Pero tampoco podría, el anhelo, la necesidad intrínseca de su cuerpo de necesitar acercarse, de borrar el rastro de lágrimas invisibles de su rostro es demasiado fuerte como para siquiera intentar alejarse.

- ¿Arthur? -la voz de Merlín le trae a tierra y le observa sin decir palabra, sus pensamientos aún perdidos allá donde descansan Morgana y Gwen.
- Está todo bien, Merlín. -miente, el caballo parece incapaz de quedarse quieto como si notara el propio torbellino interior de su dueño.
- Por supuesto, milord. -responde Merlín, y una de sus manos se apoya sobre el animal, acariciándole, tranquilizándole. Arthur piensa un silencioso Gracias que no llega a sus labios.

Verlas allí es como retroceder una semana atrás, cuando las vio partir, cuando el corazón se le encogió al ver la distancia cada vez más grande que él mismo había creado. Le recuerda la mano de Gwen entre la de Lancelot, y la sonrisa de él, recuerda sus lágrimas y su impotencia. Recuerda todo, como si lo viviera otra vez. Finalmente desmonta ante la mirada curiosa de Merlín, pero no se mueve, se queda allí, parado, inmóvil.

- Es inútil. -comenta, sin despegar los ojos de Gwen. Merlín le mira y aunque Arthur no le ve puede sentir sus ojos y el peso de su mirada. No dice nada, pero su silencio murmura un suave ‘te escucho’. Siempre lo hace. - Es inútil pensar… no va a terminarse, ¿verdad?
- Arthur…
- No se supone que respondas eso, Merlín. -pasa sus manos por sus ojos tratando de borrar el dolor de cabeza que le amenaza. - Nunca será más fácil.
- Arthur…
- Es imposible, Merlín. Imposible y encima ¡inútil!

Se detiene de golpe, consciente de que comienza a elevar la voz y se encuentra con las miradas de Gwen y Morgana sobre él. Un nudo crece en su estomago y desvía la mirada inmediatamente hacia Merlín. Pero el remedio no es exactamente mejor que la enfermedad, los ojos de Merlín lo dicen todo.

- Podrán superarlo, Arthur. -le promete en meros susurros. - Lo harán.

Suena tan convencido, hay tanta esperanza en su voz que Arthur desea creerle, quiere hacerlo con tantas fuerzas que si una voz en el fondo no le recordará que es imposible, lo habría hecho. Finalmente, niega, saliendo de su trance.

- Cuida del caballo, Merlín. -le ordena antes de comenzar a caminar hacia Morgana y Gwen, sin tener muy claro qué piensa hacer.
- ¡Arthur! -ignora el llamado de Merlín y sigue adelante. No tiene sentido volver atrás ahora.

Mientras se acerca no puede más que centrar sus ojos en Gwen, delicada, ida, triste. La imagen se le hace tan diferente a la que enfrentó en su hogar que la punzada de culpabilidad le atraviesa el corazón como la punta de metal que entonces perforó su armadura. Escucha sus voces apagarse poco a poco a medida que se acerca y supone que debería dar marcha atrás y regresar a esperar en silencio, pero no puede, necesita decir algo, escuchar su voz. Necesita algo aunque no sepa qué.

- Arthur, finalmente has decidido hacernos compañía. -la voz de Morgana es alegre, contrario a lo esperado para el descanso junto a la tumba de su padre.

Toma su mano y le obliga a sentarse. Morgana siempre ha poseído más fuerza de la esperada para una joven y Arthur no tiene tiempo ni posibilidad de negarse ante la sorpresa. Cuando lo hace, sus piernas rozan con las de Gwen. Un segundo se cruzan sus ojos, y al siguiente Morgana ha captado nuevamente su atención. Le toma segundos retomar la conversación, hablar de su padre y sus recuerdos, traer memorias de cuando eran pequeños, de cuando llegó a Camelot y hay cierta ligereza en sus palabras que Arthur casi puede perderse en ellas.

Es lo que quiere, le dice su mente y lo agradece. Pero lo que Morgana no sabe es que estar allí pesa sobre su cuerpo tanto como sus risas y las evocaciones y las bromas que tanto él como Gwen intentan reír y contar (seguirle la corriente) logran aflojarle. De alguna forma todas las memorias, todo lo que piensa contar de entonces termina en Gwen y calla, y Morgana decide que entonces es buen momento para torturarlo.

No sabe cuanto tiempo están así, entre la tensión y las risas, entre las miradas robadas y los roces inconscientes de sus manos sobre el césped o sus piernas, cada vez más juntas como imanes que se atraen. Para cuando el sol empieza a bajar por el firmamento celeste Arthur ha logrado reír más de una vez de verdad. Merlín se ha sentado con ellos, encargando el caballo a otro de los guardias por pedido de Morgana y los ha escuchado como extranjero y compañero todo el tiempo. Gwen ha esbozado más de una sonrisa que no ha sido forzada y Arthur puede creer por unos momentos que quizás si puedan superarlo.

Pero cuando lo hace, cuando cree que podrían seguir adelante, algo se quiebra adentro. Como el cristal cuando toca el suelo, sabe que no es un futuro que desee, seguir adelante, olvidarlo. No tiene más remedio, pero pensar en olvidar los roces, su voz, sus labios, lleva a la conclusión que prefiere amarla sin poderlo, que perderla por completo.

- Creo que deberíamos marcharnos. -dice finalmente, incómodo, sin poder desviar la mirada de Guinevere. - El sol comienza a ocultarse, no quiero arriesgarme…
- Por supuesto, -concede Morgana, y se levanta con la ayuda de Merlín, estira una mano hacia Gwen, pero Arthur le ha ganado en rapidez. Gwen posa la mano entre la suya y el calor le sabe a fuego. Cuando finalmente está en pie y deja ir su mano, Morgana y Merlín les observan en silencio, incómodos.
- ¡Merlín! No te quedes ahí parado, ve a buscar los caballos. -se apresura a decir Arthur, y con los ojos de Gwen clavados sobre él agrega: - Por favor.

*

Arthur no recuerda mucho de las últimas horas, no sabe siquiera si han sido días. Todo es como una gran nebulosa en la que está encerrado. Está cansado, confundido, y aún así, recuerda, recuerda palabras que le fueron dichas mientras moría (o mientras creía que lo hacía). Recuerda entre delirios la voz suave, la esperanza, la alegría, y se sorprende de su fuente. Ríe por dentro, porque recuerda a la pequeña niña, a la niña infernal que se le plantó delante, a la niña que desapareció y se ocultó tras Morgana con los años, a la niña que ya no es niña, que cree y crece y la sorpresa le infla el orgullo, y algo más profundo adentro.

- Lo sabía. Dije que estaría bien. -Gwen comenta cuando entra a la habitación y le ve despierto.
- Puedo recordar que me hablabas. -cuenta entonces, y ve la suave sonrisa en el brillo de sus ojos. Todo parece tan diferente a las primeras veces que habló con ella, a cuando notó su presencia, a cuando supo que estaría allí mientras estuviera Morgana.
- ¿Puede?
- Me acariciaste la frente. -sonríe, hay algo en la mirada de Gwen que le incita a seguir, eso que le recuerda a aquellas veces que ella se enfrentaba hasta que él lograba ganarle la partida.
- Me encargaba de su fiebre.
- Nunca perdiste la esperanza. -las memorias se enredan en su cabeza, entre la alegría de estar allí, la sonrisa en el rostro de la muchacha y el agotamiento de los hechos.
- Solo estaba hablando.
- Dime lo que dijiste -insiste, divertido ante su bochorno, y al mismo tiempo agradecido. Feliz.
- No lo recuerdo. -insiste Guinevere y se ve tentado a entornar los ojos incrédulo.
- Si lo haces.
- No lo hago. -Niña infernal, piensa y ríe por dentro.
- Vamos, algo sobre el hombre que soy por dentro -le provoca.
- No, yo nunca dije eso. -puede ver el sonrojo en sus mejillas y solo puede sonreír, enviciado por el momento, por la adrenalina de estar vivo. Puede ver la frustración y la vergüenza en sus ojos.
- Guinevere… -murmura pero ya sabe como terminará esto. (Porque siempre termina así).
- Debo llevar a lavar esto, sire.

Suspira, cansado, agotado, frustrado y no sabe bien qué. Se pregunta cuando ha cambiado el día donde Gwen aparece entre las sombras, siempre sorprendiéndolo y llenándole de esperanza. Suspira y se queda quieto, el movimiento de sus pulmones atravesándole la herida. Quizás solo sea la droga de la muerte, o la sensación de completa euforia de estar con vida, pero algo se guarda en su mente, entre sus palabras y el sonrojo de sus mejillas.

*

El regreso a casa es aún más frío, más lejano, es esa carga que se traduce en el temblor de su piel, en la electricidad de sus dedos. ¿Qué piensa? ¿Qué hacen? Es como volver atrás, es borrar esos días que han ido hacia delante, quitarlos del planeta y volver a empezar. Es como viajar al borde de las tierras y pararse a punto de saltar, el acantilado frente a ella solo plantea muerte y dolor, pero aún así no puede evitar acercarse. Sus pensamientos recuerdan a Lancelot y la congoja le revuelve, si no se hubiera marchado, avanzar, avanzar sería más sencillo, entre sus besos, entre sus manos, saberse querida, saber que puede serlo, al aire libre, sin las mentiras, sin los incómodos silencios mal planeados. Quisiera que estuviera allí, lo desea tanto como desea poder alejarse de Arthur y olvidar; pero no lo está y el vacío de saber que le han abandonado le persigue otra vez desde el centro de su alma.

Morgana se tensa a su lado y se acerca lentamente, todo lo que le permite su caballo. Gwen, susurra y ella asiente. ¿Sí, miladi? Como respuesta, Morgana toma su mano y la mantiene tibia y fuerte.

Todo es lento e incómodo, Merlín camina entre Morgana y Arthur, su mano siempre sobre el lomo del caballo de Arthur y Gwen no puede evitar pensar que es el equivalente a la mano de Morgana en la suya. Se pregunta si ve lo que cree ver tras el andar de Arthur, tras los roces que ahora parecen lejanos, si está ahí, ese imán que siente ella, que le dice ‘no te rindas, no te vayas, no aún’. Si lo siente tan fuerte como lo hace ella, en cada latido de su corazón, en cada pensamiento de traición que siente hacia él (o hacia Lancelot), que se oculta tras su mirada cada vez que evita sus ojos.

En la lejanía, el sol se oculta, y Gwen siente que se lleva una parte de ella, la ligereza y la pesadez, las memorias y el olvido, es casi un limbo, ese momento donde no piensa, donde no recuerda, donde no desea ni se preocupa por hacerlo. Hay algo de paz en los colores del cielo, y se deja arrastrar en silencio hacia el castillo, la mano de Morgana siempre en la suya, el movimiento apacible del caballo bajo sus piernas y Merlín y Arthur a un lado, sombras de inviernos y veranos. Por momento, envuelta en aquellos reflejos de colores, se siente tibia y en casa.

Entonces Arthur le mira y ella lo siente sobre su cuerpo. Los cristales se rompen, y sus ojos arden, aún así, no se mueve, se sonroja pero no titubea, y finalmente, es Arthur quien vuelve la mirada hacia el frente, vencido, rendido. Solo por unos segundos, Gwen se alegra. Mucho tiempo se dejó arrastrar, mucho tiempo estuvo abajo, mucho tiempo fue… y no más.

*

La piel de Guinevere hace contacto con la suya, el roce de sus dedos contra su mano mientras toma el pañuelo. Es un poco como electricidad y Arthur sonríe, no puede contener recuerdos que no parecen suyos, palabras que no ha dicho y otras que ha dicho demasiado. El silencio les envuelve y Arthur se siente en medio de una paz y calma que jamás ha tenido (cuando no se la ha robado sus deberes, le ha asaltado él mismo).

Y es Guinevere, allí, frente a él, con la esperanza en su rostro (esa que tantas veces le ha mostrado pero él no ha sabido ver - no del todo, no completamente) la que mueve su piso y le transporta a una pequeña burbuja de colores suaves y calmos. Quizás sean los días, o la cena, o su sonrisa avergonzada, o el sonido de su risa. Quizás sean sus dedos aún contra los suyos, o sus labios silenciosos que le llaman, y se pregunta, segundos, espasmos de tiempo, a qué sabrán.

Entonces, entonces le besa, como impulsado por una fuerza mayor que él, como si los hilos de su cuerpo fueran succionados y atraídos - hasta esos labios - hacia ella. Posa sus labios sobre los de Guinevere, suave, delicadamente y el mundo se vuelve un poco de colores (como ha escuchado muy pocas veces a Uther hablar de Igraine - esas contadas veces que guarda en su memoria). Son labios dulces y tiernos, y esos segundos, esos momentos se hacen eternos, y no quiere moverse, no sabe lo que hace pero no quiere moverse.

Allí, en ese pequeño momento, en ese instante que se siente acompañado, la esperanza se transporta hacia adentro y le recorre moldeando cada décima de su cuerpo. Y entonces siente voces, voces en su mente. ¿Qué haces? ¿Por todo Camelot, Arthur qué haces? Y algo que suena muy parecido a Merlín que dice - detente. Y lo hace, con el mismo impulso con el que ha pegado sus labios con los de la muchacha se aleja.

Es difícil imaginarse lo que ha hecho, tan difícil como creer que Gwen ha estado ahí siempre, perforando poco a poco sin que él lo notara, retándole, directamente y sin que él se enterara. Pero toma un segundo, solamente un segundo hacerlo, las imágenes que se desarrollan en reversa y que de alguna forma terminan en sus labios. Labios que evita, porque lo que acaba de hacer es todo menos correcto. Y la verdad, aún no está muy consciente de qué ha hecho.

Se despide sin saber como lo hace, dice algo, eso cree, pero no lo sabe. Abre la puerta, y escapa, le espera el torneo y no sabe cómo hará para enfrentarle. No cuando ve la sonrisa de Guinevere tras sus párpados, y el sabor de sus labios se deleita entre los suyos propios. Cierra la puerta tras si y se apoya contra ella, la respiración contenida, el suspiro que no sabe estaba reteniendo, y lo que supone la cara más embobada que alguna vez haya llevado. Se alegra que nadie pueda verlo, que nadie le reconozca, que nadie pueda asociarle, que nadie pueda encontrar el rubor en sus mejillas y la vergüenza contenida, esa que nace de la tentación de volver atrás y besarle una vez más.

Supone, porque de alguna forma es lo único que puede pensar antes de borrar la memoria de su cabeza y concentrarse en el torneo que debe ganar, que poco queda de aquella niña que una vez llegó al castillo, aunque quizás aún queme como el fuego.

*

Es inútil, repite en su mente, y la mirada de Merlín solo lo confirma. Acompáñala a casa, le susurra y el muchacho asiente sin decir palabra. Arthur se encarga de ayudar a desmontar a Morgana e instintivamente le toma del brazo, y le guía hacia el interior del castillo. Gwen… quiere quejarse la muchacha, pero Arthur niega (Mañana, dice) y continúa avanzando. Morgana lo ojea, y luego logra lanzar una mirada hacia atrás y saluda a Gwen con susurros en sus labios.

Caminan en silencio por los pasillos del castillo, las sombras casi completas, el sol casi oculto, pero ninguno dice nada. Morgana ha posado su mano libre sobre su brazo y sonríe lejana. Supone que tiene que avisar a su padre que han retornado sanos y salvos, pero no tiene las fuerzas para enfrentarse a él, así que al primer guardia que encuentra en su camino le ordena le transmita las noticias y continúa en su marcha silenciosa junto a Morgana.

Es incapaz de recordar un día en el cual él y Morgana hayan estado en silencio. Gritos, charlas, pero nunca silencio, y en cierta forma, se le hace apetecible. Hay cierta calma, cierto apoyo en la manera en que le arrastra del brazo y en la sonrisa dibujada en la comisura de sus labios. Supone que para todo hay una primera vez, pero también es consciente que semanas atrás esto no habría sido posible.

- Estás diferente, -dice finalmente ella, cuando llegan frente a la puerta de su habitación. - Me gusta.

Intenta sonreír pero no puede, no realmente. No sabe si estar de acuerdo, si ofenderse, si decir preferiría no estarlo. Todo lo que implican los cambios, todo lo que puede ser y lo que no queda marcado en sus oídos con dos simples palabras. Estás diferente.

- Tú también estás diferente, Morgana. -dice, y ella ríe, suelta y libre (como cuando era pequeña y el mundo era suyo).
- ¿Yo? -Morgana niega con la cabeza e ignora el tema. - ¿Harás algo?
- ¿Hacer qué? -cuestiona confundido ante la actitud de la muchacha. - No sé de qué hablas, Morgana.
- Yo creo que lo sabes muy bien.

Morgana le guiña un ojo mientras entra a la habitación, y Arthur se queda allí, detenido en el tiempo. Quiere preguntarle a qué se refiere, pero en el fondo lo sabe, en el fondo, y arriba y cerca y de todas las formas posibles. Supone que algunas cosas cuando cambian son mejor, supone que algunos cambios deben mantenerse, pero solo puede pensar en todo el dolor que esos cambios suponen.

- Me gusta este nuevo Arthur. -insiste Morgana - Si solo riera más.
- Eres un demonio. -Morgana ríe y Arthur siente como los músculos de su cuerpo se relajan.
- Y aún así me quieres igual.
- ¡Claro que no! -intenta defenderse, pero sabe que ha perdido la batalla. Quizás la perdió hace mucho, no con ella, ni con el mundo, quizás consigo mismo, o quizás con Guinevere (y un poquito gracias a Merlín también). - Es inútil, de todas formas.
- ¿Y eso lo dice quien?

La observa sin palabras. Mi padre, quiere decir. El reino entero, parece una mejor respuesta. Pero solo puede pensar en por qué está hablando esto con ella, y si realmente hablan de lo mismo. El mundo parece haberse tornado de cabeza, pero hay un brillo en los ojos de Morgana, algo que pestañea tras su mirada que él no puede ignorar. ¿Desde cuándo hablan como hermanos? ¿Desde cuándo se dan consejos, desde cuándo? Quizás la respuesta correcta debería ser lo digo yo. Pero eso sería admitir que solo él puede hacer algo para remediarlo.

- ¿Por qué haces esto, Morgana? Sabes bien… -Ella le mira y toma uno de sus brazos.
- ¿Recuerdas mis primeros años en Camelot? -pregunta, añoranza en su mirada. Arthur asiente, sus memorias comienzan allí, con la llegada de Morgana a Camelot, el resto son solo vagas imágenes sin sentido. - Entonces creía que no habría nada en el mundo que me hiciera pertenecer aquí. No había razón alguna por la que quisiera quedarme. Te odié entonces, te odié por hacer mi vida un infierno.
- ¡Eso no era verdad! ¡Tú destrozaste todo! -es incapaz de contenerse, y Morgana ríe. Hay una paz en ella que Arthur no puede recordar, algo que va más allá de sus intenciones (buenas intenciones), o de las miradas que intenta ignorar la muchacha continúa produciendo hacia su criado, una paz que emana de su piel, de su postura, de sus palabras.
- Entonces, -continúa Morgana, ignorando las palabras de Arthur. - solo quería alejarme de ti, de este castillo, de todo. Ahora sé, que el tiempo cambia todo y todo aquello que en algún momento me habría hecho ir, ahora hace que no quiera hacerlo.

Silencio. Mucho silencio. Arthur comienza a creer que esto se convertirá en rutina en algún momento. Morgana tiene su mirada en él, su mano afirmada contra su brazo, su voz resonando en sus oídos. Las implicaciones de sus palabras, incluso de lo que no entiende parecen arrullos y rezongos de voz suave.

- Por eso lo hago. Porque alguien -Guinevere suena en el aire (para él) - me enseñó que con el tiempo las cosas pueden mejorar.

Hay cierta tristeza en sus palabras pero Arthur no presta demasiada atención a lo que aquello significa para Morgana y lo deja pasar inmediatamente. Morgana le sonríe y murmura un ‘Buenas noches, Arthur’ antes de que él pueda decir nada más.

No sabe cuanto tiempo se queda allí, el roce de la mano de Morgana aún grabado en su brazo, la puerta cerrada frente a él, el silencio de la noche que cae sobre el castillo perforando sus tímpanos y la memoria de la mirada cálida y esperanzada de Morgana recorriéndole por dentro. Finalmente sale de su trance y camina hacia su habitación, pero desvía sus pasos a mitad de camino y empieza a subir por las escaleras hacia una de las torres.

Necesita pensar, eso lo sabe tan claro como que se llama Arthur y es Príncipe de Camelot. Posiblemente, se atrevería a decir, es lo único que tiene claro en esos momentos. La travesía del día se le hace lejana y pesa sobre sus hombros, sobre sus ojos, sobre su mente. Luego de tanto tiempo, luego de evitarle, de escapar de ella, de ocultar lo que aparentemente el mundo entero sabe, ha pasado demasiado tiempo en el mismo lugar que ella. Observando sus mejillas sonrosadas, el brillo apagado de sus ojos, la sonrisa desaparecida y el tono suave de su voz. Solo puede pensar en ella, Guinevere, y eso le parte por completo.

Quiere creerle a Morgana, quiere confiar en las palabras de Merlín, quiere creer en la propia esperanza que Gwen le mostró tiempo atrás, quiere pero no está seguro de atreverse. Sale al balcón y el aire fresco del anochecer pega sobre su rostro. Los recuerdos de días, semanas atrás agolpándose sobre sus ojos. Los labios de Guinevere, sus palabras, su fuerza, su sonrisa. Pero entonces recuerda la desesperación de pensar en su muerte, en que no estuviera nunca más, en haberla perdido para jamás recuperarla y el corazón se le encoje mientras se apoya sobre la balaustrada. Pero también recuerda a Lancelot y no sabe si odiarle o agradecerle, y recuerda la sonrisa de Guinevere, para él, para Lancelot y sus lágrimas. Arthur sabe que no quiere volver a causar a ese rostro nunca más una sola lágrima, quiere su risa, su sonrisa y el brillo de sus ojos, quiere la liviandad con la que habla con Morgana, o con las que sus memorias se confundían esa tarde. Quiere esa simpleza que nunca supo habían tenido, los cuatro, él y ella.

Puede desde allí ubicar la casa de la muchacha, ver la luz de las velas reflejada en las ventanas. Puede imaginarla a ella, adentro, en su cama, sola. Diferentes son sus mundos, diferentes sus futuros, no importa lo que digan. Mientras él contempla la noche desde una torre del castillo, ella descansa abandonada en su simple hogar. Como cambiaría todo por solamente poder pretender que aquella casa podría ser suya, como daría sus comodidades, su mundo, solamente por ser aceptado entre aquellas débiles paredes sin gracia. Como daría todo por creer que Morgana tiene razón, que está en él, que puede cambiar, que el tiempo…

Pero no puede pedirle a Guinevere que espere, no puede pedirle que duerma allí mientras él disfruta de la comodidad del castillo, mientras el mundo no lo sabe, mientras él apenas puede verlo.

O quizás sí puede. Quizás solamente pueda ese momento, un segundo, un ahora y un adiós, un empezar para terminar pero un algo. A Arthur le urge hablar con ella, escuchar su voz, decirle todo y decirle nada, le urgen sus labios y sus ojos. Sobre todo, necesita su esperanza. Quiere borrar su tristeza con besos y jurar que le dará todo lo que realmente no puede darle.

Es el Arthur impulsivo el que se tira hacia atrás y corre escaleras abajo, el que camina lo más rápido que puede hacía la salida sin llamar demasiado la atención. Es el Arthur impulsivo el que ignora a Merlín cuando se cruza con él y murmura un simple “no es inútil” que deja al muchacho mirándolo sorprendido.

Es el Arthur impulsivo, el que no piensa en las consecuencias (pero al mismo tiempo lo hace), el que lo arrastra por en medio de las calles de Camelot, por las humildes casas de sus habitantes hasta que llega frente a aquella que le hospedó semanas atrás. Llegar allí es tan fácil como fue ignorarlo todo en su momento, como evitar caminar por allí o estudiar los tiempos de Guinevere para no cruzarse con ella en los pasillos del castillo.

Es inútil. - ¿Según quién?

La noche ha caído y Arthur solo fija su mirada en la puerta, temeroso de encontrarse con su reflejo bajo la luz de las velas. ¿Qué hace ahí? No lo sabe, no realmente, solo que tiene que hacerlo. Solo esta noche, solo ahora. Se acerca y golpea, y se siente un niño haciendo una travesura. Tiembla y se siente indefenso cuando siente la cerradura abrir. Cuando finalmente la ve allí, iluminada y en medio de las sombras se queda sin palabras.

- ¿Arthur? Digo, ¿milord? -Gwen le mira sorprendida, sus manos sosteniendo el chal sobre sus hombros. - ¿Ha sucedido algo? ¿Está Morgana bien?
- Todo está bien, Guinevere. No ha sucedido nada, -le tranquiliza, mientras graba cada una de sus facciones en su memoria. - No exactamente. ¿Podría…?

La ve hacerse a un lado, y basta un gesto de su rostro para que él ingrese a su hogar. No ha estado allí desde que fue su casa provisional, pero el lugar luce igual, simple, acogedor, único. Hay una cierta nostalgia en el aire, aunque posiblemente provenga de él mismo, puede ver la cena en la mesa, puede ver el lugar donde besó sus labios, puede verlo todo como si se desarrollara en ese momento. No sabe qué hace ni si es lo correcto, pero una parte de él siente que ha regresado a casa.

- ¿Puedo hacer algo por usted, milord? -se atreve a preguntar finalmente Gwen, apoyada contra la puerta de entrada y sin aparente intención de moverse de allí. Gwen, formal Gwen, delante de sus ojos, creando la distancia que él es incapaz de mantener.
- Quería verte. -explica, porque no existe otra cosa que pueda decir.
- ¿Milord?
- Arthur -le corrige, y la verdad no sabe si debería hacerlo. Gwen le observa como si viera un fantasma, su rostro contorsionado. Quizás debería haberse quedado en la soledad, en el dolor individual. No más lágrimas se prometió, y teme ya estar fallando.
- Arthur, -repite ella. - No creo que deba estar aquí.
- Por supuesto, -responde automáticamente.

Sin embargo, le da la espalda y camina por la pequeña habitación. Encantadora, piensa su mente. No sabe si debería sentarse, si quedarse quieto, si mirarla, porque solo puede escuchar la respiración de ambos y el latido ansioso de su corazón.

- He estado pensando. -se anima a comenzar finalmente, pero no puede enfrentarla. El fuego en la chimenea es cálido, y siente las burbujas de aire caliente lamer su piel. - Demasiado, Guinevere.
- Arthur… -vuelve a insistir ella, acercándose. Cuando se atreve a girar, la tiene delante, allí a un paso de distancia.
- Debería poder prometerte todo y no puedo prometerte nada. -suelta, y los ojos de Guinevere se ensanchan en sorpresa. - Quiero… quiero prometértelo todo.

Entonces la besa, como lo hizo la primera vez, un impulso, pero uno que nace de adentro, de la desesperación de perderla, de pensar siempre en ella, de no poder otro futuro que aquel donde ella le responde. Piensa en detenerse cuando encuentra la barrera de los labios de Gwen, pero no lo hace, toma su rostro entre sus manos y le acerca acariciando sus mejillas. Es frío, distante, y le parte el alma, y entonces, siente las lágrimas en sus dedos.

Le he hecho daño, cree. Pero le sorprenden las manos de Gwen contra su cuello, haciendo contacto con su piel, helándole hasta el último de sus huesos. Le sorprende los labios que se mueven bajo los suyos, que se acercan más, desesperados, queriendo guardar ese momento para siempre. Te quiero. Te quiero. Te quiero. Quiere decirle, pero no puede. Cuando se separan, ella tiene una sonrisa tímida y húmeda. Él no quita sus manos de sus mejillas, y limpia con ternura las lágrimas (¿De felicidad? ¿De frustración? ¿De dolor?) de su rostro; Gwen no le suelta.

- No quiero que prometas nada. -le dice ella en susurros.

Arthur pega su frente con la de ella, y le abraza, así en silencio, sus respiraciones enlazadas se quedan, segundos, minutos, horas. Sabe que esto les partirá a ambos, que les cortará la respiración, que les desgarrará en el momento que él parta de su casa una vez más, pero puede contentarse solo un momento si eso significa tenerla en sus brazos, si significa prometerle que no amará a nadie más como la ama a ella.

Quisiera quedarse allí eternamente, quisiera decírselo pero no lo hace. Finalmente separa su rostro y la abraza realmente, le envuelve con sus brazos y ella apoya su rostro contra su pecho.

- Lo siento, -le dice, el aroma de sus cabellos inundándole e intoxicándole. - Quisiera.
- Yo también lo siento, -murmura ella contra su ropa.

*

Quédate, le pedirá ella. Lo murmurará contra su oído, y Arthur le concederá esta noche. Se sentarán en su cama y observarán el fuego, su brazo tomándola por la cintura, sus labios entre sus cabellos. Ella no soltará sus manos, ni un segundo, estarán despiertos y dormidos al mismo tiempo. Pensarán que es un sueño. Uno del que no quieren despertar.

Guinevere se dormirá en sus brazos y él le cubrirá con las mantas antes de envolverla con sus brazos y observarla dormir. Regálame una noche, dijo, espérame las que vendrán. Hay una promesa en el aire, una que no saben si podrán cumplir, ni ella, ni él, pero está allí, envolviéndoles bajo la luna. Quiere pensar que puede cambiarlo (ahora, pronto, no tendrás que esperar tanto).

Acariciará sus cabellos y apreciará la delicadeza de su rostro, contará sus pestañas y creará sueños para las noches que esté solo. Guinevere se afirmará a él como si el mundo dependiera de ello. En un futuro, quizás vuelva hacerlo, se cuele en su cama en el castillo, bese sus labios sin recelo, pero por ahora, Arthur atesora este momento.

Con la luz del amanecer sobre su rostro, Arthur se levantará en silencio, besará su frente con un ‘te quiero’ y dejará su colgante sobre la mesa de la habitación. Una promesa no dicha, un siempre serás mía.

Se acercará hasta su oído y murmurará: algún día lo tendrás todo. Algún día te tendré a ti. Por ahora, se conformará con los recuerdos, una y otra vez más.

!español, !presents, warn: spoilers, length: fanfict, character: arthur pendragon, character: guinevere (gwen), tv: merlin

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