Este fic me lo pidió
heka_granger, post 2x04 y desde el punto de vista de Arthur, y quizás creció un poco y se tranformó en un poco más que eso, pero espero que no importe, porque este pequeño monstruo es lo más que he escrito en muchisimo tiempo para una sola historia (y lo he hecho en solo 2 días).
Como siempre hay pequeños winks a muchas parejas, pero muy a pesar de sus miles de palabras, esto es totalmente Arthur/Gwen, con angst para adornar. Y el fic no estaría aquí sin
nasirid ni mi twitter!flist, que conste XD. En fin, espero que les guste (sobre todo a Heka) y que no les aburra~~
Also, detesto que para todo el mundo chimenea se diga chimenea y no estufa como le digo yo. Kthanks.babye /rant over. XD
PD: Espero haber codificado todo bien, he necesitado demasiados codes XD
PD2: Dos partes, porque OMG no entra en un solo post XD
Fandom: Merlin
Título: Solo la ilusión de un intento
Palabras: 11549 [total]
Advertencias: PG13. Spoilers del 2x04. [mucho angst]
Personajes: Arthur, Gwen [Merlin, Morgana, Uther] - Arthur/Gwen {Gwen/Lancelot implícito e insinuaciones varias}
Resumen: Imposibles. Intentos inútiles. Perderse y volverse a encontrar; decir adiós. Hay momentos y personas, hay marcas en la piel y más adentro, hay y no hay, cuando todo desaparece. Para Arthur, existe la débil certeza, para Gwen la solitaria desazón, para ambos, la promesa de lo que pudo haber sido y no fue. Queda aprender a vivir con el absurdo. {retoma inmediatamente tras los sucesos del 2x04}
Notas (1): Para
heka_granger que lo pidio y por alguna raón abrió las purtas para que escribiera esto ♥ y totalmente dedicado a
nasirid que es un amor, y s elo merece, y si un fic mio tenía que estar dedicado a ella es este, por las largas discusiones sobre estos dos y su apoyo~~ ♥
Notas (2): El título del fic viene de la canción Como un sueño de Sordromo, y durante la escritura del fic me pasé escuchando The second you sleep de Saybia (♥).
Es únicamente en la letanía de la noche, con los ojos cerrados y el cansancio drenando las últimas energías de su cuerpo, que se permite pensar en ella. Pensar lo que se dice pensar, abrigar sus palabras, envolverlas y darlas vuelta, transformarlas en imágenes y recuerdos, en dolores y sonrisas y albergarlas bien adentro. Pensar lo que se dice pensar, y no ese limbo siempre presente que alberga día a día en el fondo de sus memorias, donde no debería acceder, donde no debería caminar, como lo hace ahora.
Quizás se deba al cansancio - a la necesidad inmediata de reorganizar sus pensamientos antes de volverse loco, quizás - pero sabe que no puede seguir escondiéndose de si mismo, ocultando el torbellino de emociones que es incapaz de distinguir, que arden como fuego contra la piel, que cierra sus ojos, no por falta de sueño, no por cansancio físico alguno - está devastado y esa es la única verdad que debe desenterrar.
Es tras sus párpados que dibuja su sonrisa, sus ojos tristes y sus lágrimas, y les corresponde a cada segundo, casi inconscientemente, incapaz de ignorar el dolor que le causa hacerlo. Es como escuchar uno de esos viejos relatos que las comadronas le contaban cuando pequeño (esos que no recuerda pero puede imaginar), ver las imágenes, el correr de eventos, las desgracias y las felicidades. Pero es también el caminar desordenado de su mente en silencio, es arrastrarse hasta el momento que sus labios hicieron contacto para ser envuelto entre las lágrimas que sus ojos derramaron por otro.
Es en ese momento, entre la vigilia y el sueño que todo se combina y simplemente está allí, presente, un recuerdo demasiado vivo para haber pasado, pero muy lejano - tan lejano como imposible. Solamente cuando es incapaz de mirar hacia atrás o hacia delante, cuando las imágenes, su nombre, su voz, se mezclan en uno es que deja de ser consciente de si mismo, y recién allí, su cuerpo dicta la hora en la que debe descansar.
(Para soñar con las palabras, las imágenes, las voces y el dolor que despierto no es capaz de descifrar)
*
Es una niña infernal, obviamente. Infernal, porque no existe otra descripción para ella. Pero siendo la criada de Morgana, quizás no pueda esperarse otra cosa - tal para cual.
- Quiero ver a Morgana, -repite, con toda la dignidad que sus nueve años le permiten. - Ahora.
- Mi dama no está disponible, -vuelve a responder ella, manos en su cintura y mirada decidida. -Si pudiera retirarse, milord.
Una niña infernal, definitivamente. La observa de arriba abajo (lo más dignamente que puede al ser ella más alta que él), pero la niña - niña - no se intimida. Arthur decide recordar que debe replicar a su padre sobre la anotación de esta chiquilla a Morgana - porque una obviamente no era tortura suficiente.
*
Gwen descansa en la habitación de Morgana esa noche, frente a todas sus protestas, la muchacha no la deja marcharse y la obliga a acostarse en cama con ella. No es necesario, miladi, repite una y otra vez, pero Morgana no la escucha y la arrastra consigo. Ciertamente, lo único que desea Gwen es poder estar sola, llorar hasta que no queden lágrimas y cruzar esa línea, esa que la arrastra hacia atrás y no le deja avanzar. Aún así, es incapaz de negarse a los ojos de Morgana, a sus manos que aprietan las suyas y que dicen ‘estoy aquí’. Por una vez, los roles se han cambiado, y aunque no tiene muy claro cómo debería sentirse con ello, el hecho es que sienta bien.
Se deja arrastrar a la cama, arropar, y que la voz de Morgana la arrulle. Por una vez se siente pequeña e indefensa, y la sensación es sobrecogedora. No tiene más recuerdo que el de estar a cargo; de su familia, de su hogar, de su dama, de hacer lo que corresponde de ella y lo que se le ha pedido. Siempre al servicio de los demás. De todas las veces que se ha sentido amada, todos han quedado atrás. Morgana le promete que estará bien a su oído y ella sonríe, es una sonrisa torpe y sin fuerza pero es lo más cerca de felicidad que puede pensar.
Gwen duerme en la habitación de Morgana, porque lo que es descansar, hace poco y nada. Se mueve constantemente, pesadillas inundando sus sueños, hombres desagradables, ratas, sangre, Lancelot y Arthur mezclándose en un torbellino de imágenes sin sentido. Despierta una y otra vez en la noche, con lágrimas en los ojos y el miedo en la garganta, con la angustia de saber que nuevamente está allí, a salvo… o, por lo menos, con vida. Y es Morgana quien la envuelve en sus brazos, quien le recuerda que son solos sueños, y por unos minutos, por segundos, el tiempo que duran sus ojos en volver a dormirse en medio del llanto, Gwen se permite pensar que es verdad.
Se permite imaginar que despertará y todo habrá sido una simple pesadilla, un mal cuento del destino que nunca sucedió a ella, se permite pensar que el sueño se remite mucho más atrás - a los días que convivió con Arthur, al día que vio a Lancelot marchar - y que las penas, el dolor adentro de su pecho (que poco tiene que ver con muerte, ni calabozos ni completa soledad) desaparecerán junto con todo lo demás.
*
- Lo siento, milord -la muchacha se levanta del suelo y comienza a levantar inmediatamente todas las ropas que ha dejado caer. Arthur la observa indignado mientras recupera el equilibrio.
- ¡Deberías mirar por donde caminas! -exclama, y comienza a recoger los papeles que debe llevar a su padre. No se toma ni un segundo en fijarse quien se ha cruzado delante suyo, tiene cosas más importantes que hacer.
- Lo siento, milord. Lo siento. -repite la joven, reconoce la voz. La criada de Morgana - la niña infernal - y Arthur puede solamente entornar los ojos y suspirar un ‘sí, sí, he comprendido, muévete’.
Está perdiendo tiempo, y no puede - no debe - llegar tarde o padre no le dejará asistir nunca más a una reunión de Caballeros. Y él, Príncipe Arthur, no puede no estar en una de esas reuniones. Puede escuchar que la muchacha continúa disculpándose mientras él comienza a alejarse, y finalmente su voz se desvanece en silencio. Arthur apura su paso (no puede permitirse la indignidad de correr) y segundos después se ha olvidado del accidente - y todo el desastre que ha dejado a su paso.
*
Creía que nada podía ser peor castigo que su propia mente, que incluso si su padre le hubiera encerrado en los calabozos aquello habría sido un alivio y no una tortura, su peor enemigo estaba dentro de él - o así había creído. Se había equivocado, y la realización había llegado tan pronto como sus ojos se abrieron en la mañana.
Lo supo mucho antes de sentir el dolor del agotamiento de su cuerpo, o incluso antes de que el sol tocara sus retinas, fue ese segundo donde Merlín apareció al lado de su cama y le preguntó si necesitaba algo. Y en ese algo se encerraban todas las penas y pesadillas que Arthur imaginó mientras dormía.
Si su propio remolino de pensamientos era agotador, extenuante y doloroso, la pena reflejada en Merlín era simplemente, demasiado.
Y no es que sea fácil evitarla, porque está ahí, todo el santo tiempo, y por Camelot, como desea Arthur que se termine. Pero es casi imposible deshacerse de Merlín, se comporta sorprendentemente correcto, termina sus tareas a tiempo - y con adelanto - y le mira de esa forma. Como si pudiera leer sus pensamientos, como si pudiera llegar hasta el fondo de su corazón y verlo destrozado. No es orgullo lo que le molesta a Arthur - no del todo -, es saber que incluso Merlín sabe que todo está acabado.
Aún así, ignora el tema. Ve a Merlín removerse incómodo, y mirarle cuando cree que él no se da cuenta, le ve mover los labios para decir su nombre, para decir… ¿lo siento? Arthur no puede saberlo porque Merlín nunca dice nada, baja la mirada y se retira a cumplir con la orden que Arthur le ha mandado.
Repiten ese baile innumerable veces en el día, y el siguiente, y el siguiente - y Arthur desearía poder olvidar, olvidar todo, borrar los días del torneo, los días del rescate… y casi lo logra. Ignora a Gwen, no se acerca a Morgana - para no correr el riesgo - y trata con todas sus fuerzas de mantener a Merlín ocupado y lejos de él. Pero a fin de cuentas, no lo logra. Siempre hay algo allí que le recuerda los eventos.
En la manera que Merlín entra en silencio y le dirige esa mirada antes de hablar, como si testeara el agua al que va a introducirse. O la manera en la que habla de actividades corrientes y mundanas que a Arthur poco le interesan - pero que borran el tema de la mesa y al mismo tiempo lo atraen.
Es imposible evitarlo cuando Morgana lo mira desde el lado contrario de la mesa con una ceja enarcada y la curiosidad bordeando sus labios, o como lo estudia mientras él intenta hablar de Camelot y tratados con su padre - ignorar sus ojos, ignorar sus preguntas, convertirlo en silencio.
Y es aún peor porque no puede evitarlo, el recordatorio constante en su cabeza, los labios de Guinevere en los suyos y el conocimiento de que Lancelot ha robado de ellos lo que él no ha tomado. Es peor porque entre las miradas, y la pena, entre las palabras no dichas de Merlín que aclaman ‘puedes hablar conmigo’ cuando lo único que desea hacer es acallarlo por siempre, es peor porque siempre llega a ella. A observarla marchar por los terrenos, a recordar su rostro tras sus párpados, a inventar su voz en su cabeza.
Quizás, llega a pensar un par de días después, cuando su cuerpo se ha amoldado a casa, cuando sus ojos se cierran sabiendo que encontraran su sonrisa escondida en la oscuridad, es que Arthur se atreve a pensar que en vez de escapar, le está buscando. Dentro de él, allí, indagando las raíces de un árbol que ha crecido por si solo, sin su consentimiento pero que es incapaz de talar - las flores y sus frutos son demasiado hermosos, y sus hojas son del color de las memorias que él guarda.
Eso no evita que las miradas de Merlín se conviertan en aguijones, blanca nieve que congela sus deseos y le recuerda que ahí solo queda desazón y pena, tortura y olvido.
En las tardes Merlín parece más decido, como si fuera capaz de enfrentarle - solo parece. Y Arthur agradece internamente que Merlín nunca lo haga - hablar, expresar eso que dice con sus ojos cada vez que le observa, cada vez que se menciona cualquier cosa que pueda recordar a Guinevere - porque si Merlín lo hiciera, en el fondo, Arthur sabría que dolería tanto más que saber que la batalla está acabada.
*
Las espía. Bueno, técnicamente, simplemente vigila que no hagan nada indebido, porque un Príncipe obviamente no espía. Son todo risas y moñas y Arthur no puede más que pensar ‘niñas’. Quizás debería interrumpirlas, podrían hacerse daño, pero eso significaría develar que está allí - y Morgana no lo dejaría pasar tan fácilmente. Así que prefiere esperar, cuando alguna corte sus dedos con el filo de una espada, aparecerá a rescatarlas (salvará el día y Morgana no tendrá argumentos en su contra para entonces, por supuesto).
Pero ciertamente, aunque no lo admita ni consigo, las espía porque tiene curiosidad. Poco puede importarle lo que hagan Morgana y su criada, y cuando se lastimen solo podrá decir que eso les pasa por meterse con las herramientas de los hombres, pero una parte suya (muy pequeña pero impulsiva) quiere saber que harán las pequeñas con tales instrumentos (olvidar que son mayores que él siempre ha resultado muy fácil).
Las observa desde la abertura de la puerta, Morgana tiene una de las espadas en su mano, la empuñadura firmemente en su agarre y la pasea a su alrededor generando marcas en el suelo. (Infantil, piensa Arthur).Por otro lado, Gwen - Arthur no entiende porque Morgana le llama así - habla animadamente y revolotea sus manos alrededor de toda la armadura y las demás armas allí dispuestas. A Arthur le recuerda a una vez que se escondió en la biblioteca del Castillo y Geoffrey le recitó toda la historia de… Arthur no prestaba realmente atención a qué, pero la imagen se le hace similar. Gwen habla como si conociera cada una de las armas, como si supiera de donde han salido como si pudiera leer sus almas y desintegrarlas al aire, mientras Morgana - aún girando con la espada - le escucha atenta y ríe.
La imagen es bizarra, y aunque a Arthur le duelen las rodillas de estar apoyado en el suelo, no puede dejar de mirarla. Morgana no ríe mucho normalmente, ciertamente Arthur no está seguro de haberla visto reír de esa forma desde que ha llegado al castillo, pero tiene algo de agradable - algo que intenta borrar de su memoria inmediatamente. Por otro lado, Gwen simplemente camina alrededor, maravillada, como si hubiera encontrado oro o respirara el aroma de la primera nevada. Sus ojos brillan con algo que Arthur no puede reconocer, y sus ojos se fijan en como los dedos de la muchacha recorren las empuñadoras, los arcos, los escudos, como si escribiera mundos de ellos solamente con verlos. Arthur jamás lo admitirá - lo olvidará apenas le descubra su padre un rato más tarde y le castigue con lecciones que jamás habrá querido tomar - pero hay algo impresionante en la manera en la que Gwen, una criada, siempre sumisa (aunque Arthur ya ha sido testigo de que no siempre es así) circule entre aquellas armas, aquel mundo de hombres y adultos como si estuviera en el medio de su casa, en plena cena de navidad.
- Si, si, -escucha Arthur que dice Morgana, y desvía su mirada para apoyar la oreja y escuchar más claro lo que hablan. - Te sabes todos los nombres y para qué son, Gwen. ¿Pero sabes usarlas?
Arthur no necesita ver a Morgana para saber que le está retando, y una sonrisa traviesa se dibuja en sus labios. Finalmente ha llegado el momento que ha esperado. Lamentablemente, no llega ni a escuchar la respuesta de Gwen ni el desarrollo de los eventos (aunque posiblemente ellas no consigan terminarlos tampoco) porque es en aquel momento que Uther decide interrumpir la hazaña de Arthur y dejarle expuesto ante los ojos de Morgana, y la mirada oculta y avergonzada de Gwen tras ella.
Aún así, el reto queda grabado en su mente, aunque no tenga muy claro por qué o para qué.
*
- No estás descansando.
No es una pregunta. Morgana no suele hacer preguntas cuando sabe las respuestas. Tiene los ojos clavados en Gwen, y Gwen simplemente desvía la mirada y se concentra en su tarea.
- Por supuesto que lo estoy haciendo, miladi. -responde, y termina de arreglar el montón de flores que tiene entre sus manos.
- ¿Sigues teniendo pesadillas? Debería tomarte unos días, Gwen, -la voz de Morgana se hace presente contra sus oídos, y segundos después Morgana le ha girado y tomado sus manos entre las suyas. - Estaré bien y tú debes descansar. Puedes hacerlo aquí si lo deseas, no tienes porqué estar sola, Gwen.
Gwen dibuja una sonrisa triste en su rostro, descansar es lo que menos quiere, encerrarse en la soledad de su casa, perseguida por los demonios de sus propios cuentos. No, quiere estar ocupada, actuar aquí o allí, cuidar de Morgana, pensar que en definitiva, cuidan de ella. Si se detiene a contemplar el mundo, solo un segundo (como cuando cierra los ojos e intenta dormir por las noches) las paredes que construye a su alrededor se derrumban y las voces invaden su mente.
- Estoy bien, miladi, no tiene nada de qué preocuparse.
- ¡Claro que sí!
Morgana la observa como si buscara dentro, muy adentro, como si pudiera ver y Gwen tiene la extraña sensación - esa que se apodera de ella cuando Morgana sueña - de que Morgana realmente puede hacerlo. Ver a través de ella, responder las respuestas que ella misma desconoce, y aquello le hiela los huesos. Morgana la arrastra de las manos y Gwen no opone resistencia. Se sientan en la cama de su dama, y Morgana la examina. Gwen se siente expuesta, con su corazón abierto para que ella lea, para que vea el rostro de Lancelot y el de Arthur como lo hace ella, en un remolino de penas y olvido.
Algunas cosas no pueden ser, había dicho Lancelot. Gwen comenzaba a creer que en ese mundo, nada podía serlo.
- Cuéntame. -la voz de Morgana es suave, mientras acaricia con las puntas de sus dedos las palmas de su mano. - Cuéntame, Gwen. Cuéntame que sucedió. Cuéntame por qué no duermes, cuéntame.
- No hay nada que contar, miladi. -el corazón se encoje en su cuerpo y desvía la mirada, incapaz de mentirle a Morgana, pero es su suave risa la que le trae de vuelta a la habitación.
- Siempre hay algo que contar, Gwen. Siempre, -Hay algo en el tono de voz de Morgana que le incita a preguntar, por segundos sus roles vuelven a ser los de siempre, Gwen buscando, allí, entre las sombras de la mirada de Morgana por las respuestas que ninguna sabe, y son sus manos envolviendo las de ella, y es ella cuidando de su dama. Un segundo tan corto que desaparece con la voz de Morgana. - No tienes porqué enfrentarlo sola.
Gwen sonríe; a veces le resulta complicado recordarlo. El último año parece un torbellino de faltas y demencia, de locuras y pérdidas, y no tiene muy claro cuando ha empezado, cuando la soledad se ha colado por su piel y ha anidado allí, sin deseo alguno de marcharse. ¡Qué fácil le resulta pensar que lo ha perdido todo! Porque lo sigue haciendo, día a día el universo le recuerda que ella siempre quedará atrás, y resulta tan sencillo, tan fácil acomodarse en ese sentimiento que a veces se olvida de pelear contra él (como hace con todo lo demás).
Gwen sonríe; Morgana siempre está ahí, y quizás por eso, por la preocupación en sus ojos, o el calor de sus manos, o la verdad de que siempre estarán allí, aunque el resto del mundo desaparezca, aunque no sea correcto, aunque no deban, porque siempre fueron mucho más que dama y criada, quizás por eso es que habla y cuenta, y relata, y llora, y recuerda.
Habla de cómo la llevaron prisionera, de cómo le vistieron con sus ropas y la obligaron a personificarla, habla de la soledad de estar en el fin de las tierras y saber que no volvería a casa. Habla del monstruo de Hengist, de la repugnancia de su piel, de las ratas, y habla de Lancelot.
Le cuenta de verlo allí, de creer que el mundo jugaba con sus ojos, de creer todo perdido y todo ganado al mismo tiempo. Le cuenta de sus promesas, de su esperanza pérdida y sus sueños ganados. Le cuenta de ese granito de futuro que se abrió entre sus manos, de las miradas y las palabras y la desesperación. Le cuenta de su rostro, de sus cicatrices, de las marcas que el tiempo ha dejado sobre su cuerpo y alma, y de las sonrisas y el brillo de sus ojos. Cuenta de ese bombeo en su cuerpo de saber que no estaba sola, que saldría de allí, que lo haría. Entre sonrojos le cuenta del beso, de la desgracia, de ser atrapada y pensar que todo ha sido por nada, de culparse por él y por ella. Habla también de sonreír frente a la muerte.
Y luego habla del rescate de Arthur, porque no puede ignorarle, pero su voz se corta, se amolda y es fría. Lo sabe, puede sentirlo en su corazón, la escarcha que se apodera de su mente y calma sus palabras, que seca las lágrimas que corren por sus mejillas. Habla del príncipe y de Merlín. Habla de cómo logran escapar del castillo, habla de correr y dolor y felicidad al mismo tiempo con Lancelot en su mano.
Olvida hablar de la mirada punzante de Arthur sobre su espalda, o sus palabras secas, su mirada ida. Olvida hablar de sus labios, de su mano en su mano, de la pena en sus ojos. Olvida hablar de no saber cómo actuar, no cuenta como por primera vez en su vida no sabía qué decir o qué hacer, el daño que causaba ella, el centro de todo, imposible de detener. No menciona todo eso, eso lo guarda adentro (lo atesora como lo odia). Ignora la pena y las lágrimas punzantes ante las palabras de Arthur (‘Vine porque Morgana me suplicó que lo hiciera’) y evita la tentación de preguntar si es verdad, porque no puede creerlo, porque son sus ojos los que niegan lo que sus labios dijeron. Pero no pregunta, y Morgana aún le escucha, atenta, apretando sus manos con fuerzas, diciendo ‘estoy aquí’.
Gwen quiere detenerse, quiere cortar el flujo de palabras, la irreverencia del momento, quiere quedarse con el cuento de hadas que acaba de contar a su Dama, quiere soñar por unos segundos que ha salido ganando y no todo es pérdida. No puede hablar de Arthur, no puede mencionarlo, no puede siquiera llorarlo - porque no hay nada que llorar. Pero tampoco está Lancelot, porque se ha ido, y como todo lo que a veces empieza, ella ha quedado atrás. Es la fuerza de los sentimientos, del miedo, de la necesidad de contar (de guardar lo que no puede, de dejar ir lo que la arrastra hacia atrás) lo que la lleva a seguir.
Morgana la escucha, y le abraza mientras le cuenta como ha despertado al vacío de Lancelot. Como sus palabras resuenan en su cabeza como ecos (no menciona las dagas que hablan de traición en su corazón). Y llora, de nuevo, una y otra vez, con su nombre en la lengua, y el de Arthur en sus pensamientos. Morgana la arrulla hasta que el sueño toma de ella, susurra palabras de aliento, le promete que estará allí para ella. Es casi como el primer día, solo que la libertad de tenerlo fuera se mezcla con la culpabilidad de lo que ha ocultado, de lo que oculta y ocultará, y en aquel torbellino de emociones Gwen, por primera vez desde que ha regresado, logra encontrar una esquina oscura y vacía donde descansar, sin absolutamente nada que soñar.
*
- No deberías estar aquí. -La criada de Morgana levanta la vista y deja caer la espada de sus manos, sorprendida. Arthur se deleita ligeramente de haberla encontrado actuando indebidamente. Se ha acostumbrado luego de los años a verle con Morgana, pero casi nunca separadas. - Esto no son juegos de niñas.
- Lo siento, milord. -se disculpa, pero al mismo tiempo su mirada dice todo lo contrario. Hay cierto reto oculto entre sus ojos, burlándose del término niñas. - No volverá a repetirse.
- Claro que no. -la observa realizar una pequeña inclinación, pronta a retirarse. Pero Arthur se interpone delante. - ¿Por qué estabas aquí?
Guinevere se remueve incómoda, incapaz de responderle. Aquello solo incita a Arthur quien insiste, pero ella se limita en responder: - Debo volver con mi dama.
- Por supuesto. -responde Arthur, pero no se mueve, y ella comienza a tomar una posición de defensa que a Arthur se le hace simplemente… graciosa. Aún así, la niña infernal que recuerda de hace algunos años no está allí. No, quizás porque ahora ha aprendido que no importa quien sea Morgana, Arthur siempre está primero.
Finalmente se hace a un lado, y cuando Guinevere pasa junto a él la detiene de la muñeca y le susurra una advertencia al oído. Ella asiente y se marcha, sin agregar una sola palabra.
*
La voz de su padre es casi un sonido secundario, responde automáticamente sin prestar realmente atención a las preocupaciones de su padre, y ciertamente, duda mucho que este lo note.
(Sí, padre.
No, padre, las reservas no han sido completadas aún.
Sí, padre, me encargaré de ello.
Por supuesto.)
Él, el verdadero él, está esquivando la mirada de Morgana, y los ojos tristes de Merlín (a quien tendrá que recordarle que no es siempre su trabajo atenderles durante las cenas). Aún así, mientras discute con su padre de las acciones a tomar en las próximas semanas, siente la tensión crecer a su alrededor. No son solo los ojos que le siguen a él, es el cruce de miradas que Morgana y Merlín realizan, como si en silencio pudieran hablar de lo que ninguno le dice a él. Si Merlín ha abierto la boca, si ha dicho una sola palabra, se encargará que su cabeza adorne su habitación. Pero no puede creer que lo haya hecho, no. Conoce demasiado a Morgana como para saber que ella puede verlo. Guinevere no aparece ni un solo segundo durante la cena y Arthur no sabe si estar agradecido o lamentarlo. Dejar todo atrás, se recuerda, pero vale de poco con lo que siente en verdad.
- Me gustaría visitar la tumba de mi padre. -dice finalmente Morgana, y el silencio que les rodea a todos es tan abrumador que pueden sentirse hasta sus respiraciones. Merlín está estático a medio servir una copa del Rey, pero nadie parece realmente notarlo.
- No creo que sea seguro, Morgana. -Uther es el primero en hablar y Arthur se encuentra asintiendo instintivamente. - No luego, no puedo… no podemos arriesgarnos nuevamente.
Morgana parece a punto de hacer un pequeño berrinche, pero sus ojos pasan de clavarse en Uther a observar ligeramente a Arthur, como si esperara una respuesta de él. Merlín por otro lado se mueve nervioso alrededor y Arthur está tentado a pedirle que vuelva a quedarse quieto.
- Nunca pude terminar mi visita anterior, milord, -comienza a explicar la chica. - A mi - y a Gwen, dicen sus ojos - me haría bien poder visitarle. -Uther la observa durante segundos, horas, y Arthur simplemente quiere que vuelva a negar. No puede arriesgarlas de nuevo, a ninguna. No es seguro, repite su mente. (No puede volver a soportar el miedo de perderle - Guinevere).
- Morgana, no es el mejor momento, no podría…
- Arthur vendrá con nosotras, -dice de repente, echándole una sonrisa que Arthur intenta no interpretar como perversa (pero que casi lo es, manipuladora, sin dudarlo).
- Morgana… -advierte Arthur. No tiene claro porqué lo hace, quizás simplemente disfruta torturándolo, o quizás intente encontrar la oportunidad para preguntar qué pasa con él. Pero un viaje al sepulcro de su padre, ellos, con Guinevere, no le parece la mejor de las ideas.
- Aún así, Morgana, no me parece prudente. -continúa Uther y Arthur agradece internamente. - No podría soportar que volvieran…
- No sucederá, milord. Arthur estará con nosotras, por favor, -Morgana toma las manos de Uther entre las suyas y Arthur sabe por la manera en que los ojos de la muchacha perforan los de su padre que la decisión ya está tomada. No importa lo que Morgana diga, Uther le concederá su deseo (así siempre ha sido). - Es lo que necesito, milord, para olvidar…
Arthur niega y baja la cabeza y quiere olvidar el pedido de su padre. Quiere decir “No lo haré,” “es demasiado peligroso,” pero eso sería admitir demasiadas cosas y no puede hacerlo. Puede sin embargo, ver en el brillo de los ojos de Morgana algo que no ha dicho, algo que dice este viaje no es para mí. Pero lo descarta inmediatamente, y aunque acepta (porque no las dejaría marchar sin él de todas formas) acompañarlas, ignora el tema y trata de volver la conversación a hechos triviales.
Cuando se retiran, Morgana le toma de la muñeca y le detiene. Hay algo en ella, algo que Arthur no puede reconocer y se pregunta que ha llenado ese espacio, si él, si ella, si ya no son lo que eran antes y por eso no puede reconocerla, pero aún lo hace demasiado.
- No tienes porque venir, -dice casi en un susurro. Como si supiera que realmente no quiere hacerlo, como si lo leyera en su rostro, en sus manos y el latir de su sangre entre su mano.
- Es demasiado peligroso, Morgana, por supuesto que voy a ir. -responde automáticamente, y Morgana dibuja una sonrisa dulce en sus labios. Hay algo de la niña alegre que vio crecer en ella y Arthur se contenta. Puede por un segundo olvidar que ir será como volver hacia atrás, conseguir enfrentarse a la cara a todo lo que ha ignorado (y que al mismo tiempo no puede olvidar).
- Gracias. -es todo lo que dice.
Antes de alejarse y dejar ir su mano, Morgana echa una mirada sobre su hombro, y Arthur sabe que cuando gire descubrirá a Merlín allí. La ve marcharse, y cuando gira al final del pasillo, Arthur puede jurar ver el reflejo de un vestido que no era el suyo. Suspira, resignado y se da media vuelta para tomar el camino contrario. Merlín camina a su lado en silencio, y por una vez a Arthur la falta de palabras se le hace más pesadas que su existencia.
Quiere desaparecer, evitar todas las miradas y los silencios, quiere lograr encerrarse en una burbuja donde nada pase, donde evitar a Guinevere no sea un trabajo, ni una opción, donde sea simplemente la verdad de los días. (Como antes). Quiere pero al mismo tiempo no, y es esa confusión (el mejor tener y perder que nunca haberlo hecho) el que le tortura aún más.
Se están matando mutuamente, y no hay nada que realmente puedan hacer.
Cuando llega a su habitación se permite liberar la furia contenida por dentro y golpea una de las paredes con todas las fuerzas que puede. Merlín grita su nombre y se acerca inmediatamente. El dolor en sus nudillos le sabe dulce e ignora a Merlín que trata de tapar la sangre que corre por ellos.
- ¡Es inútil! -grita, susurra, no está muy seguro de si siquiera lo dice.
- Claro que no, se curará inmediatamente. -murmura Merlín, quien de alguna forma le ha arrastrado hasta hacerle sentar junto a la mesa y trata su mano como si alguna vez hubiera aprendido algo de Gaius. Abre los labios para indicar que no se refería a eso, pero no llega a decir nada antes que Merlín lo descifre por si mismo. - Oh.
Oh parece concluirlo todo. Arthur cierra los ojos, intentando ignorar la lástima que irradia Merlín, así como los cuidados sobre su mano, quisiera que quedarán allí, como marcas de los lamentos que no puede expresar, que no debe expresar, que no debería ni sentir.
- No tienes por qué ir. -escucha finalmente que el muchacho dice y Arthur entreabre los ojos para enarcar una ceja.
- ¿Y quien las cuidará? ¿Tú? -Casi puede imaginarlo asintiendo (y algo adentro suyo, muy adentro, algo que no entiende le dice que podría creerle).
- Puede duplicarse la cantidad de guardias, nunca las dejaría solas. -continúa Merlín, y le observa con esos ojos que lo saben todo. A Arthur se le encoje el alma y desearía poder borrarlos de su vista.
- No puedo arriesgarme. -acepta finalmente, y Merlín asiente. Merlín comprende, y aquello le recuerda a Arthur que es aún peor de lo que pensaba.
- Oh.
Oh es definitivamente la única respuesta que él mismo encuentra. Ignora el ardor de su mano, que Merlín finalmente suelta y se levanta de golpe.
- Debemos aprontar todo. -murmura, y Merlín asiente. Estar ocupado ayudará a no pensar tanto.
*
- Yo no peleo contra niñas. -ríe, y Guinevere le observa sin retroceder, ni intimidarse.
- Ha peleado contra Lady Morgana, milord. -se limita la muchacha a decir (y aunque no continúa, quedan en su lengua las palabras no dichas ‘¿teme que le gane como ella?’
- Eso es diferente. -se cruza de brazos, y ve a Guinevere jugar con el palo de escoba que él en algún momento uso para practicar.
- ¿Cuál es la diferencia, milord? -Arthur es incapaz de entender como puede sonar tan segura y tan cortés al mismo tiempo y se preguntan a qué están jugando.
- ¡Qué ella no es una criada! -vocifera. Puede ver los ojos de la muchacha aguarse, y Arthur muerde su lengua, pero no se retracta.
- Por supuesto, milord. -Gwen se aleja, como si temiera lo que ve delante.
- Gwen…
- Mi padre me espera, milord. -dice y suelta el palo, ese con el que Arthur la vio practicando rato atrás.
Guinevere desaparece por la puerta del galpón y Arthur se queda allí parado, sin tener muy claro qué pensar. Sin poder arrepentirse pero sin saber porqué. Niega para si mismo y se dice que está siendo tonto, ha sido demasiado bueno con la muchacha, podría haberla enviado al cepo en vez de dejarla marchar. Esta vez está seguro que no la volverá a encontrar en ese lugar.
[[
parte (2) ]]