Fandom: Harry Potter
Título: El aguila y la serpiente
Palabras: 1557
Advertencias: NC17 | femslash | dub-con(?)
Personajes: Pansy/Luna
Resumen: Ubicado en el 7mo año (trío). Es inevitable, el cazador y la presa, la serpiente y el águila, aún sin saberse victimas de su propia historia, aún sin estar concientes de que ha comenzado el juego.
Notas: Para
tulina,
aquí. Cuando me senté a escribir esto, no sé que tenía en mente pero definitivamente no era esto. El rating en si mismo puede ser un poco exagerado, pero la sigueinte advertencia me obliga a hacerlo, ok? XD Anyway... solo... interesante XD
Es casi como un juego, uno que maneja ella a su voluntad y placer, uno que domina un poco la locura y deja las verdaderas razones olvidadas entre sus sábanas verdes y blancas. Es como un juego que comienza como un truco, una pista aquí, una pista allá, una sonrisa malvada y la necesidad de traerse (de llevarse) a alguien consigo. Es una pequeña libertad por la que sabe no le castigarán, una libertad que al mismo tiempo nadie entendería, pero que sería muy fácil de ocultar (de mentir, desdibujar la verdad bajo claras intenciones de poder). Es un juego que ella domina, o así lo hace cuando empieza.
La primera vez, es casi de casualidad. O así lo afirmaría ella. Encontrar a la niña, la adolescente, la lunática, en un salón de clase vacío durante las altas horas de la noche, rompiendo todas las reglas posibles impuestas durante ese último año. Está dibujando su sombra bajo la luz de la luna, y la ironía le sabe a vómito, pero está allí, dispuesta, presente, y la primera ficha se mueve casi sin llegar a pensarlo.
Adrenalina corre por su cuerpo, la tortura anónima, el contribuir sin moverse atrás, el miedo que no es miedo, porque está allí, como un ángel de la noche esperando por ella. Ella, Pansy, un pequeño demonio en crecimiento, un interior enajenado que aún no crece. Es inevitable, el cazador y la presa, la serpiente y el águila, aún sin saberse victimas de su propia historia, aún sin estar concientes de que ha comenzado el juego. Cuando se acerca, lo hace con sigilo, cuando se acerca, lo hace en silencio, y en silencio asa sus muñecas y de un golpe le baja de la ventana, cambiando de posición. Es Pansy quien ahora se dibuja entre las sombras mientras el rostro inocente de Luna se ilumina por los rayos de una apacible noche llena.
Antes de que la niña reaccione, antes de que ella misma lo haga, Pansy tiene la lengua puesta en el fondo de su garganta. Devora los labios con la furia de un huracán, tan contrario a la calma que les rodea, a la respuesta dulce y contradictoria que se genera por parte de la niña rubia cuyas muñecas no ofrecen resistencia contra sus propias manos. Pansy come lo que encuentra hasta que Luna parece ahogarse ante sus manos, y recién entonces la empuja, la empuja mientras chocan con pupitres y otros elementos sueltos, la empuja haciendo demasiado ruido pero sin demasiado interés en preocuparse por ello. La empuja hasta que llegan a la pared opuesta, donde no son más que manchones negros apenas iluminados. Donde Pansy puede presionarse contra ella y sentir el corazón latiendo erráticamente, mientras las manos inexpertas, inesperadas, de Luna se aferran a ella. Una desconocida, un ser en pena que no la suelta.
Es intoxicante, el poder, la sensación de estar sobre ella, de poder desquitar su furia, su decepción contenida desde que todo ha cambiado, en alguien, en Luna. No es lo mismo que empujar a los niños de primero de Gryffindor, ni siquiera puede parecerse a la capacidad de mostrarse superior sin recelo frente al resto de las casas. Es algo más potente, algo que la despierta, algo que nace de adentro y la recorre al tiempo que ella muerde. Muerde en silencio y envenena, es la convulsión del cuerpo inocente entre ella y la pared y el gemido desesperado de unos labios que hasta ahora nunca han sido besados.
La primera vez es casi casualidad, instinto le llamaría ella. La primera vez se va con la camisa a medio abrir y los cabellos revueltos, con la respiración entrecortada y la adrenalina suficiente como para mantenerla despierta, entre fantasía y fantasía. La primera vez, casualidad y todo, no podrá olvidar el rostro de ojos cerrados y respiración entre cortada en labios a medio abrir que dejará atrás. Piernas que casi parecen fallar una vez ella se separa, y la ropa rota y raída que nadie más verá.
La segunda vez, el juego ya es consciente. La cita a la noche, a la entrada del mismo salón. Se las ingenia para hacerle llegar un mensaje bajo las narices del mundo entero, de sus amigos y de sus enemigos. Y Luna acude, acude al llamado de un ser misterioso, de un ser que no conoce y Pansy casi puede aceptarlo como un consentimiento. Un estoy aquí, soy tuya, aunque no lo digas y aunque para ella, el juego no sea más que una tontería inocente, tan ajena a los planes de la Slytherin como diferentes sus almas. La segunda vez, no la deja entrar siquiera. En los pasillos oscuros, la arrincona contra las piedras del muro, y puede sentir contra su cuerpo el trastabillar al golpearse contra las aristas filosas. La sangre que no ve le motiva.
Pansy quiere romperla, como todos lo han hecho con ella. No existe mejor conejillo, mejor revancha, que la inocencia de cabellos rubios que va a ella ante solo una llamada. La segunda vez no se detiene, no termina para pensar, porque ya lo ha pensado todo, y ha pensado aún más. La segunda vez, es la euforia, de un plan que sale como ha deseado, que recorre sus venas y acompaña los trazos de sus propias manos. Besa, lame, juega con el cuerpo que se desmolda bajo sus trazos. Son manos y enredos que se desdibujan y es una sonrisa tétrica en el rostro de la muchacha. O así se le hace a ella, puesto que sus intenciones no son más que inocentes y contentas, pero en el momento, en el pesar de sus acciones a Pansy le parece la cosa más repulsiva que nunca ha visto. Y aún así, no para.
La segunda vez es planificado, es un tira y afloje, son las marcas en la espalda de la niña que puede sentir aunque no vea, que recorre con los dedos cuando le obliga a enrollar sus piernas contra su cuerpo (un poco más cerca, un poco más alta) y separarle levemente de la pared rocosa. Es un juego en el que ella manda, donde se hace lo que ella quiere y como lo quiere y donde la adrenalina es el punto máximo. En definitiva, la segunda vez es donde ella manda.
La tercera, la cuarta y las que siguen, ya no está tan segura de disfrutar el juego, aunque no puede evitar el sabor triunfal de la partida. Sigue siendo ilegal, entre pasillos a oscuras, a veces en el día, donde nadie puede encontrarlas y donde la niña no puede reconocerla. Pero es intoxicante, necesita su presencia, su piel suave y cristalina, sus ojos abiertos que le ruegan y que se acercan a ella, dependientes. Tan dependiente como lo está ella. El juego se hace peligroso, y aquello no le agrada, sus escapadas empiezan a ser vistas y las excusas (romperla, partirla, hacerlos añicos a todos) empiezan a sonar torpes y mal hechas. Pero no puede detenerse, es un vicio, un vicio que se acentúa cuando la luna, con su brillo y su fuerza se refleja sobre la piel de la muchacha, visible entre las ropas a medio mover. Cuando la luz se desliza por sus piernas inocentes, contaminadas por sus propias manos, Pansy simplemente no puede contenerse.
Casi una casualidad, un impulso que le recuerda al primer día, pero que ya no sabe a ‘acabaré contigo’ sino que se asemeja más a un ‘eres mía’.
La última vez, no sabe que es la última. Aún le sabe amarga en la garganta cuando desliza su lengua por el cuerpo casi infantil de la joven. Existe terror y desesperación en cada uno de sus besos, pero Luna no parece inmutarse, ni decir nada al respecto. La última vez es en un compartimiento del Expresso de Hogwarts, cerrado, oculto y, al mismo tiempo, allí a la vista de todos. Es más suave y más desesperado por igual y poco tiene del juego que una vez fue, es más bien un adiós y un te necesito. Sus cuerpos se reconocen como imanes, aunque Pansy se haya encargado de cegarla momentáneamente, porque ahora, más que nunca, sabe que Luna no debe reconocerla, el alma que la tortura ahora se vuelve contra ella.
La última vez, es Luna quien controla, quien le recorre y la aprisiona, rápida aprendiza. Es Luna quien se separa, quien la deja anhelando y su frágil y pequeño cuerpo resulta más fuerte y contundente de lo esperado. La última vez el juego se ha vuelto en su contra porque siente la desesperación en su piel, ese miedo irremisible de que no habrá más droga para sus noches, ni más piel tersa e inocente que contaminar entre las sombras.
Porque Pansy siempre fue víctima de su propio juego, de la necesidad intrínseca del calor de otra persona, de las manos pequeñas y exploradoras de Luna, de sus sonrisas tétricas y de su devoción sin preguntas. Por que no es amor lo que siente, y quizás tampoco sea lujuria, es la desesperación de ser alguien, de dominar lo que es suyo y no lo es, de poder, en definitiva, controlar su propia vida.
Pero casi como en todos los juegos, la suerte ha volteado sus dados, y la última vez que le besa, Pansy sabe que nuevamente ha fallado.