Fandom: Assassin's Creed
Título: Revelaciones
Claim: María Thorpe-Altaïr Ibn L'Ahad
Extensión: 3304
Resumen: Lo había perdido todo, pero lo que no sabía era que su suerte estaba a punto de empeorar.
Consiguió salir del burdel dándose cuenta que el exterior apenas había cambiado, las calles seguían solitarias, los mercaderes que habían sido atemorizados el día anterior tenían los comercios cerrados, probablemente para abastecerse después de lo ocurrido. A la mitad de camino uno de los guardias les dijo que si seguían todo recto llegarían al puerto, al parecer ellos tenían otros asuntos a los que atender, unas pocas se quedaron quietas mirando a su alrededor, como esperando a que alguna se moviera, hubiera sido el momento perfecto para escapar, perfecto. Pero entendía a esas jóvenes ¿dónde ir? La gente que las había criado las habían vendido al mejor postor, seguramente la mayoría de ellas venían de Jerusalén, Acre, Damasco, Alep o cualquier otra parte. Demasiado lejos para pensar en regresar y demasiado temerosas para creer que podían huir.
-Vamos -dijo haciendo que todas salieran de esa especie de trance comenzando nuevamente a caminar hacia el puerto.
Una de las chicas iba moviendo su cuerpo como le había dicho Tahira que lo hiciera, de forma sinuosa y seductora. Aquello únicamente debía ser visto por el señor que las había contratado, pero supuso que aquellas niñas aterradas habían creído que debían de hacerlo a todas horas ya que las demás también se pusieron a imitarlas mientras andaba, parecía rodeada de pequeñas serpientes que no hacían más que deslizarse a su alrededor. Por suerte no tardaron en llegar a la zona del puerto.
-“Que recuerdos -pensó irónicamente-. Por ahí es por donde casi me matar aquellos piratas”
Allí había algunos marineros que había dejado de faenar para mirarlas directamente, podía notar sus sucias miradas posándose en su cuerpo, al igual que en las demás muchachas. Unas pocas lavanderas parecían disgustadas con su presencia, o por la ropa que llevaban no estaba segura, pero aún así sus ojos destellaban desprecio por todos lados. A unos pocos metros se encontraba el palanquín que las iba a llevar hasta el castillo de San Hilarión que se podía ver coronando la parte alta de la ciudad, iba a ser un camino bastante largo. Al lado de este cuatro hombres que ocultaban sus rostros vestidos completamente de blanco.
-“Esclavos -fue lo único que se le vino a la cabeza-. Los hombres de Bouchart han esclavizado a todo el pueblo chipriota”-eso la indignaba y enfadaba a iguales partes.
Ellos no estaban para eso, no esclavizaban, eran caballeros, sirvientes del pueblo, sólo debían realizar actos para ilustrarlos, mostrarles que no solo hay guerra en el mundo, sino también paz, algo que parecían haber olvidado con el paso de los años. Observó como las muchachas empezaban a subir de una en una al palanquín, acomodándose en su interior. Estaba bien decorado, asientos almidonados, cortinas de color dorado cerrando los flancos del móvil y unas exquisitas telas puestas en los asientos para cada una de ellas. Al parecer cuando Shalim trataban con mujeres los gastos eran lo de menos.
-“Engatúsalas primero para luego mancillarlas, animal” -apretó su fular entre los dedos, era una víbora muy astuta.
Cuando todas se encontraban en su interior se empezó a mover, lentamente con unos pequeños bamboleos apenas apreciables. Algunas de las chicas estaban hablando entre ellas, mientras que otras la miraban con desconfianza, como si no entendiera que hacía ahí. Todas conocían la cara de Nur, pues Tahira se había dedicado a mostrarla frente a todos, pero ella no se encontraba allí, lo cual hacía que su presencia llamase más la atención. Cerró los ojos momentáneamente, si quería decirle algo que se lo dijera, ella sí que no tenía pelos en la lengua para decir lo que pensaba. Al abrirlo clavó sus ojos claros en los de la morena, haciendo que esta se sobresaltara, sonrió de lado, asustar a las palomas era demasiado fácil.
-¿Tengo algo en el rostro? -Preguntó haciendo que las demás le prestasen atención momentáneamente- Llevas un rato mirándome, pero no creo que sea por mi belleza natural -ironizó llevándose la mano a la mejilla teatralmente.
-No… yo no… -balbuceó incoherentemente, mirando a su alrededor con las mejillas sonrosadas- no estaba…
-Calla -ordenó rápidamente-. Si tienes algo que decirme, dímelo. Yo no soy Tahira, no voy a pegarte por decir en voz alta lo que piensas ni morderte -sonrió enseñando sus blancos dientes provocando que esta se echase para atrás-. Así que si tienes algo en la cabeza, palomita, dímelo -hizo un gesto con la mano.
La chica era de tez oscura, con unos espectaculares ojos verdes que provocaban que su rostro se iluminase, el pelo azabache, como casi todas las jóvenes de ahí. Sus ropajes eran rojos llevando aquel extraño velo ocultándole gran parte del rostro. Estaba indecisa, como atemorizada por sus palabras o por su simple presencia, lo notaba.
-Yo… -empezó a decir- sólo… me preguntaba porque… -volvió a hacer una pausa, le estaba costando horrores continuar- has venido en vez de Nur. Tahira dijo que el señor Shalim debía tener una virgen no una… -al parecer no encontraba la palabra adecuada para continuar- extranjera.
Oh, así que era eso. Había reconocido su forma de hablar, era la misma que utilizaba la Orden de los Hospitalarios, la gran mayoría procedían de Inglaterra y aunque Naplouse nunca había sido con quien mejor se había llevado sabía que hablaba tanto inglés como francés a la perfección. Así que si no se equivocaba aquella muchacha debía de ser de la única ciudad que habían podido tomar los Templarios enteramente.
-Eres de Acre ¿verdad? -Esta pegó un pequeño respingón, como si le extrañase que supiera su procedencia, aunque finalmente asintió- Es cierto, no soy de por aquí. Nací muy lejos de esta yerma tierra -contestó-. Pero necesito hablar con Shalim, le conozco.
-¿De qué conoce el señor de un castillo templario a una cortesana? -inquirió en un tono hiriente, al menos tenía algo de garras bajo ese aspecto de corderito.
-“Bueno, al menos ha dicho cortesana y no puta” -pensó, aunque seguramente la muchacha prefería llamarse también eso a sí misma.
Pero era cierto, ¿por qué Shalim conocería a una puta extranjera? Lo único que se le venía a la mente era en un burdel, uno de tantos de Tierra Santa, era la única explicación posible. Sonrió, si quería oír un cuento ella se lo proporcionaría, no sería ni la primera ni la última mentira que dijera en su vida.
-¿De dónde crees que me conoce? -se llevó la mano al rostro- Del mismo modo que os conocerá a vosotras, hace mucho tiempo también estuve así con él y creedme, queréis que este aquí -entrelazó los dedos-. Los guardias de Shalim no son los únicos a los que le gusta castigar a las chicas, aunque no hayan hecho nada -le estaba encantando la cara de terror que estaba poniendo- si creéis que lo de Ihsan es una desgracia… -movió un poco su hombro, mostrando la herida que le había hecho Altaïr- Es que no queréis conocer a Shalim.
Una de las chicas pegó un pequeño grito y repentinamente el palanquín se movió de una manera demasiado brusca casi sacando a una de ellas de su lugar. Frunció el ceño, alguno de los hombres debía de haber tropezado por el camino. Giró la cabeza encarando de nuevo a aquella muchacha, estaba aterrada, que lo estuviera, aunque sus palabras sólo eran un cuento la realidad no distaba mucho de aquello.
-¿De verdad preferirías a la inocente Nur aquí? -Sonrió- Yo puedo ayudaros, ella no. Incluso tal vez pueda evitar que paséis por todo esto, pero primero debo hablar con él -se llevó la mano al mentón-. Por los viejos tiempos -murmuró casi para sí.
No tardó mucho más tiempo en dejar de moverse el palanquín permaneciendo completamente quieto. Un guardia abrió las cortinas al tiempo que uno de los esclavos ponía una pequeña escalera para que bajasen todas mientras eran conducidas hasta el interior del castillo por una pequeña puerta. Sin lugar a dudas San Hilarión era un lugar enorme, no había estado en Kantara ni dentro del castillo de Limassol, pero aquella fortaleza podía igualar a la que se encontraba en Acre, al menos en tamaño. El suelo era de roca caliza y podía ver las antorchas apagadas plagadas por las paredes. Subieron por unas inclinadas escaleras pasando a través de un corredor enorme que daba a un gran balcón que miraba hacia el mar, era precioso.
-Doblad la vigilancia, no me fio de intente atacar aquí -parpadeó, reconocía esa voz.
-“¡Shahar!” -gritó su mente, lo había encontrado.
-Si ese Asesino intenta entrar a la fortaleza quiero que lo ensartéis como un cerdo, ese bastardo pagará por la muerte de mi padre -dijo en tono furioso y ella no pudo reprimir una sonrisa.
-“La fuerza no lo era todo a fin de cuentas -estaba parcialmente contenta, Altaïr no había muerto-. Esto es una locura, hace una semana quería ensartarlo yo misma”
Realmente era difícil de creer todo lo que había ocurrido en tan poco tiempo ¿sólo hacía una semana de Acre? Bueno, unos días pasados la semana, pero en ese tiempo ¿tanto había cambiado? Era realmente extraño todo eso. Irrisorio por llamarlo de alguna forma. Hacía una semana era una Templaria que luchaba por acabar con los Asesinos trayendo la paz para Tierra Santa y ahora luchaba contra su propia Orden por ese mismo fin, todo por culpa de Bouchart.
-“Pero eso acabará pronto. Shahar tiene que ayudarme, debe hacerlo -pensó-. Él jamás miente”
Llegaron a una habitación completamente acolchada, donde del techo caían telas coloridas, ellas entraron en silencio, podía notar el miedo en sus ojos. Lo que les había contado las había asustado de verdad. Bueno, que empezaran a temer a la vida, iban a tener que acostumbrarse tal y como estaba aquel podrido mundo. Los guardias las dejaron dentro marchándose rápidamente para volver a su ruta normal. Mantuvieron las puertas abiertas, seguramente esperando que Shalim llegase pronto para disfrutar del banquete que tenía delante de sus ojos. Miró a ambos lados observando que no viniera nadie, sólo tendría esta oportunidad para poder hablar a solas con Shahar.
-Quedaos aquí y cerrad la puerta -les dijo a las chicas-. Yo volveré pronto, sino lo hago manteneos juntas -hizo un gesto de calma- Shalim no os hará nada ¿vale? Os lo prometo.
Al terminar de decir aquello salió disparada hasta dar nuevamente con aquella sala enorme que daba al mar. No tardó mucho en encontrarlo ciertamente, sólo debía de seguir ese fuerte olor a salitre que provenía del océano. Se quedó allí mirando como el mar y el cielo se fundían en uno, allá donde no podía alcanzar la vista, escuchó las gaviotas graznar sintiendo algo parecido al alivio en su cuerpo. Podría quedarse contemplando aquella planicie horas, disfrutando de la paz que reinaba en ese lugar, pero sabía que era un deseo inalcanzable. Un fuerte ruido atrajo su atención, la puerta de la sala se había abierto dándole paso a Shahar que pareció extrañado ante su presencia, aunque súbitamente cambió de expresión.
-“Sabía que no iba a olvidarse de mi fácilmente” -este empezó a acercarse hacia ella.
Era muy parecido a su hermano, el pelo, los ojos… incluso vestían la misma ropa. Pero su sola presencia era diferente, más jovial que Shalim, sin ese olor a vino que portaba siempre encima, de los dos Shahar se podía considerar el decente. Sin embargo no podía negar que ambos eran hombres, los ojos titilantes de él estaban fijamente clavados en su figura, sin duda alguna todos los varones piensan con el pene.
-No esperaba verte otra vez -dijo en primera instancia, al parece Shalim no le había contado nada de ella por ahora-. ¿Cómo puedo ayudarte, zorrita?
-“Oh, claro. La zorra de Robert, ¿cómo se me ha podido olvidar?” -pensó poniendo una mueca, así era como Bouchart se dirigía a ella a sus espaldas.
-No estoy aquí para que me halaguen -pronunció en tono brusco, totalmente diferente a su apariencia delicada.
¿En que podía ayudarle? En juzgar a Bouchart por sus crímenes, eso era lo que tenía en mente, sabía que era lo que tenía que decir, pero una pequeña voz en su cabeza le impedía hacerlo, gritando desde lo más hondo, más bien implorando que preguntase lo que verdaderamente deseaba. Aquel laberinto que se había formado en su cabeza ahora era una línea recta que daba a una puerta y allí dentro escondido estaba lo que en verdad deseaba preguntar. Todo aquel camino de desafortunados encuentros habían hecho que reflexionase, ayudado a aclarar muchas cosas, ella quería la paz, deseaba la paz. Pero no estaba segura si su Orden buscaba la misma paz que ella anhelaba.
-Quiero respuestas -su respiración se tornó acelerada, notando la sangre bullir por sus extremidades.
Shahar seguía mirándola con lascivia pero su rostro se mostró confuso, como si no entendiese las palabras que esta la decía. Había vuelto a entrar en la sala, dejando a un lado aquel balcón que le daba demasiadas alas a su imaginación.
-¿Eh?
-¿Es verdad lo que he oído? -Insistió- ¿Qué los Templarios queréis utilizar la Manzana, el Fruto del Edén, para el mal? -notó temblar sus manos a cada palabra que decía- ¿No para iluminar a las personas, sino para someterlas?
Él sonrió con indulgencia como si le explicara las cosas a una ingenua y adorable niña. No le gustó nada esa sonrisa, le recordaba a su padre cuando le decía que pelear con espada estaba mal visto.
-La gente está confundida, María. Son corderos suplicando que los guíen -explicó-. Y eso es lo que ofrecemos: vidas sencillas, libres de preocupaciones.
Su respiración se aceleró, no su Orden no estaba para eso, los Templarios no estaban para eso. Abrió y cerró la boca repetidas veces hasta que consiguió articular una frase entera.
-Pero nuestra Orden se creó para proteger a las personas -persistió-, no para robarles su libertad.
Eso era lo que le había explicando Altaïr, que la Manzana nunca traería paz, sino un mundo de esclavos. Algo que no podía ser considerada paz. Él había tenido razón en advertirla, se lo había dicho y ella no había querido creerle.
-“Estúpida” -se sentía como una niña a la que le habían dicho que su querida mascota se escapó cuando en verdad había muerto.
-A los Templarios no nos importa la libertad, María -al escuchar esas palabras algo se rompió muy dentro de ella-. Buscamos el orden, nada más.
Vio como él se acercaba hasta ella, era igual que Shalim, igual que Bouchart ¡igual que todos los que la habían traicionado!
-¿Orden? ¿O esclavitud? -preguntó frunciendo el ceño, por fin tenía sus respuestas.
-“Uno nunca debe tener miedo a la verdad, aunque nos duela” -esas habían sido las palabras exactas de Altaïr.
Y dolían, aquel Asesino no podía entender la totalidad de aquel dolor que ella estaba sintiendo en esos momentos. Se sentía traicionada, humillada, estafada… todo eso concentrado en un cúmulo que iba a estallar en cualquier momento, tenía la necesidad de ensartar algo con su espada, pero no la tenía. Miró directamente a Shahar que se relamió los labios.
-Puedes llamarlo como quieras, querida… -esta vez su tono era oscuro y hueco.
Lo mataría, le quitaría aquella espada que tenía en el cinto y le degollaría. Vio como alargaba su mano hacia donde se encontraba, sólo un poco más para darle fin a su patética existencia. Un fuerte golpe llamó su atención, una figura blanca acababa de interrumpir aquel momento provocando que sus impulsos de matar a Shahar fueran paliados unos segundos.
-Altaïr -musitó en un tono tan débil que ni siquiera el dueño del castillo pudo haber escuchado.
-¡Asesino! -bramó Shahar furioso.
No pudo reaccionar como habría querido por la inesperada interrupción de Altaïr, por lo que acabó tirada en el suelo por culpa de un fuerte empujón del templario. Cayó sobre sus brazos con el impulso suficiente para darse la vuelta nada más tocar el suelo, estaba tan enfadada en ese momento que podría arrancarle la garganta de un mordisco a Shahar.
-Mis disculpas, Shalim, por colarme -dijo haciendo que ella alzase una ceja y el templario sonriera.
-“Idiota” -pensó.
-¿Así que estás buscando a Shalim? -Preguntó a son de burla-. Estoy seguro de que mi hermano le gustará reunirse con nosotros.
Pudo notar el desconcierto en el rostro de Altaïr, sin lugar a dudas era un pésimo investigador sino se había enterado que Moloch tenía hijos gemelos. Se escuchó un ruido proveniente de la parte superior, ahí estaba el verdadero Shalim, haciendo una aparición magistral con una enorme sonrisa adornando sus labios.
-“Sonríe mientras puedas, te borraré esa sonrisa con mis puños” -poseía más fuerza de la que aparentaba, aunque estaba segura que no tanta como la del Asesino.
Se levantó justo a tiempo para observar que una de las puertas laterales entraban dos enormes guardias, aunque no habían desenvainado aún las espadas. Al parecer en vez de atacar a Altaïr se decantaron por ella, una presa muchísimo más fácil a su juicio. Si no recordaba mal era los dos bastardos que habían dañado a Ihsan en el burdel, templarios que habían roto sus votos olvidando el celibato y maltratando a los indefensos, aquello no tenía perdón a sus ojos. Vio como uno de ellos se abalanzaba para cogerla, de un ágil movimiento hizo una perfecta finta por la izquierda del caballero desenfundando su espada para clavársela justamente en el estómago, subiendo la rodilla para atravesar mejor la coraza.
-“Ya no podrás hacer daño a nadie más, hijo de puta. -sonrió al tiempo que sacaba la espada mientras este se encogía enfrente suya desangrándose- Los culpables deben ser castigados”
Al ver como había matado a su compañero el otro soldado se había quedado estático, no entendiendo cómo una mujer empuñando un arma tan pesada había acabado con la vida de un caballero entrenado. Sacó la espada y empezó a atacarla, con algo de dificultad, los golpes no eran concisos, tampoco se podía decir que la fuerza ejercida fuera demasiado.
-“Claro, sólo tienes fuerza cuando te da por pegar a putas ¿verdad?”
Adelantó el pie dándole un codazo en la nariz, haciendo que esta sangrase para que acabase aullando de dolor. Había bajado la guardia, si fuera un verdadero soldado sabría que bajo ningún concepto eso debía de hacerse. Se puso detrás de él y al igual que el verdugo dicta sentencia le rebanó el cuello de oreja a oreja. Miró su ropa, estaba manchada de sangre, al igual que sus pies o sus manos. Parpadeó confusa, todo había tenido sentido, todo lo que había hecho hasta ese momento tenía sentido, pero ahora… su mundo se había desmoronado por segunda vez. Su respiración estaba agitada, tenía que pensar que hacer ahora, a donde ir.
-“Las chicas” -fue lo único que le vino a la mente.
Lo asustada que tenían que estar por el futuro incierto a las que estaban condenadas, encerradas en aquella habitación del castillo. Alzó la vista y se fijó que Altaïr la estaba mirando fijamente, aunque su rostro seguía oculto pudo observar un extraño gesto plasmado en él.
-Ellos dos -dijo, moviendo ligeramente su espada- y nosotros.
Enfrentarse en un combate contra cualquiera de los dos habría hecho que pudiera descargar toda la rabia que sentía por dentro, cortarle la garganta a Shalim o Shahar hubiera sido un premio por todas las penurias que había sufrido, pero no podía. Miró al Asesino a los ojos, no le había creído, no le había querido creer, seguramente ahora estaría muy orgulloso de sí mismo al ver que había podido mostrarle la verdad. Emitió un sonido de desdén, no ella no se desmoronaría ahora, tenía cosas que hacer. Salió corriendo por la puerta dejando a Altaïr sólo, podría de sobras con ambos hermanos, si eran tan malos con la espada como lo recordaba apenas durarían dos asaltos.
Ella ahora tenía un objetivo más importante, Armand Bouchart.