Fandom: Assassin's Creed
Título: Fuga
Claim: María Thorpe-Altaïr Ibn L'Ahad
Extensión: 2841
Resumen: Lo había perdido todo, pero lo que no sabía era que su suerte estaba a punto de empeorar.
Caminaba por los pasillos del castillo de San Hilarión, su ropa, manos y pies estaban cubiertos completamente de sangre, al igual que la espada que agarraba fuertemente con su mano derecha, no quería llevarse sorpresas de camino a aquella habitación. Sus hombros se movían aceleradamente al igual que su pecho, notaba que de un momento a otro su corazón estallarían por culpa de la presión que estaba siendo ejercida en él. Se paró unos segundos, su piel estaba ardiendo, cada parte de su cuerpo temblaba convulsivamente por culpa de la rabia que en esos momentos sentía. Matar a aquellos guardias no le había dado la paz que estaba buscando, lo que tenía ganas de desgarrar no era el estómago de un corrupto guardia, sino la cabeza de Bouchart.
No era capaz de describir cómo se sentía, las palabras ni siquiera podían explicar ínfimamente la cantidad de sentimientos acumulados que tenía, al igual que los pensamientos inconexos que corrían aceleradamente por su mente, hilando cada hecho que había dado como producto que ella se encontrase en el castillo en ese momento. Todo por lo que había luchado, las personas que había matado, los actos que había cometido… ¿Para qué? Nada más que mentiras, todas ellas eran viles y crueles mentiras. Las palabras que Robert le había dicho en privado, el ideal Templario, la meta final de su Orden, la paz… Todo falsas ilusiones. ¿Qué los Templarios querían algo parecido a la paz? No, como bien había dicho Shahar era el orden civil, o más bien la esclavitud.
-“Merecen morir -pensó furiosa apoyando su mano en la piedra mientras intentaba cerrarla- ¡Todos ellos! ¡Bouchart, Shahar, Shalim, Robert…!” -se sentía tan estúpida.
Escuchó voces a sus espalda, al parecer los guardias estaban siendo alertados de la intrusión del Asesino en el recinto, así que no tardarían en llegar donde estaba combatiendo contra los gemelos. Notó como el frío sudor caría por su coronilla al mismo tiempo que el ferroso aroma de la sangre se hacía más presente a su alrededor, si alguien la veía llamaría demasiado la atención. Una cortesana llena de sangre portando una espada que a duras penas podía levantar, llamativo era poco. Pero debía salir de allí sin ser vista, al igual que tenía que sacar de allí a las chicas.
Cuando los soldados se enterasen de que los dueños del castillo habían muerto, porque estaba segura de que Altaïr acabaría con ellos, tomarían a las cortesanas una a una para hacerles Dios sabe que cosas, y eso no iba a permitirlo. Empezó de nuevo la marcha hasta encontrarse por el mismo pasillo que antes había recorrido. Inspiró hondamente, aquellas muchachas debían de estar asustadas, además su aspecto actual no es que inspirase mucha confianza, fuera como fuese, una mujer cubierta de sangre blandiendo una espada era una estampa un tanto inverosímil.
-“Llevarlas nuevamente al palanquín sin que las vean va a ser difícil” -sabía que una sola podría conseguirlo, pero eran ocho.
Se quedó mirando a la puerta que tenía decorados florales en la parte posterior, al entrar antes no se dio cuenta de ello, pero ahora la resultaba curioso. Suspiró empujando la puerta para luego cerrarla nuevamente tras de ella. Dentro se encontraban todas apiñadas en el centro, vio como sus ojos se centraban tanto en la sangre como en la espada que portaba. Una de ellas soltó un grito bastante agudo, alarmada al verla con el arma.
-Calma, tranquila -habló en tono conciliador-. No estoy aquí para hacer daño a nadie -pero la chica seguía produciendo esos insoportables gritos y su paciencia hacía tiempo que se había agotado- ¡Silencio! -Bramó consiguiendo la calma absoluta, aunque sus compañeras seguían mirándola de extraña forma- Estamos en peligro, debemos salir de aquí.
-¿Peligro? ¿Cómo que en peligro? -Dijo una bastante alterada- Dijiste que no nos pasaría nada, que irías hablar con Shalim ¿y ahora dices que estamos en peligro? -Su tono de voz se había ido aumentando progresivamente- ¡Además portas un arma! ¡Seguro que estamos en peligro por tu culpa!
Algunas le dieron la razón y se pusieron a hablar entre ellas provocando que ella bufase ¿tan difícil era guardar algo de silencio para que la escuchasen? Encogió la nariz, tenía que hacerlas salir de allí aunque fuera a las malas, por lo que tendría que decirles al menos parte de la verdad.
-Mirad, no es lo que creéis -llamó su atención consiguiendo que la mirasen-. Un Asesino ha aparecido cuando estaba con Shalim -explicó-. Se pusieron a luchar, me marché y le quité su arma a unos guardias muertos por si había más en el castillo, por seguridad -se relamió los labios-, así es como me manché de sangre ¿contentas?
Todas se estaban mirando entre ellas, algunas seguían temblando pero al menos no la veían como si fuera una psicópata que estuviera diciendo disparates. Estaba segura de que a ninguna de ellas se la habría ocurrido coger el arma, pero que pudiera encontrarse con alguien peligroso justificaba este hecho. La chica de Acre al contrario que las demás parecía ilusionada, sus ojos brillaban como dos luceros, estaba segura de que estaba a punto de llorar.
-¿Los Asesinos están aquí? -Su voz era clara y calmada- ¿Van a sacarnos de aquí? ¿Acabarán con los templarios?
Ante aquella pregunta no pudo más que dirigirle una mirada cargada de incredulidad ¿cómo es que esa chiquilla estaba contenta de que atacasen los Asesinos? La mayoría de ellas estaban aterradas ¿qué tenía ella de diferente para hacer lo contrario? El resto de las muchachas la miraban de igual forma, totalmente desconcertadas por eso en vez del temor de aquel ataque. Pareció notarlo ya que agachó la cabeza sonrojándose.
-Cuando vivía en Acre uno de ellos me salvó, acabó con seis guardias a la vez -sonrió con nostalgia-. Si están aquí es que entonces acabarán con los Templarios, al igual que hicieron allí.
-Entiendo… -contestó ante su confesión-. De todas formas estamos en peligro, si los señores del castillo mueren rondará el caos y los guardias nos tomarán como su trofeo personal -las miró a todas-. Tenemos que llegar al palanquín sin ser vistas -ellas se miraron inseguras-, es eso o ser violadas continuamente por hombres que os matarán a golpes si os negáis, la decisión es vuestra -se dio la vuelta-. Quienes queráis escapar, seguidme.
Se miraron entre ellas, al parecer no hacía falta palabras ya que vio como se ponían detrás de ellas en fila. Asintió con la cabeza abriendo la puerta, fijándose que no hubiera ningún guardia a la espera, rezaba porque Altaïr aún estuviera liado con los gemelos, eso le solucionaría muchos problemas de cabeza ya que mantendría a los soldados ocupados largo tiempo. Caminaron por el pasillo, escuchando algo de barullo en la lejanía, pero por lo demás podían andar tranquilas por esa zona. Al llegar a las escaleras la cosa se complicó un poco, se podía escuchar el fuerte sonido de pisadas, así que tuvo que detenerlas antes de dar la vuelta a una esquina ya que unos cuatro soldados corrían rápidamente hasta lo bajo del castillo al parecer tras el Asesino.
-“Mierda, Altaïr -frunció el ceño-. Deberías ser menos eficiente”
Si los gemelos habían muerto eso les ofrecía menos tiempo de lo que pensaba. Terminaron de bajar las escaleras hasta que llegaron a una pequeña sala por la que habían pasado anteriormente, estaban cerca de la salida, lo sabía. Les hizo un gesto de silencio observando la pequeña puerta que daba al exterior, se encontraba al final de un largo pasillo que al parecer carecía de vigilancia. Empezó a caminar lentamente intentando no hacer ruido indicándoles que la siguieran, las zonas bajas eran las más peligrosas porque ahí era por donde estarían buscando al Asesino una vez hubiera huido.
-“Sólo unos pasos más” -pensó, pero al parecer su suerte se había acabado en ese momento.
Tres guardias aparecieron dando la vuelta a la esquina justamente hacia el pasillo donde estaban las chicas, algunas gritaron pero no se movieron del lugar. Los soldados parecían sorprendidos por la aparición de las cortesanas, pero rápidamente esa sorpresa pasó a diversión en sus rostros, sabía perfectamente lo que estaban pensando y no iba a permitir que les ocurriera nada.
-Pero mirad que tenemos aquí, gatitas que se han perdido -habló el que iba primero cargando una larga pica- ¿podemos acompañaros a algún lugar? -preguntó.
-No hace falta -habló bastante algo haciendo que se fijaran en ella y en su ropa ensangrentada-. La salida está justo ahí.
-¿De dónde vienes, gatita? -dijo otro guardia- Esa sangre no parece tuya, ni esa espada -sonrió socarronamente-. Las gatitas deberían jugar con sus telas, no con armas -esto hizo que frunciera el ceño.
-Creo que prefiero esto a mis telas, gracias -respondió mordazmente- ¿Nos vais a dejar pasar? -quizás alguno de ellos fuera razonable.
-Uhm… -pareció meditarlo unos segundos mientras sus compañeros se reían por lo bajo- Creo que por encontraros merecemos un premio, así que si jugáis un poco con nosotros os dejaremos ir -sonrió lujuriosamente.
-Me parece que no vamos a poder contentaros -movió la espada-. Nos vamos a ir ahora, así que apartaos -ante eso se empezaron a reír estrepitosamente.
-¿O sino que vas a hacer? ¿Pincharnos con tu espada? Seguro que ni siquiera sabes cómo se utiliza, gatita -ella ladeó la cabeza.
-Pero si es muy fácil -mostró sus perlados dientes- lo afilado raja cuellos, o al menos eso he visto -se puso en una pose ofensiva mientras las demás retrocedían.
Los guardias parecían sin tomarla en serio, ya que el primero que se acercó fue el que portaba la pica, acercándola lentamente, como si quisiera espantar a un pájaro. Era tan normal que los hombres menospreciasen a las mujeres de esa forma que le entraron ganas de clavarle la pica en la cabeza, pero sería misericordiosa, únicamente perdería la mano. Al estar lo suficientemente cerca se movió cogiendo la pica atrayéndolo hasta ella proporcionándole un golpe certero en la muñeca haciendo que soltase un agudo grito de dolor. La miró con los ojos desorbitados llevándose un cabezazo que lo dejó tirado en el suelo con la muñeca partida en dos, no moriría, al menos si se despertaba pronto.
Los otros dos abrieron la boca sorpresivamente y la miraron como si se tratase de un espejismo. Cogió la pica del suelo apoyándose en ella, no las había utilizado mucho, lo que más usaba eran espadas, aunque las dagas tampoco estaban mal; pequeñas, manejables además de discretas. Uno de ellos se abalanzó sobre ella con la espada en alto, cosa que fue fácilmente contrarrestado por la suya, le dio la vuelta a la pica en el aire clavándosela en la pierna haciendo que aullara al igual que un perro, bajó la espada sosteniéndose la pierna dándole tiempo a darle un golpe en el rostro con el codo que le partió la nariz haciendo que se resbalase hasta el suelo acabando sentado.
-“El que les haya entrenado debe ser el peor maestro de armas de la historia” -se agachó quitándole la espada al soldado pasando por encima de los dos guardias para acercarse al tercero.
Parecía estar paralizado, tanto que mantenía su espada baja, como si ella le provocase algún temor profundo por haber venido con demasiada facilidad a sus compañeros. Se colocó a una distancia prudente suya, estirando el brazo lo suficiente como para que la espada rozase la punta de la nariz del soldado.
-¿Nos dejarás pasar? -preguntó, este asintió rápidamente-. Bien, levanta las manos, despacio -el soldado hizo lo que le indicó sin rechistar, miró en su cintura, en él tenía un pequeño puñal plateado, de mano-. Dame el puñal -señaló a su cintura haciendo que este lo cogiese tirándolo al suelo.
Soltó una de las espadas fijándose en el arma, era pequeña, podía pasar desapercibida entre la ropa de cortesana, cosa que una espada no. Tenía unas bonitas marcas florales en un lateral, no tenía empuñadura y era de doble filo, perfecto para usarlo si se quería bloquear cualquier ataque. Asintió con la cabeza acercándose al guardia que la miraba con cautela.
-Bonito puñal -sonrió alzando la cabeza para mirarlo-. Gracias -después de eso soltó la otra espada propinándole un fuerte puñetazo que lo mandó a la pared. Se dio la vuelta para mirar al resto que se fijaban en ella como si fuera un ser extraño- ¿Qué? Vamos -les hizo un gesto con la cabeza mientras abría la puerta.
Tuvo que llevarse la mano a los ojos para evitar cegarse con la luz del sol, apenas debía de ser mediodía. Su mirada se dirigió hacia las murallas, los arqueros parecían correr hacia la parte oeste del castillo alejándolos bastante de donde se encontraba el palanquín, los cuatro esclavos estaban cobijados a la sombra. Se acercó con pasos lentos hacia los muchachos que tenían el rostro al descubierto, uno de ellos tenía unas feas cicatrices recorriéndole el rostro, como si hubiera sido torturado. Sintió lástima por él, pero tenía otras cosas en mente, en cuanto los guardias vieran el palanquín acercarse a las puertas darían por sentado que les habían dado permiso, nadie llegaría tan lejos huyendo en un vehículo tan visible.
-Nos tenemos que ir, ahora -frunció el ceño-. Están atacando el castillo, así que tenemos que irnos rápido.
Los esclavos seguían mirándola nerviosa, se miró las manos y sus ropas, estaban completamente manchadas de sangre. No lo lamentaba, había hecho lo correcto al acabar con esos hombres, los otros soldados no tenían la culpa de ser tan idiotas como para creer que podrían violar a las chicas que iban con ella sin pagar por ello. Se levantaron nerviosos cubriéndose nuevamente el rostro dirigiéndose al palanquín para colocar la escalera en el exterior.
-Vamos -les indicó a las chicas que corrieron hasta el palanquín.
Subieron de una en una, ella la última vigilando las murallas, no debían verla ensangrentada, eso sería lo peor que podría ocurrirle. Al terminar de subir las demás de un salto entró ahí, guardándose el puñal en la parte trasera de la cintura, atándose el fula a esta para tenerlo escondido. Las muchachas estaban intranquilas, temblaban y alguna que otra parecía estar a punto de llorar. Entendía por lo que estaban pasando, pero ahora estaban a salvo, o casi, no tenía que estar así.
-Nos has mentido -habló la chica de Acre que parecía una de las pocas calmadas-. Las cortesanas no saben pelear -ella volteó los ojos.
-¿En serio? -Preguntó- Eso será lo que te han hecho pensar, pero de donde yo vengo todas las chicas duermen con un puñal bajo su almohada, sólo por si el cliente busca algo que no se le ha ofrecido -se encogió de hombros, esa era una pequeña mentira en comparación del resto-. Así que yo te recomendaría que a partir de ahora lo hicieras, por si te encuentra con tipos como esos -sonrió-, todo hombre es valiente hasta que ve que sus huevos están en peligro. Entonces te respetarán y se comportarán como gatitos.
Todo se quedó en silencio, como si meditaran sus palabras. Era mejor que lo pensasen bien, tal vez aquello les salvaría algún día la vida. Escuchó las puertas del castillo abrirse, el crujir del metal, por ello lanzó un largo suspiro, lo había conseguido, las había sacado sanas de ahí. Ahora el problema era su siguiente objetivo, Bouchart. Seguramente el muy cobarde habría vuelto a Limassol desde que se enteró de la muerte de Moloch para proteger el archivo, era un pésimo líder y peor persona aún si era posible.
-“Pero primero debo escapar -pensó mirando distraídamente a las chicas-. Ojalá hubiera un lugar seguro donde llevarlas, no se merecen vivir para servir a los demás”
Sentía verdadera lástima por el futuro de esas jóvenes, pero no podía hacer nada al respecto. Ella no era alguien con poder y una sola persona no podría cambiar el mundo, si las ayudase a escapar ¿a dónde irían? Repudiadas por su condición de putas, además de vendidas por mercaderes de esclavos o sus mismos parientes ¿de verdad tenía algún lugar donde ir? En Inglaterra podría encontrar algún convento, las monjas se alegrarían de tener nuevas hermanas, cobijo, alimento, cama… Dedicar su vida a Dios era algo que no creía que ninguna de ellas quisiera, pero era un lugar más seguro que un burdel.
-“Ojala pudiera ayudarlas -cerró los ojos-. Pero queda demostrado que si me enfrento al mundo este me dará una patada para darme una puñalada en la espalda -puso una mueca amarga-. La justicia divina no existe -se miró las manos ensangrentadas-, únicamente existe aquella que ejercemos con nuestras propias manos”
Antes lo había pensado fugazmente, pero la verdad es que aquello era lo único que podía pensar si recordaba los últimos hechos acontecidos. Los culpables debían ser castigados, según la proporción de sus actos, y aquellos que cometiesen actos imperdonables debían morir.
-“Hice lo correcto -se repitió recordando el rostro de aquellos hombres que había matado-. Hice lo correcto” -volvió a pensar, tal vez de esa forma no vendrían a torturarla en sus pesadillas.