Fandom: Assassin's Creed
Título: Comprensión
Claim: María Thorpe-Altaïr Ibn-L'Ahad
Extensión: 2533
Resumen: Lo había perdido todo, pero lo que no sabía era que su suerte estaba a punto de empeorar.
Ya casi había atardecido completamente y sólo se podía contemplar el cielo anaranjado mientras que una pequeña brisa fresca se empezaba a levantar trayendo hacia donde se encontraba aún el persistente olor a quemado. Altaïr la había llevado aún más lejos que antes, cerca de la salida de la ciudad, en un lugar aparentemente abandonado desde donde se podía ver toda la ciudad. El castillo de Limassol era como un gigante que sepultaba la ciudad en el que se veían pequeños puntos de luz moviéndose repetidamente por encima de las murallas. Bouchard debía de haber aumentado la seguridad después de la muerte de Federico el Rojo.
Altaïr también miraba atentamente hacia allí. Se había quedado sin aliados en la guardia del castillo por lo que le iba a resultar más difícil entrar sin ser detectado, pero era un solo hombre. Las murallas estaban hechas para detener ejércitos no a una única persona y conociendo al asesino no le resultaría problema alguno en entrar allí nuevamente. Ella se removió incómoda, empezaba a hacer fresco y su ropa no era precisamente algo que pudiera dar calor, había llegado a comprender que en esa zona la ropa holgada era fresca y abrigaba de la noche pero se negaba a vestir así.
-Deberíamos movernos -dijo el asesino en voz alta- ¿Alexander escapó? -Preguntó mirándola y únicamente pudo encogerse de hombros.
-No lo sé, fui la única que salió por la puerta, puede que huyera o que se quemase en el incendio -contestaba con total sinceridad, ni siquiera los había visto en la plaza así que no tenía ni idea de si los rebeldes seguían vivos o muertos.
-Vamos -la cogió por el brazo para levantarla.
Las calles de Limassol estaban oscuras y silenciosas, ni siquiera las ratas parecían querer recorrer aquella ciudad. Realmente deseaba que Alexander no hubiera muerto en el incendio, por lo que había comprobado lo que le había dicho era verdad así que sus razones eran justas, tan sólo quería acabar con la tiranía contra su pueblo. Pero esta no terminaría hasta que Bouchard dejase el cargo de Gran Maestre del Temple y únicamente había dos maneras de hacer aquello; que los juzgaran por sus crímenes o que Altaïr lo terminara matando en cualquier momento. A los rebeldes les valía cualquiera de las dos opciones, a ella no. Bouchard debía pagar por sus crímenes, pero antes los templarios debían saber toda la vergüenza que había traído a la Orden, en lo que había convertido a sus soldados.
Se aproximaron nuevamente a las calles del muelle, ahí era donde se habían encontrado con la resistencia la primera vez, no era descabellado pensar que algún conocido podía estar por allí. Estaban agazapados entre las sombras, el muelle estaba vigilado por un templario que aparentemente no debía de encontrarse demasiado despierto, ya que se encontraba apoyado en la pica perezosamente y bostezaba cada dos por tres. Aquello hizo que se extrañara ¿había habido un templario a la entrada del muelle a su llegada? No lo recordaba, la ciudad apenas había estado vigilada la mañana siguiente. Entendía que vigilasen el castillo, pero ¿el muelle? Quizás querían capturar a Altaïr por si intentaba escapar, que poco sabían de la tenacidad de aquel hombre. Él no se iría de Chipre hasta que cumpliera su misión, no hacía falta conocerle mucho para averiguarlo.
No sabía que estaba mirando Altaïr era en la lejanía, como si sus ojos pudieran alcanzar a ver algo que ella no podía. De entre las sombras del muelle salió un hombre corpulento cargando una caja que despertó al templario dedicándole unas palabras al parecer no muy amables. La conversación no duró mucho, y el marinero siguió su camino hacia la zona pobre de la ciudad, la misma senda por la que ellos habían ido nada más llegar a Limassol. Únicamente había visto bien de cerca a aquel rebelde que se la comía con los ojos y a Alexander, no podía recordar las caras de los demás hombres que había en aquel lugar, pero al parecer Altaïr sí ya que se acercó rápidamente a aquel muchacho.
-Cyrus -le llamó sorprendiéndolo haciendo que soltase la caja asustado-. Soy Altaïr, tranquilo.
-Altaïr… -repitió y se llevó la mano al pecho tranquilizándose- ¿Dónde has estado? Alexander ha estado buscándote por la ciudad, bueno él no, nos ha enviado a buscarte -miró detrás suya y la vio a ella -. Vaya, veo que también la has encontrado.
-Sí, llévame dónde estáis, tengo que hablar con él -este asintió volviendo a coger la caja e intentó ir lo más rápido posible.
El nuevo refugio no estaba demasiado lejos del muelle, apenas unas calles alejado del antiguo, ahí el olor a quemado estaba más concentrado que en otros lugares. Al igual que en el anterior se trataba de un aparente almacén abandonado, las ventanas y la que parecía ser la puerta principal se encontraban tapiadas. Se metieron en un callejón contiguo a la casa y descubrieron que la parte trasera contaba con un pequeño patio donde por la puerta se podía observar la luz que debían de dar las velas. Cyrus dejó la caja en el suelo y entró señalándoles para que le acompañasen.
-¡Altaïr! -exclamó Alexander nada más verlo, su tono se notaba preocupado, y le dirigió una mirada cargada de rencor a ella.
-Alexander -hizo una inclinación con la cabeza-. Temí lo peor cuando María dijo que no te había visto salir de allí.
-Todos conseguimos salir, excepto Silas que estaba durmiendo en la trastienda -negó con la cabeza-. No tenía mucha cabeza pero era trabajador -lanzó un suspiro.
-Siento la pérdida de tu hombre -ella le miró, no recordaba a nadie llamado así aunque tampoco había preguntado-. He visto que la guardia del castillo se ha aumentado -Alexander asintió.
-A pesar de sus bravuconadas, Bouchard sin duda se tomó en serio la advertencia de María. -Al decir esto, le lanzó una mirada tan furiosa que la dejó sin palabras-. Mis fuentes me han dicho que después de destruir nuestro refugio salió de inmediato hacia Kyneria.
Vio como Altaïr fruncía el ceño, Kyneria estaba al otro lado de Chipre en el norte del país.
-Qué lástima. Esperaba reunirme con él -sí, el asesino no era de los que se daban por vencido-. ¿Cuál es la ruta más rápida para llegar hasta allí? -preguntó.
-Por mar, no hay ruta accesible a través de las montañas -contestó inmediatamente.
-¿Cuándo zarpa un barco hacia Kyneria?
-Es una ruta comercial bastante frecuente, seguro que algún barco partirá mañana, déjamelo a mí, encontraré algún sitio para ti -la miró de reojo-. ¿Qué vas a hacer con ella?
Iba a contestarle que tenía nombre pero prefirió callarse, estaba enfadado por haber revelado la presencia de un asesino en la ciudad, pero no había dicho nada de su resistencia, a ellos no los había delatado.
-La llevaré conmigo, es más seguro que si se queda aquí -Alexander asintió-. Si no te importa por ahora quiero descansar, ha sido un día demasiado largo. Y... -hizo un extraño gesto- lamento lo de Osman, era un buen hombre.
Al parecer el líder de la resistencia no esperaba aquello así que únicamente sonrió triste y en su barba se formó más una mueca que la fehaciente señal de pena que debería mostrar.
-Y un buen amigo también -y nada más decir eso se dio la vuelta para hablar con Cyrus sobre el barco que debían tomar mañana.
Altaïr se fue hasta una habitación contigua, en la que únicamente había un par de sillas destartaladas y cajas tiradas por las esquinas. Se sentó con la cabeza pegada a la pared e hizo un gesto para que ella también lo hiciese, iba a volver a vigilarla toda la noche. Ella no sabía que decir, entendía que Alexander le hubiera dirigido aquella mirada pero por dentro se sentía mal, por el joven que murió en el incendio y por el soldado que había sido asesinado. Lanzó un suspiro, tenía que decirlo, sino le seguiría remordiendo la conciencia toda la noche.
-No creo que se lo mereciera -el asesino parecía no entender a que se refería-. Lo de ese hombre, Osman, no creo que se mereciera una muerte así -en los labios de Altaïr creyó ver una sonrisa de satisfacción-. Pero eso no quiere decir que no se mereciera morir, te ayudó para que asesinases a un templario, si hubiera muerto por eso lo vería justo, pero murió por intentar proteger al pueblo, y eso no lo es.
-Me ayudó porque quería también proteger al pueblo, María. Los templarios están acabando con los chipriotas, tú misma has visto hasta qué punto puede llegar la crueldad de Bouchard.
-Pero no es culpa de nuestra Orden, es Bouchard quien está mandando a hacer Dios sabe que cosas a ellos -hizo una mueca-. Nosotros queremos traer la paz, eso es todo, tú lo que quieres traer es el caos -le miró de reojo, esta era la primera vez que hablaban de eso.
-No -negó con la cabeza-. Los templarios queréis algo que no puede ser llamado paz -se calló durante unos segundos-. Mi Orden también busca la paz, pero por otros medios. Vosotros queréis la Manzana para que vuestra paz sea completa, nosotros nunca la usaríamos para ello.
-Vosotros no buscáis la paz -frunció el ceño negando fervientemente ese hecho-. Asesináis a aquellas personas con un ideal diferente al vuestro, da igual que sean templarios o hombres de Salah Al’din.
-Los hombres a los que asesiné estaban tratando de controlar Tierra Santa, traicionando todos y cada uno de ellos a sus señores, tanto Salah Al’din como a tu Rey -aseguró.
Hizo una mueca, Ricardo no era su rey, puede que cuando estaba en Inglaterra sí que lo hubiera sido, pero sobre los templarios ningún reino ni corona tenía potestad sobre ellos, únicamente el Papa era quien podía ordenarles la retirada, bueno y el ahora Gran Maestre. Subió las rodillas y colocó ahí la cabeza fijándose en Altaïr, ella era un soldado, sabía que matar era parte de su trabajo en batalla, pero jamás le traía satisfacción alguna ese hecho. ¿Él sentiría remordimientos al asesinar a sus objetivos?
-¿Sientes algo? -Preguntó tanto para su propia sorpresa como para la del asesino que nuevamente no pareció entenderla- Al matar. Eres un assassin -intentó darle la pronunciación correcta- en esta tierra se asusta a los niños con el solo nombramiento de la palabra y la gente os respeta al igual que os teme -entrecerró los ojos- ¿sientes algo?
Era una pregunta ambigua lo sabía, pero no podía llegar a comprender el trabajo que debía de realizar él. Asesinar a gente que ni conocía sólo porque se lo habían ordenado ¿acaso era justo para sus víctimas? ¿O para él mismo? Seguro que no todos los asesinos estaban hechos para matar o nunca se acostumbraban, pero había podido observar en primera línea como para él no había supuesto ningún problema acabar con los obstáculos que se encontraban en su camino.
-Remordimientos a veces -pareció meditarlo-. Nosotros no somos como vosotros, María, nuestra Orden aprecia la vida de los demás, pero tiene sus contradicciones -aseguró-. Tenemos una serie de normas que nos impiden ciertas cosas, matar a inocentes es una de ellas.
-Pero ¿quién de vosotros es el sabio que juzga quien merece o no morir? ¿Tenéis acaso un Dios que os señale vuestras víctimas? -esta vez su tono era sumamente irónico.
-Nuestro antiguo Maestro era quien nos señalaba los objetivos, por el bien de Tierra Santa debían de morir -contestó rápidamente y ella chistó.
-Ya, yo más bien pensaría que por ‘su’ propio bien debían morir. Ningún hombre debería tener la autoridad para decidir quién vive y quien muere, aunque sea un rey -sus oídos empezaron a pitar, los llantos y gritos de la gente en Acre comenzó a afligirla nuevamente.
Cerró los ojos, aún podía evocar sus caras, los gritos y el olor a piel quemada. Las súplicas se repetían una y otra vez en su cabeza, pero nunca podría hacer nada, no podía cambiar el pasado por mucho que lo deseara y nuevamente aquellas tormentosas palabras volvían a resonar en su cabeza.
-“Algunas muertes son necesarias”
No, Robert se había equivocado esa vez igual que muchas otras. Tragó algo de saliva ¿él también había actuado como Bouchard sin que ella lo supiera? ¿En la matanza de más inocentes incluso de sus propios hombres? Después de la batalla de Altaïr supo que la había mandado a morir, y ella lo habría hecho con orgullo en ese momento pero ¿Qué hombre manda a sus hombres a morir por él? Un cobarde. Al principio no se lo había parecido, pero ahora llegaba a ver cosas que antes había obviado.
Abrió los ojos, puede que los dos últimos Gran Maestre que había tenido hubieran resultado ser un fraude, pero su meta aún seguía siendo justa ¿verdad? La paz, no más muertes, no más esclavitud, no más pobreza ni niños muriéndose de hambre en las calles… sólo paz. De pronto la voz de Altaïr resonó como un eco en sus oídos volviéndola a la realidad.
-Tienes razón -una sonrisa algo pesarosa se mostró en sus labios-. Ningún hombre debería ordenar la muerte de otro, pero las cosas ocurren y no existe nada que se pueda hacer para evitarlo. Además nuestra Orden tiene un nuevo Maestro, jamás ordenaría una muerte sin una buena justificación.
-Seguro -inquirió- será un hombre santo, de paz que retozará con las palomas y sólo condenará las muertes y los peores crímenes contra la humanidad ¿cierto? -planeaba ser sarcástica e inocente al mismo tiempo, pero aquello extrañamente le hizo sacar una risa a Altaïr.
-Te equivocas un poco, pero casi aciertas -ella frunció un poco el ceño y recordó algo que había escuchado en la guarida de los asesinos.
-¿Soléis llamar Maestro a muchos asesinos? -preguntó con cautela.
-Normalmente solo al Maestro se le suele llamar así -era algo sencillo, demasiado sencillo para ser cierto.
Sus orejas habían escuchado perfectamente que aquel asesino imbécil había llamado ‘Maestro’ a Altaïr. No le dio importancia porque supuso que ese era su rango dentro de la Orden, pero si como decía él ese rango sólo se lo otorgaban al líder.
-Tú eres el Maestro de tu Orden -no era una pregunta, sino una afirmación que durante unos segundos sorprendió a Altaïr antes de que pusiera una mueca divertida.
-¿Eso te tranquiliza?
-No exactamente -él solo sonrió.
-Deberías dormir, mañana nos espera un día muy largo en el barco -notó la cara que puso ella-. Sólo es un viaje de un día.
Aquello no mejoraba mucho la cosa, al menos no tendría que soportar estar encerrada durante casi cinco días en un pequeño habitáculo. Intentó acomodarse aunque la pared no era el mejor lugar en el que dormir pero en peores lugares lo había hecho. Sabía perfectamente que Altaïr no lo haría al menos hasta que comprobase que ella sí lo hacía, tenía que vigilarla, pero su cercanía ya no le parecía tan desagradable como antes. No sentía esas impetuosas ganas de clavarle un cuchillo en la garganta, pero tenía sus serias dudas sobre si lo que decía Altaïr sobre él y su Orden era cierto.