The Secret Crusade VI

Jul 07, 2012 01:11

Fandom: Assassin's Creed
Título: Confrontación
Claim: María Thorpe-Altaïr Ibn-L'Ahad
Extensión: 3065
Resumen: Lo había perdido todo, pero lo que no sabía era que su suerte estaba apunto de empeorar.



Respiraba con algo de dificultad y le costaba bastante intercalar un paso detrás de otro. Había estado inconsciente durante unos minutos desde que salió de esa casa en llamas hasta que uno de sus guardias le tiró agua a la cara para que despertarse, al parecer la necesitaban despierta. Aún podía oler a madera quemada en la lejanía y el humo salir indiscriminadamente de lo que ahora serían ruinas, seguía preguntándose si los rebeldes habían conseguido escapar o no. Miró de reojo a sus nuevos captores, aunque tenían la cruz templaria en su pecho la sensación que tenía por dentro le decía que de ellos tampoco debía de fiarse, al menos se pudo liberar de sus ataduras, con las manos algo quemadas pero no de gravedad, gracias a dios.

Se preguntó si Altaïr habría conseguido su objetivo y vuelto a aquel lugar quemado. Dudaba mucho que el asesino se dejase matar aunque fueran una cuadrilla de templarios los que le atacasen, así que lo más probable era que hubiera acabado con quien fuera el jefe de guardias en el castillo. De pronto vio como un par de templarios más aparecieron de la nada llamando a las puertas de las casas, insistiendo en que un anuncio muy importante debía de ser recibido en la plaza, que Bouchard había vuelto. Parpadeó y se temió lo peor, si Bouchard volvía nada impediría que Altaïr acabase con su vida. Sus pensamientos intentaban ligar todas las noticias que había recibido en estos últimos días, si Alexander tenía razón debía de ser juzgado, pero sino sobrevivía ¿cómo lo iban a juzgar? Si Altaïr lo mataba los asesinos ganaban, y aunque no fuera el mejor líder que hubieran tenido lo volverían a perder en poco tiempo, un golpe duro para la Orden.

La acercaron a la plaza, se notaba que no tenían ni idea de quién era ella, o quien había sido, ya no lo sabía bien. Seguramente creerían que era la esposa o la esclava de alguno de los rebeldes, una mujer estúpida y sin aspiraciones que tenía demasiado miedo a escapar por morir a manos de sus captores si este resultaba fallido. Sí, no debían de tener ni idea de quién era ella para no llevarla atada y teniendo ambos espadas a mano, pero por ahora debía de actuar como con que parecía, una mujer sin nadie que la pudiese ayudar y demasiado temerosa siquiera para hablar.

Cuando llegaron allí había más de una veintena de personas murmurando en voz baja sobre la próxima aparición de Bouchard. Uno de los guardias se colocó al lado de las escaleras y apareció Armard dejando a toda la multitud en silencio. No pudo evitar compararlo con Robert y hacer una mueca, sabía que él no había sido la mejor persona del mundo, cometió muchos errores al mando de los templarios, murieron sus hermanos y gente inocente. Nunca pudo perdonarse de haber dejado a Altaïr con vida en el templo de Salomón después de toda la muerte que había arrojado sobre su Orden, pero la diferencia principal entre Bouchard y Robert era la crueldad. Puede que hubiera cometido muchísimos errores, pero Robert nunca fue cruel, ni disfrutó con la muerte, únicamente soñaba con traer la paz a Tierra Santa. Armard disfrutaba con el sufrimiento ajeno, y eso hacía que fuera un pésimo líder para un pueblo que ya estaba siendo oprimido.

-Un asqueroso asesino ha alterado mi orden -bramó con fuerza el templario, al parecer Altaïr había conseguido acabar con su objetivo-. Han matado… al querido Federico el Rojo. A él, que servía a Dios y al pueblo de Chipre con honor, se le ha rendido homenaje con la hoja de un asesino. ¿Quién entre vosotros me traerá al responsable?

¿Federico el Rojo? Lo conocía por la fama que había adquirido, era el entrenador de los jóvenes que apenas podían llegar a manejar una espada con decencia, decían de él que era un maestro excepcional, pero su gran tamaño lo hacía lento para alguien más bajo y liviano que él. Además siempre iba con una gran armadura, por lo que su velocidad era aún más baja. Era cierto que entrenar con armadura te convertía en alguien rápido al quitársela, pero luchando contra un asesino había comprobado que era un gran lastre, podía salvarte la vida, pero no podías moverte con libertad.

Bouchard pareció enfadarse bastante por la falta de ayuda del pueblo, entre ellos no se encontraba ningún rebelde que ella pudiera reconocer, simplemente debían de ser ciudadanos que no sabían siquiera que Altaïr se encontraba allí.

-¡Cobardes! -rugió-. No me dejáis otra opción excepto la de hacer salir yo mismo al asesino. Por la presente, otorgo inmunidad a mis hombres hasta que esta investigación haya concluido.

-“¿Inmunidad? -pensó ella frunciendo el ceño- Si los soldados no atienden a unas normas se tiende al caos, y eso lo sabe tan bien como yo ¿a qué viene eso de inmunidad?”

El pueblo se puso nervioso por ello, si ella viviera allí también estaría nerviosa, soldados que no tenían que darle cuentas a nadie se convertían en mercenarios lo cual no servía mucho para su causa, las palabras de Alexander sobre la matanza de inocentes empezaban a cobrar sentido. Uno de sus soldados se acercó cautelosamente al nuevo líder templario y empezó a hablar.

-Bouchard, los ciudadanos están alterados. Tal vez no sea la mejor idea -estaba de acuerdo con aquel hombre.

Darles inmunidad a los soldados provocaría estragos en una ciudad, sobre todo para capturar a un asesino, debían ir en grupos y nunca investigar separados en los lugares principales, así era como se debía actuar, no dando una libertad ilimitada. Armand volvió la cara, donde una furia indescriptible se había manifestado y sinceramente temió por la vida de aquel soldado que únicamente había pensado en el bienestar del pueblo, de lo que podían formar una panda de hombres sin fronteras ante la ley.

De un rápido movimiento, desenvainó su espada y la clavó en el estomago del soldado. La plaza se llenó de gritos, las mujeres apartaban la vista del grotesco espectáculo y algunas habían empezado a llorar por el temor a ser las siguientes. Sí, sin dudas Bouchard no era para nada un buen líder al que atenerse, si podía haber matado a sangre fría así a uno de sus hombres ¿Por qué no a gente que no conocía? Las palabras de Alexander cada vez se le hacían más verídicas, pero tenía que sobrevivir si querían hacer justicia. El pobre soldado se retorció hasta caer por las escaleras, observando al cielo sin ver nada en realidad. Bouchard se limpió su espada en el brazo de la túnica de aquel hombre.

-Si alguien más se opone, le invito a que dé un paso adelante -hizo un gesto con la espada empujando el cadáver escaleras abajo.

-“Es ahora o nunca” -dio un empujón a uno de sus captores y salió corriendo a través de la multitud.

Sabía que Armand la reconocería, siempre la miraba con desprecio aunque fuera cubierta de pies a cabeza, como si su disfraz no tuviera efecto con él, como si sintiese solo por su presencia que estaba frente a una mujer.

-¡Yo! -Bramó mientras corría y se colocaba de rodillas frente a Bouchard, esos ineptos no se atreverían a acercarse a él después de lo ocurrido con el otro soldado- Armand Bouchard -agachó la cabeza en señal de respeto aunque no se la mereciese.

Cuando la alzó vio la misma sonrisa con la que la recibía siempre que la veía, llena de menosprecio y superioridad. Creía que por tener polla tenía el mundo a sus pies.

-Ah -dijo con sorna-, una vieja compañera -afortunadamente no planearía matarla por su interrupción ya que vio con alivio como guardaba la espada en el cinto.

-Bouchard, un Asesino ha venido a Chipre -hizo una pausa-. Conseguí escapar, pero no puede estar muy lejos.

Suponía que Altaïr debía de estar por algún lado de la ciudad, esperando el momento adecuado para atacar y acabar con el nuevo Gran Maestre, y ella debía impedirlo, era la única que podía impedirlo… Aunque algo dentro de ella pensó que después de lo que había ocurrido quizás Armand sí que se mereciera la hoja de aquel asesino en su cuello.

-Vaya, María -comentó en tono animado-, esta sería la segunda vez que escapas milagrosamente de los Asesinos, ¿no? Una vez cuando De Sablé era el objetivo y ahora aquí, en mi isla.

¿Cómo? ¿Qué era lo que quería decir? Empezó a respirar rápidamente ¿la tomaba por una traidora? ¿Por una mercenaria? Ella le era fiel al Temple y Bouchard lo sabía, pero siempre la miraba de arriba abajo, por ser mujer, sólo por ser mujer era una inferior y un ser inferior es alguien traicionero por naturaleza, sabía que así pensaba aquel hombre, pero tenía que razonar con él, tenía que creerla.

-No estoy confabulada con los Asesinos, Bouchard -espetó- Por favor, escucha.

-De Sablé era un desgraciado sin fuerza de voluntad. El versículo setenta de la Regla Templaria fundacional prohíbe expresamente tener trato con las mujeres… Pues en ellas el diablo teje su más fuerte red. De Sablé ignoró este principio y lo pagó con su vida.

Notaba como su rostro empezaba a colorearse de un color rojizo por la ira que despertaban esas palabras en ella ¿Qué las mujeres están confabuladas con el diablo? ¿Qué por confiar en ella Robert había muerto? ¿¡Qué ella era una traidora!?

-¿Cómo te atreves? -se levantó enfurecida, si tan solo tuviera su espada… si sólo la tuviera.

¿Quién se creía él? ¿Acaso alguna vez se había enfrentado a algún Asesino? ¿Creía que podría sobrevivir? Deseó ver a Bouchard con el cuello seccionado, y si era ella misma quien lo hacía se sentiría mucho mejor.

-He metido el dedo en la llaga, ¿no? -Pronunció divertido al parecer por su reacción, y luego dijo-: Encerradla.

Antes que pudiera darse cuenta los dos hombres que la habían mantenido cautiva desde la salida del refugio de los rebeldes la volvieron a coger, pero esta vez sí le ataron las manos, no dejarían que volviera huir con tanta facilidad, como si unas cuerdas pudieran impedirle correr. Si la habían tomado por una traidora sería ejecutada a la mañana del día siguiente, a no ser que  Bouchard la tomara como una prisionera política e intentase averiguar que tanto sabía ella de los asesinos.  Se mordió el labio preocupada, debía de escapar cuando pudiera.

Caminó lentamente por la calle mientras los hombres le agarraban por los antebrazos haciéndole algo de daño, pero sentía más su orgullo y honor herido que el dolor en los brazos. Bouchard la había tachado de traidora delante de sus hombres, de los ciudadanos ¡a ella! ¡Él era quien había traicionado sus votos! Se sentía traicionada por sus propios hermanos, y todo empezó por culpa de ese maldito asesino.

De repente una sombra blanca se abalanzó sobre sus captores haciendo que uno de ellos la tirase al suelo para poder sacar su espada, pero no serviría de nada y ella lo sabía. Cuando consiguió erguirse de rodillas podía observar la hoja de Altaïr manchada de sangre y toda la furia que sentía hacia su propia gente ahora tenía un perfecto blanco para ser descargado. Intentó levantarse, pero le resultaba muy difícil teniendo las manos atadas por lo que él intentó ayudarla.

-Quítame las manos de encima -dijo bruscamente-. Me consideran una traidora, gracias a ti.

Altaïr se la quedó mirando fijamente, como si las palabras que había dicho fueran otro idioma para él, pero extrañamente después de ese claro análisis sonrió indulgentemente.

-No soy solo una excusa oportuna para tu cólera, María - ¿quién le había dado el permiso para llamarla por su nombre?-. Los templarios son tu verdadero enemigo.

¿Los templarios? Frunció el ceño, todo era por su culpa, suya y toda suya. Si no hubiera matado a Robert nada de esto estaría ocurriendo.

-Te mataré cuando tenga la oportunidad -prometió, su ira hablaba por ella.

-Si tienes la oportunidad… Entonces nunca encontrarás la Manzana, el Fragmento del Edén -comentó-. ¿Y qué mejor para congraciarse ahora mismo con los Templarios? ¿Mi cabeza o el artefacto?

-“Las dos serían bien recibidas” -entrecerró los ojos.

Pero tenía que admitir que las palabras de Altaïr eran ciertas, él debía de ser el único que sabía dónde se encontraba la Manzana, su muerte provocaría que este lugar se perdiese para siempre, y el fragmento era más importante que sus ganas de venganza o gloria. Rápidamente abandonaron aquella zona yendo a través de calles poco transitadas, pudo darse cuenta de cuando encontraron los cadáveres ya que en la lejanía oyó un grito de mujer y algo rompiéndose bruscamente contra el suelo.

Altaïr era quien la llevaba por aquella ciudad, sabía que lo estaba haciendo casi al azar, alejándose cada vez más de la zona y ocultándose entre las sombras de los callejones. Esto no era Acre como para manejarse con tanta comodidad por aquellos escondrijos. Una pequeña duda la asaltó, la había encontrado muy rápido ¿acaso había escuchado a Bouchard en la plaza también? Pero si lo hubiera hecho habría ido tras Bouchard y lo habría asesinado antes de que se metiese en el castillo, donde después de la muerte de Federico el Rojo aumentarían la seguridad para impedirle entrar, aunque seguía estando aquel templario traidor, Osman.

Se detuvieron en una zona bastante alejada de la plaza, cerca de los muelles, hasta aquel lugar podía oler perfectamente la sal marina y el humo que aún se respiraba en el ambiente. Altaïr señaló al lado de unas cajas para que se sentase lo que ella hizo aún pensando en aquello. El asesino se quedó de pie apoyado en la pared, también se encontraba pensativo ¿estaba planeando como matar a Bouchard ahora?

-¿Por qué no has ido tras él? -Preguntó intrigada por la acción del asesino- No te ha debido dar tiempo en acabar con él e ir a soltarme sin que una veintena de guardias acabaran siguiéndote, así que sé que no lo has matado -razonó- ¿Por qué has ido tras de mí?

Era cierto que Altaïr la había vencido dos veces y cuando hablaba con ella parecía más divertido que otra cosa, pero aparte de todo eso era quien se había negado a que sus seguidores en Acre después de que escapase, también impedido que la violasen y ahora evitado que la encarcelasen. Era muy contradictorio porque él sabía que no hablaría, no después de lo que ocurrió en Arsuf cuando dio demasiada información a un enemigo que no debía llegar a tiempo para parar a Robert.

El asesino permaneció callado y al parecer pensativo ante la respuesta que debía de darle. Ahora mismo no se sentía tan enfadada con él como con Bouchard, pero se negaba a creer en sus palabras, podía entender que la Resistencia de Limassol quisiera acabar con Bouchard y su tiranía, ella misma deseaba clavarle una espada en el estómago, pero la finalidad de su Orden era la paz y quería que la consiguieran, por eso debía recuperar el fragmento.

-Eres de utilidad -habló por fin el asesino- puede que no me creas, pero eres de utilidad- ante eso alzó la ceja.

-¿Y porque soy útil dejas que se te escape tu principal objetivo? -era absurdo que la salvase por ello.

-Sabes de mi Orden, de mis hermanos y de los rebeldes, si te capturasen hablarías y ellos estarían en peligro -la miró aunque sus ojos estaban demasiado ocultos como para verlos-. Prometí que les ayudaría, capturándote los templarios estarían condenados. Tu utilidad es que te tenemos nosotros, no ellos -hizo un gesto con la cabeza.

Así que era eso, la había salvado para que no hablase sobre lo que sabía de los asesinos. La pequeña parte de su cerebro que intentaba comprender el comportamiento de Altaïr quedó completamente en blanco en ese momento, todas las veces había sido para que no hablase de lo que había visto. Pero aún no sabía porque la mantenía con vida entonces ¿por ser mujer? ¿Para venderla a algún mercader? ¿Por qué? Hizo una mueca de disgusto y prefirió molestarle.

-Aunque claro, no necesitas matar a Bouchard ahora mismo -acentuó el nombre- vuestro amiguito el traidor puede abrirte las puertas del castillo cuando quieras y hacer una entrada triunfal para matarlo ¿Qué prisa hay? -bufó, seguramente ese sería el nuevo plan del asesino.

-Osman ha muerto, es el soldado que mató Bouchard en la plaza -se agachó para mirarla fijamente a los ojos cosa que hizo que ella se echase para atrás-. ¿De verdad crees que Osman era un traidor y se merecía esa muerte sólo por no querer hacer sufrir al pueblo? ¿De verdad crees eso, María?

Se le quedó mirando a los ojos y notó la seriedad en sus palabras. No, no había estado de acuerdo con la muerte de aquel soldado, tan sólo quería evitar el caos que iba a formarse en aquella ciudad por la absurda orden de la inmunidad con los templarios en la ciudad. Pensó que Bouchard era cruel para tratar así a sus hombres y que con el pueblo sería aún peor, pero también estaba el que Osman era un traidor que había abierto las puertas de par en par a Altaïr para que acabase a Federico el Rojo ¿acaso eso no merecía la muerte?

-“La traición es una cosa… pero él murió por proteger al pueblo. Bouchard no debía de tener idea de que ayudaba a los Asesinos” -tragó saliva y desvió la mirada.

Dentro de poco atardecería y no era muy seguro quedarse en un mismo sitio tanto tiempo, así que si no se equivocaba Altaïr y ella comenzarían a moverse pronto. Bajó la mirada hacia sus piernas, meditando las palabras de él. Era cierto que no merecía la muerte por aquello, si hubiera sido por su traición lo comprendería, pero al igual que un hombre roba para alimentar a su familia aquel soldado había ayudado a la resistencia para evitar el sufrimiento del pueblo por culpa de Bouchard, eso lo entendía…

Se sentía confundida, hacía una semana habría deseado la muerte a cualquier persona que fuera contra su causa, pero ahora se encontraba entendiendo el sentimiento de libertad que deseaban los rebeldes. Aunque claro, eso distaba mucho a que al igual que ellos simpatizase con los asesinos, eso sería lo último que podría llegar a pensar.

maria thorpe, ac: the secret crusade, Altaïr

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