The Secret Crusade V

Jul 03, 2012 23:13

Fandom: Assassin's Creed
Título: Conversaciones
Claim: María Thrope-Altaïr Ibn-L'Ahad
Extensión: 2308
Resumen: Lo había perdido todo, pero lo que no sabía era que su suerte estaba apunto de empeorar.



Podía observar como por la roseta tapiada que había en la sala contigua el sol empezaba a marcharse poco a poco del cielo. Altaïr hacía ya más de una hora que había salido a acabar con su objetivo sin que ella pudiese saber quién era el pobre desgraciado al que iba a asesinar ¿sería algún conocido suyo? Desde que este se marchó no había vuelto a abrir la boca, era cierto que ahora mismo podría estar insultando a Alexander o intentando cabrear a alguno de sus hombres, pero esto sólo serviría si estaba uno de ellos solo, mientras tanto cabía esperar.

Pensó en lo que le había dicho a Altaïr cuando llegó a la ciudad, sobre el temor que sentía el pueblo hacia los templarios y hasta cierto punto podía llegar a comprender el porqué de ello. Conocía a Bouchard, puede que fuera un buen guerrero, un hombre arraigado a su fe y que por ningún motivo se saltaría una norma de la Orden, pero precisamente por ello no era un buen líder. Puede que Robert no fuera la mejor persona del mundo, pero sabía hasta que punto podía saltarse una norma, aunque mayormente era para beneficio propio, ella era la prueba de ello ¿Qué hacía una mujer en los templarios? Para Bouchard era una deshonra, para Robert era su ayudante, pero ¿para los demás? ¿Qué había sido ella? Nunca nadie la había podido vencer en batalla cuando entrenaba excepto Altaïr, eso debía de significar algo.

Puso la mano en su boca y suspiró pensando en la situación de Chipre. Un pueblo atemorizado es más dócil que un pueblo furioso, eso lo sabía bien, pero un reinado del terror tan solo acababa llevando al caos y como veía a través de sus barrotes a la rebelión. Las normas que habían impuesto en Limassol debían de cumplirse, en el ejército era necesario cierto orden para no pasar de soldados a mercenarios que acabarían matando indiscriminadamente a quien se interpusiera en su camino al igual que una turba furiosa.

-“Pero… -pensó- ¿acaso eso no pasó ya?”

Cerró los ojos evocando las calles de Acre la primera vez que las recorrió. Aparte de la matanza al sur de la entrada donde se habían apilado los cuerpos de los infieles la ciudad apestaba a muerte. Había cuerpos de niños en medio de las calles, madres desconsoladas que lloraban al lado de los cadáveres que empezaban a pudrirse, cuerpos sin nadie que los lamentara siendo comidos por los cuervos y perros. Sabía que en batalla era difícil diferenciar un hombre armado de un niño, pero eran entrenados para aquello, deberían haberlos diferenciado y evitar aquellas muertes. Pero ningún templario derramó una lágrima por la matanza, únicamente una ardua celebración por la conquista de la ciudad. Ella se había quedado apartada en la sombra con un vaso de vino en la mano pensando si en aquel momento había vendido su alma.

Ladeó la cabeza y se puso en pie, era cierto que para conseguir la paz hacían falta sacrificios y también era verdad que sus hermanos habían cometido errores, pero los humanos erraban y Dios era quien les concedía perdón. Aunque Sibrand se había reído sobre aquella forma de pensar de ella, negando la existencia del mismo Dios por el que iban a conquistar Tierra Santa, burlándose en medio de la borrachera de que si era cierto que se apareciera frente a ellos para convencerlo. Ella lo había tomado inicialmente como delirios por culpa del vino, porque ¿Por qué ir a proteger algo en nombre de quien no existe? Era ridículo.

Parpadeó, sus cavilaciones la estaban empezando a confundir. A pesar de todo aquello, a pesar de que no hubiera Dios, cielo o infierno ellos estaban atados a un juramento para servir y proteger. Miró de reojo a Alexander, pensando en que debían de haberle dicho a ese tal Osman para que traicionase a sus hermanos ¿lo habrían sobornado acaso? La codicia era un pecado capital al que muchos hombres acababan sucumbiendo tarde o temprano.

-“Y mi pecado es la vanidad -pensó para ella misma-. Quería venir a Tierra Santa por honor y gloria, y aquí estoy, prisionera de rebeldes y asesinos”

Tal vez si le preguntaba a Alexander le contestaría con sinceridad, por ahora no le habían mentido en ningún momento que supiera, por la información con la que contaba y lo que había llegado a escuchar sentada en la celda Bouchard aún no se encontraba en Chipre, había ido a Acre a inspeccionar los últimos barcos que debían de dirigirse a Limassol. Si lo hubiera sabido habría ido sin duda a buscarle en vez de ir a encontrar a Conrado.

-Oye, Alexander -llamó directamente al rebelde que pareció sorprendido por su reclamo- ¿Porqué os está ayudando un templario? ¿Le habéis sobornado?

Quizás porque no la consideraban una amenaza potencial o porque le seguía haciendo gracia su forma de hablar él se acercó hacia los barrotes con una sonrisa de comprensión en los labios, como si lo que quisiera decirle fuera dirigido hacia una niña pequeña que apenas comprende los problemas de los adultos.

-Osman nos ayuda porque puede diferenciar lo que está bien y lo que está mal -hizo una breve pausa-. Y sabe que los templarios no hacéis el bien precisamente.

-Nosotros queremos la paz y el orden, para que no haya más muertes injustas ni dirigentes tiranos -esa era la verdad de la Orden, su verdad, pero ¿sería también la de sus hermanos?

-¿En serio? -Preguntó en tono irónico- Supongo que conoces a Bouchard mejor que yo, es cruel y no le importaría cortarle la cabeza a un niño por el simple hecho de tropezarse en su camino -tomó aire-. Puede que nuestro antiguo rey no fuera muy querido, pero no nos atemorizaba de esta forma ni ordenaba matanzas por mantener vuestro preciado ‘orden’.

-El orden es necesario, sin él todo recaería en el caos y el libertinaje, no sabríais que hacer -había cierta inquietud en sus palabras, como si no las creyese del todo.

-¿Y la muerte de inocentes? ¿Vuestro orden lo justifica? -aquello le pareció una broma, pero al parecer Alexander estaba hablando totalmente en serio.

-“Algunas muertes son necesarias” -la voz de Robert volvió a resonar con un fuerte eco en su cabeza-. Si eran inocentes entonces Bouchard debe someterse a un juicio -tragó saliva- los altos mandos de la Orden deberán juzgarlo por sus crímenes, no bajo las manos de un asesino -ante aquellas palabras el chipriota no pudo más que reír.

-¿Juzgar? ¿De verdad? -la miró fijamente- El pueblo, sus hombres, todos le tienen miedo.

-Yo no -negó rápidamente y este alzó la cabeza.

-Entonces eres idiota o no le temes a la muerte, apostaría por la segunda opción -se dio la vuelta pero ella no había terminado de hablar.

-¡Si estáis luchando contra eso lo entenderíamos! ¡No os juzgaríamos como rebeldes, sino como ayudantes del pueblo si vuestras palabras son ciertas! -se aferró a los barrotes- Libérame y yo iré hablar con mis hermanos, a contarles sus crímenes si son ciertos.

Alexander se paró a unos pasos y giró lentamente la cabeza lanzando un suspiro, como si aquello estuviera superándole. No sabía que esperarse de aquel hombre, estaba de acuerdo hasta cierto punto que si había matado a inocentes, no en batalla donde los errores eran comprensibles, debía de pagar por sus crímenes. Pero que fuera asesinado por  Altaïr era hasta demasiado para Bouchard.

-Admiro tu valor, mujer -se calló-. Pero sólo eres eso, una mujer, nadie te creerá. Lo siento -y después de eso llamó a sus hombres para irse dentro de la trastienda.

Apretó fuertemente los labios y dio una patada al aire ante aquel comentario ¿Por qué? ¿Por qué? ¿¡Por qué!? Siempre todo retornaba a lo mismo, su sexo. Si fuera hombre hubiera podido ir a la guerra sin necesidad de engaños, si fuera hombre podría haber vencido a Altaïr, si fuera hombre sus hermanos no la habrían dado de lado en Acre, si fuera hombre sus palabras serían creídas. Sin embargo era mujer, su destino debía ser tener niños, criarlos, hacerse cargo de una casa y no discutir a su marido, debía ser complaciente, agradable y sonreír… pero ella no podía ¡no podía! ¿Por qué no podía ser una mujer que luchaba? ¿Es que acaso su espada no hería a su rival de igual forma? ¿Acaso sus palabras no sabían de su boca con el mismo tono sincero que el de cualquier hombre? ¿Era por su polla? ¿Acaso eso les ofrecía veracidad? Un hombre podía mentir, tuviera o no polla ¿Por qué una mujer no podía decir la verdad? Era injusto, tan injusto que le entraron ganas de llorar de la rabia que sentía.

Se sentó en el suelo nuevamente mascullando improperios en voz baja, no quería que Alexander volviera para animarla a hablar así. Sus hombres le habían seguido por lo que su plan de engañar a un guardia y huir se acabó. Hundió las uñas en sus brazos aferrándose a ellos como si tuviera frío, le daba tanto coraje… tanto… Si sólo fuera un hombre, si sólo fuera un varón su vida no sería tan patética como la veía ahora. Necesitaba desahogarse, así que se metió el puño en la boca y al mordérselo lanzó un fuerte alarido de dolor y agobio. ¿Debía creer las palabras de Alexander? ¿De verdad habían asesinado a inocentes? Eso era grave pero… los de Acre también eran inocentes, su pecado era ser musulmanes, ¿acaso no habían matado por matar? ¿No por la paz? ¿Qué peligro dan unos niños asustados y atemorizados que abrazan a su madre? ¿No gritaban igual que los cristianos cuando el aceite les cayó encima? ¿Acaso eso no se consideraba asesinato?

-“Algunas muertes son necesarias” -volvió a oír la voz de Robert.

-“¿Pero cuando dejan de ser necesarias y se convierten en asesinato?” -se preguntó -“¿Bouchard había creído que la muerte de gente inocente atemorizaría lo suficiente a la población para no sublevarse? ¿Acaso eso era necesario?”

Había una parte de ella que no sabía que pensar, que estaba confusa por tales revelaciones, pero por otra parte se negaba a creer todo lo que se decía de los templarios. Si alguien estaba dando una imagen distorsionada de la Orden era Bouchard no sus hombres, ellos únicamente cumplían órdenes, por muy crueles y despiadadas que fueran. Además era el nuevo Gran Maestre, nadie se atrevería a llevarle la contraria, tal vez si contase con el apoyo de los líderes de los caballeros hospitalarios y con los teutones podrían ir en contra Bouchard, pero ya no contaba con la influencia necesaria para ello ni con el tiempo.

-“Primero debe sobrevivir -pensó-. Si Altaïr no lo mata podremos juzgarlo, podremos comprobar si sus crímenes son reales, pero primero debe sobrevivir…”

Respiró hondamente, rezaba para que el asesino no diera con él pronto. Por suerte sino se encontraba en Limassol no podía acabar con él. Notó un olor peculiar y se fijó que debajo de la puerta principal empezaba a salir una pequeña hilera de humo blanco lo cual la desconcertó durante unos segundos. De pronto una pequeña bola de fuego entró por la roseta y empezó a incendiar todo lo de su interior. Su respiración se aceleró y únicamente pensó en gritar.

-¡Fuego! -bramó- ¡Fuego, fuego! ¡Rebeldes idiotas! ¡Os han descubierto! ¡Fuego! -gritó mientras movía los barrotes intentando quitarlos.

Entonces el mundo se tornó en caos, el humo seguía entrando y Alexander y sus hombres aparecieron en la puerta asombrados y asustados por las llamas. Tenían que liberarla ¡tenían que sacarla de allí! ¡Sino moriría abrasada! Un miedo irracional la absorbió, el fuego representaba el infierno, y ella no quería quemarse ¡no quería quemarse!

-¿¡Qué narices estáis mirando!? ¡Sacadme de aquí! ¡YA! -exigió desesperada mientras miraba a los hombres, únicamente Alexander pareció entenderla ya que los otros se quedaron parados sin hacer nada.

-¡Ya, ya! ¡Cálmate mujer! -sacó unas llaves de un lado de la túnica y empezó a manejarlas con nerviosismo.

-¿¡Que me calme!? ¡Esto se está quemando! ¡No me pidas que me calme, idiota! -movió bruscamente los barrotes que parecían ceder algo más.

El humo cada vez era más denso y empezaba a costarle respirar, tosía una y otra vez sin poder captar aire en los pulmones, sentía que iba a ahogarse. Miraba a Alexander que por fin parecía haber encontrado la llave necesaria para abrir la puerta. Ella tardó menos de dos segundos en salir de ahí aún tosiendo para dirigirse a la puerta corriendo.

-¡No! ¡Eso es lo que ellos quieren! -pero no le estaba escuchando, únicamente pensaba en respirar.

Cerca de la puerta había fuego, no tanto como detrás suya, pero bastante. Necesitaba salir, aunque fuera empujando la puerta. Intentó taparse la nariz para poder respirar algo, pero aún tenía las manos atadas, las puso al fuego unos segundos para separarlas. Al hacerlo reunió el valor suficiente para salir corriendo a través del fuego y salir a la calle, donde unos hombres nada más salir la capturaron nuevamente.

Se sentía fatigada y con la visión borrosa, seguía tosiendo, pero ya no hacía calor, no había llamas y fuego. Estaba a salvo momentáneamente. Intentó mirar a su alrededor, quienes la habían cogido eran dos caballeros templarios que la empezaron a llevar lejos de aquel lugar. Su cuerpo aún temblaba, las ataduras le quemaban y aunque el aire en sus pulmones era limpio aún podía oler la madera quemada. Una parte de ella se preguntó si Alexander y sus hombres habían podido salir de allí sanos y salvo, y otra quería que se quemasen lentamente.

Volvió a toser otra vez fuertemente, aquellos templarios la llevaban lejos, ¿al castillo? ¿La habrían reconocido? Pero no estaba segura ya que pocos segundos después cayó inconsciente, aunque pudo jurar haber escuchado gritar a alguien su nombre en la lejanía.

maria thorpe, ac: the secret crusade, Altaïr

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