The Secret Crusade VIII

Jul 12, 2012 14:41

Fandom: Assassin's Creed
Título: Planes
Claim: María Thorpe-Altaïr Ibn-L'Ahad
Extensión: 2894
Resumen: Lo había perdido todo, pero lo que no sabía era que su suerte estaba a punto de empeorar.



Se removió intranquila hasta que de un pequeño espasmo despertó sobresaltada de aquel terrible sueño que había tenido. Miró a su alrededor, como si quisiera concienciarse que los fantasmas del pasado que la atacaron en su pesadilla se hubieran desvanecido completamente. A su lado únicamente se encontraba Altaïr, el cual como siempre mantenía sus ojos ocultos bajo la capucha que tenía, aunque estaba perfectamente consciente de que estaba despierto, eso seguro. Tocó sus manos, en su sueño estaban llenas de sangre y por mucho que se las restregara esta no se iba, aunque limpiase y frotara con todas sus fuerzas estas seguían de ese color carmesí oscuro que tan pacífico parecía.

Sus pesadillas la atacaban cuando menos lo esperaba, no seguían ningún tipo de patrón fijo, simplemente aparecían y cuando esto ocurría realmente sabía que no iba a tener dulces sueños. En ellos aparecían las personas que habían muerto en Acre, la mujer y sus hijos a los que el aceite hirviendo les cayó encima con los rostros derretidos, dejando el músculo y el hueso a plena vista, era una escena grotesca. Pero a sus demonios pasados también se había unido Robert, igual que la última vez que lo vio, acusándola de traicionar al Temple y a él. Si ella no hubiera hablado de Arsuf todo hubiera salido bien, pero se equivocó y él pagó las consecuencias de su descuido. Admitía su error pero había pagado por ello, lo intentó solucionar lo mejor que pudo, nunca dejaría de sentirse culpable por la muerte de su superior, pero había una parte de ella que empezaba a pensar que se la había buscado. Si él hubiera ido al funeral habría matado a Altaïr, pero la mandó a ella sabiendo que no podría soportar un combate contra él.

-Has tenido una pesadilla -la voz del asesino la sacó de sus cavilaciones e hizo que se girase para verle con una mueca de resignación.

-¿Acaso tú no las tienes?

Sabía perfectamente a lo que se refería, a fin de cuentas era humano antes que asesino, sus víctimas también debían de atormentarle en sus sueños. Al menos tuvo la decencia de no contestarle confirmándole sus dudas, aunque verle despierto le planteaba otra más grande que había estado pensando desde que embarcaron hacia Limassol. ¿Cuándo dormiría aquel hombre? Tanto al acostarse como cuando se despertaba el estaba con los ojos abierto de par en par, como si dormir fuera algo secundario ¿acaso era parte búho para soportar casi todas las noches en vela?

-Alexander nos ha conseguido un barco. -Que suerte, nuevamente en un buque maloliente y ruidoso que le provocaba ganas de vomitar con sólo pensarlo-. Son unos piratas que trafican con opio, nosotros nos alojaremos en la bodega.

-“Piratas… -se lamentó mentalmente- primero asesinos y ahora piratas, mis acompañantes cada vez son peores” -Altaïr al menos parecía regirse por una extraña ética que había impedido que la matase, pero los piratas carecían de eso.

Había esperado que al menos fuera otro navío de mercaderes que únicamente se dedicaban a llevar sus productos de un lugar a otro del mar, la alternativa resultó ser mucho peor que la de su anterior viaje.

-¿También los habéis sobornado como al capitán que nos trajo aquí? -aquel hombre ni siquiera se había inmutado por verla atada y no le gustaría ser nuevamente tratada como una esclava.

-No exactamente, la Resistencia no tiene oro para sobornarlos. Simplemente han dicho que éramos un monje y su consorte que necesitábamos ir a Kyneria -alzó una ceja algo divertida con el cambio de papel que había recibido.

-Paso de esclava a consorte, me has subido el rango. -Sí, aunque lo hubiera dicho con toda la ironía del mundo no podía negar que era una broma.

-Has hecho méritos para que te ascienda. -Eso sí que no se lo esperaba, que Altaïr la continuase. Después de ello explicó el porqué de ese cambio- Si fueras mi esclavas los piratas no dudarían en quedarse contigo como botín, además se supone que soy un hombre santo y ellos no llevan esclavos.

-Si me llevas atada no creo que eso funcione -alzó las manos señalando sus cuerdas.

Era algo muy descabellado que un monje llevase un esclavo, eran hombres que dedicaban toda su vida a la oración y peregrinación. No era muy extraño que mujeres que deseaban la absolución de algún pecado grave que habían cometido los acompañasen y sirvieran durante su peregrinación hacia cualquier ciudad para así eximir sus pecados. Era un buen plan aquello del monje y su consorte ¿se le habría ocurrido a Alexander?

-Ya pensaré en algo -fue lo único que dijo.

-“No tienes ni idea” -así tradujo aquello.

Aunque siguiera siendo la prisionera de Altaïr se encontraba mucho más relajada que el día anterior. Era ridículo, hacía tan solo veinticuatro horas estaba deseando huir de sus captores y volver con sus hermanos para avisar del peligro que se cernía sobre el nuevo Gran Maestre. Lo había conseguido, pero ¿cuál había sido su recompensa? Ser tachada como traidora delante de todos y poner en duda sus principios. Aún sentía aquellas ganas irrefrenables de clavarse a Bouchard un puñal en el lugar que le resultara más doloroso, ya que era él el culpable de que sus hermanos le hubieran dado la espalda. Ya no podía considerarse una templaria aunque quisiera, ahora no era más que una fugitiva.

-“Pero también él tiene parte de culpa -miró al asesino de reojo-. Si no me hubiera dejado vivir dos veces no me tomarían por una traidora”

¿Debía de culparle? Únicamente la había dejado con vida ¿tenía de estarle agradecida o maldecirle? Quizás es que verdaderamente no podía matar mujeres y sí que creyó que le serviría de algo en Chipre, sin embargo le dijo a los hombres de Alexander que la quería intacta ¿para qué? No se atrevía a preguntarlo. Su cabeza parecía un extraño laberinto de ideas que no hacían más que chocarse una y otra vez contra una gran pared que no podía derrumbar, allí debía de encontrarse la verdad ¿Por qué no podía encontrar el camino correcto?

Lo único que sabía a ciencia cierta era que Bouchard debía de pagar por sus crímenes y abandonar el liderato del Temple por alguien sabio y honrado. La Resistencia prefería obviamente que Altaïr lo matase, pero ella prefería otros métodos menos sanguinarios para llevar a cabo todo ese asunto. Primero debía de intentar contactar con alguno de los suyos para que hablase con el nuevo líder de los caballeros hospitalarios y el de los teutones. Si no se equivocaba el cargo de Garnier había pasado a Geoffroy de Donjon y el de Sibrand a Gerhard, por desgracia no conocía a ninguno de ellos, aunque el nombre de Geoffroy le sonaba vagamente de algunas conversaciones que había escuchado a Robert.

Pero ¿quién se fiaría de ella en estos momentos después de haber sido tachada públicamente de traidora? Además ¿quién había en Chipre que la conociera a ella? Sabía que tanto Shalim como Shahar no se movían de la isla, pero no sabía en donde se encontraban. No había escuchado de su presencia en Limassol, pero quizás se encontrasen en Kyneria. Shalim era un mujeriego que si no fuera por su padre no estaría aún en el Temple, Shahar era más razonable, tal vez si se encontraba en la ciudad podía hablar con él de Bouchard.

Minutos más tarde Alexander les dijo que lo acompañasen y le entregó a Altaïr lo que debían de ser las provisiones para el viaje, un pequeño hatillo que contendría la misma comida que ella había probado en su antiguo refugio: pan, pescado salado y agua. Cuando salieron se dio cuenta de que apenas había amanecido, el cielo se encontraba del mismo tono anaranjado que cuando lo vio la última vez y el olor a quemado había sido sustituido por el olor a sal marina. En las calles de aquel lugar no se veía ni un alma, entendía que la gente estuviera asustada sobre todo por el espectáculo del día anterior. Antes de llegar a la zona del muelle el asesino se dio la vuelta y empezó a quitarle las ataduras frente a la mirada de desconfianza que le dirigían los rebeldes.

-No te pueden ver con ellas puestas -murmuró-. Será mejor que no intentes escapar, seguro que te están buscando tanto como a mí -aquello le hizo fruncir el ceño.

-Tranquilo, monje -acentuó mucho la última palabra-. Sé bien como he de comportarme.

No tenía intención alguna de huir mientras estuvieran en Limassol, sabía bien lo que habían los templarios con los que consideraban traidores y aunque Bouchard no se encontrase allí habría dado la orden de que si la encontraban le cortasen la cabeza. Los rebeldes se pararon justo antes de llegar al muelle y se despidieron deseando suerte al asesino con su cacería, para ellos debía de ser un alivio si el Gran Maestre muriera, pero así no se arreglaban las cosas. Mientras caminaba por las tablas del muelle se tocaba las muñecas, no estaban adoloridas, pero las marcas de las sogas permanecerían al menos un rato.

Tenía que comportarse como una mujer humilde que estaba eximiendo sus pecados, eso quizás podría justificar su indumentaria, un castigo por sus faltas podía ser vestir como un hombre ya que era una vergüenza que una mujer vistiera como ellos, la tapadera perfecta. Altaïr le hizo un gesto de que agachara la cabeza y aunque algo enfurruñada lo hizo, poniendo las manos delante de su regazo como le había enseñado su madre hacía tantos años.

-“Baja la cabeza, camina despacio, no tuerzas tus pies y sonríe” -recordaba los golpes en las manos por llevarlas siempre sucias y llenas de rasguños en vez de cuidadas y suaves.

La vida de una dama nunca había sido para ella, ni la deseaba, pero aún así sabía comportarse como una si era necesario. Empezaron a subir por las tablas a aquel buque, era muy parecido al anterior en el que habían estado, sólo que la compañía era muchísimo peor. Los piratas sólo la miraban y bufaban un poco por la presencia del falso monje. Ella debía de parecer una mujer devota, rota por el dolor de sus pecados, que debía de mostrarse humilde y avergonzada por esas ropas, así que puso el mejor rostro que pudo y apretó los labios como si estuviera a punto de llorar por el peso de los ojos encima suya. Bajaron hacia la bodega a través de una escalera vertical y estuvo a punto de perder el equilibrio al tocar el suelo por un movimiento brusco del navío, aquel movimiento era la prueba de que ya estaban de camino a Kyneria.

Notaba el bamboleo que provocaban las olas al chocar contra el casco y sintió una repentina sensación de vacío en su estómago que no tenía que ver con la falta de alimento. Procuró intentar ignorar esa sensación y siguió a Altaïr hasta el punto más alejado de la bodega, allí ningún pirata les molestaría. Mientras caminaba se fijó en aquel lugar, había hamacas de cuerda colgados en diferentes lugares, redes y cajas amontonadas de forma extrañas que también debían de servir de camastro para los piratas, es más, uno de ellos estaba tumbado boca abajo de una de las redes mientras una rata no muy lejos suya se limpiaba el rostro, un espectáculo un tanto inquietante. Se sentó apoyando su espalda en las cajas en vez de en la madera de la nave, el chirriar de esta no hacía más que ponerla de los nervios. Pensó que el asesino se sentaría a su lado pero no, sacó las mismas cuerdas que le había quitado en tierra y se arrodilló frente a ella para ponérselas.

-Si te mueves mucho las notarán -hizo un gesto con la cabeza señalando al pirata dormido que acaba de pegar un ronquido tan alto que había asustado a la pobre rata-. Procura no llamar la atención.

-Va a ser difícil siendo la única mujer a bordo, ¿no te parece? -preguntó con aparente inocencia.

-Sólo es un día de viaje -volvió a recordarle y se sentó a unos pasos suyos.

Sí, sólo era un día, pero rodeada por piratas que bajarían a la bodega cuando les diera la gana para descansar y de ratas del tamaño de gatos, un viaje inolvidable. Notó como en su estómago aún estaba ese nudo que se le formaba al subir a un barco, ese vaivén se notaba más en aquella bodega que en el habitáculo en el que había estado en el viaje anterior, lo cual no mejoraba para nada la situación. Altaïr sacó el hatillo que Alexander les había dado y le entregó un trozo de pan algo blando pero era mejor sustento que cualquier otra cosa. Le dio un mordisco a su comida y recargó la cabeza en la caja pensativa.

Tenía que averiguar primero si Shahar se encontraba en Kyneria, sino la oportunidad de avisar a los demás líderes era nula y tendría que pensar otra cosa. Miró de reojo al asesino que comía tranquilamente su pan, no le había vuelto a ver ese cuaderno extraño que portaba, sabía que lo tenía encima pero no podía distinguir donde. Extraño asesino aquel que se dedica a escribir en sus ratos libres, Robert también tenía un diario pero lo perdió en algún lugar y se pasó varios días maldiciendo su mala suerte.

-“Si perder un diario es mala suerte a mi me ha caído una condena divina” -pensó poniendo una mueca y volviendo a dar un mordisco a su pan.

Después de aquello le pasó la cantimplora que contenía agua fresca, esta vez no intentó dejar al asesino sin agua, la iban a necesitar para el resto del viaje y agradecía que no le hubiera dado el pescado salado al principio, lo guardaría para la mitad del viaje. Altaïr parecía ser un hombre previsor, al menos para aquellas cosas. Apoyó la cabeza en sus rodillas y se le quedó mirando disimuladamente, era cierto que desde sus caminos se habían cruzado las cosas habían ido de mal en peor, pero en cierto modo ahora estaba más tranquila. Se llevó las manos a la boca ocultando un terrible bostezo, aquella pesadilla no la había dejado descansar apropiadamente a decir la verdad.

-Deberías dormir, el camino será largo y no parece que hayas pasado una buena noche -comentó él y ella le dedicó una sonrisa cansada.

-Las he pasado peores, creo que sobreviviré -respondió aunque notaba como le picaban algo los ojos.

Le resultaba tan raro que él pareciera preocupado por ella… Era como si casi verdaderamente le importara su bienestar y no lo hiciese sólo por esa extraña ética que poseía. Según él los asesinos buscaban también la paz, pero jamás utilizarían el Fruto para conseguirlo ¿Por qué? ¿Por qué no utilizar lo único que podía traer paz verdadera a esa tierra? Si tanto templarios como asesinos buscaban lo mismo ¿Por qué no ayudarse mutuamente para conseguirlo? ¿A qué venía tanta muerte innecesaria?

-¿Por qué no usas la Manzana? -Ladeó un poco la cabeza por lo incomprensible de aquella idea-. Dices que tu Orden busca la paz, pero no la usas para conseguirlo ¿no crees que eso es algo muy egoísta por tu parte?

Al parecer Altaïr no se esperó tal queja por parte de ella ya que por un segundo se quedó si palabra hacia su réplica. Si tenía algo que traía paz, evitaba muertes y todos los males del mundo entonces no utilizarla era algo muy egoísta por su parte.

-Un hombre pensó así una vez y acabó muerto -le dijo en un tono pesaroso-. La Manzana es un objeto que puede corromper hasta al más puro de los hombres, utilizarla para conseguir la paz no conseguiría más que un mundo de esclavos.

-No entiendo a que te refieres -negó con la cabeza.

-La Manzana no ayuda a mantener la paz, María. Controla las mentes de las personas, crea ilusiones por así decirlo -apretó los labios-. Si te soy sincero no conozco muy bien su funcionamiento, pero he visto lo que puede hacer y sé que no es capaz de traer la paz que tanto ansias.

-Quizás es que quien la utilizó no supo darle un buen uso, pero estoy segura de que te equivocas -ante su réplica él no contestó, y eso de alguna manera la inquietó.

No supo cuanto tiempo estuvo en aquel lugar que se movía como si una ballena estuviera pegando bandazos contra la cubierta. Notaba la humedad que hacía que su pelo se le pegara al rostro al igual que su ropa y el intenso olor de la bodega que no hacía más que marearla cada vez más. Lanzó un suspiro nada discreto, lo único que podía hacer era dormir, sus pesadillas ya la habían atormentado lo suficiente por una noche así que ya no la volverían a asaltar. Antes de disponerse a dormir miró fijamente a Altaïr que no parecía padecer su mismo mal o al menos lo disimulaba muy bien, era un maldito hombre de piedra al que no le afectaba nada.

-“Pero un hombre de piedra con conciencia” -pensó mientras cerraba los ojos.

Debía de ignorar todo a su alrededor, sus propios pensamientos y la idea de que se encontraba en un trozo de madera flotante. Olvidarlo todo y únicamente intentar soñar.

maria thorpe, ac: the secret crusade, Altaïr

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