77 páginas de Ángeles y demonios (II)

May 29, 2006 23:35

Otro problema de Dan Brown: no es que haya tópicos, es que encima están al cuadrado: el protagonista, en muchas ocasiones, pretende sorprenderse porque las cosas o las personas no responden a la visión estereotipada que tenía de ellas (que ya le vale, a un profesor universitario, pensar por estereotipos), para descubrir que son muy diferentes de como pensaba; pero ahora resulta que dicha diferencia, cuando nos la cuentan, constituye para cualquier lector medio otro topicazo; se sustituye un tópico por otro pretendiendo, encima, que el último es algo muy original. Así, durante toda la presentación del instituto científico donde trabajaba el muerto, que no puedo reproducir aquí por razones de espacio (capítulos 7 y 8), Langdon va de sorpresa en sorpresa porque el lugar rompe todas sus expectativas de lo que debería ser un Instituto científico. Y sin embargo la descripción responde al modelo más manido de cualquier película estadounidense de Campus: científicos modernos y dicharacheros con camisetas de divertidos lemas o chistes científicos, que juegan al Frisbee, y el póster de Einstein sacando la lengua.

Otro tanto ocurre cuando entra en escena la protagonista femenina, la partenaire de Langdon. Se trata de la hija del asesinado, la cual trabajaba con su padre, con quien mantenía una relación de afecto y complicidad (de nuevo el esquema hija intrépida lista -padre sabio/erudito asesinado de El código...) Como ha explicado el jefazo a Langdon, en cuando se ha enterado de la muerte, la hija ha interrumpido su investigación de campo sobre los fondos marinos en las islas Baleares y ha tomado un helicóptero fletado por el instituto, que aterriza a pocos pasos de donde están. A partir de aquí, se reproduce ese esquema de supuesta sorpresa ante lo inesperado por parte del cretino de Langdon:

Un momento después, Vittoria Vetra descendió del helicóptero. Robert Langdon comprendió que el día iba a depararle incontables sorpresas. Vittoria Vetra, en pantalones cortos caqui y top blanco sin mangas, no se parecía en nada a la científica estudiosa que había imaginado (pp. 69-70)

Claro. Lo normal es que a pesar de estar estudiando los fondos marinos con una escafandra y una bombona de oxígeno y que en ese momento desciendes de un helicóptero tras un viaje Islas Baleares-Suiza, Vittoria Vettra hubiera descendido del avión con una bata blanca, gafas de culo de vaso, un microscopio en la mano y una probeta en la otra, que para eso es una científica. El asombro de Langdon es perfectamente comprensible. Pero es que además, la Vetra se baja del avión como el tópico posmoderno de la mujer científico: top sin mangas y pantalón caqui, esto es, Lara Croft (al igual que Langdon es Indiana Jones en su versión traje de tweed, según su descripción en la p. 21).

Brown abunda en la descripción de Vittoria-Lara y se pone picantón:

Cuando las corrientes de aire azotaron su cuerpo, las ropas se pegaron a sus formas, revelando el esbelto torso y unos pechos pequeños (ibíd.)

Para qué revisar el libro en busca de gazapos, si la frase aporta a la novela el toque imprescindible de erotismo puritano: ¿cómo se pega un top sin mangas, que es lo que viste, a su cuerpo cuando el viento lo azota? ¿Incrustándosele en la carne?

Pero esperad, que un instante después, Langdon da otra prueba de su sagacidad sin parangón, esa que le lleva a descifrar los códigos y enigmas más arduos del universo:

Langdon contempló a Vittoria mientras se acercaba. Era evidente que había estado llorando, y sus ojos de un negro profundo estaban invadidos de unos sentimientos que Langdon fue incapaz de identificar (p. 77).

Sus ojos de un negro profundo estaban invadidos de unos sentimientos que Langdon fue incapaz de identificar. Ánimo, Sherlock: ¿Puede tratarse de tristeza, pérdida por la muerte de tu padre, con quien estabas muy unida y a quién acaban de asesinar salvajemente, y aún yace calentito sobre el linóleo de su propio despacho? (No sé si el suelo es de linóleo, pero la frase queda bien). Vamos, se trata sólo de una humilde sugerencia, habida cuenta de las circunstancias... De nuevo, ese sacrificarlo todo por la frase melodramática.

En fin, para qué seguir. Por supuesto, no pienso terminar el libro. Ni siquera con insomnio.

libros, crítica

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