La otra noche la alergia se me manifestó bajo la especie de la tos: me despertó un ataque de tos y a partir de ahí no pude permanecer tumbado, pues era reclinar la cabeza y la tos volvía. Estaba lo suficientemente despierto para saber que no podría dormirme sin más y quería leer algo; pero estaba lo suficientemente amodorrado como para no querer leer algo que requiriese demasiado esfuerzo. El bombardeo sistemático, de la televisión a las marquesinas, con la promoción de la película basada en El código Da Vinci me hizo recordar que aún conservaba el ejemplar de Ángeles y demonios que me había prestado una amiga de cuando hice la comunicación para el Congreso de Santiago sobre este tipo de subliteratura. Me pareció que podía ser entretenido comenzarlo. Me desvelé del todo, pero no por lo absorbente de la trama, que es virtualmente un autoplagio con respecto a El código da Vinci (que ya leí en su momento), sino porque, como ya me sucedió con ésta, literalmente no daba crédito de cómo un libro tan malo en tantos aspectos podía haber llegado a editarse, y encima convertirse en un best seller. Lo cierto es que volvió a embargarme cierta melancólica impotencia acerca de los tiempos actuales; será que me hago viejo...
Uno de los argumentos que esgrimen los defensores de Dan Brown es que quienes critican sus obras están adoptando una posición elitista: que las novelas de éste son divertidas, "enganchan" y puede leerlas todo el mundo, frente a otras obras prestigiosas que requerirían un gran esfuerzo y que casi nadie es capaz de comprender a excepción de los expertos autorizados (quienes probablemente sólo fingen entenderlas, como en el cuento de "El traje del emperador" la gente fingía ver el traje, etcétera...)
Pues no. Yo no critico El código Da Vinci o Ángeles y demonios por ser populares o insustanciales en comparación con El castillo o La montaña mágica. Yo critico estas novelas dentro de su género y su propósito. Son malas como literatura de entretenimiento. Agatha Christie, Ken Follet o Stephen King tambén escriben obras de fácil lectura y divertidas, alejadas de la literatura culta, compleja y experimental, con tramas convencionales propias de géneros populares (terror, misterio, espionaje) y, sin embargo, están razonablemente bien construidas y escritas; son autores con oficio. Dan Brown, no. Con respecto a lo de enganchar, en fin, la heroína también engancha una barbaridad, pero nadie lo considera una virtud.
Quizá un ejemplo cinematográfico puede ayudar a resolver la cuestión: puede haber películas comerciales, malas en cuanto que tienen un argumento previsible plagado de tópicos, personajes planos, final feliz al uso, moralina, etc. El primer ejemplo que me ha venido a la cabeza: Pearl Harbour. O, qué sé yo, cosas incluso peores, Princesa por sorpresa, Alto o mi madre dispara... Lo que queráis. Pero estas películas, al menos, están bien montadas: dentro del lenguaje convencional del cine comercial, no tienen fallos de continuidad (o son imperceptibles), los planos están más o menos encuadrados, la iluminación y la fotografía son nítidas (aunque todos estos elementos carezcan en ellas de intención narrativa o dramática, artística) y cosas así. En el plano textual, las novelas de Dan Brown no alcanzan ese mínimo: se parecerían más bien a las películas de Ed Wood donde en un personaje sale por la derecha de noche, pretendiendo avanzar, pero en el siguiente aparece de nuevo por la derecha y es de día..., sólo que sin el encanto de lo artesanal o lo aficionado sino, al contrario, con todas las facilidades y el marketing por delante. O sea, lo peor de lo peor, el desprecio más absoluto por los lectores. Quizá se puede objetar que qué más da, si quien las lee no repara en ello, y sólo busca entretenerse. Yo creo que es una cuestión de ética profesional: uno debe hacerlo lo mejor posible, además de que estos detalles le dan un valor, una solidez a una obra que en el fondo la gente sí nota, aunque no lo perciba conscientemente. En
La sombra de una duda (1943), cuando el malvado tío se baja del tren, Hitchcock hace que una humareda negra lo envuelva; en las conversaciones con Truffaut confirma que fue deliberado, para crear un efecto del tipo "el demonio ha llegado a la ciudad"; y añade "es una de estas ideas por las que uno se esfuerza mucho sin que luego se adviertan" (François Truffaut: El cine según Alfred Hitchcock. Madrid: Ediciones del Prado, 1994, p. 131). Pero probablemente por "ideas" como esas las películas de Hitchcock perduran y novelas como las de Dan Brown, no.
Como tenía la novela delante, me puse a anotar ejemplos concretos, para que no veáis que hablo por hablar. Los ejemplos, citas textuales, resultan casi increíbles, pero están ahí, en la novela. Uso la única edición española que hay, la de
Umbriel.
Vamos a dejar de lado, por el momento (me reservo a tratarlos más adelante) la pobreza estilística, inferior, repito, a la de cualquier best seller medio: "su sonrisa era mágica", para describir a una mujer (p. 19). Del asesino dice: "era un hombre poderoso. Malvado y fuerte" (p. 30): vamos, de tipo redacción de secundaria. Vamos a dejar de lado lo inverosímilmente disparatado de la base histórica (y científica en este caso) en que se fundamenta la trama. Me voy a fijar tan sólo en detalles primarios: errores o disparates tan sangrantes que incluso podría (¡debería!) haberlos corregido el editor: ese es su trabajo, porque a un autor se le pueden pasar, inmerso en la tarea de hacer avanzar la trama (pero no en una segunda lectura): esto demuestra empíricamente que estas novelas se hacen como churros; se escriben, se les pasa el corrector de Word para que no haya erratas, y nadie se molesta en volver a leerlas en profundidad; total, si se van a vender, para qué tomarse el trabajo.
Primer ejemplo. Para quien no lo sepa, Langdon, el protagonista es uno de los máximos expertos (profesor en Harvard) de simbología. Al comienzo de la novela, recibe un fax con la fotografía de un cadáver. El muerto lleva grabado a fuego un símbolo que "Langdon conocía bien. Muy bien" (p. 22) -ya, en la repetición, ese intento kitsch de redundar la emoción-: el símbolo (logotipo, diríamos hoy) de la secta de los Illuminati, que tiene la peculiaridad de poder leerse bocarriba y bocabajo:
"-Iluminati -tartamudeó con el corazón acelerado. No puede ser". Y, atención, continúa:
Lentamente, temeroso de lo que iba a presenciar, Langdon dio la vuelta al fax. Miró la palabra al revés.
Al instante, se quedó sin respiración. Era como si le hubiera alcanzado un rayo. Incapaz de dar crédito a sus ojos, volvió a girar el fax y leyó la palabra en ambos sentidos.
-Illuminati -susurró. (Ibid.)
Dejando a un lado la retórica y la división de párrafos sonrojantes, de novela de quiosco... Vamos a ver. Si eres un experto en simbología y conoces bien, muy bien, este símbolo en cuestión, ¿por qué te quedas sin respiración de algo que sabes (y que además se ve a simple vista, sin necesidad de ser un experto), que la palabra se lee en ambos sentidos? Pero bueno, pase: la sorpresa inicial de toparse con un símbolo desaparecido en el mundo actual. Aceptamos barco. Pero es que luego, cuando llega a la escena del crimen para examinar in situ la cuestión en calidad de experto:
Sobreponiéndose a la náusea que la vista del cadáver le producía, Langdon se obligó a que sus ojos se posaran sobre el pecho de la víctima. Aunque había examinado la herida simétrica una docena de veces en el fax, ésta era infinitamente más impresionante en vivo. La carne, levantada y quemada, estaba perfectamente delineada y el símbolo formado sin mácula.
Langdon se preguntó si el intenso escalofrío que recorría su columna vertebral se debía al aire acondicionado o al asombro que le embargó cuando captó el significado de lo que estaba mirando.
Su corazón se aceleró cuando caminó alrededor del cadáver y leyó la palabra al revés... (pp. 48-49)
Pues para ser un profesor universitario, es poco lerdo, la verdad. Ya conociendo el símbolo, se queda sin respiración la primera vez; y ahora, después de haberlo examinado una docena de veces en el fax, le embarga el asombro al captar el significado de lo que estaba mirando. ¿Es que no había tenido tiempo de captarlo, la criatura? I-LLU-MI-NA-TI. A ver si va a tener pérdida de memoria a corto plazo, como el de Memento ¿y por qué se le acelera el corazón al leer la palabra al revés, si ya sabes que se lee también al revés?
¿Cuál es el problema?: La obsesión de Brown por la frase supuestamente impactante; la frase thriller, que debe acompañarse del típico golpe efectista de la música; a una frase de esas lo sacrifica todo: la verosimilitud, la coherencia; todo. Prefiere decir lo del escalofrío, aun a costa de cuestionar el coeficiente intelectual de su héroe. Repito: las novelas de Dan Brown son el kitsch en estado puro. La desconfianza sobre el efecto emotivo del texto, que lleva a la tentación de reforzar dicha emoción con un efecto redundante, sobreañadido: no basta con ver un cadáver con un símbolo milenario grabado; por si el espectador es cortito, hay que darle la emoción prefabricada: intensos escalofríos, no dar crédito a lo que se está viendo...
Que sepan los defensores de Dan Brown que éste, ni los respeta como tales, ni se los toma en serio.