No podía dejar de escribir algo de mi fandom más querido. Hace mucho deseaba experimentar con esta pareja, pero temo que me ha quedado una cosa muy rara, por no decir deprimente. Tal vez se deba a que me obsesioné con esa canción cuando lo escribía, así que la dejo para que me comprendan y comprendan también el fic, claro.
Cuando te dio la espalda para marcharse con la cabeza baja, después de un ligero beso en la frente y una triste sonrisa, te quedaste allí, de pie, mientras el resto de alumnos pasaban por tu lado dándote de golpes que ni siquiera notaste.
Estabas muy confundida. ¿Qué había pasado?
Tu mente sólo registró dos hechos: sonreías cuando deberías estar llorando y Charlie Weasley se subía al Expreso de Hogwarts por última vez después de decirte que no te amaba más.
Fue entonces que los recuerdos empezaron a golpearte como lo haría con gusto el Sauce Boxeador.
Recuerdas la primera vez que lo viste volar por el Campo de Quidditch mientras intentabas que la estúpida escoba se quedara quieta para poder montarla. ¿Cómo era ese dicho muggle? Ah, algo de a la tercera va la vencida. Bueno, pues en tu caso tendría que ser a la décima, porque ya te habías caído como ocho veces, tal vez nueve, contarlas hubiera sido un poco masoquista.
Quince minutos y otros tres intentos después fueron más que suficientes para que declararas que los dichos muggles no le podían servir a todo el mundo y lanzaste la escoba lo bastante lejos para no lastimar a nadie más, empezando por ti.
Preferiste sortear a Madame Hooch y acercarte al campo para ver a los Gryffindors entrenar. No querías espiar a su Guardián, por supuesto que no; tal vez podrías descubrir alguna táctica secreta que pudiera serle de utilidad a tu equipo. Merlín sabía que Hufflepuff necesitaba ganar al menos una Copa por década o tanto resentimiento acumulado se empezaría a notar.
Intentando pasar desapercibida entre los demás espectadores, fijaste tu atención en ese chico pelirrojo que te pareció podría tener algo de sangre de gigante; bueno, quizá eso fuera una exageración, en el aire todos se veían más altos, aunque no te extrañaría en lo absoluto que aún en tierra te sacara al menos un par de cabezas.
Nunca habías estado lo bastante cerca como para confirmarlo, pero de lejos parecía un armario muy alto para sus catorce años; verlo era revivir viejos complejos por lo pequeña que te sentiste siempre.
Cuando te acercaste demasiado al campo, embelesada por el modo en que esos chicos parecían casi montar una coreografía sobre las escobas sin caer ni una vez, estuviste a punto de recibir una Quaffle en el rostro. Cerraste los ojos, preparada para el golpe; total, uno más no te iba a matar y Madame Pomfrey ya te tenía una cama reservada en la enfermería. Pero nada ocurrió, salvo una andanada de aplausos; y abriste los ojos mirando a todos lados antes de notar una cara cubierta de pecas que se mantenía a tu altura sobre la escoba y con la Quaffle en una mano.
- Ten más cuidado, Tonks, y corre de vuelta a tu clase; vi desde arriba a Madame Hooch buscándote. - le dijo el muchacho con una sonrisa amable.
Con toda la dignidad que tu cabello y rostro ardiendo más que un incendio forestal te permitía, farfullaste un “gracias” y corriste de vuelta a clase para recibir la reprimenda de la profesora sin prestarle mucha atención, aunque la parte del castigo sí que la registraste; pero en ese momento tenías cosas más importantes en qué pensar.
¿Tonks? ¿De dónde salió eso? ¿Cómo sabía Weasley tu apellido? No iban a la misma Casa, ni siquiera estaban en el mismo año. Seguro que el Guardián de Gryffindor nunca se había fijado en la pequeña Hufflepuff de tercero que se tropezaba con sus propios pies, ¿verdad? No, claro que no, seguro que escuchó su apellido en alguna de esas ocasiones cuando la profesora Sprout la rezongaba en medio del Gran Comedor por derramar las jarras de jugo sobre sus compañeros. Claro, eso era, concluiste satisfecha por haber obtenido una explicación razonable.
Lástima que esa explicación razonable te hiciera sentir más deprimida de lo que te atrevías a admitir.
Muy dentro de ti esperabas que él te hablara de nuevo, pero pasó todo el año y nada, te lo cruzaste muchas veces y él parecía no verte, aún cuando derrumbaste a toda una fila de armaduras después de la cena de despedida, ni siquiera volteó.
Al volver a Hogwarts para tu cuarto año, cuando bajaste del tren para tomar uno de los carruajes, lo viste con su hermano mayor y casi te tropiezas con el bajo de la túnica al escuchar que te gritaba desde su lugar.
- ¡Hola, Tonks! - saludó.
Asentiste con una sonrisa enorme y diste gracias a todos los magos de poder pasar a su lado sin golpearte con nada, hasta sacudiste la mano.
La cara de tonta te duró hasta la hora de ir a la cama; si te hubieran preguntado cuántos nuevos miembros había enviado el Sombrero Seleccionador a tu Casa no habrías sabido qué decir.
Sólo cuando tus compañeras de habitación empezaron a preocuparse por el rosa fosforescente de tu cabello y la sonrisa que más parecía una mueca, hiciste un esfuerzo por regresar a tu color natural y cambiar de expresión; mejor un crucio antes que confesar el motivo de tu felicidad, aún a ti te parecía tan tonto.
Sin embargo, el día siguiente y el que vino después de ese te hizo poner a prueba todo tu autocontrol, porque el saludo se repitió. En el comedor, cuando se cruzaron al salir de una clase de Pociones…
Un “hola, Tonks” era todo lo que ese muchacho necesitaba decir para que te flaquearan las piernas y se te hacía tan emocionante como vergonzoso, ¿dónde estaba la chica segura de sí misma en esos momentos? Ni siquiera podías contestar con una frase coherente.
Un mes después, ya acostumbrada a esa nueva rutina de recibir un saludo y dar apenas una cabezada como respuesta, te empezaste a preguntar si él no habría llegado a la conclusión de que eras una tonta redomada.
No necesitaste más tiempo para darle vueltas a esa posibilidad porque al parecer Charlie Weasley tenía muchas más agallas que tú y se te acercó un día fuera de tu clase de Herbología para hacerte una pregunta que no tenía nada que ver con tu nivel intelectual.
- Oye, Tonks, ¿quieres venir a Hogsmeade conmigo en la próxima salida? - escuchaste las palabras y algo pasó.
Te diste cuenta de que no importaba cuán tímida te sintieras en su presencia o cuán rosa se hubiera puesto tu cabello, porque de ninguna manera podría competir con el granate encendido de “su” rostro. Charlie estaba tan avergonzado como tú y eso fue como si la temperatura hubiera regresado a su estado normal, y le sonreíste con esa tranquilidad que hasta entonces sólo te fallaba estando frente a él, porque supiste con seguridad que no te iba a pasar nunca más.
Y fueron a Hogsmeade. Te contó de su familia, de sus materias favoritas, de cómo se unió al equipo de Quidditch para conocer lo que debía sentir un dragón al estar surcando los cielos. Esa fascinación por los dragones no la comprendiste del todo entonces, pero lo tomaste como un buen pasatiempo, como el tuyo de coleccionar todo lo relacionado con el grupo Las Brujas de Macbeth.
Él oyó encantado toda la historia de cómo se fugó tu madre con tu padre, que adorabas contar porque era lo único que hacía que la amaras aún después de ponerte por nombre Nimphadora; se rió cuando le demostraste tus habilidades como metamorfomaga y no pararon de carcajearse como locos hasta que la dependiente de Honeydukes empezó a mirarlos de mala manera.
Volvieron al Castillo por el camino más largo para poder seguir hablando como si se conocieran de toda la vida y no como si apenas hacía unos días hubieran intercambiado una frase civilizada por primera vez.
Continuaron su amistad durante todo el año, ignorando las burlas de sus compañeros de Casas que encontraban muy divertido ver a la pequeña Hufflepuff con el guardián de Gryffindor charlando en los corredores y en los jardines.
Era gracioso cómo podían llevarse tan bien siendo de caracteres tan opuestos. El tiempo les demostró que el tímido de ese par era Charlie, porque una vez que tú entrabas en confianza podías ser un verdadero torbellino y él parecía feliz por ello; ni siquiera se enfadó cuando le pusiste la cara más graciosa que se te ocurrió en el partido contra tu equipo de Quidditch para que errara una atajada; igual ellos ganaron.
Lo único que te confundía un poco era el no saber qué eran exactamente; estabas cansada de aclararles a tus compañeras de curso que sólo eran amigos, si bien tú no estabas del todo segura. Tus mínimos conocimientos del romance indicaban que debería haberte besado al menos para cambiar de categoría, y no estabas segura de si él lo quería; con seguridad que tú sí, pero no sabías si saltarle al cuello sería una buena idea.
Un atolondrado beso en la mejilla fue lo mejor que pudiste hacer cuando se despidieron en el Expreso de Hogwarts al terminar el año; a Charlie no pareció molestarle y hubieras podido asegurar que estaba a punto de abrazarte cuando su hermano Percy llegó a interrumpirlos.
Se escribieron con frecuencia durante las vacaciones y desde el primer día de vuelta a clases no se separaron más que lo necesario sin que ello les molestara a ninguno. Ibas a alentarlo a sus entrenamientos mientras él te acompañaba a practicar a escondidas con la escoba; sin Charlie nunca habrías podido subirte a una sin caer en el intento.
No sabías cómo decirlo, pero empezabas a desesperarte. Charlie estaba en sexto, sólo faltaba poco más de un año para que dejara Hogwarts y no tenías ni idea de qué rayos eran exactamente. El llevar lo Timos no estaba ayudando, por más que él te pasó todos sus apuntes y los que Bill le envió.
Un día no pudiste más y entre la tensión de las clases, las burlas de tus compañeros y no recordabas qué más, lo arrinconaste en un aula vacía y le preguntaste si eras su novia o tendrías que buscarte a alguien más, porque que te mataran si llegabas a los dieciséis sin haber besado a un chico. Su cara de confusión fue impagable y cada vez que deseabas burlarte de él se la recordabas para enfadarlo, pero en ese momento sólo atinó a agacharse y envolverte en sus brazos como si fueras una muñeca que se le pudiera romper.
Comprendiste porqué tus amigas hacían tanto escándalo con eso de los besos y agradeciste que Charlie fuera mucho más fuerte que tú porque eso te aseguró que no terminarías en el piso; te habían echado una vez el hechizo piernas de gelatina y esta sensación se le parecía bastante, sumándole el corazón a punto de salirse del pecho y unas ganas ridículas de llorar, cosa que terminaste haciendo, por supuesto; él se burlaba de ti luego con ese recuerdo en venganza.
Si alguien te hubiera dicho que ese pelirrojo inmenso de mirada amable y reflejos rápidos se convertiría en la persona más importante de tu vida no le habrías creído. Eso no era para ti, tú no esperabas que las horas de clase pasaran para correr a encontrarse en cualquier aula vacía y embarcarse en una maratón de besos, para luego recostarte en su pecho y contarle de tu día mientras él te hablaba de un grupo de cuidadores de dragones en Rumania con el que había tomado contacto.
Pasaste tus Timos mucho mejor de lo que hubieras pensado y llegaron al siguiente año tan felices como hubieras podido siquiera soñarlo. Con Charlie te dejabas ser esa chiquilla romántica que tenías por dentro y no mostrabas a nadie más. Compartías tus sueños y fue la primera persona a la que le contaste tu anhelo de hacerte auror. Él parecía tan entusiasmado con la idea como tú y te propuso ayudarte a tomar las materias que la profesora McGonagall te recomendara; estabas tan emocionada que no te extrañó el que él no te dijera nada de su futuro cuando cursaba ya su último año.
La primera clarinada de alerta la dio el que se molestara tanto contigo cuando te burlaste de su afición por los dragones; nunca se lo había tomado tan a pecho. Pero como volvió a la normalidad con rapidez no quisiste profundizar más en el tema; era como si parte de ti supiera que ni siquiera debías nombrarlo porque de alguna manera podrías poner en palabras algo que te asustaba.
Diste brincos y cambiaste el cabello a todos los colores del arco iris cuando te mostró la carta de invitación de un club de segunda división de Quidditch que le ofrecía pasar un año de prácticas con ellos; estabas demasiado feliz y orgullosa para notar que él no parecía ni la mitad de entusiasmado que tú.
Empezaste a sospechar que algo iba muy mal cuando te citó en la torre de Astronomía porque deseaba hablarte de algo importante, pero una vez que se encontraron sólo te acercó para abrazarte tan fuerte que casi te deja sin aire. Sentiste que deseaba decirte algo con ese abrazo, pero que no sabía cómo y la verdad era que tú tampoco deseabas oírlo.
Fue más fácil quedarse allí juntos, ignorando el toque de queda y burlando a Filch. Después de mucho tiempo permanecieron tomados de la mano, mirando las estrellas y rodeados por un silencio que ya no era ese tan cómodo para ambos.
Siguieron juntos hasta fin de año, lo felicitaste por pasar los Éxtasis y hasta te uniste a sus amigos para prepararles una fiesta sorpresa a todos los graduados de ese año en Gryffindor.
Un par de días antes de volver a casa le preguntaste en voz baja si había enviado contestación a la carta del equipo de Quidditch, y cuando te dijo tan sólo que no iría no preguntaste más.
Sabías que todo estaba acabando, sólo esperabas el momento, y él escogió ese.
En la estación te pidió que lo acompañaras a un lado y habló por mucho o poco tiempo, no estabas segura. Mencionó más de una vez al grupo de Rumania, te mostró la carta en la que le ofrecían un puesto con ellos y dijo que debía viajar cuanto antes.
Atinaste a mencionar que si era su sueño estaba bien, que lo esperarías con gusto, para eso estaban las vacaciones; pero una gran parte de ti sabía lo que te iba responder, sólo necesitabas escucharlo.
No registraste gran cosa de lo que dijo, no te importó si te juraba que siempre tendrías un lugar en su corazón o que debían crecer para encontrar sus respectivos caminos; tú sólo te quedaste con esas cuatro palabras que retumbaban en tu cabeza.
Te dijo que no te amaba más y te reíste. ¡Sí, te reíste! Te reíste porque esa era tu maldita costumbre cuando lo que querías hacer era llorar. Y le contestaste que tú tampoco, que estaba bien, que era lo mejor; siempre habría alguien más; no te cogía de sorpresa, lo esperabas.
Y él se fue y rogaste que se diera la vuelta y viniera diciendo a gritos que era una broma. Y lo habrías disculpado porque no era verdad, estaba bromeando y eso también lo hubieras podido perdonar si se quedaba contigo.
Pero no volteó, no, siguió de largo y tú te quedaste allí, agitando la mano a la nada, despidiéndote como si lo que desearas no fuera correr tras él.
Y recuerdas cada minuto y te preguntas qué hiciste mal y tu orgullo habla y te dice que no fue tu culpa, que él es un imbécil y quien sufrirá al final. Lo maldices y le deseas todos los dolores del infierno y te tapas la boca muy rápido porque temes que pueda hacerse realidad.
Empiezas a dar vueltas en tu compartimiento cuando te atreves a subir al tren y piensas que él no te miró a los ojos cuando lo dijo, pero no lo buscarás, nunca preguntarás si fue por vergüenza, pena o miedo de que vieras que no era cierto. Y vivirás con esa espina clavada cada segundo de tu vida y soñarás con lo que pudo ser y buscarás razones que sabes no encontrarás.
Sí, vendrá alguien más, muchos más, pero siempre te preguntarás ¿porqué? ¿Por qué no te miró cuando te lo dijo? Y la parte de ti que es romántica y cree en el amor, ese pedacito que se quedó allí encallado vivirá con la esperanza de que fue porque no era verdad, porque estaba mintiendo y será lo único que servirá como excusa para que tú lo sigas amando.
Y pasarán los años y sabes que es verdad que encontrarás a la persona correcta para ti, pero Charlie Weasley siempre sería tu primer amor, el muchacho que te salvó de una Quaffle, el que te llamó Tonks desde el comienzo sin que tuvieras que pedírselo, el que te dio tu primer beso, y aunque tú nunca llegaras a saberlo, el que lloraría más cuando ya no estuvieras, porque si en algo tuviste razón aquella mañana fue que lo que dijo, esas cuatro palabras, no fueron verdad.
Ya, allí está y no sé si patearme yo misma. Es algo muy extraño y aún yo sólo le encuentro algo de coherencia cuando lo vuelvo a leer con esa canción de fondo porque es muy hermosa. No se me ocurrió otra cosa aunque haya resultado algo deprimente, porque sé que Tonks termina con Lupin y parece que inconscientemente siempre me pego al cannon; pero me gusta mucho escribir algo con la idea de lo que pudo ser. Como dije, está escrito con mucho amor y dedicación, espero les gustara. Dejo la canción de marras.
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