Café

Sep 12, 2007 20:41

Aparco mi desvencijado coche en la misma calle peatonal de siempre, pisando la misma línea amarilla. Casi tengo ganas de que un día me multen, para poder creer que la policía hace su trabajo. Sería lo más emocionante que me habría pasado últimamente. Tras un vistazo al coche para asegurarme de que las puertas estén cerradas (cuando se construyó mi cacharro, el cierre centralizado era cosa de ciencia-ficción), entro en la cafetería.

Es una cafetería nueva, llena de cristales y superficies refulgentes, atiborrada de una decoración posmodernista con la que desentono. Pero tiene el mejor café en kilómetros a la redonda, así que no hay más que hablar. Le sonrío a la camarera, que me devuelve una sonrisa genuína, a diferencia de la mayoría de camareras del mundo. Aún no he descubierto por qué le caigo bien a esa chica. Quizá ni ella misma lo sepa.

Cojo un periódico y me siento silenciosamente en la barra, sin pedir nada. Instantes después, aparece junto a mi mano un café manchado en un vaso con hielo, que agradezco con un gesto y sorbo lentamente. Como el periódico me aburre enseguida, finjo que lo sigo leyendo mientras observo al resto de personas que comparten mi aire en el local. Trato de adivinar sus pensamientos, sus motivaciones, sus esperanzas. Invento historias sobre ellos. Finalmente, también me aburro de eso, normalmente al mismo tiempo que me termino el café.

Con ello termina mi actividad social del día. Dejo un euro en la barra, me despido de la camarera y vuelvo a mi coche, y a mi casa, y a mis malditos apuntes. Esos mismos apuntes de análisis matemático que han convertido este verano en la más tediosa y solitaria de las rutinas.

En cierto modo, creo que deseo suspender este examen. Eso demostrará que esforzarse tanto es inútil, y volveré a mi vieja rutina de emborracharme y fingir que me saco una carrera.

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