Título: Recuerdos
Categoría: L4D2
Personajes: Ellis, Nick
Género: General
Advertencias: Ninguna
Rating: Para todos los públicos
Nº palabras: 834
Beta:
akanemiyano Disclaimer: Los personajes de L4D2 no me pertenecen, son propiedad de Valve
Nota: Este shot lo hice como relato navideño para El Club de la Palabra, en DA, así que no puse detalles muy específicos del juego para que aquellas personas que no lo conocían también pudieran entenderlo. Ya haré algo más especifico más adelante, no os preocupéis ;)
Nota2: Todo aquel que haya podido jugar al L4D2 en inglés, sabe lo lol que es el acento de Ellis xDDD Yo desgraciadamente no soy buena escribiendo en inglés, y no soy capaz de imaginarme a Ellis hablando sin ese acento suyo TOT pero como no sabría como ponerlo en castellano, pues decidí que aunque los pensamientos son suyos, la narración sería normal, sin faltas que pudieran dar a entender su forma de hablar real ú.ù
Recuerdos
Paró su marcha en seco, recolocándose su gorra sobre los castaños cabellos y mirando el cartel que tenía justo al lado.
Apoyó el hacha que llevaba en el suelo, después de dar un último vistazo alrededor por si había peligro, y volvió a fijar sus ojos azules en el cartel. No era un cartel que llamara la atención, aunque claro, tal como estaba la ciudad de destrozada, llena de coches quemados o hechos pedazos, casas derruidas y manchas de sangre por todas partes, poco había del mobiliario urbano que pudiera llamar la atención de cualquier transeúnte. Era más bien lo que le recordaba el cartel.
Estaba algo descolorido por el tiempo y las inclemencias, pero aún podía verse en él la figura de una chica con un abrigo largo y rojizo - o rosa, no estaba seguro - y que en los bordes del cuello y las mangas llevaba como tela de peluche, de color blanquecino y aspecto suave. Le recordaba a un traje de Papa Noel, y era por eso mismo que se había parado frente aquel cartel, a pesar del peligro que acarreaba.
Navidad. Faltaba tan poco para ese día. Vale que en la situación que se encontraban una fecha como esa no tenía mucha importancia - o al menos pensaba que para sus otros compañeros no la tendría - pero él… Sinceramente, no había podido evitar contar los días que faltaban para Noche Buena, tarareando mentalmente villancicos, pensando en qué películas estarían dando por la tele si todo aquello no hubiera pasado. Pero sobre todo, pensaba en cómo lo estaría celebrando.
Dios, echaba de menos a su familia. Ya normalmente la echaba de menos, no es como si no pudiera no echarlos de menos, eran su familia, pero siendo ya casi navidad, su ausencia le dolía aún más.
Si cerraba los ojos, podía imaginar claramente a su madre frente a la puerta de la cocina, las manos en las caderas y una mirada divertida mientras le preguntaba en falso tono de regaño por qué estaba volviendo a cambiar la decoración navideña del árbol, o a su perro saltando levemente del susto cuando se rascaba el cuello y hacía sonar ruidosamente los cascabeles del collar que había conseguido ponerle con bastante esfuerzo. También podía imaginar a Keith y a Dave frente a la puerta de su casa, con gorritos de Santa Claus en la cabeza - Keith llevándolo por sobre la gorra del taller de coches - y cantando canciones navideñas a las que habían cambiado la letra.
Le era imposible no pensar en el olor de la sabrosa comida que preparaba su madre para esa noche tan especial, las risas, historias y anécdotas repetidas que contaban durante la cena, los piques amistosos con sus amigos, comportándose como críos de cinco años como siempre les recordaba su madre.
Y la mañana de navidad. Oh, Dios. Puede que cualquiera que lo viera esa mañana pensara que tenía un carácter de lo más infantil, pero no podía evitarlo. Despertaba bien temprano, lleno de energía y con la hiperactividad propia de cualquiera que supiera que abajo, junto al árbol, le esperaban unos cuantos regalos. O bueno, quizás no todos los jóvenes de veintitrés años se comportaban así, pero a él no le importaba. Por eso bajaba corriendo las escaleras, saltando los escalones de dos en dos, despertando a todos los de la casa - sino lo conseguía él, lo hacían los ladridos de su perro, que bajaba las escaleras con la misma excitación - y se lanzaba hacia el árbol a rasgar papeles de regalo, descubriendo lo que le habían comprado ese año. No es que no supiera muchas veces qué le habían comprado, pero eso no menguaba su emoción al abrir los paquetes y ver qué había bajo los coloridos envoltorios.
Pensó que si pudiera, sería divertido invitar a sus nuevos compañeros a su casa a pasar el día de navidad. Estaba seguro que Rochelle no tendría problema ninguno, y Coach seguro que tampoco. De Nick ya no estaba tan seguro, pero con un poco de esfuerzo era posible que finalmente lo consiguiera.
Definitivamente sería bonito poder presentarles a su madre - para él, la señora más amable y dulce que se podía encontrar - y compartir con ellos anécdotas de otras cenas navideñas, de sus familias, intercambiar regalos, brindar felices sin más preocupación que la posible resaca que podrían tener al día siguiente…
- ¡Eh, chico! Nos vamos.
La voz de Nick, que en ese momento estaba saliendo de una calle cercana con la katana apoyada en el hombro, lo distrajo de sus recuerdos, recordándole que tenía que ponerse de nuevo en marcha.
Corrió hacia el otro hombre, una gran sonrisa adornando sus facciones como lo había estado haciendo desde que todo aquello comenzó, y se hizo una nota mental de que, cuando todo aquello acabara y aunque ya no fuera navidad, intentaría convencer al timador de que se dejara poner un gorrito de navidad sobre sus engominados cabellos. Estaba seguro que se llevaría un tiro sólo por sugerirlo, pero valdría la pena intentarlo.