¡Hoy es el cumple de
janedoe1013! ¡¡¡¡¡FELICIDADES, SWEETIE-POOH!!!!!
*la achucha mogollón y no la suelta*
Espero que te guste y te arranque alguna que otra sonrisilla, aunque sería mucho más guay que se te saltaran las lágrimas de la risa porque TU RISA PWNZ EVERYTHIGN, BUT I'M NOT THAT FUNNY!
*smooooooooooooooooches*
Me temo que ya nadie lee estas cosas, pero yo no puedo evitar escribirlas. Verano del rodaje de OotP, aunque supongo que podría ser cualquier verano de cualquier rodaje. No gano ni para pipas con esto y sé que voy a ir al infierno, blablabla, ¡muchas gracias!
HABITACIÓN 206
Por Truchita
Uno. El número más solitario que existe
Hay una frase absurda en Moby Dick. Dice que el infierno es una idea nacida a raíz de un pastel de manzana mal digerido y perpetuado a través de las dispepsias hereditarias producidas por los Ramadanes.
A Dan solía hacerle gracia pero ahora le pone de mal humor.
Qué equivocado estaba el colega Melville. Pero QUÉ equivocado.
El infierno son 36 grados a la sombra en la condenadamente húmeda Escocia con agosto en todo su esplendor. Y el noveno círculo de las profundidades satánicas es el tacto de la funda del colchón y la maldita avería del aire acondicionado. Lleva dos horas intentando dormir. Una vuelta, luego otra, el segundero del reloj parece vivir una agonía más larga que la caza de esa estúpida ballena blanca y ahí está, en la habitación 206, los ojos como platos, la camiseta sudada y cero posibilidades de entrar en fase REM.
Es un calor de los que hacen Historia. De los que se pegan como una sábana mojada al cerebro, de los que pesan y son irrespirables. De esos que parecen humear y son espesos y zumban como un ejército de avispas furiosas. De los de “creo que voy a morir joven”. Uno de esos, sí.
Quiere dormir. En serio. Es más, lo necesita. Son cerca de las dos de la madrugada y tiene que levantarse a las seis porque mañana toca rodar en exteriores y, Dios, tiene.mucho.sueño. Le duelen los ojos y está empezando a aparecer un pinchazo que se clava como una de esas agujas de punto largas y gordas, atravesándolo de sien a sien. Está cansado y el insomnio parece haberle pegado los párpados hacia arriba con cinta aislante. Le molesta la piel. Ahora mismo, es una capa de plástico al rojo vivo que amenaza con aplastarlo y hundirlo todavía más en el colchón, que parece la perfecta réplica de la sopa primaria: caliente y asquerosamente viscoso.
Mierda.
Joder.
Resopla frustrado y, en lugar de salir un gruñido, suena una especie de suspirito ridículo que consigue frustrarlo aún más. Si Rup lo hubiese oído se hubiera echado a reír llamándolo “nenaza”, el muy gilipollas. Pero Rup no lo ha oído, obviamente. Para oírlo tendría que estar allí y no está. Y no es que Dan quiera que esté, para nada, porque eso no viene en absoluto a cuento y estaría totalmente fuera de lugar. Rup de madrugada en su habitación sin aire acondicionado y con la cama revuelta, de ninguna manera. Porque, o sea, ¿para qué iba a estar allí si seguro que está durmiendo boca abajo en su propia cama, inmune al calor y al insomnio, respirando contra la almohada y con los brazos colgando por fuera del colchón?
El teléfono está a punto de sacarle el corazón de cuajo. Y cuando lo coge al segundo timbrazo, sus venas son queroseno y la voz un mechero encendido.
-Colega, ¿estás despierto?
Dos. Double trouble
A veces Dan tiene momentos de lucidez, instantes inspirados en los que todos sus conocimientos conectan y conjugan una frase antológica, épica, digna de enmarcar.
- Rupe, ¿eres tú?
Evidentemente, este NO es uno de esos momentos.
- No. Soy tu madre, capullo.
Una risa breve al otro lado de la línea y esa voz de caverna interminable. Sí, claro que es Rupert, tío. Tienes cosas de bombero retirado, Dan, en serio. Se dice que es el calor. Se dice que es la hora, el sueño que tiene y la frustración que le causa no poder dormir. No tiene nada que ver con esa voz al teléfono y el hecho de que esté tumbado en la cama en calzoncillos y camiseta. ¿Dormirá Rupert en calzoncillos? ¿Y a quién le importa? A él no, desde luego. No. Para nada. De verdad. O sea, NO. ¿No llevan callados algo así como diez segundos? Dan cree que debería decir algo para dejar de pensar mariconadas y centrarse un poquito. Algo como
- ¿Tú tampoco puedes dormir?
- No, tío.
- Pues vaya.
- Sí.
Silencio.
Dos, tres segundos.
Al cuarto, Dan oye un ruidito, una especie de ras-ras, como si alguien se estuviese rascando. Supone que es Rupert al otro lado del auricular. Un brazo. O la cabeza. Tal vez la barbilla. Quizá el estómago. Por debajo de la camiseta, con cierta pereza arrastrada, como hace después del almuerzo, cuando le invade el sofá de su caravana para patearle el culo jugando al Medal of Honor.
Dan lo imita sin darse cuenta y empieza a rascarse también. O eso cree, porque quién sabe qué es ese rudito. Así que para antes de levantarse la camiseta -Rup igual ni siquiera lleva camiseta- y carraspea y tienes que decir algo porque tu cerebro empieza a parecer queso fundido, tío.
- ¿Cuánto tiempo llevas despierto?
- Un par de horas.
- Como yo.
- Qué mierda.
- Ya te digo.
Más silencio.
Si Emma estuviese al otro lado del teléfono ya le habría resumido todo el contenido del Vogue, su elaborada teoría sobre la inminente separación de Bran Pitt y Angelina Jolie y el último grito de sandalias de tacón con calcetines de angora que ha visto hace quince días en el West End. Pero hablar con Rupert es como hablar con una pared. O más bien con un armario empotrado, todo hombros que se encogen sin más cuando le preguntan por la evolución de su personaje -guay, suele decir-y un montón de músculos que apenas se inmutan cuando Emma empieza a mover los brazos como un molino. Así que, diez segundos después, Dan se ve en la obligación de intervenir una vez más.
- Rup, ¿querías decirme algo?
- No, ¿y tú?
- Eres tú el que me ha llamado.
- Ya, es que me aburro.
- Pues tú dirás.
- No sé.
- Ah.
Vuelve el silencio y lo cierto es que la situación empieza a ser tan surrealista que Magritte y Dalí parecen aficionados mediocres en comparación.
Y el calor no mejora, Dan quiere dormir y no puede si lo oye respirar despacio, directo a su oído a través de ondas y cables, como si, en lugar de dos plantas más abajo, Rupert estuviera junto a él en la cama, en un hotel de superlujo donde el aire acondicionado se ha estropeado.
- ¿Echamos una a la Play?
Jamás lo reconocerá. Ni en un millón de años. Ni bajo juramento, ni borracho ni con una pistola en la sien. Lo negará ROTUNDAMENTE, porque es totalmente FALSO que el cerebro de Dan se haya paralizado y su hemisferio izquierdo haya dejado de oír el resto de la frase que venía después de que Rupert dijera “echamos”.
Afortunadamente para él, su otro hemisferio ha entendido bien la propuesta, quiere dormir y no tiene tiempo para las gilipolleces del maricón de Dan Radcliffe y el empanao de Rupert Grint.
- Rupe, son las dos de la mañana.
- ¿Tienes algo mejor que hacer?
- ¿Dormir?
- Tío, ¿tú crees que si pudiésemos dormir estaríamos teniendo una conversación de besugos por teléfono?
Probablemente es la frase más larga que ha dicho en todo el día. Tal vez, en toda su vida. Pero de lo que Dan está seguro es de que es lo más sensato que Rupert ha dicho nunca. Todavía está pensando sobre ello cuando oye dos golpecitos secos en la puerta de su habitación y da un respingo en la cama, el auricular en la mano y la cabeza en Babia.
- Llaman a la puerta- dice.
Nadie le contesta. Es entonces cuando se da cuenta de que Rup ha colgado y que eso que dicen del “tempus fugit” debe de ser verdad, porque no sabe cuánto tiempo hace desde que sonó el teléfono ni cuándo han acordado que jugarían al Call of Duty en su habitación, la 206.
Son las dos de la mañana. Hace calor. Y la voz de Rupert suena amortiguada y más grave de lo normal al otro lado de la puerta.
- Tío, soy yo.
Le sudan las manos, la camiseta se le pega a la piel. Quiere dormir y tiene la cama revuelta y está en calzoncillos y la habitación huele a humedad y a moqueta caliente y no quiere abrir porque no sabe muy bien qué va a hacer cuando se queden los dos solos y es ridículo, completamente ridículo, porque sólo es Rup y él es Dan y son dos tíos y no pueden dormir y van a jugar a la Play, coño, joder.
Sí.
Joder.
Tres. Son multitud
Es muy de tíos, eso.
Fijarte en que tus amigos duermen sin camiseta y suben a tu habitación sólo con un pantalón descolorido que va flojo en la cintura, ver la marca del bañador en los huesos de la pelvis (esa línea dorada que se convierte en blanca y luego en tela), encontrar una peca más grande que el resto en el omoplato derecho, observar el arco de músculos que se cuadriculan bajo las costillas.
Muy de tíos, sí, que te tiemblen las piernas cuando tienes que cerrar la puerta después de que haya entrado tu amigo, al que le brillan los brazos del sudor y que ha bajado descalzo y arrastra esos pies enormes hasta tirarse en tu cama con un sonoro plof, seguido del ñic, ñic, ñic que hace el colchón y que te eriza el pelo de la nuca.
Sí, es muy de tíos.
Quedarte congelado en el sitio y sentir el corazón en la garganta, no saber muy bien qué decir y desafiar las leyes de la Física cuando te derrites de alivio y hierves de irritación a la vez al volver a oír unos golpecitos en la puerta y una voz muy distinta que manda al garete la magia del momento.
O el pánico, quién sabe.
- ¿Dan? ¿Estás despierto?
Cree que podría matarla allí mismo o comérsela a besos, no está muy seguro. Lo que sí sabe muy bien cuando abre la puerta es que Emma debería taparse un poco más cuando se pasea por el hotel de madrugada, sobre todo si va a meterse en una habitación con un tío. O con dos. O lo que sea.
- ¿Rup?- Emma inclina la cabeza y se le caen los rizos sobre el hombro cuando ve que Rupert está tirado en la cama. Dan lo oye incorporarse a su espalda, decir “ey” y soltar más bajo “joder”, y no sabe si Emma se hace la sueca o si está demasiado ocupada pensando en lo que no tiene que pensar, porque la chica parece no darse cuenta de que lleva puesto algo que Dan llamaría “culotte” pero que para Rupert no son más que “bragas”.
Se lleva las manos a la cintura, dibuja esa sonrisa marisabidilla que tiene y, no, no debería pensar lo que está pensando EN ABSOLUTO, los ojos le chisporrotean de maldad con la luz del pasillo iluminándola desde atrás y haciendo que sus piernas parezcan más largas.
- ¿Qué estáis haciendo los dos aquí juntitos a las tantas de la mañana?
Si tuvieran una cámara delante, probablemente Dan terminaría hablando de hombres lobo o de la chica de la toalla o de una canción de Springsteen que Gary le enseñó en su camerino con la guitarra, habría cincuenta o tres mil comentarios en Youtube y Emma saldría guapísima riéndose de él mientras Rupe quedaría perfecto, tranquilo y carismático repantigado entre los dos y asintiendo con la cabeza sin despegar los labios.
Pero no hay cámaras y hace calor y Rupert está sentado en su cama y Emma se pasea hasta allí con esa camiseta minúscula de tirantes y algo que, lo llames como lo llames, es cualquier cosa menos un pantalón corto, y cuando pasa todo eso Dan no dice nada y cierra la puerta y suda más que cuando estaba solo y sabe que no podrá volver a dormir aunque arreglen el aire acondicionado.
Es como un cristal borroso, maleable por el calor. Una especie de neblina pegajosa que lo ralentiza todo.
Los ve entre el lío de sábanas, iluminados por el azul eléctrico de la tele de plasma, trasteando entre las carátulas de los videojuegos y tocándose sin querer. Tardan casi cinco minutos en decidir que Need for Speed mola más que cualquier otra cosa y que se van a dar una paliza, no, yo a ti, no Rupe, YO a TI, risitas y un roce de rodillas mientras el disco se carga y la espalda de Rupert parece el doble de grande cuando está al lado de alguien como Emma.
Es muy de tíos. Ponerte nervioso cuando un chico entra a tu habitación y mosquearte si llega una chica.
Por eso se tira con ellos en la cama y casi se siente ganador de un concurso que sólo existe en su cabeza cuando consigue hacerse sitio entre los dos. Se pelean por los mandos y empieza la partida, y pronto la habitación se llena del ruido de coches derrapando y se pisan, unos a otros, se machacan y pelean y se ríen y están jugando y todo es cómodo y Dan se ríe y no pasa nada.
Está pasando un buen rato con dos amigos y antes no estaba nervioso ni celoso ni nada por el estilo. Le asusta esa palabra. No sabe lo que es y no quiere saber lo que implica. Le corta la respiración y le hace sudar todavía más, y ahora mismo hace calor pero no le importa porque es agradable, sí, notar la tibieza del muslo de Emma contra el suyo y el hombro gigantesco de Rup rozándole el brazo.
Es agradable.
Y ridículo.
El contraste de sus piernas paliduchas y llenas de pelos al lado de las de Emma, suaves y morenas, resaltando sobre las sábanas revueltas. Es ridícula esa sensación de seguridad que le hace sentir la presencia de Rupert a su izquierda, y esas ganas tontas y repentinas de inclinarse hacia él, sólo un poco, lo justo para descansar algo de su propio peso sobre el pelirrojo y comprobar si es tan sólido como parece a veces, cuando se coloca detrás de ellos en las sesiones de fotos o cuando llena una toma entera sólo con un plano de sus ojos.
- ¡Serás tramposo!
La voz de Emma lo zarandea de arriba abajo y de pronto es consciente de algo que le quema en el estómago.
Algo líquido, que toma forma y desciende en picado, que sabe lo que es pero no de dónde viene y que no le está gustando nada de nada.
- Qué mal perder tienes.
- ¡Pero qué dices! Os iba ganando a los dos por diez puntos.
- Tú te lo flipas.
- Dame el mando.
- No.
- ¡Seguro que lo has trucado!
- ¡Yo no sé hacer eso!
- Chicos, dejadlo ya.
- Dame el mando o te sacudo.
- Em, para.
- ¡Ja! ¿Te crees que puedes conmigo?
- Chicos…
- Ven aquí y verás, cretino.
Que sí, que no, que toma, que dale, se ríen, se pelean, pasan las manos por encima de Dan y de repente los tres son un lío de brazos y piernas con menos ropa de lo acostumbrado en una cama de hotel que va a ser la tumba del amor propio de Dan durante el resto del rodaje y, quizá, de toda su vida.
Es muy de tíos, en realidad. Reaccionar cuando tienes a una chica encima y se os han enredado las piernas. Si para colmo ninguno de los dos lleváis pantalones y sólo hay piel sobre piel, no te quiero contar. Pero no pasa nada. Es natural. Lo que no es de tíos, ni natural, ni puede estar pasando DE NINGUNA MANERA es que Rupert ocupe media cama y tenga su cara contra la de Dan, los labios en el hueco de su barbilla y los ojos a la altura de su nariz. Que Dan se tense un segundo, que ahogue algo al fondo de la garganta y se quede sin aire al notar el pecho desnudo de Rup sobre su estómago. Que sienta ese calambrazo, ese calor que antes estaba arriba y ahora está abajo, justo donde una de las piernas de Emma ha quedado atrapada entre los cuerpos de los dos chicos, no, por favor, porfavorporfavorporfavor, NO, el mundo se para, la cama da vueltas y los ojos de Emma son enormes y preciosos y están clavados en Rupert.
Rup se ríe. Con medio cuerpo encima de Dan y los pies colgando por fuera del colchón, se ríe y no se entera pero Emma sí y Dan la mira pero ella mira a Rup y oh, Dios, mátame AHORA.
No sabe cuándo Rupert deja de reírse ni cuándo Emma se desenreda de entre ellos con esa elegancia suave y misteriosa que a veces sólo tienen las chicas. No sabe cómo consiguió tapar lo evidente con la colcha que estaba en el suelo ni en qué momento Emma dejó de sonrojarse cada vez que Rup la miraba. No sabe qué hora es. No sabe a qué hora cerró los ojos. No sabe si se quedaron dormidos de uno en uno o los tres a la vez, o siquiera si acordaron que seguirían allí otro rato más, pero cuando nota la brisa fresca de la mañana colándose por la ventana de la habitación 206 sabe que eso que le hace cosquillas en el principio de la clavícula es el pelo de Emma y que eso otro que le cruza el estómago -grande, pesado, sólido como una roca- es el brazo de Rupert, que no lo abarca del todo y se extiende más allá de la cintura de Emma hasta caer sobre el colchón.
Sabe eso, sí.
Y no sabe si es de tíos o de tías tensarse primero y relajarse después, ponerse nervioso y sentir celos y notar el aliento de Rupe en el oído y las piernas suaves de Emma contra su costado y empezar a quedarse dormido otra vez, como si se sintiera tranquilo y en casa y todo tuviera sentido de repente, igual que un cuadro de Hopper.
Muy de tíos no parece.
Tampoco de tías, si lo piensa bien.
Tal vez sólo es algo de Dan.
Sí, será eso.
(fin)