Título: E Mare Libertas
Título del capítulo: Responsabilidad
Género: Drama/Familia
Clasificación: G / K
Prompt: #11 "Pecho"
Advertencias: No ♥
Palabras: 1367
Nota:
ter_killer +
hazy_kenyer = LOVE <3. Y U2 es lo mejor para escribir una escena de familia :D
-¡Ya te dije que no iré contigo! -gritó Sealand, tratando de quitarse la mano de Arthur, quien lo sujetaba del brazo.
-¿¡Pero dónde pretendes quedarte, sino!? -jaló hacia su lado, como había estado haciéndolo ya hacía un rato.
¿Qué más podía hacer? La fortaleza marina de Sealand -es decir, su cuerpo geográfico- se había incendiado y era imposible de habitar hasta que no fuese reparada y reconstruida. Y como Suecia y Finlandia se encontraban en su hogar en Escandinavia, había sido mucho más rápido que fuese el amante del té a socorrer al pequeño. Entonces, hasta que los padres adoptivos de Sealand llegasen, tenía la obligación de cuidar de él.
Insistiendo como si de hacerle la contra a cierto francés se tratase, logró meterlo a rastras dentro de su auto, no sin que el menor montara un alboroto que llamó la atención de más de un transeúnte. Inclusive, en el camino hacia su casa, la policía lo había obligado a detenerse creyendo que se trataba de un secuestro; pero para la suerte de Arthur, ser la nación de ese país le ahorró varios potenciales problemas.
Por fin llegaron a la casa del de ojos verdes. Ni bien la puerta estuvo abierta, Peter corrió a encerrarse a la que hacía tiempo había sido su habitación. El otro casi no le dio importancia, sino que fue directamente a coger el teléfono e informarle a los padres del niño que ya se encontraba en su casa. Aunque no se sentía muy cómodo con éste, les dijo a los nórdicos que podían ir a recogerlo cuando pudiesen, que él no tenía inconvenientes en que Peter se quedase unos días.
Luego, el tiempo pasó. Reino Unido se dedicó a leer el periódico, revisar algunos e-mails, ver algo de televisión -en el noticiero no se sorprendió al ver la nota sobre el incendio- y otras banalidades. No mucho después cayó en la cuenta de que era la hora de la merienda. Se mordió el labio: se sentía un poco culpable por haber ignorado al más joven desde que habían llegado. Acto seguido suspiró y se dirigió a la cocina.
Empezó a calentar agua para el té, seleccionó su sabor favorito y el de Sealand también -sí, todavía recordaba cosas como esas-, buscó dos o tres variedades de bocadillos para acompañar la infusión, preparó un par de servilletas de papel, tomó una de sus tantas bandejas y por último se sentó a esperar a que el agua estuviese lista. Una vez el vapor se anunció listo escapándose de la tetera, puso todo sobre la bandeja, subió las escaleras y se dirigió a la habitación donde estaba Peter.
Dudó unos segundos antes de golpear la puerta, pero finalmente se decidió a hacerlo. A pesar de recibir un “vete” a cambio, entró. Se encontró con Sealand sentado en el piso, con su sombrero de marinerito apoyado a un lado, abrazando sus rodillas contra el pecho y descansando su espalda contra la que alguna vez había sido su propia cama, ahora, reservada para visitantes. Reino Unido suspiró y dejó la bandeja con cuidado frente al menor para luego sentarse con él.
-Tu té se va a enfriar. Y sé que no te gusta el té helado.
Automáticamente Sealand lo miró a los ojos, con una mirada de pocos amigos. No obstante su estómago vacío fue más fuerte que su muy herido orgullo, por lo que no tardó en tomar un scon y comérselo de un bocado. No mucho después, tragó como desesperado dos grandes sorbos de la infusión. Un poco más relajado, Arthur lo acompañó en la merienda.
-No entiendo -irrumpió el silencio el ojiazul, antes de meterse otro bocadillo en la boca-. ¿Por qué me ayudaste? Aunque yo no quería venir para empezar…
-Porque soy un caballero correcto -no tardó en responderle-. Pero antes que eso, soy tu hermano mayor y por lo tanto, eres mi responsabilidad.
Orbes celestes se toparon con verdes claras, antes de que Sealand se llevase el scon que tenía en la mano a la boca.
-Pensé que ya no era parte del Reino Unido.
-Y no lo eres. Ya no lo eres -se acomodó en su lugar, se le estaban acalambrando las piernas. ¿Cómo podía Japón ser más viejo que él y poder estar arrodillado tanto tiempo?-. Aún así y aunque no nos guste, sigo siendo tu hermano mayor.
-Pero para ti “Peter” ya no existe -murmuró, aunque audiblemente.
“Touché” como diría Francis.
El británico abrió la boca para responder, pero no tardó en cerrarla. Hablar del tema no le haría bien a ninguno de los dos y no deseaba hacer la situación más incómoda todavía. Optó por el valioso silencio, entonces.
Desde ese preciso momento, sólo se escuchaba algún que otro ruido causado por la necesidad de beber o comer algo hasta que por fin y casi al mismo tiempo, ambos terminaron su merienda. A continuación, Arthur recogió todo lo que había traído para ponerlo sobre la bandeja y marcharse, no sin antes decir un “creo que tus padres no tardarán mucho más en llegar”.
Una vez estuvo de regreso en la cocina, se remangó la camisa y se dispuso a lavar los platos. Intentó pensar en lo que fuese excepto lo que había pasado hacía unos minutos, pero le fue totalmente imposible: él creía que ya había superado la partida del más pequeño de sus hermanos y todo el enojo, dolor, frustración y tristeza que eso le había provocado. Se sentía un imbécil, ¿acaso estaba condenado a afectarse tan fácilmente por ese tipo de cosas para toda la eternidad?
Mientras, sin prestar atención, refregaba una taza que ya estaba por demás limpia, se mordió un labio. Se regañó a sí mismo por no aprender de una maldita vez a dejar el pasado atrás. Por no poder hacer coincidir su máscara fría y de rígida decisión con sus verdaderos sentimientos.
Ya cuando sus ojos empezaban a humedecerse más de lo normal, sintió como algo lo tomaba de atrás, hundía su rostro en su espalda y arrugaba su ropa con sus manos.
Primero, levantó su brazo para poder corroborar que se trataba de Peter quien lo abrazaba. Inmediatamente, sus orbes lagrimosos se ensancharon al comprender la sorpresa en su totalidad. Y por último, soltó su taza favorita en el lavabo, haciéndola añicos cuando comenzó a oír sollozos.
¿Pero qué más daba? ¡Y un comino! ¡Su amado y más pequeño hermano estaba evidentemente llorando y reclamando penosamente atención, cariño, una mísera muestra de calor fraternal…!
Exactamente lo que él mismo necesitaba.
Arthur se soltó del más joven y se sentó en el piso -prácticamente tirándose- para abrirle los brazos. Peter se acomodó también y se abrazaron como no lo habían hecho en demasiado tiempo; tanto que ninguno de los dos recordaba cuándo había sido la última vez. Descargaron, lágrima por lágrima, todo eso que muchas veces se había sentido como una puñalada en el pecho.
No eran necesarias las palabras: los sentimientos eran obvios. Se decían que se querían, se disculpaban, se extrañaban, se necesitaban, todo en el idioma del llanto.
Fueron unos cuantos minutos los que necesitaron para que sus respiraciones volviesen a la normalidad, aunque algunos quejidos se les escapaban de tanto en tanto. Se separaron por un segundo para topar miradas y volvieron a envolverse, esta vez, con más dulzura.
-Si no le explico por qué lloraste, seguramente tu padre me golpeará -se llevó una mano al rostro y esbozó una sonrisa.
-Tú también lloraste, se pensará que volvimos a pelear -imitando al Reino Unido, también se permitió sonreír.
Una vez más se callaron y simplemente se dedicaron a acompañarse, mientras el mayor acariciaba la espalda de Peter.
-Todavía no vas a reconocerme como una nación independiente, ¿no? -se alejó y lo miró a los ojos, esperando la respuesta. Arthur, desvió la mirada un segundo para acomodarle los cabellos de la frente.
-No, Peter, no. Ni en un millón de años.
Muy al contrario de las otras miles de veces que habían tocado ese tema, rieron. Como los buenos hermanos que habían sido y a partir de ese momento volvían a ser.
Volver a tener una responsabilidad nunca le había dado tanta alegría a Arthur.