Jun 23, 2009 01:46
Había aceptado cambiar uno de sus mayores deleites en la vida por la compañía del chino, pero ¿era un cambio que valía la pena hacer? Adoraba, por ejemplo, observar el miedo en los ojos de Lituania cuando tan sólo le dirigía la palabra, ver el pequeño cuerpo de Letonia temblar cuando se le acercaba, el bien disimulado nerviosismo de Estonia cuando le esbozaba una sonrisa maquiavélica. No, no estaba seguro si dejar eso de lado sería algo que China pudiese reemplazar.
Mientras avanzaba por los oscuros pasillos de la casa oriental, Rusia se llevó la palma a la cara para remover algo de sudor frío. Nada parecía cierto ahora. Sin embargo había una cosa, un simple y mínimo detalle del cual estaba totalmente seguro: no quería volver a estar solo.
El chino había parecido la mejor compañía desde que él también había sido abandonado por los que quería: Iván por los bálticos de los cuales había cuidado a su manera, y Yao por sus hermanos a quienes había criado para sólo ser apuñalado por la espalda más de una vez. En ese sentido, los gigantes de Asia eran iguales.
Y las similitudes no acababan ahí. Tanto el uno como el otro, a pesar de ocultarlo con su vitalidad, ya tenían sus años y su historia. Ambos habían compartido la misma visión del mundo, llámese comunismo. Los dos habían hecho cosas bondadosas y macabras; a tal punto que ninguno estaba libre de pecado. Por todas esas razones Iván consideraba a Yao el compañero perfecto, ya que era quien lo entendía mejor que nadie. Ni si quiera sus adoradas hermanas podrían ayudarlo de la manera en la que el amante de los pandas lo hacía de vez en cuando.
Se detuvo ante la puerta de la habitación que compartía con Yao, o mejor dicho, la que había obligado a Yao para que compartiese con él. La abrió con lentitud, se metió en el lugar y mientras la cerraba se quitó con delicadeza su bufanda. No era que tuviese frío, solo era que ese pedazo viejo de tela era prácticamente una parte de él y lo trataba como al tesoro más preciado del planeta. Dejó que su cuerpo pesado por el cansancio se arrojase de espalda sobre el futón y los almohadones que lo decoraban. Lo que Iván hubiese dado en ese momento para poder beber un trago de vodka y dormirse alcoholizado no tenía nombre.
Dio un largo y desestresante suspiro, acto seguido giró su cuerpo para quedar de costado. Entonces tomó la manta que yacía bajo él y la arrugó con fuerza.
Había podido vencer a tantos enemigos, se había levantado sin la ayuda de nadie todas las veces que había caído, había logrado tantos objetivos; ¿por qué justo ahora empezaba a dudar? Refregó un par de veces su rostro contra la sábana que comenzaba a tomar una acogedora temperatura mientras se contestaba mentalmente esa pregunta. Dudaba porque tenía pavor a quedarse solo y a no poder estar nunca más con Yao.
Y por consiguiente, con nadie más que lo comprendiese y recomfortase de esa manera.
Iván cogió el almohadón que tenía más cerca para tratar de conciliar el sueño, cosa que no le fue posible hasta que China, con los cabellos sueltos y el pijama ya puesto, se acostó junto a él y cubrió el cuerpo de ambos bajo una manta.
p: rusia,
[aph],
"inténtalo",
p: china