[FF] Sherlock BBC: The Mysterious Case of the Disappearing Necklace [CAP1 DE 8]

Jan 31, 2012 10:00



Título: The Mysterious Case of the Disappearing Necklace
Personajes: John, Sherlock y una serie de OCs absolutamente necesarios.
Advertencias: … ninguna, creo yo. Es pre-S02E03.
Clasificación: PG13 - HET - Longfic, es que se dice?
Capítulos: 1 (Uno) de 8 (Ocho)
Palabras: 6.873 (un montón)
Beta: esciam
Summary: Dos personas, aparentemente sin conexión entre sí, han sido asesinadas en circunstancias misteriosas en un castillo histórico en la India. A Sherlock Holmes no podría importarle menos, si no fuera porque ha sido invitado a resolver el caso y se le presenta ante los ojos no sólo la oportunidad de llevarse los laureles, sino de enfrentar un ambicioso desafío que pondrá a prueba todo su poder de deducción y su inteligencia. En un lugar donde todo uso de tecnología está prohibido y cualquier persona puede ser el asesino, ¿Cómo probarías que ha sido obra de un ser humano, y no de una famosa maldición hindú? Sherlock está dispuesto no sólo a encontrar al perpetrador de los crímenes, sino también a resolver el curioso caso del collar que desaparece. John, por supuesto, no vacilará en acompañarlo. Narrado desde el POV de John Watson.
Ritmo de Actualización: cuando sea posible… así que, atent@s.
Notas: Mi primer intento de montar un “caso” completo de manera inteligente y divertida. Críticas de todo tipo serán bien recibidas, siempre y cuando estén bien fundamentadas. No vale decir “no me gusta” sin explicar por qué :)


VIENE DEL CAP1 PARTE 1

Sherlock volvió a ubicar la laptop para seguir con su búsqueda, y me quedé un momento esperando algo más, pero no lo habría a menos que preguntara. Él seguro pensaba que mi curiosidad histórica ya estaba saciada, pero en realidad me interesaba saber más sobre el caso actual. También era muy interesante la perspectiva de descubrir cómo sacaban el collar de su lugar y volvían a ponerlo sin que nadie lo viera, claro. El hecho clave es que había gente muerta. Así que me aventuré:

-¿Y qué sabemos hasta ahora de los asesinatos más recientes?

-Dos. Uno de ellos era el encargado del servicio doméstico del castillo, y la otra, es la nuera de Kennedy junior. De ahí el revuelo. Está por todas partes en los diarios online de toda Asia. Asesinados con un día de diferencia. Ella estaba casada, y su marido de viaje de negocios en Nueva Delhi, y el mayordomo era viudo, desde hace bastante tiempo. Ninguno de los dos tenía hijos, pero el marido de ella sí, tiene un hijo de diecinueve años de su primer matrimonio y una hija de dieciséis del segundo. Al hombre lo encontraron muerto en uno de los salones principales, y a la mujer en sus habitaciones. No había señales de entrada forzada en el cuarto, aunque es muy probable que hayan entrado por la ventana, el castillo tiene un parque muy frondoso al frente y atrás, una pequeña selva privada. Es fácil usar el parque como medio de escape, aunque eso hubiera alertado a los perros guardianes.

»Una construcción tan antigua seguramente tiene pasadizos secretos en las paredes. Es algo que tendré que chequear personalmente. Hm. Lo antes posible.

Después de eso último, Sherlock se quedó extrañamente callado, de nuevo.

Por la concentración que vi en sus ojos y la forma veloz en que tipeaba y leía casi a la vez, me di cuenta de que estaba pensando muy intensamente en algo. Apreté un poco los labios y me decidí a volver a hacer una pregunta:

-¿Y qué hay de la vigilancia? ¿Las cámaras de segu…?

-Pequeño detalle. -me cortó Sherlock, antes de que pudiera terminar la frase-. No hay cámaras. En el Castillo de Narmada no hay ningún tipo de tecnología moderna, no se permite. El propietario no admite que se instale ningún tipo de alarmas, sistemas de vigilancia, computadoras o ningún artefacto tecnológico concebido después de los años cincuenta, la época en que Kennedy senior se mudó con su familia al castillo y lo hizo restaurar. Se hacen visitas guiadas, pero incluso los visitantes deben dejar todos sus aparatos en la entrada: cero teléfonos celulares o cámaras de fotos o vídeo, dispositivos de sonido, todo eso. La seguridad de la propiedad está a cargo de treinta guardias privados a caballo y a pie que recorren todo el predio del palacio en grupos de dos, las veinticuatro horas del día. Tienen quince perros entrenados en detección de drogas y ataque.

-Bueno, es sabido de museos donde no permiten tomar fotografías, pero esto…

-Lo sé, totalmente ridículo. -murmuró él, entre dientes.

La perspectiva me preocupó un poco, y esperé que mi amigo dijera algo más, pero tuve que ser yo quien dijera lo que obviamente los dos estábamos pensando:

-Sherlock, si no permiten que nadie entre ni siquiera con un teléfono, ¿Qué vas a hacer?

Eso lo sacó de su mecánico ensimismamiento, y le hizo volverse a mirarme, un momento.

-John, ¿Estás insinuando que no sería capaz de resolverlo sin ayuda de la tecnología?

-No he dicho eso, pero es que tu teléfono es…

-No necesito mi teléfono, sino mis ojos y mi cerebro.

-… de acuerdo. -asentí, un poco más tranquilo ahora. Igual estudié su reacción un momento.

No noté preocupación alguna en los ojos de Sherlock, de todos modos. Él siempre se veía confiado, aún cuando no tenía ni la más miserable idea acerca de nada, aunque éste no era el caso. Pude intuir que mi amigo ya sabía mucho más sobre esos misteriosos asesinatos de lo que realmente tenía ganas de decirme, pero no estaba cien por ciento seguro. Puedo decir con certeza que algo lo estaba deteniendo, porque en otra situación no habría dudado en deslumbrarme con sus conocimientos.

De hecho, ahora que lo pienso, Sherlock sí estaba un poco distante, más de lo normal.

Bajó la mirada y se volvió hacia la laptop de nuevo, y tecleó unas cosas más antes de decir:

-Lo único que realmente vale es lo que puedes ver y tocar, John, y una vez eliminadas las opciones imposibles, si bien lo que quede sea improbable… siempre se puede encontrar un modo de hacerlo pasar. Tener los recursos limitados no modifica en nada el juego, sigue resumiéndose a evidencia física. Hace años que no me encontraba con algo como esto, miss Reilly ha sabido tirarme un excelente anzuelo. Tendré que devolverle el favor.

Por espacio de varios minutos, me quedé escuchando el zumbante sonido de las turbinas del avión en el silencio de la cabina donde nos encontrábamos. La gente a nuestro alrededor estaba dormida, y el aire acondicionado rumiaba sobre nuestras cabezas.

-… seguro aprecias mucho a miss Reilly. -me atreví a decir-. ¿Cómo es ella?

Como si le hubiera dicho una grosería, Sherlock se detuvo en su incesante tipeo y se volvió de nuevo hacia mí, clavándome unos ojos grises poco halagadores:

-Es una solterona odiosa e insípida, con muy poca paciencia y muy mal carácter. Si aún se hace llamar miss, claramente no ha abandonado sus arcaicos modales. Mycroft la odiaba. Estoy seguro de que AÚN la odia. Siempre nos castigaba, y a Mycroft le daba el castigo por más tiempo. Él se vengaba llamándola “la tía agria de la Reina Victoria”.

-Pero tú no la odias. -comenté, con una sonrisa.

-No confundas el respeto con aprecio, John. Cuando la conozcas, sabrás que ninguna ancianita es tan dulce como parece.

Después de aquello, Sherlock no volvió a dirigirme la palabra hasta que no aterrizamos en Bombay. No le pedí disculpas por la ofensa, porque no lo había ofendido, sólo… le había agarrado con la guardia un poco baja. Miss Reilly debía significar para él algo como lo que la señora Hudson significaba para los dos, a un nivel quizá más personal de encandilamiento infantil. Un niño puede sentirse fácilmente atraído por una figura de autoridad que admira.

Y Sherlock Holmes es un hombre admirable e independiente, estoy de acuerdo, pero también tiene sus pequeños ídolos, bien guardados en alguna parte.

####

Bajamos del avión finalmente. En Bombay era de noche, pero un aeropuerto siempre está lleno de gente de todas partes.

Después de que los oficiales de aduana revisaran nuestros documentos y equipaje, salimos hacia el área de descanso y de pronto, Sherlock desapareció de mi vista. Lo encontré cinco minutos después, frente a un puesto de libros y periódicos, examinando críticamente todas las portadas. No tuve que preguntar qué estaba haciendo, porque ni bien me acerqué él recogió dos revistas de crucigramas del estante más bajo, y fue a pagar por ellas. Pagó con libras, porque aún no habíamos cambiado nuestro dinero a rupias.

Con las dos revistas en la mano, pasó a mi lado (indiferente) y no me quedó más que dar la vuelta.

De alguna manera, él parecía saber exactamente a dónde ir, por lo que fui detrás de sus pasos con el equipaje a cuestas.

En otro sector cercano, un pequeño e impecable Gulfstream IV business twin-jet nos esperaba.

Ya con esto podía decir que las personas que iban a contratarnos, los patrones de miss Reilly, eran gente DE VERDAD muy adinerada. No cualquiera tenía un jet privado de esa categoría, con permiso para bajar en el área restringida de un aeropuerto internacional. Frederick Kennedy y sus hijos debían tener mucho poder, contactos e influencias en esa región de la India. Abordamos, y obviamente la atención de las sobrecargo fue de lujo. No me pude quejar, incluso logré dormir un poco en un asiento comodísimo que se hacía completamente cama. Sherlock no durmió, estoy seguro de eso. Puedo apostar a que pasó las horas hasta la pista de aterrizaje en Surat con la mirada fija en el mismo punto del vacío, pensando en algo que se escapaba totalmente de mi percepción.

Cuando aterrizamos en Surat, ya era de día y la ciudad bullía de actividad.

Un auto negro nos recogió a la orilla de la pista, y nos llevó por las calles principales hacia la costa.

Sincronizamos nuestros relojes a la hora local y suspiré. ¿Para qué había hecho eso? Según lo que sabía, me obligarían a dejarlo en la entrada junto con mi teléfono, mi computadora, mi cámara, mi afeitadora y mi cepillo de dientes eléctrico.

Preferí concentrarme más en los edificios y lo lento que avanzábamos. Había mucha gente en la calle, y el chofer (un americano) nos aconsejó mantener las ventanas subidas para evitar que los niños metieran la mano pidiendo limosna. Algo me apretó el pecho al ver a tantos jovencitos desvalidos en la calle, algunos en peor estado que otros, pululando entre los hombres y mujeres que se movían como hormigas de colores vivos hacia sus trabajos. Animales conviviendo junto con la gente. Aquello parecía poco una gran urbe de los tiempos modernos. De alguna manera, me sentía más y más trasladado a una época antigua a medida que el coche se acercaba a la orilla del mar.

En la lejanía, el Castillo de Narmada esperaba nuestro arribo, con sus banderas rojas flameando al viento.

Sherlock se pegó a la ventana para observar mejor. Según los mapas que consultamos, el castillo tenía dos murallas principales: una exterior, la más gruesa (capaz de resistir el embate de cien elefantes de guerra, decían las leyendas) y un anillo interior donde se encontraba el castillo propiamente dicho, sus parques, la porción de la jungla privada y los demás edificios-museo y del personal. Entre los dos anillos de fortificaciones había parques más sencillos y casetas de vigilancia, era en esa franja donde el personal de seguridad hacía sus rondas. Para salir de las instalaciones, había que pasar sí o sí por alguna de las puertas de las murallas y enfrentar a los guardias.

Más allá del anillo interior, no se permitía la entrada con ningún tipo de tecnología moderna.

Tal como sospechábamos, nos esperaban. No sólo los guardias, sino también un buen número de periodistas. La prensa hindú estaba revolucionada con los hechos, y todos querían sacar un pedazo de la espectacular historia de asesinatos.

Nuestro chofer le dijo algo en hindi a los oficiales que hacían guardia en la entrada principal de la primera muralla, y nos dejaron pasar. El coche finalmente se detuvo en el aparcamiento circundante a la segunda puerta principal, y esperamos a que nos registraran. En un cuaderno gigante, anotaron nuestros nombres y apellidos, hora de llegada y las pertenencias que dejaríamos. Tal como sospeché, nos pidieron que colocáramos todos los artefactos tecnológicos que tuviéramos en cajas de metal, que luego fueron guardadas en pequeñas bóvedas empotradas a la pared. Sherlock estuvo muy tranquilo todo el tiempo que duró el registro. Ni siquiera fue sarcástico con los guardias, y eso me sorprendió, de buenas a primeras. Estaba tomándose demasiado bien el tener que despojarse de su teléfono, una de sus herramientas de investigación más útiles. Podría jurar que le tembló la mano cuando lo puso dentro de la caja, pero traté de no mencionar el hecho.

Nos entregaron las llaves magnéticas de dichas bóvedas, y entonces nos dejaron pasar al otro lado del anillo interior. Hice una mueca. Un carro tirado por caballos aguardaba para llevarnos al castillo. No podía sentirme más en una película de época.

Me guardé la ironía, y opté por disfrutar del pequeño paseo.

Aquel lugar rezumaba las palabras “lujo”, “aristocracia” y “buen gusto” por cada poro de sus ladrillos.

Tengo que reconocer que me distraje un poco con los pavorreales, había docenas en el parque y se veían perfectamente desde el amplio ventanal del salón donde, más tarde, nos hicieron esperar a que alguien nos atendiera. Sherlock, por otro lado, se había tomado la libertad de sentarse a su manera en uno de los lujosos divanes revestidos de terciopelo y metales dorados, y con las piernas cruzadas, miraba distraídamente hacia el techo. Tenía las manos dentro de los bolsillos, pero movía insistentemente el pie apoyado en el piso alfombrado, con cierto nerviosismo. ¿Extrañando ya su teléfono?

No. Me detuve un instante a estudiar su mirada.

Estaba buscando algo.

Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando dos personas entraron a la sala.

Sherlock desvió la mirada hacia ellas para recibirlas: una era muy anciana y encorvada, bajita, y la otra mucho más joven, vestida con sedas liliáceas y el cabello recogido en el típico estilo de una mujer casada hindú.

-Yo sabía que vendrías -dijo la anciana, con una voz cascada y algo débil.

Ella era miss Reilly, a juzgar por la descripción que Sherlock me dio anteriormente. Me sorprendió la energía con que se acercó hasta mi amigo, con los brazos tendidos en su dirección. Juraría que él sonrió muy tenuemente, y adelantó la mano hacia la mujer de edad; ella le aferró con ambas manos, a su vez, y le dio unas palmaditas en el antebrazo.

Pero no hubo otra señal de afecto, ni de camaradería, más que eso.

-Miss Reilly. Ha pasado el tiempo. Y no está siendo generoso con usted. -observó Sherlock, irónico.

-¡Hah! No has cambiado nada, tampoco -respondió ella, agriamente, con una mueca de disgusto en los labios arrugados y finos-. ¿Y quién es aquel encantador joven? A todas luces se ve mejor educado que tú.

-Mi amigo, el doctor John Watson. John, miss Catherine Reilly.

-Encantado, Sherlock me ha hablado mucho de usted -dije, y me adelanté para saludarla con un apretón de manos. De nuevo, la mujer me sorprendió devolviéndome el saludo con una fuerza que pocas viejitas de setenta y tantos años tenían-. ¡Vaya, qué buen apretón!

-Me puedo imaginar lo que te ha contado, este jovencito maleducado. El gusto es mío, joven Watson. -seguidamente, miss Reilly me soltó (pero no había soltado a Sherlock, todavía) y señaló con la mano libre a la joven que la acompañaba. Negó con la cabeza en un gesto de profunda decepción-. Pero, ¿Qué ha sido de mis modales? ¡Perdóneme, por favor! Sherlock, joven Watson, ella es mi patrona: la señora Yanni.

La mujer se adelantó hasta nosotros y nos saludó a ambos, a la manera occidental.

-Shriyani Kennedy, pero, por favor… díganme Yanni. Es más fácil -pidió ella, con una sonrisa.

Parpadeé varias veces, encandilado por su belleza. Era una joven de unos treinta años, muy bonita y de grandes ojos color avellana, pero su piel de tono moreno oscuro delataba su ascendencia hindú. Tardé un poco en reaccionar cuando, después de ofrecerle su mano a Sherlock en un apretón amistoso, ella se dirigió a mí; pero contesté su saludo con efusividad.

-¿Usted es la hija de Frederick Kennedy? -preguntó Sherlock, con rapidez.

-Así es, soy la menor. Es un honor tenerle en nuestra casa, señor Holmes. Miss Reilly nos habló de usted de inmediato cuando se suscitó toda esta situación, y no pudimos hacer menos que seguir su consejo. Ella siempre sabe de lo que habla. -la dama sonrió y apretó un poco el hombro de miss Reilly, con cariño-. ¿Quisieran ver sus habitaciones? Les hospedaremos en el castillo, por supuesto, para que les sea más cómodo realizar sus pesquisas. Una pequeña porción de esta enorme casa ha sido reacondicionada para que sea habitable. Allí vive mi padre con su esposa.

-¿Usted y su marido no viven aquí?

-Mi marido, mis hijos y yo, y miss Reilly, vivimos en la ciudad. Tenemos una casa allá. ¿Prefiere quedarse en la ciudad?

-No será necesario -repuso mi amigo, con displicencia-. Pero antes de ver cualquier cuarto, quiero ver los cadáveres. Sólo facilítenos un transporte de vuelta a la ciudad.

Y una hora más tarde, allí nos encontrábamos. Nuestra aventura había comenzado.

CONTINUARÁ

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