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Jan 23, 2008 17:25

LICOR

Nunca se termina de conocer a una persona, yo soy la experiencia vívida de aquel refrán; yo y Joseph particularmente.

Siempre me había preguntado por qué el perro, en ese entonces, sentía una repulsión enfermiza al alcohol en general.

Recuerdo que cuando estábamos en secundaria supuse que, como gamberro que era, gustaba de mujeres por montones, fiestas cada fin de semana y cigarrillos junto con alcohol a granel; un rebelde sin causa.

Con el paso del tiempo, y de la intervención de mi hermano de confraternizar con mi salón, me di cuenta de que el perro casi no iba a fiestas, y que si iba, rara vez coqueteaba con una mujer y las botellas con cerveza jamás tocaron sus manos. Bastante inesperado, me dije en esa ocasión.

Únicamente intrigado por ese extraño comportamiento mi asistencia a esas celebraciones se hacía mayor, y a pesar de todo, el patrón se repetía: ni mujeres, tabaco y alcohol; ni siquiera en momentos solemnes como el brindis por un cumpleañero o un compromiso, nada.

También cuando finalizamos la preparatoria, después de una pomposa despedida y entrega de honores, un agasajo con familia y amigos y las palabras empalagosamente emotivas del cuerpo docente; nos sirvieron una copa larga y delgada de champagne.

Sonreí al ver la copa del burbujeante líquido, había relacionado desde muy joven las copas de champagne con los triunfos y éxitos; cada vez que sellaba un contrato o ganaba una contienda una copa fina de champagne iba a parar a mis labios.

Más curioso fue ver al cachorro durante el brindis del curso; la mayoría bebió sus copas al momento de las felicitaciones con excepción de él, que con un escueto “no bebo, gracias” y reemplazando su copa de champagne con soda, brindó.
Sobretodo el hecho que hasta Gardner y Motou bebieron toda su copa.

Cada uno de los alumnos inició su vida superior, y lo más extraño es que tanto yo como el perro asistimos a la universidad, y mas o menos cerca de esos días yo empecé a salir con el perro, tiempos muy agradables debo agregar; me sorprendió lo rápido que me volví dependiente de su compañía y las cosas que descubría: que cuando estábamos en el instituto trabajaba y estudiaba, que sus padres estaban divorciados, que su madre no le dejaba ver a su hermana y que él mantenía al padre.

Y siempre yo di por sentado que él no movía ni un sólo dedo si Yugi no se lo ordenaba. Los descubrimientos que hacía sobre Joey eran cada vez más interesantes, derrumbaban esa imagen que tenía de él de un vago sin rumbo permaneciendo sólo su fobia al licor.

Cuando le pregunté un día porqué su padre no trabajaba, como debiera haber sido, evadió el tema con besos o caricias; y quizás por la anterior dependencia, no insistí más en el tema.

A veces, cuando hacíamos el amor, encontraba cicatrices antiguas que surcaban su espalda o brazos; algunos magullones cerca del cuello o un par de heridas.

“Me peleé con alguien” me decía calmado y le creí, pasando de alto muchos detalles como que ciertas heridas eran muy antiguas y otras que no eran causadas por una simple riña.

Llegó nuestro primer aniversario y lo invité a cenar; una velada maravillosa e íntima, nada muy empalagoso. Y de nuevo rehusó tomar licor, pidió un jugo natural durante la cena; tanto yo como nuestro mesero mirábamos interrogante al cachorro.

“Me trae malos recuerdos el licor” fue todo lo que me dijo, e igual que la vez anterior, no insistí en el tema.

Nunca lo vi ingerir nada de alcohol, ni una sola gota de ninguna de todas sus millares de variantes. Nada.

Y creí que era algún excentricismo raro del perro, quizás le memora algo doloroso, algún suceso altamente vergonzoso o una borrachera histórica, todos suelen tener esas historias; pero nunca me lo contó.
No lo obligué a beberlo y él se mostraba tranquilo con ello.
No le pedí explicaciones y me agradecía mudamente.

No fue hasta que en esta semana, en el departamento de ambos, ocurrió algo bastante extraño.

Llegaba terriblemente tarde de una reunión de la oficina de KC, ampliaciones del consorcio y nuevos productos fueron los dolores de cabeza a tratar. Había perdido la cabeza en la junta cuando uno de los asociados estaba manejando los porcentajes de ganancias de la firma, mi ánimo era no muy alentador y lo único que quería, después de ordenar una nueva alianza entre las empresas o la dimisión de su puesto en la consesión, era llegar a mi habitación, recostarme junto al tibio cuerpo dormido de Joseph, leer un libro a la luz de mi lámpara de noche y dormir plácidamente.

Entré al departamento con cuidado, ya eran cerca de las dos de la madrugada e imaginaba que Joseph estaría dormido. Nunca estuve más equivocado.

Estaba en el sillón de la sala con el teléfono móvil en sus manos apagado, su cabello atabo en una coleta baja, un cigarrillo en la boca y dos cervezas heladas (que debían ser del las mías) sobre la mesa.
Una de ellas abierta y siendo bebida por el cachorro.

-Cachorro - dije calmado, algo pesado había en el ambiente. Algo sucedió, algo muy grave. - ¿Estás bién?, ¿sucedió-

-Me han llamado hace dos horas, del hospital Dómino City antes que preguntes - interrumpe mi discursillo, pero aún me tiene asombrado el hecho de verle tomar algo alcohol. Le dio una calada profunda a su cigarrillo ante mi mirada interrogante - mi padre murió hace un hora y media, Seto. Eso sucedió.

Lo miro como si le hubiese salido otra cabeza.
El padre del perro, ¿murió?

No sé cómo sentirme al respecto, jamás conocí al hombre ni por fotografías ni he escuchado de él; y el hecho de que Joseph ni siquiera titubeara por el recuerdo de su padre no me aclaraba nada de lo que podía hacer. Sólo dije lo que cualquiera en esa situación diría.

-Lo siento mucho, Joseph. Ha de ser una gran pérdida.

Craso error.

-Lo sería si no fuese un hombre que todo lo bueno que hizo fue darme la vida a mí, a mi hermana y darme una infancia decente - mutismo de mi parte,  parece ser que su relación con el padre no dista mucho de la que yo tuve con Gozaburo.

-¿Y por qué estás bebiendo? - en realidad eso era lo que más me descolocaba, bueno, antes de decirme el deceso. - Nunca lo habías hecho antes, no al menos en mi presencia. Una sonrisa cansada asoma sus facciones, no supe por qué pero la odié.

-Porque el alcohol me recuerda a mi padre - mira al techo vagando en sus recuerdos - Seto, siéntate. Tengo muchas cosas que contarte.

No me importó mucho estar cansado, agotado mentalmente y con el cuerpo pidiendo una cama suave. Era un momento demasiado informal, serio e íntimo como para romperlo; así que siguiendo sus pedidos me senté frentre a él y tomé la otra cerveza mientras escuchaba con atención lo que sea que me quisiese decir.

Y así pasé toda esa noche escuchando entre trago y trago de esa interminable cerveza la niñez del cachorro, su vida con su familia completa antes del divorcio, cuando su padre cayó en la histeria por perder a su mujer y se sumió en el alcohol, las veces que Joseph trabajaba para mantener la casa y, cuando su padre llegaba a estados etílicos profundos, peleaban con el padre del rubio inconsciente del daño que le propinaba al hijo.

Lo escuché con calma, de vez en cuando Joseph meditaba el asunto, como si debiese seguir hablando de su interior mientras yo permanecía inmerme, no le quería dar lástima porque no era lo que necesitaba.
Cuando hablaba sobre mi vida con Gozaburo lo último que quería era que la gente me palmeara el hombro y me dijese "Pobre muchacho".

Nos terminamos aquella cerveza, nos miramos a los ojos y me sonrió cansado nuevamente.

-Y eso es todo, Seto. Lamento no haberte dicho nada durante tanto tiempo, pero necesitaba sanar por dentro.  Necesitaba -

-¿Un cigarrillo? - le dije interrumpiéndolo, estaba comenzando a flaquear su entereza de siempre y preferí desviarlo del tema. Un cigarrillo siempre ayuda - Ya todo ha pasado Joseph.

Nos levantamos juntos de la mesa y caminamos al balcón y vimos las estrellas con un cigarrillo en la manos de cada uno.

Sólo allí le pregunté : ¿y por qué decidiste tomar licor ahora?

Y mirándome directamente a los ojos, empinó su botella y luego me respondió: Porque ahora sé que no soy como él.

Descubrir ese secretillo, tal vez insignificante a oídos de otros, me hizo sentirme más cerca de él como persona.

Y el hecho que sólo tomara alcohol sólo frente a mí era una confianza que me encantaba poseer, aunque suene muy egoísta de mi parte.
Y qué más da. Sólo yo sé que significa el alcohol para él, y me hace sentir tranquilo eso.

Fin

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