FANDOM: Mitología griega.
PERSONAJE/PAREJA: Artemisa, Atenea, Afrodita, Hermafrodito. // Artemisa/Pan/Orión , Atenea/Posidón/Hefesto. Subtextual.
SPOILERS: Basta con tener un poco de cultura clásica. Nada nuevo.
NOTAS: Probablemente meta cosas donde nunca hayan estado en ningún mito. Pero me mola.
PARTES: 1 de 2 (Las Calzas de Artemisa)
Se acerca el amanecer y como de costumbre los caballos celestes relinchan mientras el encargado de la cuadra engancha los caballos a la cuadriga bajo la mirada supervisora de Apolo.
A lo lejos también se ve a un dormido Hermes calzarse las botas aladas y encabezar un grupo de atolondrados mensajeros en su rutina habitual de entregar mensajes por el Olimpo y alrededores.
Incluso Eros tiene la desfachatez de madrugar y robarle ofrendas a Démeter para desayunar apresuradamente mientras camina hacia el trabajo.
Los únicos que se pueden permitir levantarse más tarde son los dioses “mayores”.
La jornada de caza se presenta inmejorable. No hay viento, la temperatura es ideal y el cielo aparece despejado. Artemisa no se lo piensa demasiado y coge su carcaj de flechas de pavo real (un regalo de Hera) y el arco que comparte con su hermano (una ofrenda de los atenienses) y se adentra por los bosques.
Estos no están tan tupidos como anteriormente porque los humanos empiezan a cortar la maleza para construir granjas con las que aprovisionarse durante el invierno. Artemisa, que junto con su hermano Apolo discutieron sobre el asunto de permitir que los mortales destruyeran la naturaleza en pos de su propia supervivencia, era partidaria de enloquecer y hacer enfermar al ganado para que los hombres pillaran la indirecta. Pero Hera y Zeus se habían posicionado en el bando contrario, no había que tomarse el asunto como una ofensa personal, nadie quería hacerle daño a nadie. Artemisa llegó a la conclusión de que su padre era un blandengue y que solo era capaz de llevarle la contraria a su madrastra cuando se tocaba el tema de sus amantes, por lo que tomó la determinación de hacerle frente por métodos no directos (no apoyar sus campañas salvo cuando fuera estrictamente necesario, ignorar cualquier tema que pudiera preocuparle y no contar con su aprobación excepto en casos imprescindibles).
Aun quedaban varias piaras de jabalís salvajes que cazar, manadas de gamos y ciervos que disecar y lobos que exterminar. En su camino de caza se encontró con un poblado de ninfas que le alertaron de un incendio y se entretuvo con las náyades de un río cercano en un momento que fue a refrescarse. Todo iba medianamente bien y estaba controlado… Hasta que se cruzó con Orión.
****
Afrodita era precisamente la diosa que se levantaba más tarde bajo el pretexto de las bacanales y celebraciones que tenía que visitar. Ares le había dejado una nota escueta de lo maravillosa que había sido pasar la noche con ella y Hefestos le había lanzado otro cuchillo sobre la puerta del dormitorio que había quedado encajado en el quicio. Pero Afrodita ya no temía las amenazas de su marido. Empezaban a formar parte de un ritual de sucesos peligrosos y extravagantes (como aquella vez que dejó un tenedor al rojo vivo esperando que ésta lo cogiera pero su propio hijo lo tomó por equivocación y pasó una semana bajo los cuidados de Hermafrodito)
Afrodita era por naturaleza hermosa pero equivocaba sus funciones de tal manera que su trabajo que debía consistir en juntar parejas de enamorados se truncaba por cotillear demasiado. De hecho, hacia un par de meses que había caído en desgracia y tenía que ser su propio hijo Eros quien le sacara las castañas del fuego.
“Me prometiste que Perséfone me amaría” le reprochó un airado Hades tirándole un frasquito vacío de lo que bien podía haber sido: poción de amor.
“Hiciste el ritual en el mes equivocado. Te dije que tenías que hacerlo antes de la cosecha, no después” se disculpaba su sobrina mientras examinaba su aspecto en uno de los tantos espejos que tenía en su habitación. “No es mi culpa que en Octubre los rituales tengan menos efecto”
“Tampoco es culpa mía” decía Hades volviendo a sus aposentos muy enfadado.
“El amor no se puede forzar. O lo hay, o no lo hay” soltó como ocurrencia Afrodita a modo de despedida.
Aquella mañana, la diosa del amor no se sentía muy animada para ir al templo y escuchar las quejas y súplicas de sus más fieles seguidores. Así que fue al despacho de Hermes y le dejó una nota para que supiera que tenía que pasarle todas las sugerencias, ruegos y oraciones a su nombre a la caída del Sol.
“Creo que voy a ir a ver que se cuece por ahí” Y como siempre, bajo el influjo de la curiosidad y el cotilleo se acercó cauta a las habitaciones de sus hermanos y hermanas para enterarse de las inquietudes de los miembros del Olimpo.
“Es la décima vez que me deniegan una petición” reía Dioniso mientras leía el escrito que le hacía un fiel sobre el interés de entrar en la hermandad de los ritos sagrados del vino. “No toleraré que se rían de mí de esta forma. Mira en tu interior, decía el oráculo. Pues como no me abra las tripas no sabré si tengo o no tengo lo que es necesario para participar. ¿Tan difícil es obtener una respuesta?”
“Parece exasperado” reconoció Afrodita la voz del propio Ares.
“¿Exasperado? Yo diría desesperado” reía el dios del vino. “¿Y qué quiere? ¿Acaso no está de acuerdo con formar parte del casting? No existen los milagros…” se oía caer una copa de metal al suelo. “Ahhhh, ¿dónde hay un criado cuando se le necesita? Quiero más vino. Pero no de esa añada deplorable. Parece mentira que tus propios fieles te ofrezcan un vino tan poco digno de un dios”
“Que poca consideración” corroboraba el dios de la guerra. “Ah, yo también quiero vino y rápido” exigía.
“¿Tu también tienes que soportar a unos cuantos fieles impertinentes?” preguntaba Dioniso tras beber largamente de su copa.
“Las peticiones de una amante despechada” dijo Ares.
La diosa del amor empezó a molestarse.
“¿y eso? Creía que te entendías con Afrodita”
“Creo que un tal Narciso desatendió sus peticiones y viene a mí en busca de consuelo y sexo”
“Será más de sexo que de consuelo…”
“Como sea. No soporto que me empiece a dar la brasa con sus teorías sobre la fragilidad de los hombres y su ignorancia y artimañas para no asumir que pueden morir en cualquier momento. Eso puedes soportarlo una noche, incluso dos… pero que te venga siempre con lo mismo tras hacer el amor me resulta…”
“Maldito bastardo. Hijo de su madre tenía que ser” Afrodita guardaba el mismo desprecio que muchos de sus hermanos por su madrastra y la culpaban de todas las desgracias y maldades que se cocían en el Olimpo, incluso cuando la mayoría de la culpa era de su propio padre. “Pues no va y me dice que se lo pasa estupendamente conmigo… Voy a tener que empezar a leer entre líneas” pensó para sí desanimada.
Decidió que escuchando aquello solo conseguiría deprimirse por lo que se alejó con cuidado de que no se oyeran sus pasos y se encaminó a otra de las habitaciones del palacio residencial de los dioses. Esta vez, Atenea, la hermana más inteligente que tenía.
“He dicho millones de veces que esa decoración apesta” se oía gritar a la diosa de la paz. “No quiero ese escudo ahí, lo quiero más abajo. Y nada de la presencia de armas espartanas. Si soy la hija predilecta de Atenas no puede haber ninguna presencia de nada que tenga que ver con los enemigos de estos. ¿Cuántas veces lo tengo que repetir?”
Afrodita sabía que Atenea era una mujer con carácter pero creía que eso la hacía más divertida. Solo le preocupaba el que no encontrara pareja con la que reconciliarse y pasar buenos momentos. Por aquel entonces, Atenea estaba mudándose de su palacio de Atenas para vivir una temporada estival junto al resto de sus hermanos. No era una idea que le gustara pero su padre le había convencido de alguna manera así que ahora estaba dedicándose a remodelar su alcoba hasta conseguir algo que le pareciera hogareño y acorde a lo que buscaba.
La diosa del amor buscaba a la menor oportunidad alguna conversación que le diera pie a indagar sobre quién podía estar interesada su hermana. Por ahora, había llegado a la conclusión de que mantenía una relación de odio con su tío Posidón pero le resultaba demasiado mayor como para imaginárselo a su lado o, lo que era peor, en la misma cama teniendo una relación.
“Es feo e igual de mujeriego que papá. Lo único que lograría es que Atenea llegará a ser como Hera, egoísta, frustrada y despreciable” pero Afrodita no se rendía a pesar de que su hermana le había dicho millones de veces, por activa y por pasiva, que no estaba interesada en ningún hombre.
“Te pasas la vida retando a la gente” le había dicho en alguna ocasión. “Como a aquella muchacha solo porque quería tener su minuto de fama”
“Aracne se burló de mí y me ridiculizó a ojos de todos los atenienses. ¿Acaso podía dejar que se saliera con la suya?” contestó la diosa de la inteligencia.
“Pero te tomas la vida demasiado en serio. Si estuvieras con un hombre verías que nada es para tanto y disfrutarías más y…”
“Porque tu seas una descocada y una fulana no quiere decir que el sentido de la vida se encuentre acostándose con todo lo que se mueva”
Afrodita ni siquiera se molestó en llevarle la contraria. Creía profundamente en lo que decía, que era que Atenea estaba tan necesitada de una relación carnal que buscaba pelearse con cualquiera que le llevara la contraria para hacerse sentir mejor.
“Lo mismo no necesitas a un hombre” seguía insistiendo la diosa del amor. “Aquí hay la suficiente libertad para que te acuestes con quien quieras. De hecho, en Lesbos encontré a varias sacerdotisas que estaban dispuestas a cumplir cualquier deseo que se le pidiera. Si quieres puedo pasarme y concertarte una cita con…”
“Antes me acostaría con un ornitorrinco” dijo Atenea tratando de zanjar la conversación.
“Bueno, incluso la zoofilia se podría estudiar”
“¿Por qué no te vas a hacer de casamentera con Hestia o Artemisa?” terminó por explotar. “Ah, no, claro, que ellas ya han afirmado que serán vírgenes. Pues hazme un favor, empieza considerarme a mí también dentro del grupo”
Y siempre se terminaba la discusión con un portazo y unos cuantos platos rotos.
Aquella vez fue verla aparecer por la puerta y lanzarle parte de una cubertería de cristal a la cara.
“No quiero pareja. No necesito pareja. No me interesa tener una pareja. Déjame en paz”
“Pero si ni siquiera sabes a lo que vengo” protestó Afrodita.
“A lo de siempre. Vienes a joderme la mañana. Pero hoy no te lo permitiré, no ahora que conseguía estar de tan buen humor”
Afrodita estuvo a punto de decir que aquello le parecía cuestionable dada la pelea que mantenía su hermana con la decoración pero intuyó que aquello no arreglaría las cosas así que fingió estar más interesada en otros asuntos y se escapó a husmear a otro lugar.
Desgraciadamente se topó con las hermanas Gracias que parecían buscarla.
“Oh, Afrodita. Tenemos que concertar la festividad del aniversario de Zeus y Hera. Quedamos en que sería un banquete informal pero hay que empezar a reservar lugar y mandar las invitaciones, pensar en la decoración…” empezó a decir Eufrósine alegremente.
“Ahora no” trato de disculparse la diosa.
“…y la música. Podríamos pensar en Pan y su grupo de sátiros para que amenizaran la velada. O si se prefiere algo más vetusto podemos sugerir a Apolo que participe…” dijo otra de las gracias ignorando el comentario de Afrodita.
“Es demasiado pronto para organizar…”
“Si esperamos demasiado Démeter podría cogernos el día y luego sería imposible de organizar…”
“Vale, vale. Pero ahora no puedo atenderos. Ir pensando en que cosas estarían bien y luego me las comentáis con más privacidad”
“De acuerdo” dijo Aglaya que pareció entender las intenciones de su mentora y cogió a sus hermanas por los hombros para que no molestasen más.
“Por que poco…” pensó Afrodita. “No podré librarme de los compromisos eternamente”
Sobre todo cuando efectivamente un dios está condenado a la eternidad.
Mientras caminaba mirando hacia todos lados para escapar de cualquier otro asunto que se la requiriera se topó con el cuarto de Artemisa que tenía la puerta entreabierta. Artemisa, que era más mayor que Afrodita y se mostraba como un libro cerrado y hermético, era una de las hermanas por las que la diosa del amor sentía más curiosidad.
Si bien no entendía las razones por las que Atenea se negaba a compartir lecho con nadie, entendía aun menos los motivos por los que la diosa de la caza guardaba castidad absoluta.
“Se pierden una de las experiencias más gratificantes sin saber que se siente. Todavía si dijeran que lo han probado y no les interesa…”
Así que calló los pocos gritos que su conciencia le daba acerca de curiosear los enseres privados de nadie, se metió en el cuarto y cerró la puerta.
“Cuando una mujer no acepta su rol termina por destruirse a sí misma” se dijo Afrodita para sí mientras veía por todos los rincones armas y pieles tiradas por los suelos, cabezas de ciervos disecadas en las paredes y la cama de plumas de ganso sin hacer. “No hay nada más desagradable que ver a una mujer tan poco femenina” se repugnaba de una serie de colmillos de jabalí ensangrentados y metidos en formol.
Porque si bien Afrodita tenía que acatar los deseos de su padre de que había que respetar la decisión de las diosas castas, no estaba para nada de acuerdo con sus ideales.
“¿Para qué se nace si no es para dar vida? ¿Cuál es el sentido de la realidad entonces?”
Fue cuando cayó en la cuenta de las ropas tiradas por los suelos. Olían a suciedad y a sudor y Afrodita tuvo que llevarse las manos a la nariz al comenzar a sentir nauseas.
“Es de lo más desagradable” musitó arrepentida de haberse metido en aquella madriguera de posibles enfermedades. Aun así se acercó a los ropajes y los examinó separándolos con sus hermosas sandalias. Estuvo apunto de arrepentirse por si el acto en sí podría dejarle manchada y traumatizada de por vida pero entonces una de las prendas llamó su atención. Eran unas calzas que por fuera se veían manchadas de barro y sangre, posiblemente de una de las tantas cazas que la diosa disfrutaba, pero lo extraño era la sangre fresca visible en la parte interior. En un principio pensó que la propia Artemisa se había herido pero desechó la idea ya que todo indicaba a que sí la diosa había vuelto a ir de caza la herida no podía ser peligrosa, de lo contrario estaría en cama recuperándose.
Por instinto cogió las calzas con dos dedos y se las llevó para examinarlas con mayor tranquilidad alejadas de su cuerpo lo más posible, tal que parecía que la prenda era un arma mortal cargada de un poderoso veneno o algo por el estilo.
Ya una vez en sus aposentos hizo llamar a su hijo Hermafrodito, uno de sus preferidos. Este, que trabajaba con otro de sus hermanastros en la enfermería, era fiel a su madre y la adoraba y escuchaba cada consejo que daba. Siempre estaba dispuesto a ayudarla.
“¿Qué necesitas, madre?” preguntó Hermafrodito que aquel día lucía pechos turgentes y un bello rostro angelical.
“Deberías de aclararte” respondió su madre viéndole de esa guisa. “Quiero decir, sobre tu sexualidad”
“Me gusta la ambigüedad” comentó el chico, incómodo. “Y dado que puedo ser como guste…”
“Es igual. Ese no es el problema” le acercó las calzas de su tía para que las examinara pero Hermafrodito se alejó de aquel nauseabundo olor, disgustado.
“¿Qué demonios es eso?”
“Son las prendas de caza de tu tía Artemisa”
“Oh”
“No debería haberlas cogido pero me pareció un caso de fuerza mayor” dijo Afrodita a modo de excusa. “Es por eso que te necesito”
“¿Quieres que las lave?” preguntó el chico, solícito.
“No. Quiero que las observes con atención”
“Es difícil hacerlo con ese olor impregnado al cuero…”
“Es por la sangre de esta zona” dijo señalándola.
“¿No es de jabalí?”
“No. No es de animal. Es demasiado clara y tiene un olor distinto”
Hermafrodito silbó admirado de la capacidad con que su madre distinguía los olores, fueran perfumes, esencias de flores o cualquier otra cosa.
“¿Entonces?”
“Me parece que es humana” Hermafrodito se acercó para examinarla mejor ahora que parecía adaptarse a aquel olor.
“¿Humana? ¿Sugieres que Artemisa está…?”
“Eso es lo que quiero que me averigües. Si estuviera malherida dudo que fuera a cazar pero lo mismo todo tiene otra explicación”
“¿Y como podría saber yo que…?”
“Pregúntale a sus amigos los sátiros o a las ninfas. Ellas conocen mejor que nosotros a Artemisa. Quizá puedan darte alguna información de valor…”
“¿Y por qué estás tan interesada en saber qué le sucede?” preguntó Hermafrodito sin poder contener la curiosidad.
“Me preocupa el bienestar de mi hermana” respondió Afrodita, escueta.
“Ya” Aun sin estar muy convencido, Hermafrodito marchó de la estancia dispuesto a hacerle el favor que le había pedido su madre. Él, que necesitaba constantemente de su aprobación y se regodeaba de ser el preferido de todos sus hermanos, por encima incluso del propio Eros, sabía que no podía fallarla. Por eso, aun dudando de que los sátiros o las ninfas pudieran darle alguna información relevante, asumió su misión como un asunto de vida o muerte.
Mientras tanto, Afrodita se dejó caer encima de la cama y chascó la lengua entre aburrida y molesta por no saber que hacer con tanto tiempo libre. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué empezaba a cuestionar sus capacidades como diosa del amor? ¿Por qué todas sus misiones de hacer felices a los demás fallaban? ¿Qué estaba haciendo mal?
****
“Los dioses no sangran. Parece mentira que no lo sepas aun” Esculapio estaba en la Sala de autopsias diseccionando hígados.
“No hablo de obviedades” Hermafrodito le había enseñado a su hermanastro las calzas de su tía. “Solo quiero saber de quién es la sangre”.
“¿Me tomas por CSI?”
“Eres el único que tiene ciertos conocimientos sobre la materia, además de Apolo”
“Oh, gracias por recurrir a mí cuando no hay otra opción” comentó molesto Esculapio.
“Maldita sea. ¿Tienes que hacer así con todo?”
“¿Así con qué?” se encogió de hombros Esculapio recogiendo los hígados que tenía encima de la mesa de metal.
“Con todo lo que te diga. Tergiversarlo todo” bufó Hermafrodito. “Ya sé que no nos llevamos bien, que tenemos diferentes puntos de vista en muchos aspectos, pero podríamos hacer una excepción a la hora de resolver esta clase de problemas”.
“Solo por esta vez, supongo” reconoció Esculapio cogiendo las calzas que le tendía su hermanastro. “Trataré de averiguar a quién pertenece la sangre. Pero no te prometo nada”.
A Hermafrodito le valió con esa respuesta. En realidad, debería haber hecho caso a su madre y preguntar a las ninfas pero creía que la opinión de Esculapio sería más acertada y, además, las ninfas se podrían chivar a Artemisa lo que podría enfrentarla con Afrodita. Su madre no estaba en situación de pelearse con nadie dado su estado de ánimo. No, había hecho lo correcto.
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Posidón y Atenea se estaban peleando otra vez. En esta ocasión, durante la comida. Por unos panecillos. Parecían críos. Bueno, eran críos.
“Y yo lo he visto primero y el que lo ve primero se lo come” argumentaba el dios de los mares.
“Vaya estupidez. Yo podría decir que lo he visto primero. No hay ninguna forma de averiguar quién lo ha visto primero” contestó Atenea. Algunos dioses, que tomaban partido en la conversación, asintieron.
“Sí que la hay” proseguía cabezota Posidón.
“¿Ah, sí? ¿Cuál?”
“Mi palabra”
“Tu palabra no me sirve, maldito mentiroso”
“Es solo un panecillo, por favor” trataba de calmar los ánimos Démeter.
“¿Mentiroso? ¿¿MENTIROSO?? Y tú no te metas” amenazó el dios a su hermana.
“Te enfadas porque sabes que tengo razón. No puedes demostrar nada.”
“¡¡Dejadlo ya!!” tomó parte Hera, hastiada de repetir siempre la misma escena durante las comidas. “Siempre con las mismas riñas, joder. Sois peores que los lamentos de las ánimas de lago Estigia”
Atenea se cruzó de hombros y Posidón parecía que iba a replicar algo, pero un puntapié por parte de uno de los comensales a modo de advertencia le previno de no seguir con la pelea. Si había alguien con la que no convenía enfadarse, esa era Hera. Su genio vivo, sus venganzas y las batallas que provocaba su ira eran bien conocidos por todos los habitantes del Olimpo. No, era mejor no seguir.
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Hermafrodito había acudido ahora donde Pan, el sátiro, en busca de otra clase diferente de pistas. Los sátiros estaban siempre buscando ninfas, en ocasiones violentos recurrían a su carisma para atraer a sus víctimas. Artemisa, protectora de los bosques, había tenido enfrentamientos con ellos y se había llegado a pelear con Dioniso por esto.
Es posible que Pan tampoco estuviera muy a favor de colaborar, pero sabiendo que las ninfas le debían lealtad a Artemisa y que a esta no le gustaría que indagaran sobre su privacidad, era mejor preguntarle al enemigo. Al menos, estos no se iban a ir de la lengua.
“Una de tantas” respondió Pan cuando Hermafrodito le enseñó las calzas y le dijo de quien eran.
“¿Una de tantas?”
“Una de tantas que tiene. Además, dado sus actividades no te extrañe que no sea de un venado”
“Es humana”
“Pues a otro a quien habrá matado”
“No lo sé. Hay algo diferente en todo esto” contestó dubitativo Hermafrodito.
“Tú sabrás” Pan nada interesado en el asunto, cogió la Siringa y se puso a tocarla llamando al rebaño.
“Estoy seguro de que sabes algo”
“Solo tienes tu intuición” rió Pan.
“Me es suficiente”
“Que chico más seguro de sí mismo” se burló el sátiro.
“Oye, no soy idiota. Puedes reírte todo lo que quieras, pero la verdad es que te conozco y sé que por fastidiar a Artemisa harías cualquier cosa”
“Oh, Ártemis, que bella te muestras airada… “ comenzó a recitar el sátiro. “Que cuando la noche oscura, sin luna, me dejas solo en la alcoba. Te prevengo que no podrás huir hasta mi muerte, pues bien sé que nuestros corazones se aman”
“Lo tomaré por un sí”
“Aun está en construcción. Pero ¿a qué es hermoso?”
“Hombre…” Hermafrodito se dividía entre la sinceridad o seguirle el juego a Pan a ver si así conseguía algo. “¿Has pensado en declararte oficialmente?”
“¿Bromeas? Me cortaría el cuello. Solo soy un semidios”
“Ya, bueno. Pero a lo mejor te sorprendería. A lo mejor ella también atraviesa esa fase de amor-odio…”
“No. Mi bella Ártemis no ama a nadie más que a los animales y su caza. No hay nada más en su corazón”
“Tú eres mitad cabra, Pan. A lo mejor le sirve”
“¿Para colgar mis cuernos en su pared? Creo que solo así conseguiría estar cerca de ella, la verdad” reconoció el sátiro apesadumbrado.
“Sea pues, ¿qué necesitas?”
“Saber de quién es la sangre humana”
“¿Para qué?”
“Me lo ha pedido mi madre. Ni idea de para qué”.
“¿Qué? ¿La bella Afrodita? Haber empezado por ahí. Por Afrodita cualquier cosa” Pan se levantó de la roca donde estaba apoyado y volvió a tocar la flauta. “Bien pues. Déjame esa calza. Veré que puedo hacer. Estoy seguro de que algo encontraré”
“Gracias, Pan”
“¡Qué conste que lo hago por la seguridad de Ártemis!”
“Por supuesto, no lo dudo” sonrió Hermafrodito.
“Oh, Ártemis, que bella te muestras airada…” volvió a cantar el sátiro esta vez tocando la flauta. “Conoceré tu secreto, tu misterio. No puedes escapar de la naturaleza de nuestros sentimientos”.
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Era ya de noche cuando Hermafrodito regresó de su viaje por Arcadia. Eros estaba acostando a los querubines y Apolo hacía un par de horas que había dejado a los caballos de su cuadriga en los establos. Su madre debía estar en su baño habitual del crepúsculo y Zeus haciendo las paces con Hera (a medianoche volvería a dejarla sola).
Su padre, Hermes, le saludó afectuoso antes de escabullirse hacia la Tierra en busca de diversión. Sus hermanos y primos escuchaban a Atenea en el vestíbulo narrar La Odisea, acompañados por Hefesto y los titanes, que disfrutaban de cualquier clase de historia.
Hermafrodito, que como su madre había heredado el interés por conocer los chismes de cada habitante del Olimpo, intuía que Hefesto, además de amante de historias épicas, estaba enamorado de Atenea. El dios de la fragua, era mucho más viejo que su hermanastra y su aspecto desgarbado y desangelado no resultaban muy favorecedores para un posible romance con la diosa que, detrás de Artemisa, más problemas había dando a los hombres. No, Atenea seguía en su intento de permanecer soltera y Hefesto no sería quien le haría cambiar de opinión. Pero, ¿qué le quedaba al pobre dios, si tenía a una esposa que, a pesar de ser la más hermosa le era infiel sin ningún reparo y si nadie le había declarado ningún poema ni romance? ¿Por qué fijarse en un ser inalcanzable como Atenea? ¿Por qué tentar al destino?
Las armas de Atenea, por detrás de los rayos de Zeus, eran consideradas las más bellas y de mejor calidad de todo el Olimpo. Ares se había quejado de esto varias veces, pero nadie parecía molestarle más que a él los detalles que el dios forjador tenía con su hermana. Y ésta o no parecía enterarse o no quería saber cuáles eran las verdaderas intenciones de Hefesto.
Aun en sus elucubraciones, no se dio cuenta de que Afrodita se acercaba por su espalda.
“¿No te cansas de oír por trigésima vez como Odiseo venció a Polifemo?”
“Es su parte preferida” reconoció Hermafrodito. “Creo que en parte es porque Polifemo era hijo de Posidón”.
“Evidentemente”
“Declama muy bien”
“Apolo estará celoso”
Su hijo asintió, pensativo.
“¿Alguna novedad con el caso?”
“He preguntado por ahí, madre. Necesitan tiempo para saberlo. Pero estoy seguro de que lo averiguarán”
“Gracias” Afrodita abrazó a su hijo. “Sé que yo podría haberlo intentado pero…”
“Madre, necesitas descansar. No te preocupes, yo me ocupo. No hay ningún problema”
“Tú también tendrás que descansar” le recomendó Afrodita al joven.
“Lo haré” Hermafrodito se volvió para ver como Hefesto y sus titanes aplaudían emocionados y como la diosa se deshacía en elogios ante su público.
Afrodita, tocó la espalda desnuda de su hijo cariñosamente, y se marchó a sus aposentos.