Fandom: Canción de hielo y fuego.
Título: Morder jugando.
Personajes/Pareja: Jon/Robb
Resumen: Robb tiene noticias importantes para su hermano, que busca consuelo en la cripta de los Stark.
Advertencia: Spoilers de los primeros capítulos de Juego de Tronos. En cualquier caso, no sé cómo se le ocurriría pasarse a alguien por aquí sin haberse leído siquiera el primer libro completo.
Nota 1: No poseo los derechos legales de los personajes del mundo de Canción de Hielo y Fuego. Todas estas cuestiones le pertenecen al señor G.R.R. Martin, autor y creador del mundo de ¿Valyria?, que prefiere pasárselas hablando en videos de lo bonito que está quedando la serie de la HBO y no terminar de sacar el siguiente libro. Sobre la opinión de Martin acerca de los fanfictions le dedico este conjunto de oraciones elocuentes. Dedícate a publicar el quinto, que ya es hora, y deja a los demás que puteen a tus personajes como quieran. Es lo mínimo por tantos años de espera. TQD
Nota 2: Escrito a raíz de
la petición de
vanhea_scratch para el kink!meme multifandom de
cosasdemayores . ¡Que lo disfrutes! He tratado que fuera lo menos angst posible pero es que no soy capaz de escribir nada de Jon que no tenga un poco de angst. Creo que me gusta hacerle sufrir al pobre chaval. Con lo que ya tiene...
Nota 3: Sí, seguro que más de un lector perspicaz observa apuntes de cierta teoría (hasta ahora solo corroborada por fans) sobre la "verdadera concepción" de Jon. Es que soy así de capullo, disculpadme.
Nota 4: Siempre he dicho que a Lady Catelyn la odio con toda mi alma pero escribir un poco desde su perspectiva me hace darme cuenta de lo mucho que me gusta verla como una bitch! en toda regla. Y es que está clarísimo que las bitches (¡dioses, asco de spanglish!) de asoiaf me pueden.
Son dos cachorros de lobo abriéndose paso en el mundo. Dos criaturas únicas, aun frágiles al invierno, que se dedican a morder jugando.
Sobre el más alto y de mentón pronunciado, ojos grises y cabello rojizo ensortijado, se han puesto muchas esperanzas. Como el lobo líder que pone especial atención en procurarse una camada de herederos y ha encontrado su favorito, Eddard Stark procura tener a su primogénito cerca. Sí, se acerca el invierno, y por mucho que jueguen a tirarse bolas de nieve y construir fortificaciones de hielo, nadie está preparado. Aun menos Robb Stark, un calco de un Ned más joven, que busca en éste su aprobación y aguarda, siempre detrás del señor (como lobezno ya experimentado), su turno.
El otro chico también conoce su posición y procura no quejarse de ello a su señor padre. A veces muerde de verdad, embistiendo con espadas de madera, pero enseguida se disculpa; cabeza y orejas gachas, ofreciendo el mejor bocado de su plato, porque no soporta seguir marginado.
Jon Nieve es, sin duda alguna, el bastardo que mejor se mueve por los pasadizos de Invernalia. Muchas veces, para escabullirse de las miradas cargadas de reproche de Lady Catelyn (que parece culparle a él por los errores de su marido), recorre los lugares más recónditos del castillo, buscando aquellos que resulten más solitarios para así poder llorar en paz. Casi siempre termina sus pasos en la Cripta, el único lugar donde nadie le responde con dureza por su condición, o se compadece.
Hay ciertos temas, en las conversaciones entre hermanos, que no pueden tocarse. Hablar de su señora madre es uno de ellos. Muchas veces Robb ha tratado de explicarle el problema a su hermano y éste se ha fugado con gustoso desaire, dejando al otro gritar hasta desgañitarse.
¡Nieve! ¡Nieve! ¡Nieve! Los sonidos del joven lobo rebotan en las paredes de la cripta. Nadie responde. Los rostros de cada Stark esculpidos en piedra siguen tan impávidos como se los encontró al entrar. Jon les pregunta por qué, por qué a él. Pero ni Lord Rickon, Ser Brandon o la misma Lyanna parecen conocer la respuesta.
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Caída la tarde y levantada la veda, cuando el señor de Invernalia se retira a descansar, Robb vigila cada rostro, esperando encontrar una pista que le lleve a Jon. Su hermana Arya está jugando con Rickon, mientras su madre peina los cabellos de un Bran que protesta, y Sansa permanece ajena a todos bailando con sus aprendices de princesa.
Aquella tarde llegó un cuervo desde Desembarco del Rey anunciando la visita del rey Robert y su séquito para la próxima quincena. Muchas cosas que preparar, comenta Lady Catelyn a ser Rodrik, mientras Lord Eddard da instrucciones al maestre Luwin y Jory Cassel.
Robb quiere contarle todas esas noticias a su hermano pero parece que a éste se lo haya tragado la tierra. No está en sus aposentos (aunque eso ya se lo esperaba), ni en el patio de armas. Tampoco está en las almenas tirando trozos de nieve a los soldados que patrullan la muralla. Jon conoce más pasadizos que él (cosa que hiere su orgullo) y puede permanecer ajeno a todo si se lo propone. Pero Robb está obstinado a encontrarle aunque tenga que recorrer a oscuras cada rincón secreto del castillo hasta el amanecer.
La fraternidad de años atrás es su mejor hilo de reconciliación ahora que las cosas parecen complicarse. Lady Catelyn está haciendo presión para que Jon abandone el castillo. "No es heredero a nada y merece un puesto mejor que terminar como capitán de armas de tu hijo Robb” Palabras sutiles para demostrar que no le quiere allí. Al joven lobo no le importaría que fuera su capitán. De hecho, no le importaría tenerle a su alrededor las veinticuatro horas del día, pero Jon no parece dispuesto.
“Las cosas están claras. Se acabó el tiempo de soñar. Un futuro me espera fuera de estos muros” repite el muchacho de pelo moreno una vez se han terminado los sollozos y caricias y deben enfrentarse de nuevo a la realidad.
Robb no sabe qué va a hacer cuando termine por admitir la suerte de ambos. Entiende la difícil posición de su madre. Tampoco culpa a su padre. De no ser por su “error”, Jon no podría acariciarle ni frotarle las magulladuras de cada combate. Lo cierto es que las fichas vinieron dadas así y el verano no puede durar para siempre. Lo saben. Pero es a él al que parece costarle más aceptarlo. Dejar ir a Jon es como dejar su infancia atrás. No quiere ser consciente del paso ni tener esa escena ante él.
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Cerca de la medianoche, encuentra al lobo solitario que tirita abrazado a la estatua de Lyanna. La llama de las antorchas cercanas se reflejan en los ojos de piedra de la mujer, ofreciendo un toque dulce y maternal, como si en verdad se alegrara de tener el afecto del chico.
Robb no quiere pensar cuanto tiempo habrá estado su hermano allí, muerto de miedo frente a su propia incertidumbre. Porque es consciente de la terquedad y la intención de éste por mostrarse fuerte, pero también sabe que siempre hay momento para la debilidad. Le arropa con su capa mientras piensa cual será la mejor forma de actuar.
Jon se agita al contacto y Robb le pone una mano sobre la frente, como recuerda que hace su madre con sus hermanos cuando han pasado mucho rato a la intemperie.
- Ya sé que es inútil - musita Jon una vez termina de espabilarse. - Sé que no contestarán - señala con la cabeza la figura de la mujer donde momentos antes permaneció abrazado.
- Entiendo lo que significa no sentirse cómodo en ningún sitio - responde el otro con gesto cansado.
- ¿De verdad?
A Robb le molesta el tono incrédulo pero sabe que discutiendo no llegarán a ninguna parte. No más discusiones por hoy, piensa. Hemos rebasado el cupo desde esta mañana.
- El rey va a venir de visita - anuncia al cabo de unos segundos.
- Creí que tenía cosas más importantes que hacer en Desembarco del Rey. Como mujeres a las que preñar…
- ¡Jon! - le advierte.
Nadie en Invernalia es ajeno a las habladurías sobre el Rey y su interés por compartir cama con otras mujeres además de con la Reina, ni siquiera un bastardo como Jon. Robb suele ser bastante laxo a la hora de reprender, pero se trata del Rey y no importa lo que otra gente piense mientras no lo digan en voz alta delante de suyo.
Nota como su hermano se muerde la lengua. Siente cierta satisfacción por esto; no tanto por el enfado del otro (que es evidente a más no poder) sino por la obediencia que aun así le guarda.
Lo cierto es que su relación ha ido dando vaivenes desde que entraron en la adolescencia. De pequeños no eran exactamente conscientes de que nunca fueron iguales, pero ahora sí lo son. La diferencia molesta cuando otros también lo perciben y se lo hacen ver. Pero cuando están solos, cuando nadie les ve ni puede escandalizarse de lo que se atreven a hacer, resulta excitante.
- La Mano del Rey ha muerto hará un par de días. El maestre Luwin cree que el Rey pedirá a Padre que ocupe el puesto.
- O sea que no es una visita de placer - responde Jon mirándole por fin a los ojos.
- No.
- Ya me figuraba. ¿Quién estaría tan loco como para venir a disfrutar simplemente de la fría bienvenida del Norte?
- Solo aquellos que, habiéndola dejado atrás, terminen por echarla de menos.
- No empecemos, Robb - protesta el otro.
- No empiezo nada.
- Pues todas tus frases son de lo más elocuentes.
- Tanto rato aquí te ha enfriado la sesera, Nieve - dice tras pegándole un empujón.
- Seguro.
Recorren el pasillo hacia el exterior en silencio. Son bastantes las cosas que quieren decirse, pero no con palabras. Los dos hermanos conocen a la perfección los turnos de la guardia; muchas noches de idas y venidas del cuarto del uno al del otro. Aguardan, pacientes, hasta ver pasar de largo al hombre que realiza su patrulla por aquel corredor y se escabullen silenciosos en dirección opuesta. Robb casi siempre prefiere quedarse en la habitación de Jon, entre otras cosas, porque hay menos gente que pueda llamarles la atención. Su torre, también ajena a la de sus hermanos, no está apenas custodiada. No es que al señor de Invernalia no le preocupe su hijo ilegítimo pero entonces debería darle la misma prioridad a la casa del herrero o del leñador. Eddard Stark podría saltarse las reglas si quisiera, para eso es el Señor. Sin embargo, a nadie le gusta que mandase en base a caprichos o intereses personales. Y en la parte que afecta a su relación, Jon lo prefiere así. Menos gente de la que esconderse, menos tiempo que perder.
Por suerte, alguien se ha preocupado de encender la chimenea y la estancia conserva cierto calor. Robb corre a avivar el fuego dormido que, a aquellas horas y sin que nadie se dedicara a mantenerlo, se ha ido apagando hasta quedar en unas cuantas brasas. Al cabo de unos minutos, contento con el resultado, se vuelve hacia Jon.
- ¡Tienes que calentarte! - le recrimina al verle tirado sobre las mantas, aun con la ropa mojada de su estancia en la cripta.
Antes de disponer de tiempo para protestar, Robb le ha sacado del colchón a empujones y le sienta sobre las pieles del suelo, frente a la chimenea. Luego le coloca unos cuantos mantones encima de los hombros. Satisfecho consigo mismo, se sienta a su lado mientras observa como el fuego vuelve a crecer.
- No se te ha ocurrido quitarme la capa mojada, ¿eh? - le contesta Jon, burlón.
El pelirrojo frunce el ceño. Al moreno le encanta esa expresión. Es la misma que adopta cuando, herido en los juegos de armas, no da su brazo a torcer y sigue luchando. O cuando Lady Catelyn le obliga a sacar a una muchacha a bailar.
- Quítatela tu mismo. Parece mentira que lo tenga que hacer yo todo.
De nuevo aparece "la diferencia", sutil y traicionera. Jon prefiere aceptarla y reírse mientras se quita las mantas, que su hermano le ha colocado encima, y las ropas húmedas.
Ahora, con el torso desnudo y las mantas otra vez sobre los hombros, se acurruca sobre el otro.
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No se sabe cuanto tiempo vuelven a pasarse en silencio, contemplando y compartiendo el calor del fuego.
Poco a poco, Robb también se arrima a Jon; suceso bastante predecible, pues el hecho de que él esté allí, junto a Nieve, es señal inequívoca de lo que desea que pase.
Se lo toman con calma. Primero, la cabeza del más joven se posa, casual, encima del hombro del otro. Luego, éste pasa un brazo sobre los hombros del moreno. Las respiraciones comienzan a acelerarse. Jon estrecha la cintura del pelirrojo. La mano que le queda libre se entrelaza con la de su acompañante. Robb se vuelve lo justo para apoyar su cabeza sobre la de su hermano. Y por fin, cuando ambos han aceptado aquellos preliminares de cariño, Robb busca los labios de Jon y los besa, lentamente.
Es difícil pensar con claridad cuando te besan, o al menos Jon siempre ha tenido esa sensación, pero últimamente todo lo que hace el mayor le recuerda a despedida inminente. A lo mejor es él, que le da más vueltas de lo necesario, pero cree conocer a Robb. ¿Acaso no es verdad que el joven lobo ha estado tratando de convencerle por todos los medios posibles (y cuando se habla de posibles se refiere a todas. Sexo y celos incluidos) para que se quedara? Y cuando termina por admitir que la decisión no solo parte de él sino que sus propios padres están de acuerdo con su marcha, ¿no ha buscado cualquier pretexto para abrazarse, besarse o simplemente compartir silencios? Habría que ser ciego para no darse cuenta.
Jon tiene serias dudas de que nadie realmente sea consciente de lo que pasa entre ellos. A veces cree vislumbrar una sonrisilla en el maestre Luwin cuando se hablan. O a Ser Rodrik, que nunca duda en ponerle a él como pareja para practicar, aunque el compañero habitual hasta entonces fuera Theon Greyjoy. Incluso es posible que las amenazadoras miradas de Lady Catelyn estén al corriente y por eso insista, con progresiva firmeza, para que la partida no se posponga más.
Robb le retira suavemente las mantas para morderle el cuello y los hombros mientras Jon trata de evadirse de los pensamientos que tienen que ver con su madrastra echando la cabeza hacia atrás y dejándose llevar.
El mayor, que le nota tenso y cree que es por el frío, le estrecha contra él. Jon termina por vencerse hacia atrás y cae sobre la alfombra de piel entre risas. El otro también ríe a la vez que pasa un dedo sobre sus labios. Jon le muerde, juguetón, haciendo que Robb se empecine más en acariciar aquella parte, mientras su otra mano, busca un lugar concreto por debajo de la cintura.
Jon no quiere permanecer pasivo y forcejea con las ropas del otro, haciéndole entender que sobran pero este está tan concentrado en lo que hace que no advierte el desgarrón de su camisa hasta que ve los jirones que cuelgan de la mano de su hermano. A Lady Catelyn no le va a hacer ninguna gracia, aunque la excusa que se inventen los hermanos sea tan increíblemente buena que pudiera hacer llorar al propio Hodor.
Ahora ambos intentan olvidar las consecuencias de aquel acto impulsivo, sobretodo las que tengan que ver con su señora madre. Ya habrá tiempo para lamentarse.
Jon le sonríe, como disculpa, con esa sonrisa que sabe que le servirá para salir impune y Robb se venga arañándole los brazos y el torso mientras los besos se hacen más y más profundos.
La excitación en ambos queda evidenciada en el bulto de la entrepierna, bajo el pantalón. La mano izquierda de Robb lleva un buen rato allí posada, tan casual y animada como aquella vez en que descubría, por primera vez y con la misma persona, el verdadero misterio de amar. Jon no quiere que se precipite y de manera inconsciente le empuja más contra él, de tal forma que Robb, viendo que va a perder el equilibrio, se ve obligado a apartar la mano y posarla en el suelo para evitar un golpe doloroso.
Jon apoya las palmas de sus manos en la espalda desnuda del otro. Le encanta sentir la fuerza de sus hombros, incrementada por horas y horas de práctica con la espada y el escudo, que desembocan en esa cintura por la que tantas otras noches se ha perdido.
Casi siempre suele ser Robb el que se impacienta y le termina bajando los calzones. Aquella es una de esas veces. Robb parece tener más problemas de los habituales y vomita unas cuantas palabras malsonantes. Luego ya cuando Jon se apiada de él y termina de reír, centra toda su atención en quien le espera tan alegremente levantado.
Llegados a este punto, con el calor emanando por cada poro de la piel de ambos y la excitación de quien se embarca en un viaje prohibido, los dos muchachos se abandonan al amanecer, olvidando todas sus disputas y riñas, los viajes que les esperan por separado y las desdichas de la soledad. Mientras se tengan el uno al otro y la noche comparta con ellos sus secretos, poco importa la visita inminente de un rey o los dardos envenenados de una mujer despechada.