(no subject)

Aug 31, 2007 15:43


Croissant: 11. Libre albedrío.
Título: Reencuentro.
Número de palabras: 714.
Notas: Es la primera vez que subo algo aquí :$. Espero que os guste y que no sea demasiado largo (:

Reencuentro

Veintisiete años después de aquella cruda despedida que debieron inventar, se reencontraron. Fue un dieciocho de octubre de un año que no recuerdo. Los relojes que fueron testigos de aquel espectáculo de lágrimas y sueños se pararon porque no querían volver a separarlos. Ella entró con paso distraído, melancólico, por aquella puerta del “Café y Té” que habitaba una céntrica plaza de su Valencia natal. Se sentó sobre la silla que la abrazaba cada día, hecha de un frío metal que en invierno le provocaba escalofríos. Dejó su bolso, con escasos inquilinos (un par de chocolatinas de esas que los publicistas venden mintiendo, el teléfono móvil con apenas batería, una botella de agua que había sido rellenada con zumo de piña, un pintalabios rojo pasión en desuso y un pequeño monedero), sobre la mesa. El ambiente estaba endulzado por un alegre olor a azúcar y calor. El paso del tiempo había concedido a los ojos de Nadia un singular color miel; a ella le disgustaba pensar que era la tristeza, que se había ido apoderando de su ser. Una camarera joven, con cabello claro y teñido, uñas pintadas de rojo y sonrisa simpática se acercó.

- Disculpe, ¿qué va a tomar?
- Una magdalena con pedacitos de chocolate y un té de limón. -La camarera, Cintia según decía un pequeño cartel que colgaba de su uniforme, lo anotó con prisa y caligrafía que inspiraba delicadeza.
- En seguida se lo traigo.

En el rostro de Nadia se adivinaba la sorpresa que le había producido el tratamiento de usted. Rápida y disimuladamente echó un vistazo a la cristalera que tenía a su alrededor. En ese momento recordó, a pesar de no haberlos olvidado, todos los meses pasados, las cartas no enviadas, las alegrías sin gracia. “Veintisiete años”, pensó, “Veintisiete años esperándote”. De pronto, recordó la calidez de la mirada de Asier, que tanta seguridad le había regalado y tanta tristeza espantado. El corazón le empezó a latir con fuerza con el sencillo recuerdo de su presencia. La tímida voz de Cintia volvió a sonar.

- Aquí tiene.
- Gracias.
- A usted. -Le dedicó una sonrisa, esta vez incluso más cálida que las anteriores.

Justo en aquel instante, cruzó la puerta de la singular cafetería un chico con ojos verde miel, de unos dieciséis años de edad, y un aire triste que intentaba vender lo contrario. A Nadia se le removió la mirada. “No puede ser”, pensó. Se levantó, olvidando que había dejado sobre la mesa su té de limón, su magdalena de chocolate (a la que no había dado ni un solo bocado) y su bolso. Se dirigió hacia el joven que acababa de aparecer.

- Perdona, ¿eres familia de Asier Bilbao?
- Sí… -murmuró con inquietud.- Soy su hijo.

Al pronunciar esas palabras, los ojos de Nadia se inundaron de sentimientos (destacaron tristeza y amor). El silencio entró en escena. El hijo de Asier no entendía nada, no sabía quién era aquella mujer; sin embargo, le infundía confianza. Por su parte, ella había sabido reconocer en los ojos de éste la magia de su padre. Quien le enseñó a amar, a vivir, a ser feliz.

- ¿Y tu padre?
- Señora, mi padre murió hace un par de años de un infarto al corazón. Los médicos dicen que era normal, que tenía el corazón demasiado grande como para tenerlo en su caja torácica. A mí me gusta pensar que fue porque amó mucho, amó con todas sus fuerzas, hasta el día en que se despidió de la vida. Además, ¿sabe qué dijo antes de morir? “Gracias por haberme esperado”. Tengo la sensación de que tuvo un romance siendo joven, le separaron de la mujer a la que amaba y él le dijo a ella que le esperara, que volverían a verse. Pienso que nunca quiso a mi madre, aunque no se lo reprocho, porque dudo también que mi madre estuviera realmente enamorada de él. La verdad, no sé porqué le cuento esto…

Nadia se desplomó, vencida ya. Cansada de tristeza, de incertidumbre, de amor. Tenía los pulmones, los ojos, llenos de lágrimas; las dejó caer. El joven la sostenía en sus brazos, se había dado cuenta de que era alguien especial. Y ella, con voz rota, pronunció sus últimas palabras: “Gracias a ti”.

croissant #11

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