Odio la lluvia.
Recuerdo que de pequeña, cuando llovía, en vez de divertirme saltando en los charcos del patio como los demás niños, yo prefería escabullirme hasta el hueco que había bajo las escaleras más cochambrosas del colegio. Ahora, veinte años después, siento la misma necesidad de huir de este chaparrón que más bien parece el diluvio
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