Darnestan - Capítulo 2

Apr 12, 2009 20:53


«Las palabras de Drai eran como pequeñas puñaladas. Se encogió sobre sí misma, acurrucándose contra la puerta. Puede que tuviese razón y que su hermana no la necesitase ahora, pero Anjana sí que la necesitaba a ella.»



Primera Parte
Anjana & Deva

Capítulo 2

Deva se despertó sin la menor idea del tiempo que había pasado durmiendo. Pese a que de nuevo se sentía sin fuerzas, una extraña sensación de paz inundaba sus sentidos. Tenía vagos recuerdos del viaje, pero la impresión de hallarse en algún lugar importante ganaba al resto de pensamientos confusos.
       Entreabrió los ojos y se esforzó por acostumbrarse a la tenue luz que la chimenea del fondo les ofrecía. Buscó a su hermana con la mirada, pero al único a quien consiguió vislumbrar fue al joven que les había dado la bienvenida.
       Estaba sentado en el suelo, acurrucado contra un rincón y mirándola con ojos ansiosos, como si hubiese estado esperando durante horas a que ella despertase.
       Deva se incorporó en la cama con torpeza e hizo el amago de preguntarle por Anjana, pero las palabras se le atragantaron y no llegaron a alcanzar sus labios. Tenía la garganta seca e irritada, y en cada intento por hablar sentía como si mil puñales quisiesen atravesarla. Tragó saliva y carraspeó, procurando de ese modo aclarar su voz.
       -Tranquila, no te agites. -intervino él.
       Asintió y volvió a recostar la cabeza sobre la almohada, concentrándose exclusivamente en los pesados latidos de su corazón.
       Algo refrescante mojó sus labios entonces. Se sobresaltó y quiso protestar, pero su acompañante, quien se encontraba ahora a su lado, habló antes de que ella tuviese tiempo a abrir la boca.
       -Es solo agua, te vendrá bien.
       Sirviéndose de su ayuda, volvió a coger postura y se sentó con la espalda apoyada contra el cabecero. Fue a coger el vaso y, sin habérselo propuesto, rozó su mano con la del joven. La apartó al instante, sorprendida ante el contraste tan radical de temperaturas.
       -Lo siento. -musitó él, alejándose un par de pasos del borde de la cama.
       Deva vio ridículo que se disculpase. Era su temperatura la que estaba diez grados por debajo de lo normal y no la de él. Frunció la frente, pero decidió cambiar de tema.
       -¿Dónde está Anjana? -preguntó, cuando consiguió al fin recobrar el habla.
       Él se limitó a sonreír.
       -Veo que te encuentras mejor. -comentó.
       Y, contra todo pronóstico, así era.
       Por segunda vez desde que se habían conocido se preguntó cómo lo conseguía. No cabía duda de que su mejoría estaba ligada a algo que él era capaz de hacer.
       -¿Qué eres?
       -Me llamo Ortax. -contestó, dando un sentido diferente a la pregunta de Deva.
       -¿Eres un sanador? -insistió Deva, ansiosa por satisfacer su curiosidad.
       -Soy Ortax, nada más.
       Le miró atónita, rogando para que la sorpresa no se reflejase en el negro de sus ojos. Esa contestación bien podía haberla dado ella misma. Odiaba cuando le preguntaban sobre su origen. No importaba que fuese una hechicera, una guerrera o un hada; todo se reducía a una única cosa: era Deva, simplemente Deva.

Alcanzó a escuchar las risas aún cuando le quedaba medio pasillo por recorrer. Anjana se detuvo de repente, agudizando el oído al reconocer la apacible voz de su hermana. Hacía meses que no la oía reír.
       Reanudó el paso y aumentó su velocidad.
       -¿Qué ocurre? -le preguntó Drai, acelerando también para seguirle el ritmo.
       -Es Deva… -contestó ella con ansiedad-, se está riendo.
       -¿Y cuál es el problema? Eso es una buena señal.
       -Es una ilusión.
       Sintió los ojos de Drai, perplejos, en su espalda. Sacudió su melena dorada y siguió caminando. Drai no podía entender lo que quería decir. Nadie lo entendía, en realidad. Había que haber pasado con Deva las últimas semanas para saber que solo una ilusión podía producir el efecto de su risa.
       Le escuchó correr hasta ponerse a su altura, pero Anjana no se inmutó. Siguió acelerando hasta localizar la puerta tras la cual debía estar su hermana. Se detuvo frente a ella y asió con fuerza el pomo, pero justo en el momento en el que se disponía a girarlo, Drai se lo impidió.
       -Si realmente quieres ayudar a tu hermana, tendrás que colaborar con nosotros.
       Le dedicó una de sus miradas más gélidas. Anjana no soportaba acatar órdenes, y por el tono autoritario de Drai, se diría que él odiaba que no las cumpliesen.
       Se permitió un momento de duda, pero entonces la risa de Deva volvió a llenar sus oídos.
       -Ella no te necesita aquí, has estado a su lado todas estas semanas y lo único que Deva ha hecho es empeorar.
       Las palabras de Drai eran como pequeñas puñaladas. Se encogió sobre sí misma, acurrucándose contra la puerta. Puede que tuviese razón y que su hermana no la necesitase ahora, pero Anjana sí que la necesitaba a ella. Debía permanecer a su lado, por mucho que Drai asegurase que su ayuda iba a ser más útil lejos del reino.
       -Quiero enseñarte algo. -continuó diciendo él.
       Y, sin esperar aprobación por parte de Anjana, se alejó a través del largo pasillo. Ella le siguió con pasos inseguros, intentando recobrar la compostura con la que siempre se identificaba. No se reconocía en el comportamiento que estaba teniendo últimamente. Ella no era así, nunca flaqueaba por nada y, en momentos de debilidad como aquel, ansiaba volver a ser la misma Anjana de siempre.
       En cierto modo sentía como si la enfermedad de Deva también le hubiese afectado a ella. Las cosas habían cambiado y ninguna de las hermanas era ya la misma. Parecía como si sus caracteres -totalmente opuestos desde el día de su nacimiento- se estuviesen asemejando. Ni Anjana era ya tan dura ni Deva tan tierna.
       Apuró el paso para no perder de vista a Drai y atravesó tras él la enorme puerta de entrada. La oscuridad se cernió sobre ellos cuando salieron al exterior. Alzó la cabeza y dirigió su mirada al cielo. No era de noche, pero lo podría haber parecido de no ser por la ausencia de estrellas.
       Al igual que ocurría con el sol, las estrellas también estaban desapareciendo del reino.
       -¿Por qué está pasando todo esto? -le preguntó a su compañero, de pronto con la desolación dominando su cuerpo.
       -Es por la magia -Drai no detuvo sus pasos al comenzar la explicación-. ¿No te has dado cuenta de que a tu hermana se le agota la vida al mismo tiempo que la magia?
       Redujo ligeramente la velocidad de sus pasos al escuchar aquello. Nunca se lo había planteado de esa forma, pero tenía sentido. Deva se estaba apagando poco a poco, al igual que ocurría con Darnestan. Al igual que ocurría con la propia magia.
       Anjana se detuvo un momento y se arrodilló junto al sendero, observando la naturaleza a su alrededor. Las flores, los árboles e incluso las piedras estaban perdiendo color. Las setas por ejemplo, antaño de un brillante rojo, eran ahora prácticamente blancas.
       Cerró los ojos por un momento y, con suavidad, posó la palma de su mano sobre la superficie de una de ellas, dejando que la magia fluyese a través de su cuerpo. El brazo hormigueó y sintió los dedos chisporroteando por encima del vegetal. Anjana abrió los ojos justo a tiempo de ver aparecer un leve destello encarnado. Fue algo así como un parpadeo, un punto de color que se apagó en el mismo instante en el que ella retiró la mano.
       En ese momento fue consciente de lo que Drai había intentado decirle desde un principio. No podía ayudar a Deva, por mucho empeño que pusiese en ello, cuando ni siquiera era capaz de devolverle la vida a un simple hongo.
       -No lo entiendo… -murmuró, hablando casi para consigo misma-, la magia siempre ha formado parte de Darnestan, no tiene sentido que desaparezca ahora.
       -Hay algo… o alguien que está terminando con ella.
       Alzó la cabeza y le miró a los ojos, sorprendida por el matiz con el que había pronunciado ese «alguien».
       -¿Alguien? ¿Cómo es posible que una persona tenga poder suficiente para…?
       Drai la hizo callar con un alzamiento de mano, poco interesado en la opinión que ella pudiese tener, y comenzó a caminar de nuevo.
       Anjana se levantó, frustrada por quedarse sin su respuesta, y apuró sus pasos para no perderle de vista. Habían dejado a un lado el sendero y se estaban internando en la espesura del bosque, donde la oscuridad era todavía más pronunciada.
       -¿Y qué tengo que ver yo con todo esto? -le preguntó, cansada de tantas intrigas.
       -Eres la elegida.
       Contuvo una mueca de disgusto. En la sala del espejo él ya había dicho algo parecido, pero Anjana no había querido confiar en sus palabras. No quería ser la elegida si eso implicaba dejar desamparada a su hermana.
       -¿Quién se ha inventado semejante embuste? Yo no tengo nada especial que…
       -Eres especial -interrumpió Drai una vez más-, ambas lo tenéis que ser si aparecéis en las predicciones de Lihuen.
       -¿Lihuen? -y frunciendo el ceño con desconfianza-¿Adónde me llevas?
       -Necesitas verlo por ti misma para poder entenderlo.
       Dejó escapar un leve suspiró y decidió resignarse. Había algo en Drai que le impedía llevarle la contraria. Una gracia natural o un aire superior, algo que hasta entonces no había visto en ningún otro humano.
       Guardó silencio durante varios metros más, pero cuando las ramas de los árboles empezaron a ceñirse sobre ellos, sintió la necesidad de hablar.
       -¿Y quién es Lihuen?
       Drai se detuvo entonces, clavó sus ojos verdes en los de ella y curvó una sonrisa torcida.
       -Haces demasiadas preguntas.
       Se quedó entonces sin saber qué contestarle, dándose cuenta de que tenía razón. Hasta ahora nunca había sentido tal necesidad de información y, por primera vez en toda su vida, Anjana se sintió estúpida.

Había pasado ya un rato desde la última frase de Ortax y lo único que se escuchaba ahora en la habitación era el sonido acompasado de sus respiraciones. Deva abrió los ojos y miró hacia la esquina en la que él había vuelto a arrinconarse, dudando sobre si se habría quedado dormido. Tenía toda la pinta de estarlo.
       Aspiró una bocanada de aire y fijó la mirada en el techo. Se sentía ahora como no se había sentido en mucho tiempo. Alzó un brazo y dejó la mano flotar por delante de su rostro, contemplando con asombro el movimiento de sus dedos. No recordaba la última vez que los había movido con tanta soltura.
       Ese gesto tan mundano le hizo sonreír.
       -¿Te duele? -le preguntó Ortax desde su rincón, ajeno a la expresión relajada en las facciones de Deva.
       -No, nunca me ha dolido -respondió ella, generalizando la pregunta a toda la enfermedad-. No podría… doler.
       Respiró hondo y dejó caer la mano a un lado de su cuerpo. Pese a que había recobrado parte de sus fuerzas, aún se fatigaba cuando pronunciaba más de dos frases seguidas.
       -¿Estás bien? -él se levantó, con pasos inseguros, y avanzó hasta mitad de la habitación.
       Deva le miró y asintió con un movimiento leve de la cabeza.
       -Me canso… eso es todo -forzó un amago de sonrisa y, con un gesto de la mano, le invitó a sentarse a los pies de la cama-. Me cuesta menos hablar si no tengo que alzar la voz.
       -No tienes porque hablar -la miró con expresión grave-. Debes descansar.
       -Me… me apetece hablar. Es algo que hace mucho tiempo que no puedo hacer.
       Ortax sonrió, rindiéndose, como si entendiese la necesidad que tenía Deva de acabar con el silencio. Ocupó el lugar que ella le había reservado al borde de la cama y, antes de que Deva pudiese decir algo más, él formuló una pregunta.
       -¿Cómo empezó todo?
       -¿La enfermedad? -frunció el ceño, un tanto confusa.
       -Los síntomas -especificó Ortax- ¿Cuándo empezaron?
       Dejó que su frente se poblase de más arrugas e, inútilmente, hizo fuerza para recordar el origen de todo.
       -No… no estoy segura. Fue algo lento, y para… -se detuvo un instante a tomar aire antes de seguir con la explicación-, para cuando me quise dar cuenta era algo ya irreversible. Dejé de sentir. Me… me fui apagando. No recuerdo prácticamente nada de las últimas semanas. El viaje hasta aquí es… como un borrón en mi memoria.
       Cerró los ojos entonces, incapaz de decir una sola palabra más.
       Cuando Ortax volvió a hablar, después de un silencio largo, Deva fue consciente de lo débil que sonaba su propia voz. El tono de él era nítido y alto en comparación con el de ella.
       -¿Empezó al mismo tiempo que la decadencia de Darnestan?
       Se encogió de hombros, pesarosa de no tener una respuesta que darle.
       -Creo que sí, pe… pero no podría estar segura -ladeó ligeramente el rostro para mirarle de frente-. No comprendí que algo ocurría con el reino hasta que no llegamos aquí. Anjana… ella sabrá responder mejor a estas preguntas.
       Él asintió, curvando los labios en una sonrisa amable. Se inclinó por encima de la cama y posó una de sus enormes manos en la delicada frente de Deva, apartándole un par de rizos azabaches de delante de los ojos.
       El contraste de temperatura entre ambos seguía siendo alarmante, pero ahora el contacto no la impactó tanto como en la primera ocasión. Fijó su mirada en la de él y descubrió sus extraños ojos violetas llenos de preocupación.
       -Sigues congelada… -murmuró, sin dirigirse a ella especialmente.
       -Es que hace fri… frío.
       Sintió la voz de pronto repentinamente temblona. Ortax frunció los labios, formando con ellos una línea tensa y delgada, y la arropó con una colcha que estaba doblada sobre la silla contigua a la cama. Parecía más angustiado que preocupado.
       Deva quiso tranquilizarle, pero un intenso dolor atravesó entonces su sien. Apretó los puños a ambos lados de su cuerpo y contuvo un grito, cerrando los párpados con la mayor fuerza que fue capaz de sacar. Por primera vez en todos aquellos meses sentíaverdadero dolor.
       -¡Deva! -Ortax volvió a acercarse, acariciándole de nuevo la frente con una de sus manos-. Deva, ¿qué pasa? ¡Mírame!
       Quiso obedecerle, pero al abrir los ojos se descubrió incapaz de enfocar su rostro. Se asustó y buscó a tientas su mano, ahogando en la garganta un puñado de sollozos inútiles.
       De repente todo comenzó a dar vueltas a su alrededor. Diferentes colores y formas se abrieron paso a través de su mente, creando una visión que seguramente la llevase muy lejos de aquella habitación. Entrelazó con fuerza los dedos de Ortax alrededor de los suyos y se hizo la promesa de no perder ese contacto que la ataba a la realidad.

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