«La angustia había teñido su voz de de una tristeza que estaba consiguiendo destruir esa musicalidad que tan atractiva la hacía a oídos de los demás.
Eso no debería ser así.
Deva sintió entonces la urgencia de comunicarse con su hermana. Tenía que avisarle que su tono estaba perdiendo color.»
Primera Parte
Anjana & Deva
Capítulo 1
El viento alborotó sus cabellos dorados cuando abandonaron la espesura del bosque. Se refugió bajo la capucha azulada de su capa y continuó con la marcha, ignorando el frío que amenazaba con traspasar cada uno de sus huesos.
Aminoró la velocidad cuando el castillo apareció ante sus ojos, sintiendo una nueva punzada de desesperanza haciendo mella en ella. Había viajado hasta allí solamente siguiendo el impulso de una corazonada, pero, al parecer, también aquella zona del reino estaba muriendo.
La fortaleza poco se parecía a lo que Anjana había imaginado. Todo era… demasiado gris. Las plantas, las cuales habían ido perdiendo tonalidad con el paso del tiempo, morían sin que hubiese nuevos capullos esperando para florecer; los árboles estaban secos, con hojas amarronadas y sin frutos colgando de sus ramas; el sonido del arrollo quedaba amortiguado por el fuerte rugido del viento; y lo más aterrador, tampoco allí brillaba el sol.
Sus peores sospechas se confirmaron. Darnestan moría poco a poco.
-An… Anjana, hace much… mucho frío. -tiritó a su derecha Deva.
Cerró los ojos y frunció los labios ante el llamado de su hermana. Las fuerzas de Deva cada día eran más débiles, e incluso su voz estaba comenzando a perder potencia.
Rebuscó en su saco hasta encontrar el brebaje que había estado suministrándole desde que abandonaron el hogar familiar, pero descubrió el frasco vacío. Ahogó un gemido y volvió a guardarse la pócima antes de que su hermana se diese cuenta de lo ocurrido.
-Tranquila -Anjana sonrió, intentando infundirle a la enferma el ánimo que a ella le faltaba-, ya nos queda poco.
Reanudó el paso, tirando a su vez de las riendas del caballo en el que iba encaramada Deva. No había contado con que el viaje fuese a ser tan arduo. En condiciones normales, hubieran tardado horas en lugar de días.
Su hermana recostó la cabeza contra la crin de Eclipse. El animal emitió un leve relincho y Anjana le acarició el hocico.
-¿Tú también estás cansado? -le sonrió al caballo- Un último esfuerzo, por favor. No te puedes rendir ahora, ambas te necesitamos.
Y de igual forma que si hubiese comprendido sus palabras, Eclipse comenzó a avanzar de nuevo.
Anjana respiró hondo e iluminó el camino con la luz de su báculo. Le echó una última mirada disimulada a Deva y descubrió que su palidez había aumentado en los últimos minutos. Se tragó la angustia que amenazaba con instalarse en su estómago y aceleró el paso, comprendiendo que no les quedaba mucho tiempo.
Fue consciente de que el viaje había concluido cuando unos brazos fuertes la separaron de Eclipse. Quiso protestar, pero ni siquiera fue capaz de abrir los ojos. Estaba demasiado cansada.
Terminó por rendirse y se dejó acunar, usando el hombro de aquel desconocido a modo de almohada.
-¿De dónde venís? -preguntó de forma grave la persona que la sostenía.
-Del sur, -contestó Anjana, incapaz de ocultar su ansiedad- de los bosques de Lévuis.
La angustia había teñido su voz de de una tristeza que estaba consiguiendo destruir esa musicalidad que tan atractiva la hacía a oídos de los demás.
Eso no debería ser así.
Deva sintió entonces la urgencia de comunicarse con su hermana. Tenía que avisarle que su tono estaba perdiendo color. Carraspeó débilmente e intentó pronunciar alguna palabra, pero el sonido quedó ahogado en su garganta y lo único que logró fue un patético quejido.
-Ey, Deva... -se precipitó a su lado y le acarició la mejilla con ternura.
Sintió el rostro arder bajo la mano de Anjana. Se estremeció y dejó que de entre sus labios se escapase un suspiro.
-Está congelada. -susurró su hermana.
Deva se removió débilmente y consiguió por fin abrir los ojos.
Lo primero que percibió fue una luz demasiado intensa que le obligó a refugiar la cabeza en el hueco de entre el cuello y el hombro de su protector. Esperó varios segundos y se permitió otro vistazo, tomándose su tiempo hasta conseguir enfocar la vista.
No fue capaz de reconocer el lugar en el que se encontraban.
Se trataba de un salón o una habitación, grande e impersonal, con paneles de piedra y antorchas colgando de cada rincón. Las paredes estaban recubiertas por enormes ventanales, adornados todos ellos con cortinas de felpa roja. Miró a través de ellas y descubrió en el exterior una oscuridad abrumadora.
-¿Dónde estamos? -consiguió preguntar, mediante un susurro apenas audible.
Su voz le sonó débil incluso a ella misma. Se asustó y busco los ojos de Anjana. Por primera vez fue consciente de la situación, de igual forma que si acabase de despertar después de haber estado aletargando sus pensamientos durante demasiado tiempo. Le cayó la venda de los ojos y pudo verlo todo claro.
No padecía ninguna enfermedad que se pudiese curar con un simple brebaje. De ser así, ni ella ni su hermana hubiesen abandonado su casa. Se trataba de algo mucho más grave. Algo que, seguramente, estaba estrechamente relacionado con la decadencia que también afectaba al reino.
Anjana debió descubrir el pánico en sus ojos, ya que una vez más le dedicó una sonrisa y le habló con dulzura.
-Todo va a salir bien. -trató de tranquilizarla.- Encontraremos la solución a lo que sea que te está pasando.
Quiso creerla, pero las imágenes vistas a lo largo del viaje -de repente realmente vívidas en su memoria- le impedían hacerlo.
Deva tragó saliva y pronunció la pregunta que los atormentaba a todos.
-¿Y si no hay solución?
-Tiene que haberla. -contestó con fiereza el joven que la sostenía en brazos.
De forma ilógica, se sorprendió ante esa tercera voz. Estaba tan cómoda en sus brazos que había llegado a olvidar su presencia.
Deva alzó la cabeza y le miró a la cara por primera vez. Sus facciones eran duras y sus intensos ojos, de un extraño color violeta, parecían obstinados. Su cabello rubio estaba recogido en una coleta baja por detrás de la nuca, apartando de ese modo cualquier posible estorbo de delante de la cara, y el color cárdeno de su capa le indicó que se trataba de un caballero o guarda de la corte real. ¿Se encontraban acaso en el castillo de Ozgan?
-¿No puedes hacer algo? -le suplicó entonces Anjana, siguiendo una conversación de la que Deva ya había perdido el hilo.
-¿Algo para qué? -preguntó él, esta vez con tono afable.
-Algo para que pueda sobrellevar todo esto de la mejor forma posible. -frunció el ceño y se pasó una mano por los cabellos trenzados.- Teníamos una pócima, pero se nos agotó en el camino.
-¿Una pócima?
-Un brebaje… -explicó su hermana-, algo con lo que los síntomas se aletargaban un poco.
Deva no fue capaz de comprender exactamente a qué se referían, pero de repente se sintió mucho más aliviada. Desapareció el frío que había estado sintiendo durante las últimas semanas, se le destensaron los músculos y una sensación cálida se extendió a través de su pecho. Hacía meses que no se sentía tan viva.
-Gracias… -murmuró al aire, sin dirigirse a nadie en concreto.
Se acurrucó más contra el pecho de aquel desconocido que tan bien le había hecho sentir y cerró los ojos, dejándose vencer por ese sueño que ahora se presentaba tan reparador.
Los cuadros que adornaban las paredes de aquella habitación parecían ventanas al pasado. Darnestan lucía en todo su esplendor, sin un atisbo de la oscuridad en la que ahora se hallaba sumido el reino.
Anjana cruzó los brazos por delante del pecho y se alejó un par de pasos hacia el centro de la estancia. Salvo por el fuego encendido en la chimenea del fondo y por las pinturas, la habitación no se diferenciaba mucho del salón en el que habían estado un rato antes.
Entreabrió los labios y dejó que el aire se escapase a través de ellos. Se sentía ilógicamente vulnerable sin la compañía de Deva. Ortax, el joven que las había recibido a su llegada, se había llevado a la enferma a uno de los aposentos del piso superior, según él, mucho más cálidos y confortables. Esa sensación de desprotección resultaba ridícula. En esos momentos, no era ella quien necesitaba de los cuidados de su hermana, sino que ocurría precisamente todo lo contrario, era Deva quien dependía por completo de Anjana.
Se obligó a pensar en cualquier otra cosa. La enfermedad había monopolizado su vida durante las últimas semanas y se sentía a punto de desbordar. Necesitaba ordenar un poco todas sus ideas.
Dejó que sus ojos vagasen curiosos por cada rincón de la habitación, deteniéndose al descubrir un viejo espejo arrinconado en una de las esquinas. Algo en él había captado su atención, aunque no era capaz de descifrar qué era eso tan llamativo.
Se acercó hasta allí y lo examinó con detenimiento. El marco, con algún que otro grabado ininteligible adornando su superficie, no parecía tener nada fuera de lo normal. Frunció levemente el ceño al mirar su reflejo. Aparentemente, su imagen era igual a la que le devolvería cualquier otro espejo corriente, pero Anjana tuvo la sensación de que la función de ese cristal iba mucho más allá de servir como mero reflector.
-Yo que tú no me acercaría demasiado. -comentó una voz a su espalda.
Anjana tensó los músculos, sobresaltada por esa intervención. Dio media vuelta, llevándose una mano al corazón, y se reprochó por bajar la guardia con tanta facilidad. En otros tiempos jamás se hubiese dejado sorprender de forma tan tonta.
El joven, parado junto a la puerta, comenzó a avanzar hasta situarse a su lado, obligando a que le mirase a través del reflejo. Llevaba el pelo alborotado, con algún que otro mechón castaño surcando su frente, y vestía la misma capa morada que ya había visto antes en Ortax, aunque algo en el porte de este nuevo caballero le dijo que seguramente perteneciese a un rango superior.
El muchacho forzó una sonrisa torcida y clavó en ella sus brillantes ojos verdes.
-No se trata de un espejo cualquiera. -continuó diciendo, confirmando de esa forma las sospechas de la propia Anjana.- Digamos que es… como una ventana a otro mundo.
-¿Una ventana a otro mundo? -preguntó, arrugando el entrecejo.
Él asintió a modo de confirmación.
-Una puerta, un puente hacia esa otra dimensión.
Anjana dejó que las arrugas de su frente se pronunciasen más. No comprendía nada. ¿Otro mundo? No era capaz de concebir que existiese algo fuera de Darnestan.
Volvió a fijar sus ojos en el espejo. Seguía viendo en él algo que se escapaba a su entendimiento, pero nada que pudiese relacionar con dimensiones paralelas.
-Por cierto, yo soy Drainmeh. -se presentó el joven- Drai.
-Yo Anjana. -contestó ella, mediante un hilo de voz.
Drai sonrió, contagiando a sus facciones un aire enigmático.
-Lo sé. Te estábamos esperando.