«Se acercó con temor al borde de la cuna, casi sin atreverse a mirar hacia el interior.
Todos pronunciaban el nombre de la pequeña con un respeto que prácticamente rozaba el miedo. Llevaban meses hablando de ella, y pese a que nunca se dirigían a él expresamente, Drai había podido adivinar que el bebé era importante.
O, mejor dicho, peligroso.»
Darnestan
Prólogo
Se acercó con temor al borde de la cuna, casi sin atreverse a mirar hacia el interior.
Todos pronunciaban el nombre de la pequeña con un respeto que prácticamente rozaba el miedo. Llevaban meses hablando de ella, y pese a que nunca se dirigían a él expresamente, Drai había podido adivinar que el bebé era importante.
O mejor dicho, peligroso.
Asomó la cabeza, apoyando las manos sobre los barrotes. La niña le devolvió la mirada y emitió un gorgoteo, soltando después una leve carcajada. Aunque se propuso todo lo contrario, Drai terminó sonriendo. Con sus intensos ojos, sus adorables hoyuelos y con los tirabuzones enarcando su rostro, no comprendía como había alguien capaz de resistirse a sus encantos. La pequeña se le parecía más a un ángel que al demonio que supuestamente debía ser.
Le echó un rápido vistazo a la cortina que los separaba del salón en el que estaban reunidos los mayores. Las voces de sus padres y del resto de la comunidad llegaban con total claridad, aunque a él le era imposible comprender lo que decían. A sus escasos ocho años, todos esos asuntos de estado -como su padre solía llamarlos- le parecían absurdos y ridículos. Una absoluta pérdida de tiempo.
-¡Señorito Drainmeh! ¡Aléjese inmediatamente de la cuna!
Drai pegó un bote y retrocedió, sobresaltado ante el grito de Niva. La anciana, quien se había encargado de su educación desde el momento en que nació, era la única persona en todo Darnestan capaz de hacerle obedecer a la primera.
Niva era estrambótica y supersticiosa. Tenía el aspecto que Drai había imaginado siempre para las brujas del reino de Norie, y si no fuese porque jamás la había visto emplear la magia, hubiese apostado a que su origen provenía de aquellas tribus lejanas y salvajes.
-¿No sabe que la pequeña está maldita? -continuó sermoneándole, aún cuando ya se había alejado la distancia reglamentaria- ¡Puede hechizarle!
-Si es solo un bebé… -murmuró, conteniendo la risa.
-¡Sólo un bebé! -se escandalizó la anciana-. ¡Un bebé que tiene poder suficiente para destruir todo Darnestan!
Drai frunció de forma imperceptible los labios. Había escuchado esas palabras en innumerables ocasiones a lo largo de los últimos meses, pero no conseguía encontrarles sentido.
-¿Por qué? -preguntó con simpleza.
Niva se sentó en su vieja mecedora de mimbre, mirándolo con el ceño arrugado.
-¿Cómo “por qué”?
-¿Por qué creéis todos que vaya a destruir nuestro reino?
-¡Porque está escrito!
-¿En dónde?
La anciana le fulminó con la mirada.
-¡Ya basta de preguntas! -contestó después de un silencio, dando por zanjado el asunto.
Drai renunció de mala gana y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo. Cuando Niva terminaba una conversación tan abruptamente, solo podía deberse a dos cosas; o bien se había cansado de explicar una y otra vez lo mismo, sabiendo que ella llevaba la razón, o bien ocurría todo lo contrario y no encontraba argumentos con los que defender su postura.
Algo le decía que esta era una de esas segundas veces.
La observó revolver el cesto de las labores en busca de algo que no logró encontrar. Se levantó y, tras dedicarle una mirada severa, desapareció por el pasillo opuesto a la cortina de terciopelo que los aislaba de la reunión.
Drai esperó hasta asegurarse que no corría riesgo y volvió a acercase a la cuna.
La niña le recibió con una nueva sonrisa.
-¿Piensas hechizarme?
Ella balbuceó algo sin sentido y extendió una de sus manitas. Drai curvó las comisuras de sus labios y le alcanzó un dedo, dejando que la pequeña lo atrapase entre los suyos.
-Yo no creo que seas mala… de verdad que no.
Y, pensó, si los demás pudiesen ver las cosas desde su punto de vista, tampoco lo creerían.
La niña pataleó con fuerza, como si realmente hubiera comprendido las palabras de Drai. Este se soltó de sus dedos y le acarició levemente la mejilla, poniendo mucho cuidado para no lastimarla.
-No te preocupes -susurró-, yo me encargaré de que no te hagan ningún daño.
Se llevó las manos al cuello y se desenganchó su cadenita con el escudo de Darnestan. Todos en su familia llevaban ese colgante, y seguramente se ganase un castigo debido a su pérdida, pero poco le importó. Apartó las aparatosas ropas del bebé y le enganchó el collar, escondiéndolo entre las innumerables prendas.
No sabía qué medidas tomaría el consejo. Seguramente la enviasen lejos, allí donde no supusiese ningún peligro para la seguridad del reino. Pero lo cierto era que, les gustase a los mayores o no, aquella niña pertenecía a Darnestan tanto o más que ellos mismos.